I

El capitán Benjamin Sisko entró en la sala de operaciones. Era temprano, demasiado temprano, pensó, y algunos días temprano era más temprano de lo necesario, reflexionaba, y aquella mañana, sin duda, era el ejemplo perfecto. Por alguna razón no había podido dormir bien la noche anterior y había estado desvelándose casi constantemente hasta que, cuando al fin había conseguido conciliar un sueño medianamente profundo, el despertador le llamó con su diaria y atroz crueldad para informarle de que tenía media hora para prepararse y llegar a la sala de operaciones. A pesar de todo, Benjamin Sisko obedeció al aparato con una sonrisa: no estaba dispuesto a que una mala noche provocada seguramente por un mal sueño que no podía ni recordar acabara con su buen ánimo. Así que casi arrastrando los pies pero con una mueca optimista se había dirigido al replicador: "Café, dulce café" había pensado, y ordenó al replicador que le sirviera uno - bien cargado, muy cargado -. Esperó. Esperó. Desesperó. El replicador, sencillamente, ignoró sus órdenes, y es que el maldito trasto era realmente el más insubordinado de cuantos había tenido la oportunidad de interaccionar en aquella estación. No había tiempo: vistió su uniforme y, sin café en el estómago ni un buen desayuno digno de un capitán, salió de su cuarto y se dirigió a la sala de operaciones.

Asomó desde el turbolift recomponiendo su cansado gesto y luego dirigió una satisfecha mirada a sus oficiales, se aseguró de que todos se encontraban en sus puestos y les saludó cordialmente, al fin, asintiendo con la cabeza. Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro: allí estaban todos - a excepción, claro, del doctor Bashir, que estaba ausente participando en una conferencia médica en algún exótico lugar de la galaxia, y del klingon Worf cuyo turno comenzaba en unas horas -. Todos preparados, dispuestos, eficientes, como cada día, y es que era realmente un honor ser su capitán, pensó Benjamin Sisko que, después de cuatro años, no podía sino sentirse el más afortunado de cuantos capitanes servían en la Flota Estelar.

El aroma del café inundó sus sentidos entonces, casi quiso cerrar los ojos para dejarse llevar por la fragancia milenaria del despertar de la Humanidad, seguir el rastro de su esencia hasta encontrar su fuente y, entonces, abrirlos para deleitar sus ojos con la visión siempre hechicera de la infusión por antonomasia. Casi fue así, de hecho, casi se vio arrastrado por el perfume a despertar y el deseo del sabor cálido y levemente amargo viajando por sus papilas, el mismo que le guió, casi embrujado, hasta la mesa donde Jadzia Dax le esperaba, una afable bienvenida en el hermoso rostro del viejo y, al tiempo, nuevo amigo:

- Buenos días, Capitán - dijo - ¿Una mala noche? - y se dispuso a tomar un sorbo de su raktajino.

- Una mala noche - confirmó Sisko tomando y robando con descaro de las manos de la trill la taza de café, al fin saboreando con expresividad la pócima del desvelo -. ¿Todo en orden?

- Todo en orden, capitán. Salvo mi café - dijo indicando la taza en manos del humano, con una mueca de dulce reproche.

- ¿Mayor?

- Todo en perfecto orden, capitán – dijo Nerys, sonriendo a causa del incidente y ofreciendo al tiempo una fresca y sincera bienvenida.

"Todo en orden" se dijo Benjamín Sisko, aunque ligeramente satisfecho: Que todo estuviera en orden sólo significaba una cosa, y era que tendría que entrar en su oficina y dedicar sus horas a las decenas de documentos burocráticos que – estaba seguro – le esperaban en su ordenador. "Un día excitante", concluyó, y con desaliento abandonó a la trill y a la bajorana para dirigirse a su oficina, sin prisas, con parsimonia - la burocracia siempre, siempre podía esperar -: precisamente aquella mañana no tenía ninguna gana de sumergirse en papeleos, permisos, informes ni letra pequeña. No tenía otra opción, no obstante, y tampoco era que estuviera deseoso de problemas, claro que no... Pero la expectativa de una pila de padds con aburrida retórica administrativa no era la mayor de las tentaciones, obviamente... "No queda otro remedio, Ben" se dijo, pero no quiso acelerar su paso para no precipitar la llegada a su despacho.

