Primero de todo quiero agradecerte el que estés leyendo mi pequeña historia. Vale mucho para mí el poder compartir con alguien las ganas que vengo arrastrando hace años de poder escribir un fanfiction sobre esta franquicia en condiciones, y ahora, de adulto, creo que puedo hacerlo. Agradezco enormemente también el hecho de que esta Net sea completamente anónima, porque sinceramente no me arrepiento en absoluto de todo lo que voy a escribir.

Como habrás comprobado en la descripción, este fic es una ADAPTACIÓN de los sucesos acontecidos durante el videojuego de Kingdom Hearts —el primero de los diez que hay actualmente, y si vivimos para contarlo, el primero de los innumerables en TU actualidad.— He escrito todo esto en una situación Post-Kingdom Hearts III, sin embargo temo que me odiéis por no habérmelo acabado aún tras ya casi medio año de su lanzamiento. Sinceramente creo que no me he sentido preparado para contemplar como se desencadenan todos los acontecimientos del supuesto último juego de una saga que marcó mi infancia y la de muchos. Me he acabado enterando de gran parte del final tras haber asistido a un evento llevando el cosplay de Sora —del primer juego, porque por algún motivo nadie se hace ese traje con lo que mola :( — y haber sido bombardeado hasta el hastío de Spoilers por parte de otros jugadores. Sin embargo, no voy a creerme nada hasta que no me acabe el juego. No... Me niego a creerlo.

Y me diréis: "Pues te has metido en un campo de minas, GILIPOLLAS." Pues en mi defensa diré que fui a la convención el mismo mes que salió el juego —Pleno Enero— y me sorprendió que medio mundo lo acabase tan rápido. Yo recuerdo haberle dedicado mucho tiempo a los juegos anteriores, y esta vez no será la excepción. He esperado muchos años para esto y quiero disfrutarlo. Mucho.

Pues nada, sin más dilación dejo que empiece esta ObRa MaGnA De lA lItErAtUrA, cosa que no pretende ser en absolutohhh, pero en esta red todo el mundo se pone pinchi exquisito y todo hay que decirlo: No tengo esperanza alguna de volverme escritor, lo hago porque es algo que amo y a lo que le pongo pasión —Si no, pregúntaselo a mi historial de Safari, lleno de Word Reference y RAE.—

Antes de poner los disclaimers quiero aclarar que agradezco todas y cada una de las reviews que queráis dejarme por aquí —Sí, sí, poneos exquisitos, que quiero aprender lmao— y que sobre todo espero que esta pequeña historia os haga sentir toda una montaña rusa de emociones... Buenas y malas. Un besote!

◊Vanitas◊


DISCLAIMERS, IMPORTANTES AS FUCK!

◊ Esta historia es una ADAPTACIÓN de los sucesos acontecidos durante el primer juego de la saga de Kingdom Hearts y algunos guiños a Birth By Sleep. Obviamente sus personajes no me pertenecen, sin embargo, cambiarán algunas leyes de su universo y el físico de algunos personajes con tal de traer una experiencia algo más realista. También introduciré lo que en gaming son llamados NPCs, algunos con algo de relevancia en la trama, pero siguen siendo personajes DE FONDO.

◊ La siguiente historia contiene descripciones de VIOLENCIA GRÁFICA y TEMAS SUGESTIVOS, por lo tanto, si no eres muy fan de ello te recomiendo cerrar esta página e irte a buscar tu preciado "Soft Lemon Escolar con final feliz" a otra parte. Sin ofender, a mí también me gustan esas historias de vez en cuando. Pero este no es el caso :(

◊ También se manejarán temas no aptos para un público sensible, no solo hablamos de sufrimiento y violencia física. Ruego discreción.

◊ Por los jajas que se me otorgan como autor de este fic he de añadir que cambio la relación canónica del juego entre Sora y Kairi. Aquí el crush es entre Riku y Sora, sin embargo, me niego también a desaprovechar un buen personaje femenino: Kairi tiene su debida relevancia en la trama aquí.

◊ La trama tampoco girará en torno al romance entre estos dos personajes. Se explorarán sus dudas y motivos, pero todo esto forma parte de una historia, unos personajes y el desarrollo de estos y sus respectivas relaciones. Sin embargo, el romance entre estos dos afecta a la trama progresivamente.

◊¿Te gusta Juego de Tronos? ¿El Señor de los Anillos? ¿La Catedral del Mar? Este fic es para tí. No es Épica Medieval, ni Hiperrealismo Histórico. Es una historia de aventuras, que mezcla la fantasía de Disney con el realismo del mundo en el que vivimos.


