Disclaimer: los personajes de esta historia algunos pertenecen a las clamp y esta basada en un libro de Jacquie D'Alessandro

Una Boda Imprevista

Capitulo 1

Inglaterra 1816

Eriol, noveno duque de Hiraguizawa, observaba a sus invitados desde un recoveco sombrío. Las parejas daban vuelta sobre la pista de baile, un arco iris de mujeres lucían joyas y atuendos caros, acompañadas por caballeros impecablemente vestidos. Cientos de velas de cera de abejas titilaban en las arañas de luces, bañando en un calido brillo el salón donde se celebraba la fiesta. Mas de doscientos miembros de la alta sociedad se habían reunido en aquella casa, y a Eriol le habría bastado con extender el brazo para tocar a una docena de personas.

Pero nunca se había sentido tan solo.

Salio de la sombra, cogio una copa de brandy de la bandeja de plata de un criado que pasaba por allí y se la llevo a los labios.

-Ah, por fin lo encuentro, Hiraguizawa. He estado buscándolo por todas partes.

Eriol se quedo paralizado, reprimiendo un exabrupto. No sabia con certeza quien le había hablado, pero no importaba. Sabia en cambio, por qué la persona que se encontraba detrás de el lo había estado buscando, por lo que se le hizo un nudo en el estomago. No tenía escapatoria, así que se bebió la mitad de su brandy y de un trago, se preparo mentalmente y se volvió.

Lord Digby se encontraba ante el.

-Acabo de visitar la galería, Hiraguizawa –dijo Digby-. El nuevo retrato de William con su uniforme militar es magnifico. Me parece un homenaje muy adecuado. –El redondo rostro adopto una expresión ceñuda mientras sacudía la cabeza-. Que espantosa tragedia, morir en su ultima misión.

Eriol se obligo a hacer un cortes gesto de asentimiento.

-Estoy de acuerdo.

-Aun así, es un honor morir como un héroe de guerra.

Eriol noto una presión creciente en el pecho. Héroe de guerra. Ojala fuese cierto. Sin embargo, la carta que guardaba bajo llave en el cajón de su escritorio había confirmado sus sospechas de que no lo era.

De pronto le vino a la mente una fugaz imagen de William, esa ultima imagen desgarradora que ya nada podría borrar. Un sentimiento de culpa y arrepentimiento se apodero de el, y sus dedos apretaron con fuerza la copa de brandy.

Aire. Necesitaba desesperadamente respirar aire fresco para aclarar sus pensamientos. Tras ofrecer una disculpa, se encamino hacia las puertas vidrieras.

Sakura, su hermana, sonrió al verlo, y el le devolvió una sonrisa forzada. Aunque las reuniones sociales lo aterrorizaban, le complacía ver a Sakura contenta. Hacia demasiado tiempo que esa chispa de alegría despreocupada no le iluminaba el hermoso rostro, y si para hacerla feliz él tenia que desempeñar el papel de anfitrión en ese maldito baile, eso es precisamente lo que haría. A pesar de todo, hubiera deseado que Robert estuviera allí y no viajando por el continente. Su jovial hermano menor se desenvolvía mucho mejor que el en ese papel.

Haciendo caso omiso a las miradas de curiosidad que se habían posado en el, Eriol salio del salón en dirección a los jardines. Ni el dulce perfume de las fragantes rosas en el aire veraniego ni la luna llena, cuya luz teñía de plata el paisaje, lo pusieron de mejor humor ni relajaron sus agarrotados músculos. Algunas parejas paseaban por allí, conversando en voz baja, pero Eriol, resuelto a disfrutar de unos minutos de paz, no les presto atención.

No obstante, incluso mientras enfilaba un sendero muy bien cuidado, sabia en el fondo que esa paz estaba fuera de su alcance.

¿Adivinaría alguien la verdad? No, se respondió con decisión. Todos –Sakura, Robert, su madre, el condenado país entero- creían que William había muerto como un héroe, y Eriol estaba dispuesto a pagar cualquier precio por mantener viva esa ilusión, por proteger a su familia y la memoria de su hermano del desastre.

