Capítulo 1
De cómo se conocieron los creadores de su sol personal
Era la mujer más bella que jamás había visto, él lo sabía bien, y con solo mirarla entendió que debía enamorarla, costase lo que costase. Sería una de las tareas más difíciles, el proyecto más grande que jamás enfrentaría. Se llevaría todos sus recursos y lo dejaría agotado, pero valdría la pena.
Verla caminar por aquel callejón lo dejó sin aliento. Su túnica, ondeando detrás de ella al caminar, le daba un aspecto misterioso y elegante, que hacía voltear a más de un mago al avanzar.
Todos giraban sus cabezas, sus ojos agrandados ante semejante visión. Al notar aquello Amos sintió una intensa punzada en la sien, reconociendo entonces que tendría más competencia de la que hubiese imaginado. El día estaba nublado y las calles lucían más grises que nunca, por lo que el color rosa del vestido de la bruja llamaba la atención, dándole a todo aquel lugar la vida que le faltaba. Había caído la tarde, y se filtraba poca luz por aquellos pasajes y callejuelas confusas. Decidió entonces seguirla discretamente, y averiguar algo acerca de ella, cualquier cosa, lo que fuera, que le permitiera comenzar la conquista más importante de su existencia.
Se mantuvo varios pasos por detrás, fingiendo ser un sujeto que leía distraídamente el diario mientras avanzaba por la calle. En perspectiva, varias horas después, se dio cuenta de que aquel acto había sido muy poco creíble, pues ¿quién podría leer mientras caminaba tan rápidamente y con tan poca iluminación? Había sido afortunado al no ser descubierto. Por momentos, la mujer aceleraba el paso, y él tenía que apretar el propio para no perderla de vista. Se acercaba a algunas vidrieras, miraba vestidos y túnicas, pasando por alto cualquier lugar en donde vendieran cosas para el hogar, alimentos o bebidas, que eran las vidrieras que Amos elegía para hacer tiempo y pasar desapercibido. Era genuino el interés que la bruja tenía al mirar aquellas telas colgando de los maniquíes que se movían y la saludaban, invitándole a pasar a la tienda. Ella sencillamente les sonreía y negaba con la cabeza, diciéndoles con gentileza que volvería otro día, pronto, cuando tuviese más dinero para gastar. Por momentos se quedaba charlando con ellos, debatiendo sobre qué luciría mejor en su cuerpo y qué diseños acentuarían más su figura.
El mago no podía evitar pensar que cualquiera fuera la prenda que vistiera, se vería despampanante. Aquella bruja podría tranquilamente aparecer en la tapa de cualquier revista mágica, pues su encanto le era innato. Se acercó disimuladamente un poco más a la mujer, para escuchar la conversación que estaba manteniendo con el maniquí de aquel encantador, —por no decir imposiblemente caro— local de ropa para brujas modernas.
—Cualquier cosa que desee, querida, cualquier cosa, Madame Tacuba podrá volverlo realidad. No hay diseños en Londres más innovadores que los de ella, trae ideas del continente americano, ¿lo sabía usted? —dijo el blanco material esbelto sin rostro, tan encantado como encantador.
—Si, lo había escuchado. Por eso me llama tanto la atención este lugar. Cada vez que salgo del trabajo vengo caminando por aquí, solo para mirar lo que hay en exposición.
—Pues lo bien que hace querida, lo bien que hace. Disfrute usted de estas creaciones, únicas e irrepetibles (pues están encantadas para que nadie pueda reproducir su exacto diseño) —el maniquí hizo un gesto con su cabeza, una inclinación, que la bruja asoció con el movimiento que se suele acompañar al guiño de un ojo. Le estaba contando un secreto, una confidencialidad. Estaba logrando que se sintiera importante.
—Quiere decir que no importa cuánto mire lo que hay aquí en exposición, ¿nunca podré hacer un atuendo igual? ¿por muy buena que sea con la varita?
—Exactamente eso quiero decir —su voz era arrogante. —Todas estas prendas están diseñadas de forma tal de que aunque los magos o brujas quisieran recordar con precisión cómo eran, les sea imposible. Y si alguien deseara tomar una foto de ellas, y luego copiarlas, siempre algo les fallaría en su memoria al pronunciar el hechizo. Es imposible recrearlas —terminó la idea con el tono bañado en orgullo.