Aquellas noches de verano resultaban inolvidables.

Tres niños corrían por la arena hasta caer rendidos. Saltaban, chillaban y se pegaban entre ellos con pequeñas espadas de madera. Las horas volaban y parecía increíble como podían caber tantas historias diferentes en tres cabezas tan pequeñas. Sin embargo, no solo estaban llenas de historias, sino también de sueños e ideas diferentes que les llevaría a tomar desiciones muy distintas entre sí.

Cada uno con su fantasía y cueto, el trío jugaba siempre bajo un mismo cielo, compartiendo un mismo destino. A veces eran historias de piratas, otras simulaban cuentos de caballerías, otras, mucho más simples, eran simples excusas de ambos chicos del grupo para competir por ver quién de ambos se acercaba más a la chica del grupo. Y es que verlos jugar eternamente, bajo el cielo diurno o bajo las estrellas, hacía que pareciese imposible reventar aquella burbuja de felicidad y aquel aura pura que los rodeaba. Los tres niños, eran simplemente felices disfrutando de su más tierna y casta infancia.

Corrían, claro que corrían, hasta agotar todas sus energías y caer rendidos en la arena, los tres abrazados entre sí, formando con sus pequeños bracitos un lazo inquebrantable que era capaz de protegerlos de cualquier mal. Una promesa, una promesa irrompible, un lazo forjado a partir de la carne y hueso que formaban los cuerpos de aquellos tres niños; una promesa inquebrantable forjada a fuego con el acero más puro del corazón de aquellos tres infantes.

Y es que corrían y pasaban así las horas y los días de todos y cada uno de los veranos de su vida. Con sus pequeñas rodillas sangrando tras caídas, moretones que decoraban de alguna forma sus pieles, con alegría, producto de aquellas incansables batallas que libraban con sus espadas de madera; con picaduras de aquellos mosquitos, los cuales, junto a las medusas y las muy temibles algas que rozaban sus pies e invadían las cálidas aguas que les rodeaban de vez en cuando, eran sus mayores enemigos hasta la fecha; con raspaduras en aquellas diminutas y redondas caritas que jamás parecían cansarse de sonreír, pese a todas aquellas heridas de guerra. Cada noche, cuando ya no se veían capaces de rendir más, se sentaban en círculo a mirarse la piel con curiosidad, los unos a los otros, mientras recordaban aquellas largas aventuras, mostrando todas y cada unas de sus pequeñas cicatrices, brillantes de carmín, como rubíes en enormes cálices; como trofeos y muestras de fuerza, valentía y fiereza. Se narraban entre sí las innumerables aventuras que acababan de vivir hacía a penas unas horas, con emoción; y se lucían, como guerreros, en todas y cada una de ellas.

Y así acababan las noches de verano, siempre dormían junto a las olas en la fría arena, bajo la luz de aquella Luna que parecía aguardarles de cualquier mal posible, contando la infinidad de las estrellas y colores que se formaban en el cielo; cada una, un ángel de la guarda que está tras ellos, protegiendo la honestidad de sus sonrisas y la diminuta llama de sus corazones.

Los tres dormían abrazados, hasta que aquel hermoso astro finalmente se hallaba demasiado alto. Una silueta se divisaba, adornando las aguas, pacíficamente surcando las olas, perfectamente iluminada por el blanco brillo de la luna, y reflejada, como cualquier cuerpo celeste que brillase alto aquella noche, en aquel espejo eterno que rodeaba las Islas del Destino. Los tres dormían brazados hasta que la figura se acercaba despacio a ellos, despertándolos con suaves caricias, palabras tiernas y llenas de amor; para subirlos a aquella barca de madera blanca, de tamaño adulto, y devolverlos a sus respectivos hogares, donde serían arropados y cuidados; esta vez no bajo la guardia de la incansable Luna, sino bajo el cálido y agradable techo familiar.

Sin embargo, durante el viaje solo la niña de los tres descansaba sus tiernos ojos azules.

