Almas de Invierno
I
Con el tiempo, y eso obviamente Hagen lo atribuía a su edad, se había tornado más difícil encontrarse con Flear a solas. Siendo la hermana del actual gobernante de Asgard una serie de actividades políticas y sociales habían envuelto a ambas reduciendo, aún más, tiempo con la muchacha para encontrarse de manera oficial. Sin mencionar la atenta vigilancia a la cual era sometida, debido a que como él, había crecido y era importante, al menos para ciertas personas en el palacio, mostrar decoro ante las relaciones que ella mantenía. Hagen sabía que por ser el simple hijo de un capitán él no era considerado adecuado para mantenerse tan cerca de ella.
Atrás quedaron las escapadas de ella para encontrarlo en la caverna de magma y distraerlo con sus juegos a los que él, desde luego, jamás había puesto pegas. Después de todo siendo un niño le resultaban tan divertidos como a ella, pero todo se había roto cuando su padre lo llamara y con una frialdad poco característica en él le dijera:
"Ella es una princesa y debes tratarla como tal, tú eres un plebeyo que ha tenido la fortuna de su lado al ser elegido por los dioses, pero eso no te exime de seguir ciertas reglas que son aplicables para todos nosotros"
La baja extracción de su familia, era un tema que no había pasado desapercibido para el consejo real de Asgard. Y en cuanto se demostrara que él, sin dudas, era un guerrero de Odín muchas de las objeciones fueron cambiadas por comentarios a sus espaldas, que si bien jamás llegó a escuchar, terminaba de todas maneras sabiéndolos.
Pero ¿qué más le daba a él? En ese tiempo solo tenía diez años y lo que el resto dijera daba lo mismo, pero cuando cumplió los trece fue nuevamente su padre quién le sacó de ese egoísta error;
"Está bien que te de lo mismo, pero eso solo puedes pensarlo cuando eres tú el único afectado, por alguien como la señorita Flear perfectamente puedo aguantar el daño a mi honra y tú no debes pensar diferente, pero no puedes permitir que sea a ella a quién se le cuestione, debes ser digno de su compañía Hagen, así cuando te vean a su lado sabrán que te mereces ese lugar…"
Pero todo eso era demasiado estricto, demasiado frío y distante. Desde luego que le gustaba observar a la distancia a la señorita Flear y generalmente era ella quién dictaba las conversaciones, pero en ocasiones existían pequeños gestos que la hacían más cercana: que se inclinara de improviso a coger algo que él no había visto y que luego, descuidadamente, le tomara la mano para incorporarse o señalarle algo más. Eran situaciones que marcaban su día a día y, a pesar de que siguió haciéndolo o cediendo cuando estaban a solas, siempre tenía aquél miedo de que alguien los observara y malinterpretara sus gestos; él solo estaba ahí para protegerla y cuidarla. Si sentía algo más hacia ella, jamás dejaría que se notara, de otra forma existía el peligro que definitivamente lo alejaran de ella.
Seguramente no existiría problema alguno si es que fuera Cid, Alberich, Mime o Siegfried, todos ellos de grandes casas y nobles. Él no, solo el hijo de un capitán y una costurera. Nada más.
Levantó la vista y la fijó en Siegfried, que le daba la espalda; por mucho que se mostrara impasible, Hagen sospechaba, sufría la misma ansiedad que él al saber que esa mañana, ni la señorita Hilda, ni Flear les acompañarían. Solo que sus atenciones se centraban en la mayor de las hermanas y eso, resultaba obvio para todos. Al menos Siegfried no recibía miradas acusadoras por sentarse al lado de ella o si es que le ayudaba con su capa, o si es que le tendía la mano para lo que fuera que la señorita Hilda necesitara. Menos factible era que alguien o su propio padre lo llamara a su lado para decirle cómo comportarse.
Solo por ser noble Siegfried había recibido una educación completamente diferente a la suya; lo envidiaba, pero no lo odiaba. Al fin de cuentas agradecía que, al menos, uno de ellos pudiera mostrar su admiración hacia la mujer de sus sueños sin ser censurado por ello.
No pudo evitar preguntarse si es que él era igual de obvio, sintió como el ardor se apoderaba de su rostro al desear que no fuera así, sencillamente no quería evidenciarse.
"¿Evidenciar que?"
II
Ese día llovía, lo que para el invernal clima de Asgard era lo más parecido a un día cálido de verano; a diferencia de otras regiones del ártico, la lluvia traía consigo la suficiente humedad como para dejar que plantas, flores, y más importante aún, cosechas se dieran la oportunidad de crecer en medio de las rocas y hielos que conocían como su hogar. Así que aprovechando que el viento no golpeaba con fuerza y que la nieve no caía, Hagen giró la vista hacia los ventanales y a través de los cristales -que por primera vez en mucho tiempo no estaban congelados- se dedicó a observar el exterior o más claramente la lluvia.
La gran puerta de salón resonó, indicando la llegada de alguien más. Las llamas de la gran chimenea se agitaron con violencia, cuando el frío aire del Valhala se coló en la habitación. En el rápido cambio que su mirada hizo desde el exterior a la entrada, pudo notar como las hojas del libro de Cid se agitaron ante la llegada del nuevo integrante.
Había esperado que fuera Flear o al menos Hilda, para ver Siegfried sonreír de nuevo o en su defecto saber de la muchacha que le agitaba los pensamientos, sin embargo se guardó su molestia al ver ingresar al engreído de Alberich quien con sus modales, siempre sinuosos, se acercaba a Cid para luego ir hacia Mime. Al menos ese sujeto no tenía intención alguna de ocultar sus acciones; en un sentido entendía que eso era valorable; si es que Alberich tenía sentimientos -cosa que el dudaba- no se mostraba reacio a darlos a entender, mucho más de lo que podía decirse de él o de Siegfried. Diferente era el caso en que Mime pasaba por alto e ignoraba cada uno de los intentos de este por llamar su atención. Al menos con él Flear no era tan indiferente y la señorita Hilda parecía iluminar cada lugar al que llegaba, mucho más que el pálido sol de la primavera que solía acompañarlos.
Volvió la vista a su libro, solo que le estaba resultando difícil concentrarse. Se sentía frustrado y discriminado, además que la ausencia de Flear ensombrecía aún más su ánimo. Dejando de lado sus deberes recorrió con la vista su entorno, pasando por el evidente frío exterior a las llamas que entibiaban el aire en la gigantesca chimenea. Cuando era más niño temía a las formas del lobo y el oso que bordeaban y daban forma a esta; ambas bestias estaban frente a frente mostrándose los dientes de manera amenazante; el lobo se alzaba sobre dos patas y, nervudo, se lanzaba al ataque.
Flear lo llevó hasta ahí y le desafió a tocar el hocico del can, entre ambos arrastraron una silla hasta el borde de la chimenea a la cual trepó buscando cumplir su cometido con la promesa de que ella dejara tocarle el cabello; cuando hubo extendido su mano el súbito temor de ser devorado le acosó con la insistencia del peligro, era como si el animal estuviera vivo y lleno de rabia: ahí encerrado para siempre. Y el peligro existía, resultó herido al tocar los colmillos, que estaban afilados, como la mejor de las espadas de su padre, y la piedra negra en la cual estaba tallado reflejaba su espíritu, quizás preso ahí por una terrible maldición para siempre.
"La familia de Épsilon se lo regaló a nuestros antepasados cuando el Valhala no era más que un castillo de madera, la edificación completa de este nació en este salón"
Aclaró Flear esa vez.
