Just Nature


Disclaimer: Esta nota aparecerá tan solo en el primer capítulo. Final Fantasy VIII pertenece a Square Enix.

Notas de la Autora: Hace un par de días me desperté y ocurrió algo extraño. No sé si fue por algo que acababa de soñar, o si la idea se fue formando poco a poco a medida que me despejaba, pero de repente me encontré imaginando un futuro para Quistis que nunca hubiese imaginado en alguien como ella. Sin embargo, y como siempre, mi cabeza comenzó a buscarle una lógica a aquel futuro, un motivo por el que alguien como Quistis pudiese acabar en una situación parecida. Y de repente no me pareció una idea TAN descabellada. Ahora mismo, con el primer capítulo ya escrito y con un montón de futuras escenas agolpándose de manera casi obsesiva en mi cabeza, no sé hasta qué punto va a quedar más o menos creíble que todo esto pueda llegar a pasar.


CAPÍTULO I: ¿A QUÉ ESPERAS, INSTRUCTORA?


Como siempre, cuando la pequeña se giró y la vio al otro lado de la sala, una inmensa sonrisa iluminó su cara. Quistis le devolvió el gesto con la misma ternura que había usado desde el primer día, hacía ya cinco años, y la observó mientras corría hacia ella. En el último momento dio un pequeño saltito hacia los brazos abiertos de la mujer, y ella dejó escapar un resoplido ahogado al agarrarla en el aire.

- ¡Madre mía! - exclamó - ¿Cuándo has crecido tanto?

La niña rió y la abrazó con fuerza mientras Quistis la acomodaba entre sus brazos.

- ¡No he crecido tanto! - dijo, sonriendo, y le dio un beso en la mejilla.

Rinoa les hizo un gesto con la mano desde la mesa en la que la esperaban, y Quistis dejó a la niña en el suelo y se dejó guiar hacia allí mientras sentía sus diminutos dedos sujetando su mano. Realmente no había crecido nada, tan solo hacía tres días que no la veía, pero no dejaba de sorprenderla la velocidad a la que iba ganando estatura.

- ¿Y esas trenzas? - le preguntó, mirando el pelo de la pequeña.

- No son trenzas, es una corona hecha con una doble trenza cola de pez – contestó la niña, alzando la barbilla, orgullosa por haber recordado el nombre a la perfección – me la ha hecho la tía Selph.

- ¿Te gusta? - dijo Selphie, llena de orgullo, justo cuando ambas llegaban a la mesa.

- Lleva días usando a Auri para probar cosas raras con su pelo – dijo Irvine, extendiendo la mano para coger un poco de nata de una gran tarta que había en el centro de la mesa.

- ¡Tío Irvine! - exclamó la niña, abalanzándose hacia él para evitar que la tocase - ¡No podemos tocar la tarta hasta soplar las velas!

- ¡Eso! - exclamó Rinoa a sus espaldas, dándole un capón en la nuca y tirando el sombrero del vaquero.

El sombrero casi acabó sobre la tarta, pero el muchacho tuvo reflejos suficientes para cogerlo justo antes.

- No pruebo cosas raras, pruebo recogidos para la boda – dijo Selphie después de aquella pequeña interrupción, y Quistis observó nuevamente el pelo de la pequeña Aura.

- Es bonito – sentenció después de unos segundos, y la niña se giró de nuevo hacia ella con su inmensa sonrisa habitual.

Quistis le devolvió la sonrisa una vez más, y la pequeña volvió a cogerla de la mano y la llevó hasta su silla. Se sentó sobre sus rodillas y durante la siguiente media hora, en la que todos esperaron a que Squall llegase antes de encender las velas y comer la tarta, la niña se dedicó a narrarle con todo lujo de detalle lo que había hecho durante aquel fin de semana que Quistis había pasado en Trabia.

Cuando el comandante por fin hizo acto de presencia, la niña saltó del regazo de Quistis para correr a recibirlo como había hecho con ella misma en cuanto la vio.

- Ni te imaginas cuánto te echa de menos cuando sales a alguna misión – le dijo Rinoa, tendiéndole una copa vacía y enseñándole una botella de vino que habían descorchado hacía ya un buen rato.

Quistis sonrió mientras veía a la pequeña saltar a los brazos de su padre, y después sostuvo la copa en el aire para que se la llenara.