Dos pequeños piratas retirados miraban al horizonte mientras hendían las aguas, ahora oscuras pese a haber sido cristalinas hacía unas horas, pero sin temor alguno. Uno al lado del otro, intercambiaban miradas ingenuas mientras, debatiéndose entre el cansancio y la curiosidad, emprendían el camino a casa. Ellos dos jamás se perdían la vuelta en bote. El pequeño de ambos, bajaba su manita hacia las olas más cercanas y las acariciaba. Se imaginaba el lomo de un dragón marino, que agradecía el amor recibido por primera vez en milenios, y es que el pequeño estaba convencido de que sea quien tocase su mano recibiría cariño, como él recibía por parte de sus amigos. El chico mayor posaba una mano en la húmeda madera para evitar caerse, mientras con la otra mano, acariciaba la suavísima piel del chico menor. Eran fascinante para ambos la paz que podía lograrse entre ellos, haciendo caso omiso de la figura paterna de turno que decidiese traerlos de vuelta a sus casas tras un largo día de aventuras que no eran nada más que juegos. No, para Sora y Riku no había nadie más allí que ellos, cruzando en su barca un mar de estrellas, a través de galaxias, a través del tiempo; solo ellos. Y aquella era la última aventura del día, la que jamás podían perderse, porque era única y exclusivamente suya; un pequeño ritual que les recordaba diariamente lo mucho que se importaban mutuamente; una última promesa, solo suya, de cuidarse y protegerse, para siempre.

Y es que la vida, sin aquella necesidad de protegerse entre sí, no podía ser más feliz para aquellos tres niños. Y los juramentos, no podían ser más fáciles de cumplir.


El verano estaba acabando una vez más en las Islas del Destino, y pronto tendrían que volver a clase. Ahora sentían aún más prisa que nunca por vivir aquella gran aventura que ansiaban y planeaban hacía tantos años.

Era común la cantidad de leyendas con las que crecían los niños en aquel pequeño par de islas, insignificantes, salvajes y prácticamente vírgenes en comparación al resto del mundo; pero la más popular era la "existencia" de otros mundos. Se hablaba demasiado sobre la aparición de Objetos Voladores No Identificados sobre los grandes países como Dinemars, pero jamás se había divisado alguno en las diminutas y perdidas Islas del Destino. Y es que formaban parte de aquellos pequeños trocitos de tierra esparcidos por el mundo que parecían no ser de nadie más que de sus habitantes mismos; como las personas que vivían allí, ensimismadas pero completas.

Los niños habían crecido preguntándose por qué todas aquellas historias solo ocurrían en las "grandes potencias mundiales" y jamás habían divisado oficialmente nada en su hogar; por lo que la mayoría acababan creciendo para olvidarlo, mientras que otros crecían ignorándolo. Pero no era el caso de aquellos tres chicos, que sentían como se les escurría el tiempo entre las manos, una vez más, para resolver el misterio; y esta vez iban más en serio que nunca.

Los tres habían crecido rodeados de leyendas, junto a otros chicos, sin embargo, ellos tenían la prueba irrefutable de qué era y qué no era real en todos aquellos relatos y documentales; pese a que ninguno de los tres parecía estar listo para decidir si todo aquello era mentira o no. Los tres niños habían crecido contemplando hechos paranormales que habían ido sucediendo a través de los tiernos años de su infancia; y aún así, pese a haberlo visto y vivido, no sabían ni la mitad de cosas que ocurrían a través del universo que tanto se habían parado a contemplar.

Kairi, la chica, era adoptada. Según todos, sus madres viajaron una temporada a un país de los alrededores, hasta que finalmente un orfanato dio el visto bueno para que una pareja de mujeres adoptase a una niña, la criase y amase con tal de que creciera fuerte, inteligente, saludable y bella. Sin embargo, según los más fieles acompañantes de esta chica, decían haberla visto descender del cielo, y que ella no era de aquel mundo, y que ella era uno de aquellos ángeles que vigilaban que todo saliese bien, y que ella era un alienígena venido de otro planeta, de otro mundo. Pero ella se reía, porque era feliz inventando cada vez una historia nueva a su llegada a la vida de ambos chicos, porque lo cierto era que, pese a no carecer de imaginación, aquella niña ni siquiera recordaba absolutamente nada de dónde provenía; pero tenía más que por seguro que no era de allí.

Por otra parte y antes de la llegada de Kairi, la enigmática chica de melena pelirroja, Riku y Sora habían sido siempre muy cercanos, pero eso no evitaba que guardasen secretos entre sí. Sin embargo, no era ningún secreto que diez años atrás, mientras los pequeños de cuatro y cinco años jugaban en las orillas de aquella diminuta isla salvaje fueron visitados por dos importantes desconocidos que cambiaron sin ser del todo conscientes el rumbo de la vida de ambos niños para siempre.

Miraban el sol cálido y protector comenzar a bañarse en el eterno horizonte marino, tiñendo las aguas de oro y dejando que su brillo apaciguace con tal de dar paso a las envidiosas estrellas que reclamaban poco a poco la atención de cualquier niño que apareciese por aquellas tierras vírgenes.