Cronológicamente significaban siglos de historia y Hagen no podía imaginar que magia había conseguido que esos colmillos aún cortaran. El miedo se le pasó cuando la niña le besó el corte y con el pañuelo de seda que cubría su cabello le vendó la mano. Luego Hilda, bendita con su cosmo energía, cerró la herida y curó sus cicatrices.
Recordar eso se le hacía más grato que el notar su realidad, en la que él era solo el menor de los hijos del capitán de la guardia de sus altezas, demasiado simple para llamar la atención de nadie. Quizás por ello le gustaba Flear, al fin de cuentas era la más normal de su familia; era cálida cierto pero solo con él, no poseía la gran sabiduría ni madurez de su hermana, así como tampoco ese nivel de cosmo capaz de entibiar aquél frío país, pero en cambio era gentil e ingenua, atenta y sonriente, Hagen la prefería a la solemne tranquilidad de la heredera de Polaris, pues lejos de aquellas normas y protocolo Flear podía mirar hacia donde estaba él. Por ello cuando alzaba la vista y veía a sus nobles compañeros no dejaba de sentirse extraño y poco sociable, de todos ellos solo Siegfried le hablaba de igual a igual. Cid era gentil pero le miraba con lástima, Mime lo ignoraba como lo hacía con todos y Alberich no gastaba saliva, ni palabras en él.
Todos los presentes ahí eran herederos de las casas más nobles de Asgard; Cid era el hijo de Rebeus de Mizar el noble más acaudalado de la región y resultaba ser un muchacho gentil, responsable y tranquilo, a Alberich le gustaba fastidiarlo ya que Cid poco y nada hacía por defenderse, su padre había muerto hace un par de años por lo que era el señor de su casa, sin embargo su madre insistió en que siguiera con sus deberes en la corte; uno de esos correspondía a servir a los Polaris. Alberich en tanto lo envidiaba, tanto como a Siegfried, los descendientes de Delta-Megrez por siglos habían sido guardianes del conocimiento, que si bien era un cargo del máximo honor, no parecía ser suficiente para Alberich como tampoco lo era para el padre de este, constantemente Hagen sabia de los desaires que los señores de Megrez hacían a sus jóvenes altezas, pero hasta donde él veía se trataba de algo meramente superficial como lo eran las riquezas y el dinero, era por ello que este trataba insistentemente de mostrarse gentil con Sid y lo despreciaba cuando este prefería la compañía de Siegfried o la suya propia. Mime en tanto estaba rodeado por un aura de pena que, al menos, Flear no era capaz de tolerar. En circunstancias normales se habría creído que se trataba por su reciente orfandad, pero desde que cruzara las puertas del castillo que Hagen le había visto así. Los rumores que corrían decían que se debía a los constantes maltratos con que Lord Folken prodigaba a su hijo, incluso su padre se había mostrado en desacuerdo con aquella forma de entrenar. Lord Folken, el más bravo y valiente de los generales de Asgard, era demasiado duro con su pequeño hijo, algunos decían que era por lo mucho que Mime se parecía a su madre y que ese recuerdo le atormentaba, otros más crueles aludían a que los gustos de Mime no eran del agrado de su padre, a eso Hagen solo podía agregar que jamás lo había visto ceder ante Alberich, pero sin duda era un arpista excepcional, profesión que para soldados como su padre o Lord Folken no eran propias de un guerrero. Hilda lo había mandado a llamar precisamente por ello, lo quería en su corte como su arpista, pero sus melodías melancólicas y tristes constantemente hacían llorar a Flear. Ahora que había quedado solo Hilda le acogió y se dedicó a vivir en el palacio con sus altezas. Aunque Hagen solía verlo caminando a solas por el castillo y sus jardines, con su lira o sin ella y la mayor parte del tiempo la pasaba ensayando con su arpa cerca del trono, estuviera ahí Hilda o no.
Al principio Hagen temió que esa figura y que los ojos del muchacho -extremadamente llamativos-captaran la atención de sus altezas, sobre todo porque Flear e Hilda también habían perdido a sus padres hace pocos meses. Pero fueron estas palabras de la menor de las hermanas las que le calmaron:
"No puedo menos que entender su profunda tristeza, pero es como si él supiera algo oscuro y profundo se esconde más allá de lo que yo puedo llegar a comprender y eso me asusta, Hilda siempre dice que tanto el amor como el dolor cambian en las personas y que el dolor de Mime jamás será como el mío o el de ella, nosotras nos tenemos mutuamente"
Así que salvado el asunto con Mime, no podía menos que verle con la misma conmiseración con la que Flear hablaba de él, gesto que al parecer, este detestaba. De todas maneras no se hablaban y cuando se topaban, solo asentían con la cabeza a modo de saludo.
Fue cuando divagando en esas cuestiones que Siegfried volteó hacia él. De todos ellos era a quien más admiraba, a su corta edad - solo dos años mayor que él- Siegfried era un muchacho extremadamente justo y fuerte, su padre era el actual general de las fuerzas de Asgard y descendían de manera directa de Sigurd o Sigfrido, hijo de Sigmund rey de los Francos, de quien había tomado el nombre. Además de eso, Siegfried era atento en el trato hacia todos, capaz de bajarles los "reales" humos a Alberich, conversar distendidamente con Mime y dar clases de lo que fuera a Cid. Solo ante Hilda se veía inferiorizado, pero es que aún siendo solo una niña, la heredera de Polaris encantaba con sus palabras y consejos, sin estimarla como Siegfried lo hacía, Hagen moriría por ella. Asumía entonces, que Sieg estaba dispuesto a mucho, pero mucho más.
Era extraño pensar en esas cosas, sobre todo cuando no eran más que niños o al menos eso era lo que su madre trataba de recordarle siempre, a sus quince años Hagen no lo creía así. Sin embargo, era imposible negar lo que el entorno hacia en ellos, los juegos hace años habían quedado atrás para ser reemplazados con entrenamientos extenuantes y clases agotadoras, existía la idea de que todos ellos llegarían a ser caballeros de Asgard, pero lo mismo había ocurrido con varios muchachos antes que él, siempre una generación de los siete más sobresalientes eran entrenados con dedicación. Y él había sido seleccionado entre sus hermanos por su capacidad en el manejo de la cosmo energía, al igual que todos aquellos que se encontraban en aquel salón. Si bien su padre, el de Siegfried y Mime habían sido soldados de ellos, como el futuro de Asgard, se esperaba mucho más. Cuando el momento llegara serian la pared de tope ante los enemigos de su nación y si la guerra decidía pasar de ellos consagrarían su vida a proteger a sus altezas. Esa idea en particular le agradaba como ninguna, si bien quería y deseaba la aventura, habiendo caído Asgard en las manos de la señorita Hilda una guerra era una pesadilla lejana y extraña, era cierto que eran un pueblo duro, pero no violento y menos belicoso. Además estaba la razón adicional de poder pasar más tiempo con la señorita Flear quién, desde niños, había sido su más cercana amiga.
Si en ese momento se encontraban reunidos ahí era para educarlos mejor, para enseñarles cómo usar el poder que los dioses les habían entregado.
— Estás muy callado — escuchó de pronto, al volver la vista Siegfried se había girado, apoyando elegantemente su brazo en el respaldo del asiento que, en esos momentos, ocupaba. Hagen no pudo menos que alzar ambas cejas lleno de extrañeza.
— También tú— contestó, Siegfried se colocó de pie.
— Al menos yo tengo excusa — señaló mostrándole el grueso tomo que tenía en sus manos. Hagen ladeó el rostro buscando leer el titulo.