- Te parecerá una tontería, pero yo también la echo de menos – le aseguró.

- No me parece una tontería, sé que con ella es diferente – dijo Rinoa, llenando la copa – Siempre lo ha sido.

Quistis sonrió levemente, y en cuanto Squall y la niña llegaron a la mesa, la pequeña volvió a ocupar su regazo y esperó con cierta impaciencia a que encendiesen las velas. Movía y balanceaba sus piernecillas, mientras sus inmensos ojos marrón oscuro se paseaban de unos a otros.

Las velas fueron encendidas, y después apagadas por la pequeña, y el grupo estalló en aplausos mientras el resto de la cafetería se giraba hacia ellos y les acompañaban silbando y gritando 'felicidades'. Aura miró a su alrededor, y saludó con ambas manos, y después Zell se apresuró a entregar a Rinoa un cuchillo para que comenzase a cortar y repartir la tarta.

En cierto modo aquella fiesta de cumpleaños era privada, pero habían decidido celebrarla en la cafetería del Jardín y a la hora de la cena, donde podrían disfrutar de un ambiente más animado y cómodo aunque hubiese público a su alrededor.

Squall se levantó de su silla y el ruido que había en la cafetería fue cesando poco a poco, cuando hubo algo más de calma, el comandante se dirigió a los trabajadores de aquella cafetería.

- Invitad a una ronda a todo el mundo – dijo alzando la voz, y de nuevo todos comenzaron a aplaudir y a silbar - ¡Pero solo a una! - matizó con aire autoritario, girándose hacia el resto del mundo. Un par de mesas más al fondo, vio una cara conocida - ¡Almasy! - gritó, y después hizo un gesto con la mano, como si lo llamase - ¡Acércate, esta mesa tiene barra libre el resto de la noche!

Seifer acababa de terminar con su cena no hacía más de media hora, pero había esperado a que todos terminasen de reunirse para acercarse a felicitar a la hija del comandante antes de retirarse al centro de entrenamiento. Era cierto que aunque su situación dentro de aquel Jardín estuviese totalmente normalizada desde hacía años, no formaba exactamente parte de aquel grupo.

Durante las dos siguientes horas, los habitantes del Jardín habían ido pasando por la cafetería para conseguir sus respectivas cenas, y aquella extraña familia había continuado celebrando el quinto cumpleaños de la pequeña Aura con bastante entusiasmo. Rinoa había pedido que pusieran algo de música aquella noche, Zell llegó a cenar dos veces más después de aquella tarta, que supuestamente iba a ser el postre de la que ya había sido su primera cena, y Selphie no dejó de hablar de su futura boda con el vaquero en toda la noche. Seifer aprovechó la ocasión para beber gratis todo lo que le apeteció, y Aura se dedicó a arrastrar a Quistis a la improvisada pista de baile (que no era más que un pequeño espacio vacío entre la mesa y las cristaleras que daban al exterior) cada vez que sonaba una canción que le gustaba especialmente. Cuando la mujer consiguió sentarse, sin dejar de reír, Seifer la miró con una sonrisa burlona.

- ¿Qué? - le preguntó ella cuando se dio cuenta, perdiendo la sonrisa casi al instante.

Seifer levantó una ceja, y no dijo nada. Ella simplemente se giró hacia la mesa, intentando recordar cuál había sido su copa, y Seifer le señaló una que estaba totalmente vacía en una esquina.

- Eres la única que sigue bebiendo vino – le recordó él.

Las otras copas tenían restos de champán, mientras que la suya tenía una pequeña gotita de color morado en el fondo.

- Tú también bebes vino – señaló ella, mirando hacia la copa de Seifer.

Él asintió sonriendo, y después se levantó de su silla, se acercó a ella, cogiendo una botella casi llena, y se sentó después en otra silla que quedaba vacía junto a la que fue su instructora. Le llenó la copa, y después se llenó la suya. Quistis se tensó un poco cuando él se sentó demasiado cerca, rozando su codo levemente, y volvió a buscar a la pequeña con la mirada. La encontró sentada sobre las rodillas de su madre, hablando animadamente con ella, mientras Selphie le deshacía aquellas trenzas, seguramente probando un nuevo peinado. Rinoa le dijo algo, y madre e hija miraron hacia ella. Quistis les sonrió, y ambas se miraron y comenzaron a reír mientras hablaban en voz baja.