La Isla Perhea era la más pequeña y calma de aquel diminuto archipiélago de cuatro islas que formaban las Islas del Destino; y era una tierra reconocida por ser clamada por los niños que jugaban de sol a sol durante sus variaciones de verano en ella. A demás, se hallaba relativamente cercana a la segunda isla habitada, por pequeños pueblos, en la que residían y estudiaban durante el resto del año. La vida era tranquila en esos lares. De vez en cuando habían viajado a la gran ciudad de Ponhea, la isla más grande de las tres, donde solían ir a estudiar los universitarios, y a trabajar quienes más lo necesitasen. Pero la vida en la jungla de cemento no era nada para los niños comparada a los enormes árboles y cabañas que habían ido irguiendo poco a poco los adultos en aquella diminuta porción de tierra, reinada por los niños. En aquella isla, no habían reyes ni gobiernos, ni siquiera la necesidad de una "policía nacional", por lo que, pese a la seguridad de la zona, podía ocurrir cualquier cosa. Y no era para nada esperada la llegada de aquellos dos individuos de extraños ropajes a la diminuta porción de tierra virgen.

Una mujer y un hombre, jóvenes, pero adultos a ojos de cualquier menor, que se acercaban con rostro sereno y paso firme a ambos niños mientras jugaban mojando los pies en las diáfanas aguas. Los pequeños quedaron paralizados tras jurar que habían visto una luz descender del cielo, y ahora temblaban al oír una voz desconocida a sus espaldas. Riku fue quien, antes de girarse y habiendo jurado que estaban solos en la isla, sacó la pequeña espada de madera y colocó al pequeño Sora detrás suyo, mientras éste no hacía más que abrazarse a la espalda del chico mayor. Ahora se habían encontrado cara a cara con los dueños de aquellas extrañas pisadas que se dejaban entreoír sobre la arena.

Frente a los niños, ambas figuras se alzaban imponentes, como brillantes cuerpos celestes; y comenzaban a preguntarse si eran realmente ciertas las leyendas de los dioses, Sol y Luna, que sus padres contaban y cantaban, para hacerles dormir.

La mujer parecía fardar de una corta pero perfectamente arreglada cabellera azul como el mar profundo, una tez pálida, como la Luna llena que tanto admiraban; y unos preciosos ojos de un azul intenso y perpetuo como el cielo nocturno. Su figura se definía perfectamente tras la luz rojiza, un último regalo del Sol, que dejaba entrever una cálida sonrisa dibujada sobre unos labios rosados y finos. Aquella mujer de incomparable belleza parecía un ángel caído de las estrellas, o una sirena con piernas, aventurada desde el más vasto de los océanos. Pero había algo extraño en ella: su tez parecía iluminarse ligeramente, reflejando la escasa luz solar que decoraba el ambiente, como pequeños cristales incrustados en aquellas redondeadas mejillas sonrosadas. Ella parecía levitar, de tan delicada que se veía al ojo humano; pero de alguna forma parecía una mujer segura de sí misma, con un brillo que detonaba inteligencia y carisma dentro de aquellos profundos ojos. Parecía alguien fuerte, alguien protector, como una madre loba.

La segunda y no menos enigmática figura parecía tener otra expresión. Solemne y calmada, pero firme. Los niños jamás habían visto a un hombre como él, tan robusto y alto, tan enorme como las rocas de los acantilados a los que de vez en cuando jugaban a asomarse. Parecía un león de oro, salvaje y libre, pero seguro de su deber. El hombre tenía claramente sus pies en la tierra, y parecía emanar fuego de lo más profundo de su alma. Sin embargo, pese a su imponencia, ese hombre dejaba visibilizar en él cierta majestuosidad, como un enorme dragón, que protegía a la mujer de las aguas que se presentaba ante ellos. Una expresión amable y gentil emanaba de los ojos azules del hombre desconocido, de facciones rectangulares y fieras, como las puntiagudas rocas de las altas montañas de una de las cuatro islas, una postura y brazos que decían lo prohibido que podía resultar acercarse a él; al igual que aquella isla a la cual jamás habían ido. Su piel, ligeramente morena, le hacía parecer el Sol en sí mismo, protector, guardián y firme, cálido; pero poderoso, peligroso, causante de la vida y condena de cualquier sistema existente. Aquel hombre majestuoso tenía cabellos castaños como la leña a punto de arder, y unos labios gruesos los cuales podías ver casualmente curvarse en una sonrisa llena de amabilidad.