"La Invasiones Occidentales"
— No sabía que de Occidente se hubieran atrevido a ello... — el muchacho de cabello ondulado se encogió de hombros y dejó caer el libro sobre la mesa, para luego sentarse frente a él, con esos mismos gestos elegantes corrió la silla y procedió a tomar asiento.
Todas las muchachas de palacio suspiraban por Siegfried y Hagen no podía menos que entender por qué, a su lado Alberich era amanerado y Mime un resentido, siquiera quiso suponer como es que él lucia comparándose, quizás tuviera la postura de un caballo como Al siempre le molestaba.
— Lo intentaron un par de veces, pero lo cierto es que se habla más de la invasión social y económica — Hagen asintió, comprendiendo vagamente, frunció el ceño antes de agregar.
— Al lado de las potencias de Occidente parecemos...
— Perdidos en el siglo trece — terminó Alberich por él.
Hagen le miró sin mostrar molestia o enfado alguno y lo cierto es que no lo sentía, jamás había sido alguien que negara los méritos y virtudes del resto, y entre las de Alberich se encontraba su extremo conocimiento de la cultura universal en general. No por nada su familia estaba encargada de resguardar los tesoros y libros de su nación.
— Mi padre me estaba comentando — continuo el muchacho de Megrez — que al menos la señorita Hilda está buscando impulsar el comercio con Suiza y Holanda, aunque no se qué provecho podrían sacar de una tierra como esta — finalizó con tono despectivo, Sieg frunció la mirada buscando, tal vez, alguna respuesta, mientras que Cid miraba al muchacho con dudas.
— Existen buenas reservas de petróleo — interrumpió de pronto Mime logrando que todos voltearan hacia él, como era su costumbre se había mantenido alejado del resto observando la lluvia caer, por lo que su comentario sorprendió a sus compañeros.
— Eso es cierto — agregó Hagen recordando una lección que el maestro de sus altezas -el mismo que les daba clases a ellos y a quien esperaban- les había dado — El maestro Minvur nos comentó que el mundo moderno se mueve gracias a combustibles derivados de ese elemento — Sid le sonrió sin mostrar esa condescendencia típica en él.
— Lo recuerdo, y por lo que sé es un recurso valioso, la señorita Hilda ha tenido el buen tino de tomar eso en cuenta.
— Una buena idea que salga de los Polaris no está mal, llevan casi mil años al mando de Asgard y estamos como hace exactamente mil años — aquel comentario le molestó profundamente al igual que a Siegfried, al parecer en algo sobrepasaba al heredero de Megrez y era en su capacidad para comprender el mundo que a ellos los rodeaba; Asgard podía no ser un país rico en la forma en la cual lo eran las naciones de Occidente y el sur, pero era un centro casi neurálgico en donde las más antiguas tradiciones y energías cobraban vida. Hagen jamás había visto un televisor o un automóvil, sirvientes trabajaban día y noche para que las habitaciones de palacio, así como el agua estuvieran calientes todos los días del año y aun así consideraba a su nación perfecta. Dudaba mucho que los guerreros de poniente estuvieran tan en contacto con la energía que el universo desplegaba en cada ser humano y era sabido por ellos que solo unos pocos en millones eran capaces de encontrar su centro de energía para hacerla fluir, la mayoría estaba congregada en el Santuario en Grecia y existían otros puntos como Jamir, las islas de Andrómeda, los cinco picos en China... Todos lugares perdidos en el tiempo, en donde los Dioses caminaban junto a los hombres.
Siquiera todas las comodidades del mundo moderno le harían cambiar eso.
La casa de la señorita Hilda habría tenido sus razones para no "modernizar" su país y ellos no eran quienes para juzgar si eso había sido correcto no. Y si de un momento a otro ocurría que todo cambiaba, tampoco era su papel el cuestionar lo que ella dijera.
— Eso sonó demasiado a queja Alberich — dijo de pronto Sieg, cuando Hagen lo notó clavaba tal mirada llena de frialdad sobre el heredero de Megrez que no fue capaz de regresar el gesto.
— Solo es una opinión — cortó este, Siegfried iba a replicar pero un gesto de Cid lo detuvo.
— Entiendo lo que Alberich quiere decir, pero así mismo valoro la forma en la cual la señorita Hilda está llevando a cabo las cosas, la casa de Polaris y todos sus descendientes debieron entender que una modernización completa no es posible en Asgard hasta que al menos las generaciones que habitan en ella estén preparadas para el cambio... Lo, lo que hace la señorita Hilda es un avance, pero para que todo nuestro pueblo pueda dar ese paso se debe hacer lentamente — ese era un privilegio de la educación que Hagen envidiaba, la forma en la cual tanto Sieg, como Cid y Al se explayaban no podía menos que admirarle, él quería poder hablar con esa claridad y tener aquellos modales, de momento solo le quedaba conformarse con su capacidad en la lucha, con la habilidad que había conseguido para dominar el cosmo del hielo y el de fuego, pero eran tiempos de paz y todo eso le resultaba completamente inútil. Si fuera como ellos al menos tendría el roce necesario para que nadie cuestionara su amistad con la señorita Flear.
Un suspiro emitido por Alberich, quien tomó su puesto al lado de Siegfried lo sacó de sus ensoñaciones.
— De todas maneras si lo que busca es sacar provecho del petróleo tendrá que ser una negociadora más fría, su candidez puede dar pie a abusos... — sentenció, nadie comentó nada hasta que Mime se sentó a su lado y dijo;
— Creo que en vez de negociar, quizás, nuestro recurso más valioso, este mismo se podría usar para el beneficio de nuestra nación, si no entablamos relaciones económicas con extranjeros, menos serán las posibilidades de que estos abusen de nuestra posición tan... medieval, con su fuerza económica o militar, así nos evitamos a los intrusos — Hagen sonrió.
— Siempre creí que la finalidad de abrir el comercio es efectivamente entablar relaciones con extranjeros — dijo, Mime rozó con su índice el libro que Siegfried había dejado sobre la mesa, y sin prestar atención al resto continuó.
— Es difícil imponerse en una negociación cuando no se está en igualdad de condiciones, es cierto lo que decía Sid, sobre la necesidad de que Asgard se modernice de a poco... Pero, al menos yo, creo aun no es tiempo.
— Hablas de asegurar primero a nuestro pueblo y después negociar — Mime alzó la vista hacia Sieg, que había hecho el comentario y le sonrió con desgano.
— No podías resumirlo de mejor manera.
III
— La conjunción de la fuerza ancestral, que es heredada, la fuerza física que debe ser trabajada, la mental que debe ser controlada y espiritual que debe ser reforzada, nos lleva a la extrema condición de la perfección humana — el maestro Minvur giró hacia sus estudiantes, los cinco le seguían con la mirada, atentos y fijos — pero díganme, mis señores, si ustedes como aprendices de guerreros no son humanos ordinarios ¿Por qué habrían de buscar semejante perfección? ¿Es acaso necesario que jóvenes que ya son capaces de controlar su cosmo a voluntad deban enfrentarse a los problemas del hombre común? — el maestro se paseo por el salón dejando que sus pisadas resonaran contra el suelo, alzó la vista y sin dejar de lado su tranquilo caminar se acercó a Sid, le tocó el hombro con sus dedos índice y medio para luego agregar:
— Te escuchamos Cid— Hagen miró al muchacho con atención, este divagó unos segundos y habló:
— Aun cuando hemos sido elegidos por los dioses y tengamos la habilidad especial de controlar nuestro cosmos, no dejamos de ser seres de carne y hueso, sangramos si nos dañamos y aún en una batalla corremos el riesgo de morir, no somos por lo tanto perfectos, sino que solo excepcionales — Hagen bajó la vista y se observó las manos, él podía luchar y abrir una brecha de fuego en medio de las montañas cubiertas de hielo de Asgard, pero en muchas ocasiones había caído exhausto por el entrenamiento y tanto el hielo como el fuego le habían quemado, provocándole intenso dolor.
