Disclaimer: Todo es de GRR Martin. Y esto participa en el reto 29 del mejor foro de Cancion en español, el Alas Negras, Palabras Negras.
NdA: Espero no haberle hecho OoC a ninguno de estos personajes tan queridos para ustedes chicas.
…labios.
Elia siente los labios de él sobre su cuello. Gime involuntariamente y luego se arrepiente. No vaya a ser que alguien les oiga. Sin embargo, pocos instantes más tarde vuelve a gemir. Ahora sus manos grandes y ásperas están un poco más debajo de sus caderas, acariciando suave. Cierra los ojos.
Él susurra palabras sueltas en su oído, ella no alcanza a captar su significado, pero hacen que le lata el corazón un poco más fuerte. Más fuerte de lo que ya lo hace y eso debería ser preocupante, pero no lo es. No en ese momento. Sus labios van cambiando de posición, explorando. Elia le deja hacer.
Están en la habitación de ella, es de noche. Solo los Siete saben dónde anda Rhaegar y la idea de que pueda llegar en cualquier momento hace que le hierva la sangre dorniense. El Guardia Real comienza a deshacerse de las ropas de ambos y no tardan en desnudarse completamente.
Por primera vez, Elia le ve como es. Es decir, si, está desnudo, pero tiene la sensación de que está contemplando parte de la esencia de su amante, esa que está debajo del blanco impoluto de sus ropas. Le agrada comprobar lo que ya suponía. Arthur es puro.
Puro, no en el sentido de que no ha cometido pecados, no es un septón y eso Elia lo sabe bien. Incluso ha matado a unos cuantos, se le nota en la mirada. Puro, porque es energía. Energía de mando, de virilidad, de honor, de lealtad. Energía pura, contenida en el portador de la Amanecer.
Y ahora la esposa de Rhaegar se siente culpable, porque sabe que le está obligando a ir en contra de sí mismo. No solo ella, él también se obliga. Les obliga aquella energía que les recorre el cuerpo cada vez que sus miradas se encuentran por casualidad, se buscan y se hallan, una frente a la otra, incapaces de disimular lo que les sucede.
Siguen obligándose, por espacio de lo que podrían ser varios minutos. O quizás horas. Elia no lo tiene claro. Lo único que sabe es que de pronto, Arthur deja de murmurarle al oído. Sus manos se detienen. El y ella se observan, sentados en la cama, ambos saben que es momento de detenerse.
Arthur Dayne le dedica una sonrisa cansada, de esas que solo los viejos amantes entienden. Ella le sonríe de vuelta, mientras le observa irse, su espalda ancha cruzando el umbral de la puerta real.
Se toca el cuello, aun sintiendo los labios de Arthur y se acurruca entre las sabanas, sintiéndose indefensa.