- Se me hace raro verte actuar así – dijo una voz a su lado, y Quistis se giró hacia Seifer.

- ¿Así cómo? - le preguntó ella.

- Con esa niña, eres... - buscó las palabras más adecuadas durante unos segundos, y después optó por explicarse -. Eres bastante distante con el resto de seres humanos, pero con ella es diferente. Dejas que te toque, que te bese, la abrazas... Incluso juegas y bailas con ella sin importarte hacer el ridículo.

- ¿Crees que hago el ridículo por jugar con una niña de cinco años? - le preguntó ella, cruzándose de brazos.

- No he dicho eso – dijo él. Después le aguantó la mirada durante un instante, y soltó una carcajada seca – Vale sí, lo he dicho.

Quistis volvió a observar en silencio a las dos mujeres que se dedicaban a peinar a aquella niña. Y se terminó la que debía ser su cuarta copa de vino de un par de tragos. No solía beber muy a menudo, y podía sentir sus mejillas algo más calientes de lo normal. Aun así no se sentía demasiado mareada, y decidió tomar una última copa antes de irse a descansar. Estiró el brazo, y dejó la copa frente a Seifer, este la volvió a llenar, y la observó en silencio.

- ¿Qué tiene ella de diferente? - le preguntó un instante después. Quistis lo miró, y después miró a Aura. Finalmente se encogió de hombros.

- No lo sé, siempre ha sido así – concluyó -. Esa niña me hace sentir que soy diferente. Que con ella...

Se quedó callada, observando la escena frente a ambos.

- No, no es que me haga sentir diferente... - dijo, bajando un poco el tono de voz. Casi parecía que hablase consigo misma – Me hace sentir que puedo ser yo misma.

- Supongo que los niños no nos juzgan como los adultos... - dijo Seifer.

Quistis negó con la cabeza, y después la inclinó hacia un lado, pensativa.

- No es eso – dijo -. Hay cosas de mí misma que yo misma juzgo. Siempre lo he hecho...

Dio un trago más a su copa. Y Seifer la observó en silencio. Durante todos aquellos años hubiese jurado que los conocía a todos a la perfección. Siempre se había considerado un gran observador. Sin embargo había podido ver en alguna que otra ocasión que Quistis podía llegar a sorprenderlo cuando era totalmente sincera sobre aquellas cosas de las que no solía hablar. Y casi siempre, aquellas ocasiones se habían dado en alguna situación como aquella, con alguna copa en la mano, o en alguna situación demasiado tensa en alguna de las misiones en las que habían coincidido.

- Lo que esa niña me hace sentir desde el primer día es tan fuerte, que no soy capaz de juzgarme por ello, tan solo puedo... disfrutarlo.

Durante el siguiente minuto ninguno dijo nada, Quistis dio otro largo trago a su copa, y se rozó uno de los párpados, intentando no estropear su maquillaje. Las lentillas comenzaban a molestarle, y sentía la vista algo cansada.

- Hace un tiempo te hubiese dicho que el papel de mujer maternal no te pegaba nada, pero supongo que sí te pega – dijo Seifer al cabo de un rato. Quistis lo miró entre sorprendida y molesta, y él soltó una sonora carcajada ante aquella expresión - ¿Crees que soy tan tonto como para no saber leer entre líneas? - le preguntó.

Quistis se sonrojó un poco más de lo que el vino ya le había provocado, y esta vez fue el turno de Seifer de encogerse de hombros.

- Cuando éramos niños eras insufrible, siempre diciéndonos qué hacer y qué no. Vigilando que no nos metiésemos en problemas y preocupándote por todos – dijo -. Eras como una hermana mayor pesada y quisquillosa. Supongo que es lo mismo que hacen las madres.

Quistis frunció un poco el ceño, y de un trago más vació la quinta copa. Seifer se acomodó un poco más en su silla, y de nuevo movió el brazo para llenar la copa que Quistis acababa de vaciar. Ella lo miró algo molesta, no planeaba beber más, pero tampoco opuso demasiada resistencia.

- Y después, en el Jardín – continuó Seifer -... como instructora...