La imagen de una pequeña Flear vendándole la mano se coló fugazmente en su cabeza, debió sacudirla para expulsarla.
— Eso es un ideal que también se puede aplicar a la nobleza ¿No te parece Alberich? — Hagen dirigió la mirada hacia este en cuanto el maestro lo nombró, existía un desanimo general de Al en contra de varios en palacio, del maestro por sobre todos, ya que el muchacho detestaba ser corregido. A su gusto Alberich estaba demasiado pagado de sí mismo y casi todo lo que obtenía, incluida su fuerza como combatiente era exclusivo beneficio de su familia, no por su esfuerzo personal.
—La nobleza se puede comprar, ya sea con riquezas, favores o matrimonios... — contestó pedante — la excepcionalidad, aun en familias "nobles" es rara y extraordinaria — no le gustó la mirada que este le lanzó cuando dijo — también ocurre en las casas más ordinarias, Hagen es el ejemplo perfecto — su reacción obvia fue replicar, pero el maestro Minvur le sujeto.
— Déjale terminar— Hagen bufó y se sentó con los brazos cruzados sin dejar de mirar con fijeza a Alberich, este mantenía una sonrisa burlona que no se molestó en disimular. Hagen lo entendía a la perfección, jamás lo habría esperado, pero era evidente que Alberich no le temía, no al menos de la manera en que lo hacía con Siegfried, y hablar de respeto en esa situación ya era otra cosa.
— ¿Por qué lo dices? — interrumpió finalmente el maestro.
— Es cosa de solo verlo, la familia de Hagen solo se ha dedicado a traer soldados comunes, por lo tanto no hay una fuerza ancestral respaldándolo como a la señorita Hilda o a mí, su fuerza física es evidente para todos nosotros acá y está siendo entrenada, no existiría disciplina en su actuar si es que no hubiera fuerza espiritual, solo le falta aplicarse de acá — señaló su cabeza — para acercarse aunque fuera un poco a la perfección — aún cuando todo ello sonara a halago, Hagen no se dejaba engañar. Deliberadamente Al había señalado su falta de "ancestros con fuerza" para darle a entender que aún cuando controlara su mente no bastaría para lograr la perfección.
— El en sí mismo — continuó — es una excepcionalidad — Hagen había logrado calmarse y por lo mismo desvió la vista de Alberich para volver a sus manos, no lo admitiría jamás frente a ellos, pero ese algo que le faltaba le parecía un abismo insondable... Y pese a todo era incapaz de sacarse a Flear de la cabeza, sabía que el resto lo veía así por su cercanía hacia ella y nadie lo consideraba digno de eso, aun si llegaba a ser el más poderoso de los caballeros de Asgard, aun si a su corta edad su técnica era la mejor, le faltaba la sangre noble que no había podido ser comprada para estar a la altura.
— Pero... — dijo Siegfried mirando al maestro para intervenir con su venia, este asintió y cruzó sus manos para escucharles — no existe manera alguna de saber si es que cada una de esas fuerzas existen en nosotros, la sola falta de una nos haría, no incompletos, sino que menos cercanos a la perfección, por lo tanto la falta de fuerza espiritual puede ser tan o más grave que la de fuerza ancestral — dirigió entonces una mirada hacia Alberich evidenciando la intención de sus palabras — puede ser que, simplemente, Hagen sea el primero de cientos o miles que vendrán tras él, el solo indicio de que uno desciende de guerreros o soldados o artesanos o panaderos no es seguridad alguna de que uno siga esos pasos. La madeja de nuestro destino puede tener un inicio o un final, pero siquiera los dioses son capaces de definir de qué color, dureza o largo será, coincidir en que yo por ser Siegfried realizaré el mismo logro que mi antepasado es sencillamente pecar de; no sé si ingenuidad o soberbia — el maestro Minvur asintió y nuevamente comenzó a caminar de un lado a otro del salón, Hagen habría querido agradecerle a Siegfried su intervención, pero este siguió con su mirada al maestro ignorándole completamente.
— Bien, hemos podido aclarar que si bien esas fuerzas son necesarias para alcanzar la perfección, también entendemos que son tan aleatorias como el capricho de los dioses y que así mismo es indeterminable si beneficiaran a cualquiera de ustedes, pero centrándonos en la perfección humana, dime Hagen ¿Por qué crees que es necesario buscarla? ¿Acaso no estamos por encima del humano común? — Hagen volvió a mirar sus manos, a recordar a Flear y a ordenar sus pensamientos;
— Cid dijo que nuestro cuerpo seguía siendo humano, creo que a pesar de que podemos ser dañados, el acercarse a perfección habla de evitar los errores que el humano, como nosotros somos, suele cometer, así como evitar las tentaciones a las que el cuerpo y la mente nos guía...
— Vicios — agregó el maestro, Hagen asintió.
— Y, creo, en el caso de nosotros como caballeros y guardianes de sus altezas eso cobra un mayor sentido... — otro re orden dentro de su cabeza para continuar — siendo que estamos preparándonos para resguardar a esta nación y a nuestros líderes, tendremos que esforzarnos más para complementar aquella fuerza que nos puede faltar... Somos excepcionales y si bien eso es un privilegio, también es una poderosa responsabilidad — no pudo evitar sonreír cuando el maestro asintió complacido ante su intervención y a ello agregó;
— Es una deducción muy madura Hagen, te felicito... — una campanada sonó indicando que ya había pasado el medio día, entre el ajetreo de las sillas y abrigos que cada uno se colocaba el maestro habló — bien, mis señores, pueden retirarse. Mañana saldremos a conocer la flora de nuestra región y los beneficios que esta puede entregar a nuestro pueblo.
— Excelente — dijo Alberich con ironía— un día perdido en medio de las plantas.
— Me extraña que digas eso muchacho — le corrigió el maestro con tono bonachón — tu familia es la que más se ha interiorizado en los usos prácticos de todo lo que rodea la región, la más asombrosa recolección de datos de estas proviene precisamente de tu antepasado Alberich décimo tercero — Alberich no contestó al gesto gentil del maestro, y serio, pero lleno de sarcasmo agregó:
— Es por eso viejo, porque somos prácticos.
— Ya basta Alberich — regaño Siegfried harto — no tienes por qué contestar al maestro así, lo quiera o no le debes respeto — Hagen pudo notar el resentimiento en los ojos del heredero de Megrez. Pero no le prestó atención, dejarse arrastrar por los conflictos que Alberich creaba, era una pésima idea y él ya había aprendido de eso. Se adelantó siguiendo a Mime que ya abandonaba el salón, no notó cuando Al le dio alcance y con sus palabras lo detuvo en medio del pasillo:
— Me pareció interesante tu aporte — le dijo con gentileza, a lo que Hagen solo le miró con desconfianza — quizás puedas referirme cuáles son esas tentaciones que acechan al humano.
— Son personales — contestó con sequedad.
— ¿Como las debilidades? — Hagen asintió avanzando, tratando de alejarse de su interlocutor.
— Mirar alto... — dijo de pronto este — ¿Te parece una debilidad o tentación? — Hagen no contestó, solo se colocó su gruesa capa y se subió la mascarilla que usaban para cubrirse el rostro.
