I
DE IGLESIAS Y BARES
Hacía frío. A penas se podía vislumbrar la cara de aquel que le observaba con misericordia con la mortecina luz que se colaba por entre los coloreados cristales de los rosetones que circundaban las paredes y el resplandor tenue de las velas con las que los distintos feligreses pedían o agradecían. Recordaba que había comenzado a rezar un Ave María, pero ya no sabía cuántos llevaba, ni tan siquiera si había conseguido acabar de pronunciar ese primero. Lo único que aseguraría en ese instante, en el que la presión sobre sus rodillas en el congelado suelo de piedra había hecho efecto, durmiendo a sus piernas, era que se sentía en paz. La visión de aquel hombre colgado en una cruz con su costado sangrante, pese a tornársele un tanto sádica le confortaba. El dolor ajeno solventa al propio… y le hacía olvidar. Olvidar por qué había acudido allí, por qué no podía despegar sus ojos de los marrones tallados en la madera o qué le llevo a aquel lugar la primera vez.
_ Hijo mío…_ susurró un hombre larguirucho y seco vestido con hábito._ Es tarde y voy a cerrar ya las puertas…
_ Perdone padre, siento las molestias
Se levantó no sin dificultad por el entumecimiento de sus extremidades inferiores y tras sacudir sus pantalones vaqueros fue con paso decidido hacia la entrada de la enorme catedral, seguido de cerca por la mirada escrutadora del sacerdote. No era la primera vez que se cruzaba con ese par de ojos negros tristes, ni la primera que se veía en la necesidad de sacar del ensimismamiento a aquel apuesto moreno que con una leve reverencia le despedía justo antes de cerrar tras de sí la puerta. Sin embargo, jamás lo había escuchado en confesión lo que le hizo pensar que o bien tenía demasiadas cosas por las que rogar o sus pecados eran tan espeluznantes que sólo el mismísimo Dios tenía la capacidad de escucharlos sin sentir pavor.
Ahora que habían cerrado su refugio espiritual no le quedó otro remedió que irse a otro lugar donde las almas encuentran un consuelo zafio y falso, pero que al menos era capaz de solventar las horas frente a unos recuerdos que no quería tener. Entró en un bar que estaba lo suficientemente vacío para parecer deprimente, pero con la clientela necesaria para mantener adelante el negocio. Del mismo modo que acudía con asiduidad a la casa del Señor, ese tugurio había tomado el relevo de su segunda casa de acogida, por lo que sin tener que mediar palabra delante del taburete de la esquina junto al espejo se irguió con insolencia la primera de una larga ristra de botellas de cerveza. La tomó de un trago, sin respirar, sintiendo el frío que antes le proporcionaba las baldosas milenarias a sus piernas. Necesitaba el frío como el mismo aire. Muchas veces, se tomaba el pelo a sí mismo diciéndose que era para perpetuar el letargo del corazón que le pudiera quedar. Y en realidad era para algo así. Mientras sentía el frío cruzando su cuerpo, mientras que sus poros se compungían lastimeros y su vello se erizaba pertinentemente, se sentía vivo. Ese sentimiento a pesar de desconcertarle le agradaba en sobremanera y por eso había dejado el cobijo compasivo de sus ropas de cama y día tras día vagaba por las calles de la fría ciudad en busca de algo que aun pudiera darle la oportunidad de tener precisamente eso, una opción de redención.
Estaba ya cerca la hora de cierre del bar, sobre las cinco de la mañana, y el tabernero bate de beisbol en mano iba invitando amablemente a la clientela a desalojar. …y, a pesar de contar frente a sí unas veinte rubias, no se sentía lo suficientemente mal como para gritar improperios en pos de aquel pobre hombre que quería dormir un poco. Cogió su chaqueta y dejó mas dinero del que correspondía debajo de la última cerveza que había tocado sus labios. Se permitió una mirada a aquel espejo anaranjado por los años, no sabiendo que distorsionaba más su imagen si el alcohol en sangre o la mugre del objeto. Sea cual fuera el motivo, la visión seguía siendo decepcionante: sus pelo se encontraba mucho mas largo y enmarañado que en tiempos mejores, su tez había tornado a algo con los pómulos demasiado marcados, de color ceniciento y con unas ojeras marcadas. Quizás si pudiera dormir mas de dos horas seguidas se le despertara el apetito…
_ Joven, ¿cómo te llamas? Llevas viniendo una temporada y aun no sé tu nombre…_ le frenó la voz cascarrona del dueño justo cuando se disponía a salir.