El Sol y la Luna se acercaron despacio a ambos niños, mientras la dulce mirada de la mujer recorría la escena con calma. Asombrada, contemplaba las acciones del chico albino del cual Terra le había hablado, defendiendo al más crío, con una simple espada de madera y una mirada feroz. Ella era consciente de que con un mero movimiento de muñeca podía hacer arder la pequeña espada y reducir, no solo el arma de juguete, sino la isla entera; a cenizas en cuestión de segundos. Pero no iba a hacerlo, no entraba en sus intensiones ni en su moral. Le hizo un gesto al hombre, mientras se quitaba los zapatos y calcetines dejando al descubierto unos delicados y blancos, pero callosos, pies; mientras comenzaba a andar sobre el agua, apartando las diminutas olas de la orilla a su paso, volviendo el mar un espejo bajo su andar. Así poco a poco se acercó a los niños, quienes aún vestidos, se metieron hasta la cintura en el mar, con tal de alejarse asustados de aquella extraña mujer. Pese a permanecer fascinados, y boquiabiertos por la magia que estaban viendo, cuchicheaban entre sí:

"¡Es de otro mundo, Riku!" Hestió el pequeño al oído del contrario, Riku.

"No, Sora, es La Bruja del Mar." El pequeño Sora quedó atónito, ¿y si su amigo tenía razón? Entonces estarían en grave peligro. No podían dejarse enajenar por aquella muchacha ni mucho menos escuchar su dulce cantar...

"¿La que la dicen papa y mama?" Preguntó temblando, con el claro miedo reflejado en los ojos.

"Sipi, esa. Quédate atrás de mi, te protejo."

"Yo creo que esa lo que es es un hada."

"Pero no, porque el Hada del Agua es de un libro, no de lo que nos dicen el papa y mama." Y aquello era cierto. Sus padres solían leerles cuentos de hadas y libros de caballerías. Sin embargo, cuando andaban por el puerto disfrutaban aún más oyendo las intrépidas aventuras de los pescadores y marineros que se juntaban por allí; los recibían con gusto y explicaban historias, muchas de ellas imposibles, que entretenían a los niños. Sora quería ser un pirata y Riku un explorador, ambos se complementaban y soñaban con recorrer el mundo algún día. "La Bruja de los Mares nos la contó el señor Horton, que sí que vive aventuras y él sabe."

"Tengo miedo, Riku."

"Te protejo."

"¿Sí?"

"Siempre."

La mujer seguía acercándose, muy despacio con una sonrisa enternecida por los actos de ambos pequeños. En apenas unos segundos se encontraba frente a estos, a escasos metros de la orilla, y pretendía extrañamente, que se calmasen pese a su imponente y serena actitud.

"Riku, Riku... ¿Y si lo que es es un ángel? Como lo que dicen los papas, que caen del cie..." El más pequeño seguía murmurando en una temblorosa voz al oído del chico mayor, hasta que se dio cuenta de que ahora la mujer se encontraba frente a ellos.

Ambos parecían perder sus miradas en toda ella: desde su magia hasta sus movimientos hipnóticos, esa mirada calmada como las aguas que rodeaban las islas, y es que toda ella parecía etérea. Pero ahora, de cerca, podían notar que ninguno de los dos soñaba aquello, y aquella mujer era real. La miraban, ahora más de cerca podían ver algunas heridas de grandes batallas, una pequeña raspadura en su mejilla, callos en sus manos, piernas y brazos musculosos y unas ojeras no muy visibles, fruto del cansancio y esfuerzo, de todas las batallas reales que había luchado aquella enigmática mujer. Aquella figura, ya no tan etérea, tenía algunas estrías surcando sus fornidos muslos, algún pequeño grano, eran el brazo o la cara; y una mancha de nacimiento en la rodilla derecha, que destacaba bastante una vez la mirabas bien. Aquel ser "caído del cielo", era tan real como cualquier mujer del archipiélago; como sus madres, o la profesora de música o la cuidadora, que venía a casa del pequeño Sora cuando sus padres salían a cenar de vez en cuando. Y es que aquellas figuras eran la aventura más real que se había prestado frente a los ojos de los niños, cargados de una mezcla entre ilusión y miedo, hasta la fecha. Pero aún así, seguía siendo hermosamente enigmática, y apaciblemente se iba agachando hasta quedar a la altura de ambos niños, que estaban aún con la cintura bajo las aguas cristalinas.

"Pequeños, no tengo intención de haceros daño alguno, os lo prometo. No tenéis motivo alguno para temernos, venid con nosotros, a la orilla." Su voz era dulce y totalmente genuina, sincera. Su risa, al ver como Riku bajaba la espada despacio, parecía una melodía que escapaba con prisa de sus cuerdas vocales. "Os prometo, con todo mi corazón, que no queremos haceros daño. Podríais venir con nosotros... ¿por favor?" Y es que los modales de aquella mujer dejaban entrever que no tenía malas intenciones. En ningún momento se había acercado de más, ni les había insistido, ni les había tocado siquiera. Los chicos se miraron, cuestionándose mutuamente si debían o no confiar en aquella joven de cabellos azul marino y extraños ropajes.