— ¿Te refieres a la ambición? — preguntó Cid, que se les había unido. Hagen solo los ignoró, no se quedaría a escuchar esa conversación, era la forma en que Al solía esparcir su veneno y, al menos por ese día, ya estaba harto de ello.
— Eso... Ambición — alcanzó a escuchar en la lejanía — ¿Debilidad o tentación? — los pasillos silenciosos del Valhala siempre había sido así, capaz de amplificar hasta el más mínimo sonido, por lo tanto a pesar de haberles dejado atrás, las palabras de Alberich sonaron como dichas a su oído.
— Creo que depende de que es lo que se ambicione — fue lo último que escuchó, justo antes de que los goznes de la puerta hacia el exterior sonaran haciendo retumbar el interior del pasillo, para que luego la lluvia le llenara la cabeza con su canto repiqueteante.
"Seria ella una tentación o una debilidad"
IV
Hagen entreabrió los ojos lentamente y de manera pesada, aún se sentía aturdido y la cabeza le dolía terriblemente. Un murmullo pareció colarse en sus oídos al son de una melodía que había escuchado en algún momento, solo que le era difícil recordar cuando; tenía fiebre, situación que era evidente por los temblores y la sequedad de su boca, además se sentía húmedo y caliente, la sangre le bombeaba de forma dolorosa alrededor de la herida en el costado y sobre su brazo.
"Cierto fuimos atacados"
Era como si eso hubiera pasado años atrás, quizás así había ocurrido y él terminó envejeciendo en cama, inconsciente de lo que ocurría a su alrededor, perdido en sus ensoñaciones de viejo solitario y lleno de resentimiento; le dolía el pecho al respirar y cuando la paupérrima luz de las velas se coló en sus ojos debió cerrarlos temeroso de salir lastimado.
En tanto aquel tarareo seguía.
Cuando los abrió estaban frente al trono de Asgard, el suelo y el techo blanco refulgían con fuerza haciendo eco de los cantos que en aquella bóveda se celebraban, la señorita Hilda estaba sentada en medio de los dos grifos de mármol con un gesto calmo pero alegre, sonrió cuando uno de los niños de la corte se acercó a ella y le entregó un ramo de flores blancas y amarillas, Hagen no había sabido diferenciarlas unas de otras, pero recordaba claramente cuando debió acompañar a Flear a que hiciera esos adornos florales para su hermana.
Nuevamente el tarareo se adentró en su cabeza, solo que en esa ocasión el inconfundible tono de la lira de Mime se hizo presente en una melodía triste, que le había obligado a posar su mano sobre el hombro de la señorita Flear, en un vano intento por consolarla. Ella volteó hacia él y negado ante una tonta demostración -según ella- de debilidad.
Volvió a abrir los ojos; seguía tendido en una cama y el cuerpo aun le ardía, el tarareo continuaba dentro de la habitación solo que en esa ocasión fue capaz de reconocer la voz, y como si su cabeza se agitara ante esa idea movió los dedos de su mano izquierda, sentía el tacto, la hinchazón y el ardor, así como la sensación al presionar su mano sobre los suaves hombros de Flear.
Durante el cumpleaños de la señorita Hilda había llevado un suave vestido verde musgo que resaltaba sus ojos y el cabello recogido sobre la nuca dejando escapar algunos mechones aquí y allá, lucia hermosa y mayor, atrajo tantas miradas como pudo y bailo con cortesía con todos quienes le invitaron una pieza, le hubiera gustado también hacerlo, pero ese día le correspondía, junto a Cid, el resguardar a la señorita Hilda.
El más feliz de todos ellos era Siegfried, quien se había mantenido como una sombra sobre la heredera de Polaris y había compartido con ella toda la noche, se atrevió a sacarla a bailar solo cuando la fiesta estaba bien entrada en su curso, fue en ese momento en que Flear se escabulló a su lado y le extendió una copa de vino especiado; Cid le miró reprobatoriamente pero Hagen no se pudo negar a los ojos de Flear, dio un sorbito y ella se marchó, no sin antes agradecer a Cid.
Fue toda una semana de celebraciones y así como a él le correspondió una guardia en plena fiesta, Siegfried también se perdió de seguir al lado de la señorita Hilda durante el tercer día, solo que este tuvo menos suerte, ya con su grado de capitán le tocó la vigilancia en los torreones del templo de Odin, desde donde se vigilaba la entrada sur de Asgard.
— Dime Hagen — le habló ella en esa ocasión, mientras desantendia por unos segundos a los invitados — ¿No te sientes cansado de siempre hacer lo mismo? — Hagen imaginó que hablaba sobre su vida como soldado y buscaba hacer un paralelo en su vida como princesa, así como tal vez en la de su hermana, quizás solo se refería a la celebración y por cualquiera de esas cosas estaba bien, Flear jamás le había incomodado con sus opiniones y siempre era abierta a todo tipo de ideas, aceptaba los errores y vicios de la gente sin juzgar y lo cierto es que la había visto cansada durante esa semana y las anteriores.
Con el cumpleaños de su hermana se celebraba a Odín y todas las familias de la región eran invitadas a palacio, todo ello; pasando por los banquetes, los bailes y la ceremonia del templo de Odín había sido planificado durante meses. La importancia de aquella ocasión se enmarcaba en que Hilda cumplía los dieciocho años, oficialmente se había convertido en una sacerdotisa y representante de Odín en la tierra, había ido hacia la costa de los riscos y, en compañía de ellos, rezado cuatro días con sus noches haciendo estallar un cosmos como el que jamás vio y mientras él se mantenía de guardia; Flear había quedado en Asgard junto a Mime y Alberich programando toda la celebración. Así que era posible que ella solo quisiera dejar salir su cansancio, al fin de cuentas y a diferencia de él o su hermana no había energía cósmica recorriendo los rincones de Flear, su cansancio no era apaleable. Por ello, y tomando en cuenta que el bullicio ocultaría sus palabras se permitió ser sincero con la única persona en quien confiaba:
— En ocasiones me gustaría viajar señorita Flear, conocer los lugares sagrados del mundo y sentir la calidez de los países del sur.
Un fuerte rubor vino a apoderarse de sus mejillas cuando notó la mirada de la princesa. En ocasiones también deseaba decirle que no le mirara así, de esa manera tan transparente y llena de bondad; era tentarlo a abrazarla, pero Hagen estaba más seguro de enfrentarse a todas las bestias del infierno antes que atreverse a tocar de manera tan impúdica a la señorita Flear, sin embargo no podía olvidar aquella vez en que había posado su mano sobre el delicado hombro, era un recuerdo que le hacía perder la noción de la realidad y sonreír como un tonto. Era algo, lo mínimo que podía obtener de ella.
Entonces recordaba que había detenido sus pensamientos, no le gustaba el pantano que nacía en su cabeza cada vez que se atrevía a mirar más allá de lo permitido. Flear, desde niña, le había resultado hermosa no solo porque lo era, sino por su bondad e inocencia, por la tranquilidad que emanaba de ella, por su fuerza... Por realmente todo y no quería obsesionarse con ideas placenteras pero viciosas, eso sería errar en su camino y ya que la fuerza ancestral se había refugiado en él, no cedería ante las insistencias de su cuerpo, y como nunca su mente era controlada, o al menos eso creía. Hasta que la veía darle esas miradas llenas de sentimientos hacia él, era como ser querido de una manera que jamás creyó le tocara, lo hacía sentirse afortunado y completo.
Pero en cuanto se negó a seguir pensando en ello, su cabeza vadeó hacía otro recuerdo, uno que solía mantener en secreto, incluso, de sí mismo;
— Se que Flear estará muy feliz de que tú mismo se lo digas — le había dicho la señorita Hilda.