- Como instructora entrenaba y formaba soldados, no cuidaba niños – le recordó ella.

- Al final es lo mismo – dijo él. Ella lo miró con el ceño algo más fruncido, y Seifer rió por lo bajo - ¡Oye, no pasa nada! Al fin y al cabo es para lo que la naturaleza te ha programado, ¿no?

Quistis dejó escapar un sonoro suspiro, y volvió su atención hacia otra parte. Al otro lado de las cristaleras pudo ver una pequeña manchita de color marrón oscuro que deambulaba entre las hierba. Sin duda Angelo andaba buscando algo allí fuera.

- ¿No decías que lo que sientes es tan fuerte que no puedes juzgarte por ello? - le preguntó Seifer.

- Una cosa es que yo me reconozca a mí misma que me gustan los niños, otra muy diferente es reconocerle a otra persona que quiera tenerlos – matizó ella, y sin darse ni cuenta dio un leve sorbito a la copa que Seifer le había llenado. Justo después de haber dicho aquello se quedó pensando en lo que acababa de reconocer ante Seifer, y miró con cierto rencor hacia la mano que había llevado la copa hasta sus labios. Beber demasiado siempre hacía que hablase de más.

- Y aquí estás, reconociéndolo... - dijo él, con una sonrisa. Le gustaba aquella Quistis, la que decía cosas sin pensarlas demasiado y después se avergonzaba como una quinceañera.

Quistis se puso en pie, y la sonrisa de Seifer se ensanchó aún más. La sujetó por la muñeca, impidiendo que se fuese, y ella casi perdió el equilibrio en aquel repentino movimiento.

- Vamos, no seas infantil – le pidió Seifer, y la mirada que Quistis le dedicó le hizo reír en voz baja -. No te vayas – dijo sonriendo - No pinto nada en esta celebración vuestra, pero no puedo hacerle el feo al comandante de irme sin más. Termínate esta copa conmigo y luego cada uno seguirá su camino.

Quistis volvió a mirar hacia la copa que Seifer le señalaba, y vio que al levantarse repentinamente parte de su contenido había terminado sobre sus medias y uno de sus zapatos. Dejó escapar un bufido molesto, y cogió una servilleta de la mesa antes de sentarse otra vez e intentar limpiarse como buenamente pudo.

Seifer la observó en silencio, aún sonriendo. Lo entretenía molestar a aquella mujer, aunque no solía hacerlo tan seguido como cuando era su alumno. Tal vez era por eso que no quería dejar de hacerlo. Tanto si hablaban del instinto maternal de Quistis como de su obsesión por ordenar su ropa por colores, cualquier excusa para presionarla sería buena.

El muchacho alargó una vez más el brazo, y de nuevo terminó de llenarle la copa. Esta vez, Quistis intentó levantarla para evitarlo, pero ya estaba llena.

- ¡Xian, deja de llenarme la maldita copa! - le exigió – Lo que quiero es acabármela para poder irme de una vez.

- Cuéntame cómo fue cuando nació – le dijo Seifer de repente. Ella lo miró sin entenderlo, y él señaló hacia la niña - Yo pasé algunos meses en Galbadia, cundo volví al Jardín ya andabais con la bolita de Squall y Rinoa casi gateando por los pasillos.

Quistis miró hacia la niña y dio un nuevo sorbo a la copa.

- Nació durante la noche, y evidentemente, sólo Squall podía estar presente, así que después de pasar la primera hora esperando frente a la enfermería nos mandaron a todos a nuestras habitaciones... - comenzó a decir Quistis, con media sonrisa, para asombro de Seifer. Esperaba tener que insistir más para conseguir que le contase algo. Quistis debía estar más ebria de lo que parecía -. En cuanto amaneció, nos dijeron que hacía dos horas que había nacido, y fuimos todos a conocerla. Rinoa estaba dormida cuando llegamos, y Aura no paraba de mover los bracitos y las piernas cuando Squall nos la enseñó.

Quistis lo miró, y continuó hablando mientras sonreía, con total normalidad.

- Selphie extendió las manos como pidiéndole que le dejase sujetarla, y la pequeña fue pasando de mano en mano mientras hablábamos en susurros. Zell fue el único que se negó a cogerla, decía que era muy bruto y que le daba miedo hacerle daño. Yo fui la última en tenerla en brazos.