Sora fue quien salió de la espalda de Riku, pese a que este le tomase con fuerza de la camiseta, para no dejarle acercarse demasiado.

"Entonces... ¿eres un ángel?" Preguntó, posando aquellos ojos inocentes sobre el mar azul de la mirada perteneciente a aquella mujer.

"No, pequeño. Pero podéis acercaros, si queréis y os sentís cómodos, para que os contemos un poco lo que está por venir." Rezó la mujer, con una sonrisa.

Y así fue como, gracias a la ayuda de Aqua, Sora y Riku salieron del agua, acercándose ahora también, al otro hombre adulto.

Este, de cerca, era muchísimo más alto. Era la persona más alta que habían visto jamás, un roble, fuerte y enorme, y majestuoso, que los miraba desde lo alto, sin orgullo ni odio alguno. El hombre tenía una pequeña cicatriz también, pero sobre la nariz, y no parecía una simple raspadura. Parecía algo más torpe que la "bruja", más tosco, pero más fuerte; y sus brazos enormes eran muestra de ello. Llevaba una venda en la mano izquierda, y otra en el codo derecho; mientras estrías y cicatrices pintaban aquella musculosa y rígida piel. Sin embargo, su mirada aún era cálida, como un padre protector, ¿o tal vez la de un hermano mayor? Aquel fornido y atractivo guerrero fue el primero de los dos adultos en sentarse en la cálida arena que comenzaba a enfriarse con la huida del sol, para dejar paso a la fresca noche. Estaba seguro de que ambos niños podrían calmarse un poco, si veían que el "temible guerrero" estaba a su nivel, así que así lo hizo, y así ocurrió: ambos niños se acercaron más a él.

"Wala, mira, Sora, ¡es un guerrero!" Contempló el joven Riku con admiración hacia el hombre.

"¿Sabes volar? ¿Te pegaste con los malos? ¿Son heridas de peleas fuertes?" Preguntó Sora muy loable, que, con un extraño brillo en los ojos, curioseaba al hombre de arriba a abajo, creando un manto de preguntas atropelladas que lejos de ahogar a su receptor, parecían divertirle.

Ahora era la mujer quien habló, agachándose ante los pequeños. Sin embargo, Aqua dirigió su palabra a su acompañante.

"Mira, este chico tiene una mirada tan sincera... Es como tú, Terra." Comentó con su usual sonrisa. "Y el otro, pequeñín de mirada celestial, con una inocencia inquebrantable... ¿No te parece la viva imagen del pequeño Ventus?"

"Aqua..." Por fin habló el hombre de nombre Terra. Su voz retumbaba en el ambiente, pero no tronaba. Era como el sonido de una percusión, era rítmica y arrastraba un tono amable. Aquel temible guerrero era todo un enorme bonachón, que pese a su aspecto y fiereza, desprendía una enorme calidez y cariño con tan solo decir el nombre de la mujer que le acompañaba. "Pobrecitos, deben estar perdidos. Después de todo, somos nosotros quienes nos hemos metido de golpe y porrazo en su isla..." Y dejó escapar una risotada, potente como bombos y platillos, pero para nada terrible.

"Hey... ¿Os importaría decirme vuestros nombres, pequeños?" Preguntó la mujer de cabellos azules, dirigiéndose esta vez a los pequeños. Su tono de voz era el más dulce que había llegado a los oídos de los pequeños hasta la fecha.

"Pero Aqua... ¡Si ya los has oído...!" Responde el hombre, entre risas, recalcando lo evidente.

"Sí, pero prefiero que me los den ellos ellos. Sería muy extraño que una persona desconocida llegase a tu casa y te llamase por tu nombre, ¿verdad...? Pues ya está." Razonó Aqua, ante ambos niños, que se encontraban cruzando miradas de incertidumbre. La chica volvió la mirada hacia ellos, y sonrió mostrando sus blancas y perfectamente alineadas perlas.

"¡Me llamo Sora!" Responde el más pequeño levantando una mano al aire, como si pudiese tocar las nubes.

"Y... Y yo me soy Riku..." Dice el mayor de ambos, con la vista en la arena, mostrando una clara timidez. "Sois de otros mundos, ¿no? De por allí, y tal, y... y digo... que no viven aquí ni vienen de aquí..." Ahora hacía gestos con las manos, intentando explicarse, señalando el espacio y las islas.