Pronto llego a su destino, una zona privada rodeada por setos altos, en el borde exterior de los jardines. La visión del banco de piedra desocupado era la mas confortante que había tenido esa noche. Un refugio.

Con un suspiro de alivio, se sentó y estiro las piernas, dispuesto a ese remanso de paz. Se llevo la mano al bolsillo para sacar su cigarrera dorada, pero se detuvo al oír un ruido procedente de los setos.

Los arbustos se separaron y Eriol vio a una joven que intentaba abrirse paso entre ellos. Resollando y murmurando para si, trataba en vano de liberarse de las ramas que se le habían enredado en el cabello y enganchado en el vestido.

Eriol apretó los dientes y reprimió un juramento. Sabía que de nada serviría rezar para que ella se marchase. Últimamente sus plegarias no habían sido escuchadas muy a menudo.

La joven no cesaba de revolverse y barbotar en los arbustos. Debía ser una mocosa que se había escabullido del baile para encontrarse clandestinamente con su amante. O tal vez se tratara de otra insensata en busca de titulo y empeñada en llevarlo al altar. Incluso era posible que lo hubiese seguido hasta el jardín. Presa de la frustración, se levanto para marcharse.

-¡Maldición! –exclamo la joven, desesperada.

Tiro del vestido con impaciencia para desengancharlo del matorral, pero no lo logro. Entonces aferro la falda con las dos manos y estiro con todas sus fuerzas. Se oyó el inconfundible sonido de la tela al rasgarse.

Liberada repentinamente del aprisionamiento de los arbustos, salio disparada hacia delante y cayo de bruces sobre la hierba húmeda. A causa de la violencia de la caída, sus pulmones expulsaron todo el aire de golpe.

-Estos malditos vestidos de baile… -mascullo, sacudiendo la cabeza como para aclararse la vista-. Acabare matándome por su culpa.

Eriol apretó los puños. Su primer impulso fue el de escapar antes de que ella reparase en su presencia, pero vacilo al verla en el suelo, inmóvil. Tal vez estuviese herida. Por mucho que lo sedujese la idea de dejarla ahí tirada para que se pudriese, no podía hacerlo. Esperaba que, si Sakura se hiciese daño, alguien la ayudara… aunque, por supuesto, su hermana jamás se pondría en una situación tan ridícula.

Tras maldecir su falta de determinación para marcharse, pregunto:

-¿Se encuentra bien?

La joven jadeo y alzo la cabeza. Fijo la mirada en los formales pantalones negros de el durante varios segundos antes de volver a descansar la cabeza sobre la hierba.

-Oh, Dios, ¿por qué ha tenido alguien que verme así?

-¿Se encuentra bien? –repitió el, esforzándose por contener la impaciencia.

-Si por supuesto. Siempre he gozado de una salud envidiable. Gracias por preguntar.

-¿Puedo ayudarla en algo?

-No, gracias. El orgullo me exige que salga por mi propio pie de esta situación que se suma a una larga lista de humillaciones.

Pero no se movió, y se hizo un silencio tenso.

-¿No piensa levantarse?

-No, creo que no. Pero de nuevo le agradezco que me lo pregunte.

Eriol apretó los dientes hasta que le dolieron las mandíbulas, preguntándose cuanto champán habría trasegado la mocosa.

-¿Esta achispada?

Ella alzo la cabeza unos centímetros.

-No lo se. Pero supongo que es posible. ¿Qué quiere decir achispada ?

Su peculiar acento le llamo la atención a pesar de su enfado.

-¿Japonesa?

-¡Oh, por el amor de Dios! Juro que si vuelvo a escuchar a preguntarme eso… -Se interrumpió y clavo la vista, irritada, en las rodillas de él-. Es evidente que soy japonesa. Todo el mundo sabe que una inglesa jamás se dejaría sorprender tirada en la hierba en una postura tan indecorosa. Faltaría más.