Sus ojos brillaban de manera extraña, y su mirada se perdió en las rodillas de Seifer, mientras rememoraba aquel momento.

- Cuando sentí el peso de aquel cuerpo tan pequeño en mis manos me quedé helada – dijo, poniendo ambas manos frente a ella como si sujetase algo imaginario en el aire -. Tenía las palmas de mis manos en sus costados, y las puntas de mis dedos sujetaban su cabeza. Era tan pequeña... Arrugó un poco la cara, y la moví para tumbarla en mis brazos, para que no llorase, y al acercarla a mí pegué mi nariz a la pelusilla negra que había sobre su coronilla y respiré hasta llenar mis pulmones. Su olor era tan... diferente.

Había ido recreando los que fueron sus movimientos lentamente, y después se volvió a quedar quieta, mirando hacia la nada.

- En pocos días dejó de oler así, y casi siempre olía a leche agria o a pañales sucios – dejó escapar una leve risa y volvió a mirar hacia Seifer – Eso ya no es tan bonito, pero todo lo demás lo compensa, créeme.

- La primera vez que te vi con ella en brazos también me quedé helado – le reconoció él. Ella lo miró, y Seifer se giró un poco en la silla y apoyó el codo en el respaldo – La llevabas totalmente pegada a ti, con su cabeza por debajo de la tuya, y parecía que ibas hablándole – sin darse cuenta, él también imitó la postura en la que recordaba a Quistis en aquel momento -. Rinoa estaba a tu lado, buscando algo en una bolsa, y tú te balanceabas mientras sonreías y le susurrabas al oído, y recuerdo haber pensado que el mundo se había vuelto del revés.

Quistis volvió a reír por lo bajo, y también se giró un poco hacia él en su silla.

- Todos me decían que nunca me hubiesen imaginado así, pero al poco tiempo se acostumbraron, supongo... - se encogió de hombros, y bebió un trago mucho más largo de aquella copa, dejándola casi a la mitad.

Al cabo de un minuto, la pequeña pasó corriendo y chillando frente a ellos, mientras Irvine la perseguía riendo. Ambos los observaron en silencio, y después Quistis miró hacia lo que quedaba de su bebida debatiéndose entre terminarla o dejarla simplemente como estaba. Sentía la mirada algo nublada, y los labios adormecidos. Sabía que el siguiente paso era empezar a vocalizar de manera extraña, y no quería llegar a eso.

- Bueno – dijo Seifer de repente, volviendo a llamar su atención -... 28 años, buena situación laboral y económica, un bonito grupo de gente cercana a ti que sin duda te apoyará en todo cuanto ocurra en tu vida... y ganas. ¿A qué esperas, Instructora?

Era el único que aún continuaba llamándola así, aunque hubiese pasado ya una década desde que perdió su licencia.

Ella se encogió de hombros, y volvió a girar la cabeza hacia el montón de hierba por la que antes había visto a Angelo.

- No me lo he planteado realmente... - mintió.

Seifer no le contestó nada, y cuando Quistis volvió a mirarlo lo vio observándola con ambas cejas alzadas y una expresión de total incredulidad en la cara. Quistis no pudo evitar sonreír y rodar los ojos hacia un lado, sabiendo que no podía engañarlo después de todo lo que le había contado ya.

- Llevo cinco años planteándomelo, pero aún no sé qué opción sería las más correcta... - reconoció.

Seifer sonrió ampliamente, y Quistis adivinó lo que iba a decir mucho antes de que lo hiciese.

- Esa, es la última opción, Almasy... - le dijo, levantando un dedo entre ambos para enfatizar sus palabras.

- ¿Entonces tienes algún candidato mejor en mente? - le preguntó.

Esta vez fue el turno de Quistis de alzar ambas cejas y mirar con cara de circunstancias hacia sus manos. Dejó escapar un profundo suspiro y finalmente negó con la cabeza.

- Las pocas opciones que han aparecido en este tiempo han sido bastante... decepcionantes – reconoció –. Llegas a un punto en el que dejas de buscar. Prefiero dar por hecho que quien tenga que ser, aparecerá sin más.

- Bueno, tienes muchas otras opciones que no impliquen la aparición repentina de un príncipe azul – le recordó él.