- ¿Capitán? – se escuchó la voz del jefe O´brien, y Sisko no lo dudó ni un instante: cualquier cosa capaz de alejarle o, al menos, demorar su llegada al fastidioso papeleo era bienvenida. Se giró incluso con gratitud para mirar al jefe O'brien:

- Adelante, Jefe.

- El wormhole parece mostrar una leve irregularidad energética.

- ¿Irregularidad?

- Confirmo – indicó Jadzia Dax desde su puesto -. Nada de magnitud considerable pero es cierto que se registran emisiones de naturaleza desconocida.

- ¿Desde cuándo? – preguntó el capitán.

- Sólo unos segundos.

- ¿Aumenta su intensidad?

Dax sacudió la cabeza, y Sisko comprendió que la anomalía no sería, finalmente, razón suficiente como para ahorrarse la burocracia. Volvió a sorber el raktajino, fruto del hurto, mientras consideraba la posibilidad de que las irregularidades pudieran tener alguna relación con el fallo matutino - demasiado matutino - de su replicador. No dijo nada, no obstante: su oficial científico acababa de asegurarle que habían comenzado hacía unos segundos y, admitámoslo, el aparato había dado razones suficientes de su indisciplina en el pasado como para achacar el defecto de aquella mañana a los caprichos del wormhole.

- Bien, manténganme informado de cualquier cambio o variación – ordenó, y luego se encaminó de nuevo hacia su despacho con gesto de desencanto y resignación. "Burocracia, allá voy", pensaba, y comenzó a subir los pocos escalones que llevaban a la puerta de su oficina cuando, de pronto, un apagón repentino dejó a oscuras la sala de operaciones. Sisko casi cayó de bruces en las escaleras y en su intento por no encontrar el suelo o el pico de algún escalón, el café se vertió sobre su uniforme - su destino era no beberlo aquella mañana -. El murmullo de los oficiales siguió, tan sólo unos segundos, hasta que las luces de emergencia se activaron al fin, proporcionando a la sala una penumbra de tonos añil.

- ¿Qué..? – comenzó a decir, tambaleándose, tratando aún de recuperar el equilibrio y no terminar de verter el resto del líquido - . O'brien, reporte de inmediato.

- Suministro energético de emergencia activado – comenzó a explicar el ingeniero -, el problema no está localizado sólo en la sala de operaciones, capitán, el resto de la estación tampoco se abastece normalmente.

- ¿Qué ha sucedido? – preguntó acercándose a Dax.

- El wormhole.. aún estoy a la espera de los datos de la lectura, capitán. Con el sistema de emergencia su llegada siempre se retrasa más de lo normal.

- ¿Alguna interpretación?

- No, capitán. No entiendo qué ha podido suceder.

La Mayor Kira también esperaba una respuesta, pudo discernirlo en su mirada, incluso en la semioscuridad de la sala mientras observaba cómo Dax presionaba todo tipo de botones y las variaciones de colores en la pantalla iluminaban su rostro con diferentes tonalidades y matices, provocando junto con las sombras un extraño e íntimo juego casi de intriga.

- Mayor, por favor, informe al Jefe Odo de que tome las medidas de seguridad necesarias para un problema menor en el funcionamiento de los sistemas – dijo, comprendiendo el revuelo que se habría ocasionado entre los residentes de la estación. La bajorana asintió.

- Capitán – llamó de nuevo entonces el Jefe O'brien -. Creo que detecto de nuevo una emisión... Parece...

- Olvídese de parecidos, Jefe, y reporte.

Un nuevo apagón, esta vez incluso de las luces de emergencia, dejó en completa oscuridad la sala de operaciones. Ningún aparato parecía funcionar, sólo la luz de las estrellas desde las ventanas proporcionaba cierta visibilidad y un incipiente temor comenzaba a apoderarse de su tripulación, podía sentirlo. Afortunadamente fueron sólo unos segundos, Sisko no tuvo siquiera tiempo de preguntar a sus oficiales qué estaba sucediendo cuando, de pronto, el teletransportador se iluminó y comenzó a alumbrar con destellos de mil colores y tonos la absoluta oscuridad de la sala. Fosforecía con regularidad, emanando luminosidad y generando en su interior un remolino de moléculas coloridas. Como era lógico, todas las miradas se dirigieron hacia él, esperando el desenlace de sus acrobacias cromáticas y, en efecto, poco a poco, dos figuras comenzaron a perfilarse entre sus pigmentadas y volátiles partículas, y un instante más tarde el suministro energético volvía, las computadoras se reiniciaban y las luces iluminaban de nuevo la sala. El teletransportador abandonó su actividad, y dos personas en su interior, perfectamente teletransportadas, esperaban atónitas poder comprender lo que acababa de suceder y, a juzgar por la estupefacción en sus rostros, también dónde se encontraban. Mientras el sistema parecía haber vuelto a la normalidad, como si nada hubiera sucedido, nadie se preocupó por confirmar su reinicio: todos quedaron mirando a los recién llegados con incertidumbre y perplejidad.