-De hecho, no es su postura sobre la hierba sino su acento la que la ha delatado –dijo Eriol, mirándole la coronilla con una mezcla de sorpresa y fastidio. La mocosa era de lo mas impertinente-. Para aquellos que están familiarizados con la jerga inglesa achispado es alguien que se ha excedido levemente en el consumo de bebidas alcohólicas.

-¿Excedido? –repitió ella, subiendo la voz. Realizando una serie de movimientos poco femeninos pero eficaces, logro ponerse en pie. Con los brazos en jarras, adelanto la barbilla en un gesto inconfundible de agresividad-. No me he excedido, ni levemente ni de ninguna otra manera, señor. Solo he tropezado.

La replica de Eriol se extinguió en sus labios en cuanto se fijo en el aspecto de la joven.

Era extraordinariamente atractiva. Y estaba hecha un asco.

Su peinado, que originalmente debió de haber sido un moño, se había escorado de forma precaria hacia la izquierda. Tenia hojas y ramitas adheridas a los brillantes mechones de color negro violeta y varios rizos le sobresalían de la cabellera en ángulos extraños. El conjunto parecía un nido torcido.

Tenia el mentón manchado de tierra y una brizna de hierba le colgaba del labio inferior…, un labio carnoso, según noto él. Eriol bajo la mirada lentamente y observo que su vestido en tonos pastel estaba hecho un lamentable amasijo de pliegues decorado con manchas de hierba y pegotes de tierra. El arrugado volante del dobladillo le colgaba por la parte de atrás de la falda, sin duda como resultado del desgarrón que se había oído hacia unos momentos. Y, por lo visto, le faltaba un zapato.

Eriol no sabia si su aspecto lo escandalizaba o le hacia gracia. ¿Quién demonios era esa mujer desmelenada y como había conseguido entrar a su casa? Sakura y su madre habían confeccionado la lista de invitados para la fiesta, de modo que con toda seguridad la conocían. ¿Por qué el no?

Por otro lado, el hecho de que la muchacha lo tratase de señor parecía indicar que ella tampoco lo conocía a él, cosa que le sorprendía, pues tenia la impresión de que toda mujer viviente en Inglaterra iba en pos de el, decidida a conquistarlo.

Pero aparentemente esta mujer no. Lo contemplaba con una expresión que le decía claramente: Quiero que se vaya usted de aquí , cosa que lo irritaba y a la vez lo llenaba de curiosidad.

-¿Le importaría explicarme que hacia usted acechando en los arbustos, señorita…? –pregunto, todavía algo receloso por su súbita aparición. ¿Se disponía la madre de la joven, con un sequito de damas indignadas, a emerger del seto y acusarlo a gritos de haberla deshonrado?

-Daidouji, Tomoyo Daidouji. –Ejecuto una torpe reverencia que hizo que varios terrones se le desprendieran del vestido-. No estaba acechando. Estaba andando cuando oí maullar a un gato. El pobrecillo estaba atrapado entre los arbustos. He logrado liberarlo, pero no sin acabar atrapada entre las mismas ramas.

-¿Dónde esta su sama de compañía?

-Bueno… -titubeo ella, avergonzada-, la verdad me he escabullido mientras ella bailaba.

-¿No estará acechando entre las matas?

La pregunta pareció desconcertarla hasta tal punto que Eriol supo que o estaba sola o era una de las mejores actrices con que se había topado. En realidad, sospechaba que la interpretación no era lo suyo; tenía unos ojos demasiado expresivos.

-¿Cree usted que todo el mundo acecha entre los arbustos? Mi tía es una dama y no se dedica a espiar por ahí. –Observo a Eriol achicando los ojos-. Santo cielo, debo de estar horrible. Me mira usted con una cara muy extraña. Como si hubiese probado algo muy ácido.

-No, no, tiene usted… buen aspecto.

Ella rompió a reír.

