Disclaimer: Harry Potter pertenece a JK Rowling.
Los secretos no salen del valle
El fuego crepitaba en la chimenea, y Albus descansaba en un sillón con la pierna izquierda encima de la mesa. A su lado, un chico de cabellos rubios y rizados trabajaba afanosamente.
- Espera, tienes que…
- Déjame a mí – interrumpió Gellert, apartando la mano de Albus que intentaba, como muchas veces antes, decirle cómo tenía que hacer las cosas -. Soy bueno en esto.
Albus puso los ojos en blanco, hasta que un escozor repentino le hizo gemir y agarrar la tela del sillón con fuerza. Dolía… mucho.
- ¿Dónde está? – inquirió de pronto Gellert, serio.
Albus lo comprendió al instante.
- En su pieza.
- ¿La encerraste?
- Sí, aunque me costó.
Gellert no quitaba la mirada de la herida sangrante en la pierna de Albus. ¿Por qué no lo miraba?
- Nunca te había dejado una tan fea – dijo el rubio, con una sonrisa irónica en los labios.
Albus no dijo nada. No era la primera vez que se producía aquella escena, pero esta vez Gellert tenía razón; había ido demasiado lejos. Pero, ¿qué podía hacer él? Era su responsabilidad, después de todo, y ya bastantes irresponsabilidades había cometido con Ariana.
Sin importar el dolor, sin importar la sangre que Gellert limpiaba cuidadosamente con su varita, y sin importar la piel que comenzaba a juntarse dolorosamente tras la experta curación de su amigo, no podía negar lo agradable que era sentir sus manos sobre su piel herida. Albus echaba la cabeza atrás, y entre las muecas y los gemidos de dolor, esbozaba unas cuantas sonrisas ante el dulce tacto.
- Terminé – anunció Gellert, después de un momento que a Albus se le hizo eterno.
Albus Dumbledore se sentó dificultosamente en el sillón de tela verde, y contempló la -ahora- cicatriz en su pierna izquierda.
- No está nada mal – comentó.
- No, sólo podría ser el metro de Londres.
Albus soltó una carcajada y Gellert sonrió, esta vez de verdad.
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