Ahora bien, las razones que le llevaron a meditar su reacción en aquel momento, se limitaban exclusivamente al campo de la lealtad que él sentía hacia la señorita Flear y a su hermana. Jamás había considerado el sobrepasar en nada la confianza que en palacio se había dado hacia él, sin mencionar que su padre siempre se mostraba orgulloso de sus logros, jamás haría nada por manchar aquel servicio y el nombre de su padre, pero por sobre todo no sería capaz de incomodar a la señorita Flear bajo ninguna circunstancia.
Además, para sí mismo, semanas después del cumpleaños de la señorita Hilda, había admitido que Flear vagaba en su cabeza y pensamiento mucho más de lo que le gustaría, lo había hecho desde que eran niños, cuando jugaban lanzándose nieve, cuando ella lo sujetaba por la cintura al descender en trineo, cuando ella le leía y recorrían el castillo, más que como noble y sirviente, solo que en ese momento siendo un hombre sabia que aquello había sobrepasado con creces la ansiedad que de niño despertara en él; la quería más de lo que quería a su padre o hermanos, más de lo que incluso quería a la señorita Hilda y la obligación de ocultar esos sentimientos en vez de apaciguarle solo parecían crecer ante la insistencia obligatoria de su trato.
Hagen sabía que no podía amarle en libertad; primero porque él se debía a Odín, segundo porque la cuna de Flear era completamente distinta a la suya y tercero, porque, en caso de que ella correspondiera a su amor, se debilitaría como guerrero y, lo quisiera o no, los dioses le habían elegido para ello.
En un principio cuando esa mañana Hilda se lo comunicara se alegró y llenó de desazón en partes iguales, pero a los pocos minutos, mientras recorría los pasillos de palacio el optimismo pareció llenarlo. Obviamente, tanto Hagen como sus compañeros, olvidaban lo jóvenes que eran y los arrebatos naturales de su edad se veían aplastados por las responsabilidades que recayeron sobre sus hombros. Pero, como el muchacho confiado que era, no se esperó aquél shock que a primera vista significó verla.
Principalmente debido a que la imagen de Flear siempre había sido impoluta, limpia y transparente, le había visto así toda su vida y aún en los momentos en que había demostrado lo hermosa que era, con sus hombros desnudos y pulcros, no le pareció en lo absoluto evidente el cambio que los años habían obrado en ella.
Fue en ese momento en el cual la mano, con la que meses atrás le había tocado comenzó a cosquillearle, y teniéndola ahí frente a ella con los brazos extendidos y el torso descubierto, no pudo menos que tragar pesadamente el nudo nacido en su garganta; una delgada blusa de seda transparente era la única vestimenta que mantenía sobre los erguidos pechos, era precisamente el momento en que una de sus doncellas le medía la estrecha cintura, Flear reía de algo que esta le decía y se irguió aún más cuando la muchacha extendió la cuerda de medir desde el nacimiento del busto hasta los pies. A pesar de la oscuridad que lo envolvía podía ver el pequeño botón rosa que había despertado en su seno ante las cosquillas que la chiquilla le hiciera, la habitación estaba completamente iluminada, a excepción de la entrada en donde un grueso cortinaje, tras el cual se encontraba, daba sombras hacia la puerta principal de la habitación; Hagen no sabría decir si es que se trataba del fuego o de él, pero de pronto había comenzado a sentir calor, uno abrazante que le subía desde el estómago y que por más que tragara, no bajaba de su garganta.
Retrocedió, avergonzado, ocultándose tras el cortinaje, borrar la escena de su cabeza era imposible y decidió marcharse, solo que a los pocos segundos seguía ahí; sin entender que el cuerpo no obedecía a su cabeza, tomo más distancia y separó con el medio y el índice el grueso cortinaje para ver y embeberse en esa imagen; esta vez ella le daba la espalda.
— Os ha crecido el busto, mi señora...— dijo la muchacha a lo que Flear solo contestó;
— Hilda dijo que era normal, no puedo ser una niña para siempre — Hagen volvió a tragar pesadamente y todo atisbo de culpabilidad por estar ahí espiando desapareció cuando la doncella le ayudó a sacarse la blusa de seda por la cabeza; Flear tenía el cabello suelto y le cayó en suaves bucles cubriendo hasta la cintura; pudo ver la forma de sus omóplatos recogiéndose ante el movimiento obvio de quien se cubre el pecho o abriga contra el frío, pero no tardó mucho en eso; con dedos hábiles la vio desatarse la cinta que sujetaba una falda -del mismo material que la blusa- y como esta descendió suavemente por sus caderas, que escondidas bajo sus vestidos jamás había notado y dejó a plena vista el redondo y precioso trasero de mármol que reaccionó con el frío denotando aquella rugosidad tan característica de la piel de gallina, Hagen gimió sin poder evitarlo y antes de ser descubierto abandonó raudo la habitación.
Había sido todo un descubrimiento y así como Flear ya era toda una mujer él se había convertido en un hombre. Era cierto que trataba de purgar aquella imagen de su cabeza o, al menos, lo intentaba cuando estaba consciente y despierto, pero en las noches los sueños comenzaron a azotarle, con especial énfasis en la desnudez de Flear; la veía inalcanzable y caía a sus pies cuando ella extendía los brazos como esa mañana lo hiciera con su doncella, en esos sueños era él quien le quitaba sus vestidos por encima de la cabeza con la misma suavidad que la doncella, y a quien sonreía con ese gesto tan transparente, pero no se atrevía a tocarla y cuando lo hacía temblaba al sentir sus suaves hombros, le cosquilleaba la mano y despertaba.
Volvió abrir los ojos al sentir una fría y refrescante brisa sobre la frente, algo sonó a su alrededor, como si se cerrara una puerta;
— Es difícil que alguno de ellos pueda ayudar... No es el mismo tipo de cosmos
— ¿Y mi hermana?
— La señorita Hilda está en la aldea de Ur, es más necesaria ahí señorita, Hagen es fuerte podrá resistir un par de días más, solo… solo manténgase a su lado.
— Muy bien señor Minvur, gracias — los pasos volvieron a resonar para luego sentir otra brisa y finalmente otro cierre, solo entonces se atrevió a abrir los ojos y giró el rostro, lentamente hacia la muchacha que se dirigía a él.
— S… señorita Flear — la sombra de la muchacha se movió con la misma intensidad que la de las velas a su alrededor, reconoció su habitación y ella se inclinó frente a él.
— ¡Hagen has despertado! — no le quedó más que sonreír, de nuevo estaba ahí esa mirada cálida y transparente, pero se sentía demasiado cansado como para siquiera extender los brazos en su dirección.
— M… me gustaría… un poco de agua — dijo, la garganta aún la sentía reseca y el tragar saliva se le hacía particularmente doloroso. Luego cerró los ojos, pedirle estar atento a su alrededor era demasiado, percibió el tacto de ella mientras su mano se colaba tras su sudoroso cuello y le alzaba con delicadeza la cabeza, el borde de la copa estaba frío y fue un bálsamo para sus labios, pero cuando el agua llegó a su boca fue como entrar al paraíso, siquiera notó cuando atrapó esta, con todo y la mano de Flear para apresurar el trago, olvidándose de que esta se le caía por los bordes bajando por su mentón y cuello hasta que no quedó nada, inconscientemente se había incorporado y laxo se dejó caer pidiendo un poco más.
La segunda copa no la bebió con tal celeridad, pero en cambio uso la excusa de la sed para volver a tomar la mano de Flear, ella pareció arrebujarlo más hacia si, y si bien la cercanía era diferente; más intima y extraña sentía que en ese momento no le importaba.