-Señor, es usted increíblemente caballeroso o extremadamente miope. O tal vez un poco de ambas cosas. Aunque agradezco el esfuerzo que hace por no herir mis sentimientos, le aseguro que no es necesario. Después de pasar tres meses a bordo de un barco zarandeado por el viento con rumbo a Inglaterra, me he acostumbrado a estar horrible. –Se inclino hacia el, como disponiéndose a confiarle un importante secreto, y su aroma invadió los sentidos de Eriol. Olía a lilas, una fragancia que conocía bien, pues las flores moradas abundaban en los jardines-. Una inglesa que viajaba con nosotros era muy dada a hablar de los orientales. Gracias a Dios que no esta aquí para presenciar este debacle. –Levanto un pie, examino las manchas de hierba en el zapatito que le quedaba y exhalo un suspiro-. Cielo santo. Soy todo un espectáculo. Me…

Un maullido la interrumpió. Al bajar la vista, Eriol vio que un gatito gris salía de detrás del seto y se abalanzaba sobre el volante que la señorita Daidouji arrastraba detrás de si.

-¡Ah, estas aquí! –Ella se agacho para recoger aquella bola peluda y le rasco detrás de las orejas-. ¿No has visto mi zapato en uno de tus viajes, diablillo? –Le murmuro al gato-. Debe de haberse quedado enganchado en alguno de esos arbustos. –Se volvió hacia Eriol-. ¿Le importaría mucho echar un vistazo?

Eriol le clavo la mirada, intentando disimular su asombro. Si alguien le hubiese dicho que su búsqueda de soledad se convertiría en una misión de rescate del calzado de una chiflada, no le habría creído. Una chiflada que le pedía que encontrase su zapato como si fuese un humilde lacayo. Hubiera debido indignarse y, tan pronto como se le pasaran esas ganas inexplicables de reír, sin duda se indignaría. Se acuclillo y se puso a examinar el seto del que había salido la señorita Daidouji. Avisto el zapato perdido y lo saco de los arbustos. Acto seguido de levanto y se lo entrego.

-Aquí lo tiene.

-Gracias, señor.

Se levanto la falda unas pulgadas y deslizo el pie dentro del zapatito. Tenía unos tobillos hermosos y esbeltos, y unos pies sorprendentemente pequeños para una mujer que debía medir un metro setenta centímetros. No estaba de moda que las mujeres fueran altas, pero aun así su estatura era muy acertada. Eriol fijo la vista en su rostro. Su cabeza encajaría a la perfección en el hombro de el, y podría acceder con facilidad a esa boca increíblemente carnosa…

Una oleada de calor le recorrió el cuerpo. Maldita sea, ¿es que había perdido el juicio? Un vistazo a ese tobillo había bastado para ponerlo fuera de si. Se obligo a apartar la mirada de sus labios y la poso sobre el satisfecho gatito que ella acunaba en sus brazos. El animal abrió la boca en un espectacular bostezo.

-Parece que Diantre esta listo para la siesta –comento Eriol

-¿Diantre?

-Si. Una de las gatas parió hace diez semanas. Cuando Mortlin, el mozo de cuadra, encontró la camada en el establo, exclamo: ¡Diantre, fíjate en todos esos gatitos! -A su pesar, una sonrisa se dibujo en sus labios-. En realidad deberíamos sentirnos afortunados. La vez anterior, la gata parió en la cama de Mortlin y los nombres con los que bautizo a las bestezuelas fueron mucho mas… floridos.

Se formo un hoyuelo a cada lado de la boca de la señorita Daidouji.

-Vaya, por lo visto esta siempre muy ocupada.

-Así es, en efecto.

-Parece saber mucho sobre Diantre y su mamá. ¿Vive usted cerca de aquí?

Eriol la miro fijamente, perplejo. Debía ser la única mujer en todo el condenado reino que no lo conocía.

-Pues si, vivo muy cerca.

-Me alegro por usted. Es un lugar precioso. –Instalo a Diantre más cómodamente en sus brazos-. Bueno, ha sido un placer charlar con usted, pero debo irme. ¿Podría indicarme donde quedan las caballerizas?

-¿Las caballerizas?

-Si.-Sus ojos centellearon-. Para aquellos que no están familiarizados con la jerga japonesa, significa lugar donde se guardan los caballos . Si Diantre vive allí, su madre debe de estar buscándolo.