La mujer sintió rabia. Ella era una persona que vivía para su imagen, claro estaba, pero que no poseía el dinero suficiente para mantenerse al día con la moda. Por mucho que trabajara, nunca alcanzaría a ganar lo suficiente como para subsistir y además vestir como Merlín mandaba. Por lo menos no en aquel trabajo que tenía desde hacía años.
Tenia el plan de analizar los últimos modelos y luego armarlos con sus habilidades mágicas de costurera. Se le daba muy bien coser y bordar con su varita, pero carecía de originalidad. Además, no quería inventar diseños, ¡quería vestir ropa de diseñador!
—Pues Madame debe estar orgullosa de su ingenio —comentó la bruja.
—Lo está, si que lo está —contestó el pedazo de material. A cada palabra que decía, peor le caía a la bruja. Ya había cumplido su cuota de sociales por aquella tarde, y quería irse de allí lo antes posible. Intentando disimular al máximo su mal humor, imprimió en su rostro la sonrisa más falsa jamás vista, y miró el interior del local, encontrándose a la Madame, que había estado escuchando aquella conversación desde lejos pero con muchísima atención. Con un suave movimiento de mano realizó una especie de saludo, y emprendió su retirada. —¡Espere, querida, espere! ¿a dónde va? ¡tiene que entrar a probarse algo! ¡Tiene usted una figura de ensueño! No hay nada aquí dentro que no le quede de maravilla.
La voz del maniquí se volvía más y más lejana mientras la bruja avanzaba con paso decidido por el callejón, alejándose de aquel lugar, ya encaminado hacia su hogar.
Amos retomó su persecución, lo más sigiloso posible, mientras en su cabeza resonaban las últimas palabras del títere de la tienda; no podía estar más de acuerdo con él. No había palabras que le hicieran justicia a la totalidad de esa mujer. Era más alta que la media de las brujas que pasaban a su alrededor, y su cuerpo tenía unas curvas tan tentadoras que el mago ya soñaba con poder delinearlas con suavidad mientras la sostenía en sus brazos. Su cabello, castaño claro, caía hasta su cintura dibujando ondas desde la raíz hasta la punta. Brillaba como el sol que lo despertaba todas las mañanas en su humilde casa, y le proporcionaba sensación de calidez. Al verla pasar pudo vislumbrar sus labios carnosos, que aquella tarde se encontraban maquillados de un color violáceo intenso.
No podía decir nada sobre su mirada todavía, pues le había sido imposible acercarse demasiado y que no resultara sospechoso. Siguió caminando detrás de ella, escuchando una y otra vez en su cabeza el resonar de los tacones, hasta que en algún momento, sin que él se diera cuenta, la bruja giró sobre sus talones y desapareció.
Había pasado una semana desde que la había visto, y se había convertido en una obsesión. Durante todos esos días luchó contra el pensamiento obsesivo, el cual le exigía con desesperación que saliera de su oficina en el ministerio y fuera a buscarla por aquellas calles que ella decía 'recorrer todos los días después de su trabajo'. Pero no podía, debía ser más fuerte. No podía dejarse llevar por un impulso como un crío adolescente, cuando ya era un hombre hecho y derecho. Tenía que ganar esa batalla consigo mismo y no salir huyendo despavorido dos horas antes, sin excusa real aparente, en busca de una mujer que había visto una sola vez en su vida. No sabía nada sobre ella. ¿Sería soltera, casada, viuda? ¿cuántos años tendría? ¿dónde viviría? ¿de qué trabajaría? Mientras todos estos interrogantes venían a su mente, enseguida desaparecían, al instante que imágenes sobre sus caderas moviéndose de un lado para el otro al caminar inundaban todo su ser.
Cuando aquellos largos cinco días terminaron, y el fin de semana llegó, decidió dar un paseo por aquellas calles ya recorridas, con la esperanza de que en aquel día no laboral la muchacha se dejara ver. Pasó horas esa tarde, deambulando de calle en calle, de tienda en tienda, con el ánimo arrimándose a cada hora más al suelo, ya abatido.
