Atrapado
Esos dos pozos de miel me atraparon por completo desde el principio.
No lo quise ver por el dolor fresco de esa herida, un dolor pulsante y tortuoso que no quería abandonar mi mente, aunque sin yo notarlo salía poco a poco de mi corazón.
Pero realmente me tenía atrapado, tanto que aun supuestamente odiando su personalidad, renegando de sus chantajes y amenazas, no pude huir de esos ojos.
Me atrapo aún más cuando vi esos otros dos pozos de miel, en un rostro aniñado y angelical, que mostraban un alma llena de luz, un alma que junto a él me fueron alejando de mi oscuridad. Fue un truco que utilizo al notar mi testarudez, mi renuencia a aceptar lo que muy en el fondo de mí se mantenía cautivo, y aunque no me guste aceptarlo, ese truco funciono demasiado bien. Me alegra que sirviera.
Pero me atrapo definitivamente cuando, por culpa de esos otros pozos de miel de un tono menos cálido y de expresión más dura que mantenían cegados mis sentimientos por el recuerdo de un dolor que en realidad ya no existía; casi lo pierdo y, aun peor, casi le dejo una herida similar a la que se encargó de sanar.
En ese punto de quiebre en el que entendí que no quería perderlo, que ya mi antigua herida había cicatrizado gracias a él, acepte que estaba atrapado.
Y al verlo allí de pie en el balcón de su habitación, con una tristeza familiar para mí, acepte, no solo que estaba atrapado, sino que el estar atrapado por esos dos pozos de miel me hacía y me sigue haciendo realmente feliz
