-¡Que se cumpla la ley! Los dos han delinquido, que los entierren vivos... Y juntos - dijo en última instancia, con el dolor anidandose como una serpiente en su pecho, el sabio y orgulloso soberano de Tenebra, Bruce Wayne.

Sus subditos escucharon espantados la orden de sus labios, y los principes y cortesanos de su palacio no se atrevieron a moverse un solo paso a fin de evitar que su ira les cayera encima a ellos también. Solo Richard Grayson, su favorito, perdió la calma y cayo a un lado pálido como un muerto.

Más nada se podía hacer una vez dictada la sentencia, la palabra del soberano era ley y se acataba con religiosidad.

Damian Wayne, principe por cuyas venas corría la sangre de aquel que lo juzgaba, lo miro altivo e hizo un desdeñoso gesto; a su lado el servidor que se había atrevido a romper, por amor al que en ese momento se mantenía a su lado, las temidas leyes del reino.

El amor que todo lo eleva, lo avasalla y lo destruye habia tocado sus pechos hasta el punto de hacerles olvidar sus sagrados deberes.

El principe había sido reclamado por principes, reyes y emperadores hasta que en un torneo Jon El, hijo del emperador de metropolis y futuro emperador también lo había ganado en buena lid.

Aquel mismo principe era también el unigenito del rey Kal El, y su Unión con el otro principe habría sido de gran benefecio para ambos Imperios, pero Damian había arrojado de sí toda responsabilidad y solo había buscado la oportunidad de estrechar en sus brazos la hermosa paloma que era Colin Wilkes.

Sabían del castigo para aquel que rompiese las normas y amenazara la paz del imperio. Lo sabían. Sabian que Bruce Wayne no perdonaría el crimen.

Y sin embargo no les había importado, el amor era mas fuerte... Tenía que perderlos.

Aun mas cuando se ama aun las mas crueles heridas asestadas en nombre de ese sentimiento seran sublimes pues comparten su pasión.

El amor era un volcan imposible de controlar para ambos.

Para Damian un hallazgo inesperado.

Para Colin, desahogar en dulces palabras la ternura que guardaba en su pecho.

.

El monarca no quizo escuchar ruego alguno; vano fue el esfuerzo de su favorito al echarse a sus pies suplicando el indulto sino a ambos por lo menos al principe, que no dejaba de ser el unico heredero.

El rey se nego pues la palabra de un soberano no debe jamas desdecirse.

Antes que el amor filial estaban las leyes del imperio.

Y su hijo no había pedido perdón sino antes su orgullo le habia mantenido inquebrantable en el juicio que se le habia hecho.

Y mientras la sentencia se cumplía se encerro en sus aposentos meditabundo y cabizbajo.

.

Lo amantes emtretanto fueron conducidos por el primer ministro, el anciano Alfred Pennyworth y otros soldados hasta un silencioso paraje donde habria de cumplirse la sentencia.

Ni el principe ni el sirviente mostraban amargura, a diferencia de los soldados y el anciano que había sido testigo de la crianza del principe, iban al sacrificio plenos de dicha.

Damian caminaba orgulloso y soberbio, con esa innegable seguridad que da el amor y Colin, hermoso como una rosa de fuego, avanzaba a su lado, feliz de ofrecer la vida por su amado.

Si el amor los había unido en vida, la muerte sería el vehículo que habría de unirlos para siempre en la eternidad