Sisko examinó sus figuras, aún desconcertado: se trataba de una hermosa mujer, de ojos verdes y dorada cabellera, de facciones nobles y simétricas, de ojos levemente alargados bajo las pardas y perfiladas cejas que combinaban majestuosamente con los puntos a lo largo de sus sienes y su cuello: era trill, no cabía duda. Recorriendo con sus ojos el resto de su silueta Sisko comprendió pronto, observando la prominencia superlativa de su vientre, que la trill se encontraba en estado de buena esperanza y, a juzgar por el tamaño considerable de su panza, no tardaría en llegar al mundo la criatura que se encontraba en su interior. Junto a ella, un humano alto y esbelto, de grandes ojos y mentón cubierto con una espesa barba de color azabache; oscura era también la pigmentación de sus cabellos y el tono dorado de su piel. Él también parecía vacilar, intentando comprender lo sucedido, frunciendo el ceño expresivamente en gesto de desconcierto... Miró hacia arriba y hacia abajo, a un lado y a otro y, finalmente, hacia la sala de operaciones donde su mirada se encontró con la del capitán Benjamin Sisko: su desconcierto se tornó en aturdimiento, en una mueca de sorpresa y asombro absolutos:

- ¿Ca...? Capitán?

La voz no dejaba lugar a dudas, y la familiaridad observada en la figura del humano hacía unos segundos ahora tomaba forma en su mente:

- ¿Doctor Bashir?

El doctor asintió: era Julian, Julian Bashir, sólo que... ¿cambiado? ¿mayor? No vestía su habitual uniforme y su rostro parecía levemente envejecido... "¿Cómo era posible?", "¿Qué es lo que había sucedido?" era todo lo que Sisko podía preguntarse: había quedado atónito ante su visión, tanto como el resto del personal presente en la sala de operaciones que parecía tratar de comprender, mirándose los unos a los otros como queriendo confirmar una sospecha – aún era difícil de creer -.

- ¿Alguien va a explicarme dónde estamos? – la voz de la trill en el transportador interrumpió el asombro general.

- Esto es Espacio Profundo Nueve, Jo... - le explicó Bashir -. Sólo que... ¡es Espacio Profundo Nueve en el pasado!

- ¡Estupendo! - exclamó -. Al parecer el apagón nos ha hecho viajar... al pasado... Hubiera preferido un destino más exótico, para ser sincera – dijo girándose para mirar a su alrededor, observando las paredes del habitáculo con cierto desengaño.

Jadzia Dax hubo de tomar otro sorbo de su raktajino para volver en sí, y para poder hacerlo hubo de recuperar su taza de las manos del capitán que, a su lado, había quedado completamente absorto. Estas cosas no debían ocurrir nunca tan temprano en la mañana, pensó la trill, y luego admitió que los años le habían sentado muy bien a Julian y, a juzgar por la mirada de Nerys, podría asegurar que la bajorana estaba pensando exactamente lo mismo: el doctor vestía una camisa de color castaño que favorecía tremendamente el color de sus ojos, y la esbeltez de su silueta venía ahora acompañada por una elegancia distinguida y selecta. La barba favorecía sus facciones, y no pudo sino preguntarse por qué no era una constante en el rostro del joven Julian Bashir a cuyo lado trabajaba cada día.

- ¡Julian! – le dijo al fin, feliz de tener frente a sí al amigo, y su voz consiguió llamar la atención del doctor que se giró para encontrar su fuente. Su reacción, no obstante, no fue en absoluto la que hubiera esperado: sus siempre vivos y joviales ojos quedaron como congelados, su expresión taciturna y acongojada en una mueca a medio camino entre el espanto y la sorpresa, era casi un péndulo tropezando con las emociones más extremas en cuestión de segundos.

- ¿Jad...? – balbuceó - ¿Jadzia?