— ¿S...se encuentra usted bien señorita Flear? — consiguió balbucear, lo cierto es que mientras estuvo inconsciente había querido preguntarle eso, salir de aquel estado que solo le hacia recordar y recordar, para realmente saber que había ocurrido con la caravana, pero ahora que por fin despertaba sentía que de ello habían transcurrido mil años, al menos ella estaba ahí, como la ultima vez que le viera.
— Oh Hagen... — dijo ella con temblor en su voz, la escuchó sollozar y para cuando volvió a verla gruesas lagrimas zurcaban sus mejillas, aquello pareció despertarlo y despejarle la mente.
—¡S... Señorita Flear!— quiso incorporarse pero el dolor se lo impidió, entonces ella reaccionó;
— No Hagen — alegó extendiendo sus brazos sobre él para obligados a recostarse — Por favor no sigas — dijo apoyando el rostro en su pecho, su corazón se aceleró y el calor del rostro de ella traspasó sus vendajes al igual que la humedad que caía de sus ojos. Tragó pesadamente y culpando a su estado de su osadía se atrevió a zambullir la mano sana en los dorados cabellos de la princesa. Supuso que fue ese mismo impulso el que le llevo a declarar;
— No te angusties Flear, de... debes saber que todo lo hago por ti — los espasmos de ella se hicieron mas violentos, pero en contra partida el llanto disminuyó.
— Es... Estabas tan herido, y... Y no pude evitar caer en la desesperación — Hagen no fue capaz de decir que a él le ocurriría lo mismo de saber que ella era dañada, por ello prefería sacrificarse a siquiera saber que algo podría hacerle daño. Le acarició los cabellos con anhelo, agradecido de que la poca fuerza que le quedaba no evidenciara la vehemencia de sus sentimientos.
— Estuve soñando contigo Flear — le dijo — y cada vez que desperté era tu voz la que escuchaba — no se percató de que ella ya había detenido su llanto, solo observaba al techo y como en este se dibujaba una extensa sombra danzante que el crepitar de las llamas formaba, Flear en tanto no despegaba la vista de él, estaba pálido y desmejorado, pero los ojos le brillaban con un intenso azul, febril y vivo— Yo, yo podría morir antes de dejar que algo te ocurriera... Y es por ti que he vuelto — quiso decir algo más, pero la cabeza se le nubló, su respiración se hizo más pausada para finalmente cerrar los ojos.
Había caído dormido y tal cual lo hiciera los últimos tres días Flear se acomodó en un diván cercano a vigilar su sueño.
V
Una peste se había extendido en la aldea de Ur al noreste de Asgard, solo era un viaje de siete horas y junto a la comitiva real habían permanecido en ese lugar cuatro días mientras la señorita Hilda, junto a los curanderos y a su hermana trataban a los enfermos; ocho niños habían muerto y doce adultos, todos ellos fallecidos antes de su llegada.
Se hizo todo el ritual y según las viejas costumbres; se prepararon cuatro grandes barcos para los adultos y ocho túmulos de hierbas y maderas para los niños.
Flear y su hermana se encargaron de las mujeres, mientras que él y resto lo hicieron de los hombres; tenían que juntar las riquezas que tuvieran y vestirlos con galas, la peste había dejado ampollas negras en los muertos, las que debían desaparecer antes del funeral. La mayoría hacía el trabajo en silencio y solo se escuchaban las quejas de Alberich ante el hedor de los fallecidos.
— No entiendo las razones que podrían llevar a alguien de la nobleza a preparar el funeral de estos sucios campesinos— siempre pedante Alberich no había cambiado en todos esos años, su orgullo solo había crecido, al igual que su fuerza y conocimiento.
Pero habían existido otros cambios que sin notarse se hicieron presentes en el resto, Mime se había vuelto más sociable y Cid más meditabundo, Phenril que llevaba dos años con ellos, era arisco y cortante, sin mencionar que aún se escapaba de palacio para dormir en las ruinas de lo que fuera su hogar rodeado de lobos, estos solían sembrar el caos en las caballerizas –las cuales estaban bajo su cargo- pero con el tiempo, al menos entre él y ese muchacho, cualquier aspereza que pudiera nacer había sido rápidamente limada.
De todas maneras todos se sorprendieron cuando fue Cid quién contestara a la pulla innecesaria de Al.
— Son parte del pueblo de Asgard como tú o yo, lo ordena la señorita Hilda y a ella le debemos obediencia — Alberich solo bufó, ya había pasado aquella época en la cual buscaba aliarse con los nobles para hacer frente común contra él, ahora solo buscaba opacarlos a todos.
— Gracias por tu aclaración Cid, no lo había notado — dijo lleno de sarcasmo — en la antigüedad solo los grandes señores se merecían este tipo de funeral.
— Las cosas cambian — agregó él.
— Si estuviéramos en la antigüedad obligarían a una esclava a acostarse con todos los amigos de los difuntos — dijo de pronto Siegfried, logrando hacerle levantar la vista del brazo de su muerto.
Alberich sonrió, pero sus manos se detuvieron, las palabras habían pasado con demasiada rapidez para que Hagen lograra entender lo dicho, además el hecho de que Sieg continuara con su trabajo como si nada, realmente le hizo preguntarse si es que habían salido palabras de su boca:
— No entendí — confesó, Siegfried alzó sus ojos azules y los fijó en él con tranquilidad.
— Que si fueran los tiempos antiguos obligarían a una esclava a acostarse con todos los amigos del muerto — su reacción inmediata fue negar.
— Ya no hay esclavas — Siegfried se encogió de hombros.
— Las cosas cambian — repitió Alberich burlesco, en medio de un quejido alzó la parte superior del muerto al que preparaba — Ya no son los tiempos antiguos, de serlo yo no estaría acá — dijo como si conversara con el cadáver.
— Estás faltando el respeto— alegó Phenril con su tono brusco, Alberich se llevó el cuerpo a los hombros y se encamino a la salida de la tienda.
— Entonces diferimos, querido amigo, de lo que el respeto significa— la mueca del muchacho de Epsilon lo decía todo, pero era algo a lo que él ya estaba acostumbrado. Lo quisiera o no Alberich era su compañero y guardián como él. A veces solía preguntarse si es que no era todo ese conocimiento lo que lo volvía tan poco espiritual. ¿En que creía Alberich que no fuera en sí mismo?
Pero otra idea, muy sutilmente, había quedado en su cabeza. Por supuesto que lo sabía, todos en Asgard desde pequeños eran educados en la forma de realizar un apropiado funeral, así como las diferencias entre los actuales y los de la antigüedad. Solo que hasta ese momento no había tenido conciencia de ello, seguramente porque jamás antes la idea del sexo se había adentrado en su cabeza, y al imaginar a una mujer entrando en una tienda y acostándose con los compañeros de armas de su señor, solo pudo pensar en el busto de Flear expuesto y en lo pálido de su piel, en los sueños que había tenido con ella donde él la despojaba de sus ropas, para que luego ella le sonriera de esa manera tan transparente.
Ahí sacando ampollas negras, sintió como el calor le subía al rostro y todo habría sido mucho más simple si es que Siegfried no le hubiera hablado.
— Estás rojo — dijo seco y directo, Hagen alzó la vista y no hizo nada por negarlo. Lo que provocó una sonrisa en sus compañeros. Una que incluso Mime esbozó.
— Todos ustedes son solo unos cachorros — dijo Phenril, mientras cerraba un pesado collar de oro al cuello de su cadáver.