"Oh... ¿Cómo lo sabes?" Le cuestiona Terra, con una clara expresión de sorpresa dibujada en su rostro. Tanto Aqua como él intercambiaron miradas. "¿Habéis oído hablar de otros mundos?"

"Si, es que vimos que... ¡Caían del cielo!" Responde el pequeño.

"Y en esta isla no vive nadie... Nunca les vimos por el pueblo, y la gente de la ciudad grande no llevan esa ropas." Razona el mayor.

"¡Chico listo...!" Y ahora era Terra, quien mostraba sus dientes, en una enorme y cálida sonrisa.

"¡Y mis mamá y papás nos cuentan siempre cosas muy buenas sobre otros mundos y lugares!" Apuntó el más joven. con esa afirmación Aqua y Terra intercambiaron miradas, siendo conscientes de que en aquellas leyendas no solo habían muchas verdades, sino también reglas rotas que habían ido desapareciendo con el paso del tiempo y el largo de las lenguas más curiosas.

"Mi nombre, como habréis oído, es Aqua. Él es Terra." Prosigue la mujer, de nombre Aqua. "Pronto, uno de vosotros será lo suficientemente especial, y correrá grandes aventuras. Pero me parece que ambos son muy especiales... ¿Verdad, Terra?"

"Aqua, ¿estás segura de esto...?" Y es que Terra, últimamente, parecía cuestionar absolutamente todo lo que ocurría a su alrededor —pero eso es otra historia.—

"Terra, La Luz nos ha guiado hasta aquí. Hasta ellos. Son ellos, míralos. ¿Es que acaso no lo ves en sus ojos? ¿No puedes ver la pureza de sus corazones...? Son ellos, tienen que serlo."

"¿Qué cosa? ¿Qué es lo que somos? ¿Riku, sabes de qué habla la Bruja del Mar?" Interrumpe el canijo Sora.

"Sí, sí. ¿Te acuerdas del chico grande que vi el otro día? Pues creo que era él." Señala Riku, con el dedo, a Terra. "Era mi secreto, que le vi. Ala, ya te lo sabes todo." Pero Riku mentía. Terra y él eran conscientes de que habían hablado un poco más, pero Riku había prometido solemnemente guardar la conversación entre ambos bajo llave y candado.

"Ualaaa, pero ya lo conocías..." Sora se encontraba boquiabierto ante la confesión del mayor, que era muy simple, pero para el inocentón de Sora cualquier cosa era sorpresa. "Tú sabes que yo soy el mejor guardasecretos del mundo, y no me lo contaste Riku... ¡Traición, traición!" Se quejó Sora, haciendo un berrinche.

"Oye, Sora... ¿A ti te gusta Riku...? ¿Le quieres? "Habló esta vez la mujer de cabellera azul.

"¡Claro! ¡Es mi mejor amigo...! Si que le quiero, mucho. Con todo mi corazón." Responde efusivamente, colocando un dedo en el medio de su pecho, donde creía que se situaba el corazón, como cualquier niño a su edad.

"Bien... Y si ves que él comienza a dar tumbos por la vida, si ves que viaja por un camino que no es correcto, si le ves perdido, le ayudarás. ¿No?"

"¡Sipi! Jamás le lo dejaré." Y Sora dirigió su mirada a su compañero, regalándole una tierna sonrisa; la promesa más pura.

"Muy bien... Si le quieres de verdad, tienes que quedarte a su lado, mantenerle seguro, cuidarle... Ese es tu trabajo especial. Cuento contigo para ello, ¿Sí?"

Y los dos pequeños se abrazaron, mientras Sora asentía, primero dudando, sin saber a qué venía todo aquello, pero luego de una forma firme y segura. Aqua, al ver a ambos niños sin entender demasiado la situación, decidió posar ambas manos en sus pequeñas cabezas, removiéndoles el pelo para tranquilizarlos. Estos rieron como mil campanillas de plata en respuesta.

"Está bien, Terra, tenías razón. Has hecho bien." Aqua le dirigió una sonrisa encantadora a su contrario. Este mantenía la mirada perdida en ella, que se ponía de pie poco a poco.

"Te lo dije, Aqua, ¿Ves que tenía razón esta vez...? ¿Ves?" Finalmente reaccionó, y ahora el enorme guerrero también se ponía de pie con un tono juguetón en la voz y una actitud algo infantil, desafiando a la chica, quien respondió riendo. "Era a él a quien debía pasarle..."

Aqua posó uno de sus finos dedos sobre los labios del hombre, mandando al silencio. Éste se dio cuenta rápidamente de lo que estaba a punto de hacer. Entendió el mensaje, y dirigió una última mirada a los niños, quieres abrían sus ojos como platos al ver como de un pequeño mecanismo que ambos guerreros llevaban en el hombro, comenzaba a brotar una despampanante armadura. Ahora sí que parecían enormes, intimidantes, fuertes, invencibles.