_ No te he dejado nada a deber en ninguna ocasión, ni pienso hacerlo. No tienes motivos para incluirme en ninguna lista de morosos, ni de clientes habituales. Tampoco quiero un amigo con el que desahogarme. Tú pones las cervezas, yo las pago y me las bebo. Mi nombre no importa…
Y dejando al pobre hombre con la boca abierta por la extraña respuesta, con el trapo mas negro que blanco dentro de un vaso a punto de ser secado, inmóvil, se perdió en la noche. Ya empezaba a clarear el alba cuando su cuerpo dijo que no podía más. Un fuerte dolor de cabeza y unas imperiosas ganas de sacar de sí hasta la última papilla le hicieron sentarse en un banco de piedra cercano. Intentó respirar pausadamente para que las arcadas remitieran, pero como si cada milímetro de materia que se introducía en su ser fuera veneno puro, su mal estado se acrecentó. Consiguió vaciarse y así experimentar un leve alivio, aunque sin fuerzas y con una desorientación considerable se ovilló en esa dura superficie y sin más remedio se rindió a un sueño que poco tendría de reparador…
"Es la devastación de los hombres lo que te dará el poder. El odio lo que te acunara los sueños por la noche y el cielo estrellado el escenario donde se perpetuarán tus hazañas bañadas de sangre. Puedes correr, cambiar de cara, de nombre, de vida, pero nunca serás capaz de olvidar el dolor de los huesos rotos ni las cicatrices de tu corazón se cerrarán jamás. Porque tú eres un demonio más, una criatura nacida por y para la destrucción. Vive y mata como tal…"
Despertó sobresaltado aún con el regusto de esas palabras acariciándole los oídos, justo uniéndose al desagradable sabor ácido que le confería su estómago vacío y revuelto y esa opresión permanente en su pecho. Cada noche una sombra habitante de un recodo de su mente le susurraba aquellas palabras como un hechizo encerrado en aquel desagradable recuerdo que ni la oración ni la botella eran capaces de hacer desaparecer. Tardó bastante en ser consciente de que un par de ojos estaban fijo en su encorvada silueta, pero cuando fue consciente sus ojos, que en un principio habían adquirido un color que solo tornaban cuando se encontraba acorralado, cambiaron a un negro vacío, propio del mismísimo infinito.
_ ¿Se encuentra bien?
Un gruñido fue la respuesta por la que optó el moreno, girando raudo para no tener que verse reflejado en esos iris azules de sobrenatural color y de amabilidad derrochadora. No era la primera vez que se cruzaba con esa mirada y no estaba dispuesto a dejarse embaucar por ella una vez más. Comenzó su camino, pero una mano asió a la suya con delicadeza, frenándole de inmediato. Estaba a punto de soltar un considerable golpe con la mano que tenía libre cuando percibió el tacto de un puñado de billetes encerrados en la mano que compartía con aquel no tan desconocido.
_ Sólo prométame que no lo gastará en bebida…
Eso fue para él la gota que colmó el vaso. Pensó de veras que lo había reconocido, no en vano había estado observándole dormir, ya que sólo le había bastado un vistazo a aquel muchacho de pelo dorado y marcadas mejillas para saber quién era. Pero no, simplemente lo había tomado como a un pobre mendigo que dormita por las aceras. Y eso sí que no… Volteó de manera imperiosa y le lanzó a la cara los billetes, cruzándose de ese modo sus miradas.
El de los ojos azules parpadeó perplejo un par de veces, alternando su visión entre el dinero extendido por el suelo y el moreno que le miraba desafiante. Tras ese momento de incertidumbre cuyo aire podría haber sido cortado con extrema dificultad, el rubio, un poco mas bajo que el otro le estrechó en un camarada abrazo, dejando estático y confundido al otro.
_ ¡Sasuke, no te había conocido!_ exclamó sujetándole por los hombros para observarle mas detenidamente._ Perdóname por confundirte con alguien de la calle, pero te vi tendido ahí con el pelo revuelto y esa mala cara que ni se me pasó por la cabeza que pudieras llegar a ser tu. Que estropeado te encuentro… ¿qué te ha pasado?
_ Nada, simplemente ayer tuve una noche un tanto salvaje con unos amigos y terminé un poco perjudicado a causa del alcohol. No me vi con fuerzas ni de llegar a casa…
_ Vaya, tuvo que ser una cogorza digna de un Uchiha ¿eh?_ rió el muchacho codeando sus costillas.
_ Supongo… Bueno Naruto, mejor será que me marche a casa para darme una ducha e intentar subsanar los estragos que la borrachera haya podido hacer a mis neuronas. Me ha alegrado mucho verte. Adiós._ pronunció solemne finalizando con una reverencia.
_ ¿Y ya está?¡Válgame Dios, Sasuke! Llevamos años sin saber nada el uno del otro y no me vas a dejar ni invitarte ni a un café para contarnos que tal nos va la vida…
_ Mi vida es demasiado aburrida para ser merecedora de ser escuchada y, sin ánimo de ofender, me importa bien poco como te haya ido a ti la tuya. Solo quiero irme a casa y descansar.
El rubio guardo un mutismo helado y algo cambió en la expresión soñadora e infantil que mostraban su par de zafiros. Una nebulosa cristalina, no por ello menos macabra invadió su mirada, haciéndole meditar a Sasuke si aquel casual encuentro había sido tan casual.
_ Insisto enérgicamente en invitarte a ese café
_ Desiste en tu empeño pequeño, no voy a acompañarte a ningún sitio. Adiós.
_ Se trata de Deidara…_ dijo dotando a aquel nombre de un tono sombrío.
Ese nombre… Sasuke miró hacia el cielo en busca de un hombre de entrada edad con barba y cabellos color nácar vestido con túnica, señalándole y riéndose en su cara. Precisamente el dueño de aquel nombre era lo que mas miedo le daba a la hora de mirar a los ojos de Naruto, pese a ser conocedor de sobra de la diferencia entre los dos hermanos. Suspiró derrotado. Si todo el globo se empeñaba en que sus recuerdos le persiguieran que así fuera. Escucharía lo que tuviera que escuchar de aquel que le miraba con una mezcla de odio, dolor, suplica y nerviosismo y se marcharía de nuevo. De todos modos, iglesias y bares hay todos los sitios…