Quistis arrugó la nariz, e inclinó la cabeza hacia un lado.

- ¿Buscar algún donante anónimo y comprarme una de esas jeringas con las que se riega el pavo asado? - dijo ella, sonriendo – Por ahora es la opción que más puntos tiene.

Seifer soltó una sonora carcajada, y después ambos se quedaron callados.

- ¿Sabes que te mataré si le cuentas algo de esto a alguien? - preguntó Quistis, y Seifer asintió enérgicamente al instante.

- Lo sé, lo sé... - contestó.

De nuevo se quedaron callados. Quistis se mojó los labios con el vino, más por inercia que por otra cosa, ni siquiera llegó a beber, mientras que Seifer se terminó su copa de un trago. Después se giró hacia ella, apoyando una de sus mejillas sobre la palma de su mano, y Quistis lo miró en silencio, esperando a que le dijese lo que fuese que tuviese en mente.

- Yo estaría dispuesto a ayudarte – dijo, totalmente serio.

Ella apretó los labios y frunció el entrecejo, mirándolo con cara de circunstancias.

- Pensaba que había conseguido que no dijeses esa estúpida frase – le dijo, con cierto rencor.

- Lo digo en serio... - le aseguró él, y ella se giró, mirando hacia otra parte. Se mojó los labios una segunda vez, y después tragó saliva.

- No digas tonterías – le contestó finalmente en un susurro.

- A mí los niños me dan más bien igual, no tengo especial interés en perpetuar mi linaje – le dijo, levantándose de la silla y cogiendo otra botella llena y un abridor de la mesa -. Pero el proceso por el cual se fabrican sí me parece bastante interesante.

Quistis dejó escapar un par de sonoras carcajadas y después lo miró como si estuviese loco.

- Creo que solo me has hecho reír así dos o tres veces en toda mi vida, pero esta sin duda se lleva la medalla de oro – le dijo, intentando bromear. La ponía nerviosa el tono entre seductor y serio del muchacho.

- Piénsalo por un momento – le dijo él, volviendo a sentarse a su lado -. Todo queda entre nosotros. Nadie sabrá nunca nada... - descorchó la botella, y lanzó el abridor con el tapón de corcho aún ensartado en la espiral metálica hacia la mesa - Podemos intentarlo, y si todo sale bien, los dos salimos ganando.

Quistis apretó un poco las mandíbulas, y tragó saliva de nuevo. Nunca le había hablado de todo aquello a nadie, y nunca hubiese imaginado que lo haría precisamente con Seifer.

- ¿Qué ganas tú...? - le preguntó al cabo de un instante.

Seifer sonrió y la miró de arriba a abajo.

- ¿No es obvio... ? - le preguntó.

Por un momento Quistis sintió que el pulso le temblaba un tanto, y no fue capaz de pensar con cierta claridad hasta que apartó la mirada de los ojos verdes de aquel hombre.

- Es lo que llevas cinco años deseando, y está justo a tu alcance – le susurró él, inclinándose un poco más hacia ella y estirando su brazo por encima del respaldo de su silla y de la de ella -... ¿Qué necesitas para aceptar, una última copa?

Seifer tenía la botella descorchada y apoyada sobre una de sus rodillas, y Quistis la observó durante un interminable minuto. Después miró hacia lo que quedaba de su sexta copa y cogió aire. Se la llevó a los labios y la vació de un solo trago. Acto seguido, extendió la mano mientras miraba al frente para que Seifer se la llenase de nuevo. Él lo hizo con calma, observando atentamente el hilillo de líquido morado que caía con gracia y formaba pequeños remolinos en el fondo.

Durante los cinco siguientes minutos ninguno dijo nada. Quistis observaba a la pequeña Aura, bailando al otro lado de aquella mesa, mientras recordaba el olor que tenía la primera vez que la cogió en brazos. El pulso le tembló un poco cuando se llevó la copa de nuevo a los labios, y Seifer la observó en silencio mientras se la acababa dando tres largos tragos. Después se puso de pie, y sintió que el mundo a su alrededor no parecía tan estable como acostumbraba a ser. Justo igual que ella misma. Se giró un poco, y miró a Seifer totalmente seria.

- Te espero en mi habitación – le dijo, y comenzó a alejarse mientras él contenía la respiración.