Las armaduras parecían dignas de cualquier cuento de épica fantástica medieval, pero eran algo jamás visto. La de Aqua, forjada con hierro azul, y una larga capa de terciopelo, que parecía simular el mar profundo, brillando al sol. La de Terra, era todo lo contrario, esa armadura era fuego; con colores dorados, terrosos y una enorme capa carmesí, aterciopelada también, y algo raídas por las puntas. Ambas reflejaban ya los últimos rayos del ocaso, que decoraban el cielo de hermosos colores pastel, a los cuales el negro de la noche comenzaba a devorar.

Terra se quitó aquel casco, con dos largas puntas como orejas de zorro a los costados y una extraña forma en la visera; como si de guardianes galácticos se tratasen. Seguido de Aqua, que imito su gesto, se despidieron de los niños, arrodillándose a su lado. Con las armaduras puestas, los pequeños Sora y Riku a penas llegaban a las rodillas de ambos adultos.

"Pequeños... Lo haréis bien. Portaos bien siempre, sed muy muy buenos, con todo y todos. Sed agradecidos, disfrutad de la vida siempre; no sabéis cuándo tendréis que librar una batalla. Pero si creéis en vosotros y permanecéis unidos, siempre venceréis." Habló Terra, en tono solemne.

"Y no os olvidéis de que todo lo ocurrido hoy es un secreto. El mayor de vuestras vidas. Si alguien se entera, podría romperse la magia... Cuidaos mucho, Sora, Riku. Nos veremos." Y dichas estas palabras, habiéndose despedido ambos y dedicado sus últimas sonrisas, se pusieron los cascos, y levantaron sus manos al aire, haciendo aparecer por primera vez, sus armas. Dos enormes llaves, de extrañas formas y colores diferentes, que duraron poco entre la luz que emanaba su invocación; y ahora se convertían en dos extraños vehículos, que tardaron poco y nada en alzarse y desaparecer a velocidades supersónicas en el cielo nocturno.

Y ambos niños, tras quedarse mirando las estrellas un rato, las cuales ahora ambos guerreros surcaban, cayeron de espaldas, con las mandíbulas por los suelos, en un total estado de shock.

Aquella serie de sucesos marcaban la infancia de los pequeños, como cualquier otra aventura lo habría hecho. La aparición de Kairi era otro de aquellos importantes acontecimientos que les tenían intrigados, y es que aquella niña no era de ningún país extranjero, sino de mucho más allá. No había cabellera igual, que simulase los colores de una rosa, en todo aquel lugar, ni una mirada azul con pequeñas trazas de violeta; la apariencia de la niña era algo inédito y dejaba claro que su origen era demasiado incierto. Kairi era uno de aquellos misterios que ambos niños se desvelaban por resolver, y es que mientras el resto crecía y olvidaba las leyendas que contaban sus padres como cuentos de cama, aquellos dos niños, Sora y Riku, no eran capaces de olvidar ni negar la existencia de otros seres y mundos a través del universo; ellos tenían la prueba de esto grabada a fuego en sus memorias desde que tenían cuatro años.

Ahora, diez años más tarde, se apresuraban por comenzar su aventura, planeada durante todo aquel verano, y finalmente decididos, comienzan su búsqueda hacia el lugar de origen de su muy querida amiga. Todos tenían sueños que cumplir... O por lo menos Riku, un chico albino de quince años y altos estándares, que soñaba inquietamente desde pequeño con salir de aquellas islas y recorrer el mundo con tal de encontrar su propia fuerza; y Kairi, la enigmática pelirroja de catorce años corroída por la curiosidad, por saber de dónde venía, quién era; ella quería conocerse del todo. Y luego teníamos a Sora. Al igual que Kairi, era un año menor que Riku, pero no era ni de lejos como él o su amiga. Sora, pese a ser de personalidad inquieta, no tenía claro qué deseaba hacer fuera de las islas. Sora solo se dejaba arrastrar por la corriente causada por la efusividad de sus amigos. Él estaba cómodo viviendo con su madre, yendo a clases, holgazaneando durante las vacaciones... Sora no era alguien especialmente fuerte, ni sabio, ni siquiera hábil o talentoso. Sora... Él era solo un niño, que no tenía duda alguna sobre el ritmo de vida que llevaba... O tal vez sí, y vivía negándoselo. ¿Qué querría alguien simple como Sora? ¿Qué ansiaba Sora?