-¿Me permite acompañarla? –pregunto él, divertido.

El rostro de la señorita Daidouji reflejo cierta sorpresa.

-Es muy amable de su parte señor –titubeo-, pero no es necesario. Seguro que desea quedarse aquí para disfrutar de la soledad.

Si, sin duda eso era lo que deseaba, ¿o no? Por otro lado, la idea de quedarse a solas con sus pensamientos no le parecía demasiado atractiva.

-¿O quizás prefiere volver a la fiesta? –añadió ella al ver que el no le contestaba.

Eriol reprimió un estremecimiento.

-Puesto que me he escapado de la fiesta hace solo un rato, todavía no me muero por regresar.

-¿De verdad? ¿Acaso no estaba pasándolo bien?

Eriol contemplo la posibilidad de responderle con una mentira cortes, pero decidió no hacerlo.

-Lo cierto es que no. Detesto estos eventos.

-Cielo santo –dijo ella, boquiabierta-, pensaba que eso solo me ocurría a mi.

El no pudo disimular su asombro. Todas las mujeres que conocía se desvivían por los bailes.

-¿No estaba usted disfrutando la fiesta?

Una expresión sombría asomo a los ojos de Tomoyo, que enseguida bajo la vista.

-No, me temo que no.

Resultaba evidente que alguien había tratado con poca amabilidad a la joven, alguno de los invitados que habían acudido a ese absurdo baile. No le costaba imaginas a las bellezas de la alta sociedad cuchicheando detrás de sus abanicos sobre la japonesa.

Las normas de la cortesía dictaban que volviese a la casa y ejerciese su papel de anfitrión, pero no tenia ningunas ganas de hacerlo. Sospechaba que en ese preciso momento su madre estaría mirando alrededor con exasperación, preguntándose donde estaba y cuanto tiempo pretendía seguir escondido. El hecho de saber que había por lo menos dos docenas de jóvenes casaderas que su madre estaba anhelando presentarle reforzaba su decisión de mantenerse alejado de la sala de baile.

-Esta claro que ambos necesitábamos algo de aire fresco –dijo con una sonrisa-. Venga. La acompañare a las cuadras, y en el camino podrá contarme su aventura con Diantre.

Tomoyo vacilo. Si tía Johanna se enteraba de que se encontraba en el jardín a solas con un caballero a buen seguro que le dedicaría un sermón. Sin embargo, regresar a la fiesta se le antojaba de todo punto imposible considerando el aspecto lamentable que presentaba. Además, ya había sufrido bastante esa noche. Estaba harta de ser el centro de las miradas y de las críticas por el hecho de que le gustara conversar sobre otros temas que no fueran la moda y el tiempo. Y no era culpa suya que estuviese tan mal dotada para el baile ni que fuese más alta de lo que se consideraba apropiado. No sabia si ese caballero estaba al corriente de las bromas que circulaban sobre su nacionalidad y su modo de ser, pero en todo caso era lo bastante cortes para no demostrarlo.

-Soy conciente de que no cuenta en este momento con una señora de compañía –dijo el en un tono desenfadado-, pero le doy mi palabra de que no me fugare con usted.

Tomoyo se convenció al fin de que no había nada malo en aceptar su propuesta.

-Por supuesto –respondió-. En marcha.

Arrastrando el volante detrás de si y con Diantre en brazos, Tomoyo echo una ojeada furtiva a su acompañante. Menos mal que ella no era proclive a exhalar suspiros soñadores y románticos, pues este era a todas luces un hombre capaz de arrancarlos. Su cabello, abundante y de un negro azulado, enmarcaba un rostro extremadamente apuesto, al que las sombras proyectadas por la luz de la luna daban un aire misterioso. Tenía una mirada penetrante e intensa, y cuando la había posado en ella hacia unos instantes, los dedos de los pies se le habían contraído involuntariamente dentro de los zapatos de baile. El caballero tenia los pómulos altos, la nariz recta y afilada, y una boca firme y sensual que Tomoyo había visto curvarse con ironía y que debía resultar temible crispada en un gesto de ira.