No vaciló, seguramente si quiera sopesó su reacción, en un arrebato inconsciente y casi automático Julian Bashir bajó del teletransportador y en dos zancadas alcanzó a colocarse frente a la teniente Dax. La miró con ternura y la abrazó fuertemente, con tanto afecto y entusiasmo que todos en la sala de operaciones quedaron perplejos una vez más.

- ¡Vaya! ¡Yo también me alegro de verte! – dijo con sinceridad, aceptando el abrazo con franqueza, aún en su regazo.

Bashir pareció comprender algo entonces, y abandonó de inmediato el gesto de afecto hacia la trill, casi disculpándose. Sonriente se giró para comprobar que Miles O'Brien estaba en su puesto, joven y sonriente, verazmente feliz por la visión del amigo. Le dedicó la más amplia y franca de sus sonrisas:

- ¡Miles!

- ¡Julian! Te ves bien.

- Nada mal para un tipo de cincuenta años – dijo la trill en el transportador, un tanto intranquila, provocando que todas las miradas se volvieran hacia ella -. ¡Hola! – saludó con desparpajo, elevando una de sus manos para enfatizar sus palabras.

- Eh.. – Julian comenzó -. Ésta es Joan.

Y la rubia trill sonrió, satisfecha siendo el centro de atención, ofreciendo la mejor de sus sonrisas y acariciando su barriga con satisfacción.

- Y les presentaría felizmente a esta pequeña criatura también, si no fuera porque Julian es incapaz de decidirse por un nombre – añadió.

Sisko – que hasta entonces había quedado con la boca abierta – al fin volvió en sí. Ordenó de inmediato a sus oficiales adoptar el protocolo adecuado para incidentes relacionados con viajes temporales y comenzar los cálculos necesarios para enviar a los recién llegados de vuelta a sus coordenadas espacio-temporales. Les recordó que la conversación quedaría restringida a lo estrictamente necesario para poder solventar el problema, y que revelaciones sobre el futuro quedaban terminantemente prohibidas. Todos asintieron, a excepción de Joan, la trill llegada junto con el doctor Bashir, que a la escucha de las órdenes de Sisko no pudo evitar soltar un resoplido y hacer un comentario mientras abandonaba el teletransportador y, caminando ligeramente inclinada hacia atrás, con cuidado de no resbalar y con lentitud, se sentaba entre Dax y Kira al fin aliviada por poder disponer de un asiento:

- ¡Federales! ¡Dios mío, la organización más aburrida del Universo!

- ¿Disculpe? - preguntó Sisko, no entendiendo muy bien la naturaleza del comentario.

- ¿Podría alguien por lo menos replicarme un trozo de bizcocho? - suplicó la trill arrugando sus facciones en gesto implorante.

Julian Bashir se acercó entonces a ella, con un resoplido comenzó su reprimenda:

- Jo, te he dicho cientos de veces que tanto azú …

- ¡Sólo un trozo! – interrumpió.

Jadzia Dax no lo dudó: mientras la otra trill aún suplicaba por un poco de glucosa en sus venas y el deleite del dulce en sus papilas, se acercó al replicador y ordenó un trozo de la mejor tarta de chocolate que sabía que el aparato podía producir. Con cuidado recogió el plato y con una sonrisa amplísima derivada de una sincera empatía, sirvió a la embarazada lo que había pedido:

- Nunca digas "no" a una mujer embarazada, Doctor - dijo dirigiéndose a Julian -. Aquí tienes.

Pero Joan no respondió a su gesto, sino que comenzó a reír, incluso con cierta malicia, de modo que Dax no pudo sino preguntarse el por qué.

- No me reconoces, ¿verdad, Dax? – le dijo.

- No te entiendo...

- Llevo el simbionte de Kodan.

Los ojos de la teniente quedaron abiertos como platos, la sorpresa era tal que casi quedó sin palabras, irritación y extrañeza todo al mismo tiempo en sus dilatadas pupilas:

- ¿Kodan?

- Me encantan sus caras cuando descubren que no estoy muerta – dijo Joan mirando a Julian con cierta travesura, incluso perversidad-. No tiene precio – e introdujo un bocado de dulce en su boca -. Esto está buenísimo. ¿Puedo tomar otro después?

-¡Jo! – Julian regañó.

- ¿Ves? - dijo con un resoplido, dejando caer también sus hombros junto con el aire en sus pulmones - ¡Aburridos!