Estoy enferma, no puedo comer, y por eso tengo mal genio, asi que como todo buen ser humano me desquitare con alguien mas 8D y mi víctima favorita, bueno, ya saben que es Raivis, así que… ni modo, que se aguante. Cof, Hetalia no me pertenece, si no a Himaruya-san-sensei-sempai-dios-del-nuevo-mundo y los demás apodos que las fans le hayan puesto xD ya que yo nunca me entero de na'.

Empecemos antes que me den ganas de vomitar otra vez.


Me duele.

Me duele.

Suspira con el pesar de un hombre derrotado y acaricia con el dedo de su mano desmayada el borde de una jarra de cerveza, perdido en sus pensamientos.

Una vez más.

Me duele no ser correspondido. Me duele verte desde la distancia, con mi yo enamorado camuflado con la nada como un animal herido. Porque en eso me has convertido, y día a día he de lamer mis heridas, esperando a que sanen.

Ni siquiera tengo 100 años.

Un tarareo sale de su boca, casi sin nota ni canto, de sonido monótono, gris y sin impacto a fuerza de ya tanto haber gastado su voz en llanto.

No me gusta el dolor. Nunca, nunca me ha gustado el dolor. El verme sometido, de rodillas…

Odio el dolor.

Odio el dolor, pero… éste es tan tierno y quemante...Me podría quedar dormido en el dulce y mortal vaivén del amarte. Para siempre. Tanto así, que me gusta vivir amándote, aunque duela. En pocas palabras…

Me gusta el dolor que siento.

¿Soy masoquista, o soy un romántico sin esperanza como tantos que hay en los balcones, cantándole a Julietas imposibles cuya mano nunca darán a ceder?

No lo sé, y es que ignoro tantas cosas desde el momento en que decidí fluir y dejarme llevar por tu rara sonrisa…

Y aunque sabe que aparenta quince años, en estos momentos tiene toda la complexión de un hombre derrotado, afirmada al momento que le da un trago a su cerveza para luego dejar escapar un suspiro más.

No debí haber ido a esa reunión. Algo me lo decía. Las luces tintineantes de un faro y el cielo nublado me lo susurraron al oído. Debí reportarme enfermo o algo así…

Pero no lo hice.

Sus pestañas rubias flaquean con pereza, protegiendo sus ojos de la somnolencia esparcida en el aire por Morfeo, como esporas microscópicas del país de la bella durmiente.

No recuerdo lo que me llevó a ese pasillo, pero chocamos de frente. Se me cayeron los papeles y me deshice en disculpas como de costumbre, mientras intentaba recogerlos, agachándome y sin mirarte nunca a la cara, tan sólo a tu calzado que reconocí como asiático

Me dijiste que no importaba, me ayudaste a recogerlos y avergonzado, te pedí que no te molestaras, que ya mismo lo levantaba yo sólo y que no quería molestarte con eso.

Insististe a pesar de todo.

Nuestras manos se traspusieron sobre una misma hoja y ya todo fue inevitable: por reflejo nos miramos y tus ojos de azabache y caoba chocaron por primera vez con los míos.

Y me sonreíste.

Me flechaste con una sonrisa, una sonrisa tan rara en ti. Sentí mis mejillas subir dos tonos de rojo y balbuceé algo parecido a un gracias mientras mi vista caía al suelo.

Después de ese incidente, desapareciste del lugar sin dejar rastro… porque era una conferencia internacional, y tú aún no tenías los derechos de alguien como tal.

Deprimido, deja unas monedas en la barra y se va, con una enorme jaqueca y sin importarle que la lluvia externa le cale hasta los huesos. Tan sólo alza la cara, con los ojos cerrados y preguntándose si alguna de esas gotas podría hacerse pasar por una lágrima de tristeza.

Y resulta que ya tenías a alguien más, de todos modos… resulta que estabas enamorado de otra persona, aunque ella no te correspondiera, estabas en mi misma situación.

O quizás no… porque la muchacha que a ti te gusta es de tu mismo continente, al menos. Y tú y yo no somos del mismo mundo, si llegamos a hablarnos fue pura coincidencia, aunque una mirada fue suficiente para tirarme al vacío enorme de un corazón roto desde el principio.

Y decidí no decirte nada y quedarme en el silencio del amor platónico.

El doloroso amor platónico.

Dolor que lastima…

Me duele.

Y aprieta los puños.

Me duele.

Y los párpados le tiemblan.

Me duele tanto…

Que no consigas a Taiwán así como yo no te consigo a tí.

Que tú y yo no estemos juntos, que no te fijes en mí.

Que mi deseo de encontrar el amor haya florecido marchito.

El jovencito rubio corre sin rumbo, sollozando y dejando escapar un grito de dolor que se pierde en la inmensidad de las calles de Riga, Letonia; antes de meterse a su casa para gritar en una almohada:

-¡ES TEVI MILU, HONG KONG!


(Es tevi milu: Te amo) en letón~

¡Viva el crack! (?) Bueeeeno, a que no se lo esperaban, eh?