A decir verdad, todo en el era atractivo. Pero no tenía sentido encandilarse con ese desconocido; en cuanto se percatase de lo mal que ella se desenvolvía en sociedad sin duda la rechazaría, como habían hecho tantos otros.

-Dígame, señorita Daidouji, ¿con quien ha venido a este baile?

-Con mi tía, la condesa de Penbroke.

Los ojos de el reflejaron extrañeza.

-¿Ah, si? –Comento-. Conocí a su difunto esposo, pero ignoraba que tuviesen una sobrina japonesa.

-Mi madre era hermana de tía Johanna. Se estableció en Japón cuando se caso con mi padre, un medico japonés. –Lo miro de reojo-. Mi madre nació y se crió en Inglaterra, de modo que soy medio inglesa.

-Entonces –dijo el, esbozando una sonrisa-. Usted solo es oriental a medias.

-Oh, no –se rió ella-. Me temo que sigo siendo una oriental de pies a cabeza.

-¿Es su primera ves en Inglaterra?

-Si. –Habría sido inútil decirle que no se trataba de una mera visita, que nunca volvería a su ciudad natal.

-¿Y lo esta pasando bien?

Ella titubeo, pero decidió decirle la verdad pura y dura.

-Me gusta su país, pero la sociedad inglesa y sus normas me parecen un poco opresivas. Crecí en una zona rural donde gozaba de mucha libertad. No es fácil adaptarse.

Eriol observo su atuendo.

-Esta claro que le esta costando abandonar la costumbre americana de arrastrarse entre las matas con su traje de noche.

Una risita broto de los labios de Tomoyo.

-Si, eso parece.

Las cuadras se alzaban ante ellos. Cuando ya se hallaban muy cerca, un gato tremendamente gordo salio por la puerta, emitiendo un fuerte maullido.

El caballero se inclino para acariciar al animal.

-Hola, George. ¿Cómo esta mi chica esta noche? ¿Echas de menos a tu bebe?

Tomoyo deposito a Diantre en el suelo y el gatito salto de inmediato sobre George.

-¿La madre de Diantre se llama George?

Todavía agachado, Eriol alzo la vista hacia ella y sonrió.

-Si. Mi mozo de cuadra le puso el nombre. No se entero de que era una gata hasta que la vio parir. Mortlin sabe mucho de caballos, pero me temo que sus conocimientos sobre gatos son más bien escasos.

La sonrisa de Tomoyo se desvaneció cuando reparo en las implicaciones de estas palabras.

-¿Su mozo de cuadra? ¿Estos gatos son suyos?

Eriol se enderezo lentamente, maldiciéndose para sus adentros por ser tan descuidado. Ahora este agradable paréntesis estaba a punto de terminar.

-Si, son míos.

-Cielo santo. –Tomoyo abrió mucho los ojos-. Entonces ¿esta es su casa?

Eriol se volvió hacia la mansión que se alzaba a lo lejos. Era allí donde vivía, pero desde hacia mas de un año que no la consideraba su hogar.

-Si, la mansión Hiraguizawa me pertenece.

-Entonces usted debe ser… -Se inclino en una torpe reverencia-. Perdonadme, excelencia. Debéis de pensar que soy increíblemente grosera.

El la observo enderezarse, esperando ver como sus ojos se achicaban en un gesto calculador, brillaban con codicia o centelleando con el soltero mas cotizado de Inglaterra .

No vio nada de eso.

Por el contrario, ella pareció auténticamente consternada y ansiosa por alejare de el.

Que interesante.

-Siento mucho no haber sabido apreciar vuestra fiesta –se disculpo la joven, retrocediendo unos pasos-. Es una fiesta encantadora. Encantadora. La comida, la música, los invitados, todos son…

-¿Encantadores? –aventuro el, servicialmente.