— B… bueno — se sinceró —… estaba preguntándome sobre… — tragó.
— ¿Sobre hacer el amor? — por mucho que Siegfried se mostrara tan frío, también un rubor subió a su cara, solo que lo disimuló mucho mejor que él.
"Lo sabe"
Fue lo único que pudo pensar. Y consiguiente a esto asintió a modo de respuesta.
— Pensar en ello es distraernos de nuestro camino — dijo Cid.
— ¿En serio lo crees así? — preguntó Mime — hasta donde sé no es necesario el amor para hacer el acto de la copulación — el calor subió en su rostro.
— No creo que sea el momento adecuado para hablar de ello — agregó Cid completamente ruborizado, Phenril volvió a carcajear esta vez con mayor fuerza.
— No sea idiota, es prácticamente normal en todas las bestias de la naturaleza, de otra forma las manadas simplemente desaparecerían.
— No somos animales — cortó molestó Cid — Somos nobles y caballeros de Asgard elegidos por los mismos dioses.
— Pudo habernos elegido el mismo Odín a dedo Cid, pero él también tuvo hijos y dos esposas, sin mencionar que se casó con una de sus hijas — el tono tranquilo y bajo de Mime, los obligaba a guardar silencio para escucharle.
— Cuando faltan las hembras, algunos lobos se aparean con sus hermanas— intervino Phenril todo sonrisas ante el gesto avergonzado de Cid.
— Se dice que los guerreros de Asgard solo viven para Odín y su representante — Siegfried no miró a nadie solo volvió a su muerto —Pero mi abuelo fue uno y su abuelo también, y eso no les impidió formar una familia, así como el padre de la señorita Hilda, quién también se casó, ella podrá hacerlo — Si Hilda que era la representante de Odín podía aspirar a una familia, era factible que Flear siendo solo una humana común también. Y obviamente Siegfried había incluido a la mayor de las hermanas porque le interesaba que esta pudiera comprometerse.
— Pero ¿En caso de una guerra? — Sieg negó.
— Mientras la señorita Hilda este al mando de Asgard la guerra jamás llegará a nuestras tierras— aquello pareció aliviarle de un peso, que no sabía, estuviera en su pecho. La sola posibilidad que existía entre acercar su camino y el de Flear pareció de la nada levantarle el ánimo en medio de toda aquella desesperación y muerte que les rodeaba.
VI
Flear se acercó a él después de recitar la oración en alto para las mujeres, mientras que Hilda lo hizo para los hombres, entre él y el resto empujaron los barcos hacia el océano, mientras que los fuegos encendidos en estos consumían todo en su interior.
— ¿Estás cansado Hagen? — le preguntó ella sin dejar de observar a los barcos que avanzaban lentos hacia el mar, él negó. La preparación de los muertos había llevado toda la noche y si bien lo normal era esperar diez días para hacerles sus nuevas vestimentas, la señorita Hilda había intervenido para evitar que la peste se extendiera.
Por otro lado ella y Flear tampoco habían tenido descanso, así no que estaba dispuesto a mostrar debilidad cuando ella, ahí, a su lado se mantenía erguida y firme. Caminaron juntos de vuelta al pueblo en donde en su plaza central se alzaban los túmulos pertenecientes a los pequeños, a estos además de joyas y ropas se les habían agregado sus juguetes y una espada de filo corto, para que así Odín los reconociera como guerreros y los dejara entrar al Valhala.
Se hizo de noche cuando encendió el último túmulo; dispuestos de forma circular dejando al centro todas las cabezas de los niños; gracias a las hierbas elegidas por ella y su hermana el ambiente se llenó de un olor dulce y relajante, fue cuando Flear le extendió un cuerno y bebió hidromiel, luego él se lo devolvió y ella también bebió. Estaba sorprendido, ese era un gesto intimo que solían compartir los hermanos o esposos, de todas maneras no dijo nada. Hilda aún se mantenía cerca de la pira y siendo honesto, ahí él era el más cercano a ella.
Entonces, sobre sus dedos sintió una presión helada y delicada que se entrelazaba a los suyos reconfortándole y colocándole nervioso al mismo tiempo, miró de reojo a Flear, pero ella seguía con la vista fija en la gran pira funeraria. Creyó percibir algún sonrojo, pero lo cierto es que no sabría asegurarlo, estaban bastante cerca de la pira y, perfectamente, el fuego de esta caldeaba todo el ambiente. Tembló un par de segundos y dirigió la vista hacia el fuego, tragó con calma y cerró su mano en torno a la de ella.
— Te extrañe Hagen— dijo Flear.
— También yo señorita.
Frente a ellos las llamas se alzaban al cielo dejando escapar volutas de humos en los que pudo ver o no la forma de los pequeños, a ellos no vendría a buscarlos ninguna Valquiria, por eso se los habían ofrecido a Odín con espadas.
VII
El ataque a la caravana ocurrió al salir de la pequeña aldea, los animales jamás eran tan salvajes y menos cerca de la señorita Hilda, pero en esa ocasión una fuerza oscura y desconocida pareció apoderarse del bosque y sus habitantes, no solo fue una percepción de él, sino que todos ahí lo sintieron.
Cuando el caos se desató; Alberich corrió hacia el final de la caravana para disponer a las defensas, Siegfried le ordenó que se quedara en compañía de las hermanas Hilda y Flear. Y él junto Mime y Phenril descabalgaron para ir al ataque, mientras que Cid se encargó de centrar las pocas defensas que tenían sobre el centro de la caravana.
— Esto no es natural — dijo Hilda, Hagen mantuvo su montura en calma, mientras que la descendiente de Polaris lo hacía con la de su hermana. Se escucharon los aullidos de los lobos de Phenril y el ataque de doble dragón de Siegfried, así como un violento agitar de las copas de los árboles le indicaron que Alberich había dado inicio a Unión de la Naturaleza, pero el rugido del oso que salió desde su retaguardia no le había sido notorio hasta que la bestia estuvo demasiado cerca de ellos.
Recordaba haberse adelantado a sus altezas con su caballo para que este se encabritara, aún mucho antes de toparse con la bestia. El camino que recorrían estaba empedrado y en sus lindes se extendía el bosque, pero el aire que emanaba de este hedía a muerte e ira, él lo supo y su caballo también, solo que este se volvió loco y a la carrera lo abandonó. Y antes de poder hacer nada la gigantesca garra le aplastó el brazo izquierdo para luego seguir con su costado, después de eso escuchó los gritos de Flear y el relincho desesperado de los caballos, también escuchó como la señorita Hilda gritaba ordenes a su hermana y a los hombres a su alrededor, todo mientras se hundía cada vez más en un pesado sueño vigilante y tenso, luego vino el sopor, la inconsciencia y en medio de esta el calor; fugaz y sutil que lo sacó de la oscuridad para dejarlo en duermevela, con un pie en cada mundo.
Cada vez que creía ver a una de las valquirias, despertaba escuchando el canto de Flear, quizás su destino no era morir como un guerrero.
Fin 1era Parte
N/A:
Hola, este es mi primer Fic de Saint Seiya y tuve que hacerlo ya que no encontré nada de Hagen y Flear... aunque puede que no este buscando correctamente. Mezcle algunas cosas de la serie con lo que era la vida medieval, ya que Asgard luce de esa manera y las tradiciones nórdicas, sobre todo en lo del funeral. Este no será un fic muy extenso, quizás un capítulo más, con la misma cantidad de palabras que este y nada más.
De ante mano gracias por leer y si te das el tiempo de dejar un review, lo agradeceré aún más.
Atte.-
Brujhah.-