Ella asintió con la cabeza y retrocedió unos pasos mas. El no despego la mirada de su rostro. Los expresivos ojos de Tomoyo mostraban una sucesión de emociones: vergüenza, desanimo, sorpresa… Sin embargo, el no detecto en ellos el menor asomo de timidez afectada o calculo interesado. Tampoco parecía especialmente impresionada por su ilustre titulo. No obstante, lo que lo fascino fue la absoluta ausencia de coquetería en su comportamiento.

Ella no estaba flirteando con el.

Tampoco había coqueteado con el antes, cuando aun no sabia quien era, pero ahora…

Pues si, resultaba muy, muy interesante.

-Gracias por acompañarme, excelencia. Creo que ahora volveré a la casa. –Retrocedió varios pasos mas.

-¿Y que me dice de su vestido, señorita Daidouji? Ni siquiera una oriental osaría a mostrarse en el salón de baile en ese estado.

Tomoyo se detuvo y se miro.

-Supongo de que no hay esperanza de que nadie lo note.

-No hay la menor esperanza. ¿Pasaran la noche aquí su tía y usted?

-Si. De hecho, nos quedaremos varias semanas en la mansión Hiraguizawa como invitadas de la duquesa viuda… -sus ojos brillaron con súbita comprensión-, que es vuestra madre.

-En efecto, lo es.

Eriol se pregunto por un momento si su madre había concertado la visita con la esperanza de emparejarlo con Tomoyo, pero desecho la idea de inmediato. Le parecía inconcebible que a su madre, tan convencional, se le pasase la idea por la cabeza de que una japonesa pudiera ser una duquesa aceptable. No, Eriol sabía demasiado bien que su progenitora había puesto el ojo en varias jóvenes de rancio abolengo británico.

-Como usted se aloja en esta casa, creo que puedo resolver su problema –dijo-. Le indicare el camino de una entrada lateral poco usada que conduce directamente a las invitaciones de los invitados.

Ella le dirigió una mirada de gratitud inconfundible.

-Eso me salvaría sin duda del desastre social que veo cernerse en el horizonte.

-Vamos, pues.

Mientras caminaban hacia la mansión, Tomoyo pregunto:

-Detesto abusar mas aun de vuestra bondad, excelencia, pero ¿os importaría disculpar mi ausencia ante mi tía cuando volváis a la sala de baile?

-Pierda cuidado; así lo haré.

-Eh… -se aclaro la garganta-. ¿Y que pensáis darle?

-¿Excusa? Ah, supongo que le diré que ha sufrido usted un leve vahído.

-¡Vahído! –exclamo indignada-. ¡Que tontería! Yo jamás caería victima de algo tan frívolo. Además, tía Johanna no se lo creería. Sabe que soy de constitución fuerte. Deberíais pensar en otra cosa.

-De acuerdo. ¿Y que me dice de una jaqueca?

-Jamás sufro de eso.

-¿Y la dispepsia?

-Mi estomago funciona sin problemas.

Eriol reprimió un gesto de desesperación.

-¿Acaso usted nunca esta indispuesta?

Tomoyo negó con la cabeza.

-Os olvidáis de que soy…

-De constitución robusta, si ya lo veo. Sin embargo, me temo que cualquier otra excusa, como la de un ataque de fiebre, causaría una preocupación innecesaria a su tía.

-Hum. Supongo que tenéis razón. No quisiera asustarla. De hecho, lo de la jaqueca no esta tan lejos de la realidad. La mera idea de regresar al salón de baile hace que me palpiten las sienes. Muy bien –dijo, asintiendo con la cabeza-, podéis comunicarle que he sucumbido a la jaqueca.

Eriol reprimió una sonrisa.

-Gracias.

-De nada –le respondió ella con una sonrisa radiante.

Unos minutos después llegaron a la mansión, y Eriol la guió entre las sombras hasta una puerta lateral prácticamente oculta por la hiedra. Busco el pomo a tientas y abrió la puerta.

-Ahí tiene. Los aposentos de los invitados están en lo alto de las escaleras. Tenga cuidado con los escalones.

-Lo tendré. Gracias de nuevo por vuestra amabilidad.

-Ha sido un placer.

La mirada de Eriol se poso en su rostro, débilmente iluminado. Incluso despeinada como estaba le parecía preciosa. Y divertida. No podía recordar la última vez que se había sentido de tan buen humor. Aunque le esperaban asuntos acuciantes en casa, no podía resistirse a prolongar ese paréntesis un poco más. Con suma delicadeza, le tomo la mano y se la llevo a los labios. Noto que tenía la mano caliente y suave, y los dedos largos y finos. De pronto, el aroma a lilas lo asalto de nuevo.

Sus miradas se encontraron, y Eriol se quedo sin aliento. Maldición, ella tenia un aspecto deliciosamente desarreglado…, como si las manos de un hombre le hubiesen desordenado el cabello y la ropa. Bajo la vista hacia su boca…, una boca incitante, increíblemente tentadora, y se pregunto a que sabría. Imagino que se inclinaba hacia delante, que le rozaba los labios con los suyos una vez y luego otra, antes de profundizar el beso, deslizando la lengua dentro de la seductora calidez de su boca. Tendría un sabor delicioso, como el de…

-Oh, Dios mío…

Los dedos de ella se cerraron con fuerza en torno a los suyos mientras lo contemplaba con los ojos muy abiertos. Mantuvo la mirada fija en los labios de el durante varios segundos y luego la aparto, visiblemente turbada. Eriol se sorprendió al advertir que una sensación de calor le recorría el cuerpo. De no haber sido imposible, creería que ella le había leído el pensamiento.

Se disponía a soltarle la mano cuando la joven profirió un grito ahogado. Se miraron a los ojos y Eriol se percato de que ella había palidecido de repente. Intento apartar su mano de la de Tomoyo, pero ella se la apretó con más fuerza.

-¿Qué ocurre? –pregunto, alarmado ante su lividez, nervioso por la concentración con que lo observaba-. Parece que haya visto un fantasma.

-William.

Eriol se quedo paralizado.

-¿Cómo ha dicho?

Los ojos de ella buscaron desesperadamente los suyos.

-¿Conocéis a alguien llamado William?

Todos los músculos del cuerpo de Eriol se tensaron.

-¿A que cree que esta jugando?

Por toda respuesta, ella le estrujo la mano entre las suyas y cerró los parpados.

-Es vuestro hermano –musito-. Os han dicho que murió sirviendo a su país. –Abrió los ojos y su expresión produjo en el la espeluznante sensación de que podía verle el alma-. No es verdad.

A Eriol se le helo la sangre. Retiro la mano bruscamente y retrocedió un paso, conmocionado por sus palabras. ¿Acaso conocía esa mujer su secreto más oscuro? Y en caso afirmativo, ¿Cómo lo sabia?

Todas las imágenes que había intentado borrar de su mente durante un año lo asaltaron de golpe. Un callejón lóbrego. El encuentro de William con un francés llamado Gaspard. Cajas llenas de armas. Dinero que cambia de manos. Preguntas insistentes. Un amargo enfrentamiento entre hermanos. Y después, solo unas semanas después, la noticia de que William había muerto en Waterloo, convertido en héroe de guerra.

El corazón le latía con fuerza mientras intentaba conservar la calma. ¿Había algo más en esa mujer de lo que parecía? ¿Sabría algo de la carta que había recibido hacia poco o de los tratos de William con el francés? ¿Seria ella la clave que el había pasado un año buscando?

Entorno los ojos sin apartarlos de la cara pálida de ella, y repitió la mentira que había dicho en incontables ocasiones:

-William murió luchando por su país. Es un héroe.

-No, excelencia.

-¿Me esta diciendo que mi hermano no era un héroe?

-No. Os estoy diciendo que no murió. Vuestro hermano William esta vivo.

continuara...

notas de la autora: hola bien he aqui mi segundo fanfic de la serie, espero que les guste, al principio creo que no se va a entender muchoy por ahora tampoco aparecen muchos personajes pero con el tiempo se va a entender, sin mas nos vemos en el proximo capitulo