Necesitaba algo fuerte, un buen trago, para poder pasar aquel rato. Quería que alguna sustancia lo quemara internamente lo suficiente como para dejar de sentir la inquietud que se había adueñado de todo su cuerpo y poder dirigir su atención a otra incomodidad menos dolorosa. Divisó a lo lejos un barsucho bastante oscuro, y se encaminó hacia él. Se encontraba lejos de donde imaginaba podía cruzarse a la intrigante bruja, por lo que tenía la guardia baja y el cansancio se le notaba en los hombros. No le dedicó una segunda mirada al cartel de entrada, que estaba caído. Sin saber el nombre del lugar, tan solo decidió entrar para beber un sorbo de algo que le llenara momentáneamente su vacío interior. Tomó asiento en la barra, en una silla bastante alta, lo cual no fue problema para él, que siempre se había considerado un hombre de gran estatura. Momentos después, una mujer se acercó a él para tomar su orden.
—Señor, ¡buenas noches! —¿buenas noches? ¿Es que acaso no era recién de tarde? —¿Que desea tomar?
—Un whisky de fuego estaría bien, muchas gracias.
—Enseguida —la chica pasó por algunas otras mesas antes de dirigirse a la parte de atrás de la barra a preparar los pedidos.
Mientras la observaba hacer, meditaba sobre el tipo de trabajo que la bruja que tanto buscaba desempeñaba. La mujer movía su varita de aquí para allá, con maestría, mezclando los elementos adecuados, en las proporciones indicadas, para lograr los mejores tragos del callejón —o eso había escuchado decir a una pareja detrás de él—. Con simples toques, suaves, hacía que botellas de sustancias diferentes se volcaran en vasos en la medida adecuada, y luego con muñeca experta, dando dos simples giros de varita, ponía todo a mezclar. En pocos instantes tenía todo hecho, y cada trago en la mesa adecuada.
Amos se dispuso a dar el primer sorbo a su copa, pero no pudo terminar de hacerlo. Tomándolo totalmente por sorpresa, por detrás de la barra, dándole un beso de despedida a su compañera de trabajo, se encontraba la bruja de sus sueños. Lucía un simple vestido corto, color coral, que era demasiado llamativo para aquel lugar, demasiado sensual para la sanidad mental de cualquier ser humano. Ya no podría quitar más su vista de aquella corta falda. Vio cómo se abrazaron unos momentos con la otra mujer, deseándole una buena noche, y luego cómo dejó el local. El mago, después de salir de su estupefacción, apuró su trago empezándolo y terminándolo de un sorbo —a ver si aquello le daba algo de coraje— y salió tras ella. La bruja ya se había puesto su capa junto con la capucha de la misma, y había avanzado algunos metros.
Caminaba tan rápido como para no perderla de vista, pero sin tener todavía las agallas para detenerla y hablarle, porque ¿qué podía decirle? ¿que la había visto y había sido como si fuese la primera mujer que jamás se cruzó en su vida? Le parecía un poco intenso, por muy cierto que fuera. Se acercó un poco más a ella, y grande fue su sorpresa cuando la bruja giró abruptamente haciendo que él mismo frenase para no impactar contra ella.
—¿Vamos a repetir lo de la semana pasada? —inquirió con una ceja levantada.
El mundo de Amos dio un vuelco. Ya la había idealizado a un punto de no retorno, pero aún así, no estaba mentalmente preparado para lo que vio en aquel instante: los ojos de esa mujer eran de verdad, el cielo. Sabía que los iba a amar hasta el final de sus días. Ella lo era todo.
Las pestañas eran tan largas y espesas que tocaban los párpados, haciendo que cada parpadeo fuera un movimiento lento y sensual, posiblemente destinado a hipnotizar a toda persona que se encontrara delante de ella y dejándola a su merced. El color de aquellos iris, miel intenso, le recordaba a las siembras de los campos en donde había crecido, haciéndolo perderse en recuerdos de su infancia y brindándole nuevamente, calidez en el estómago. Sensación que iba a la par de aquel vértigo que se había instaurado dentro de él desde hacía ya demasiado tiempo. Y su mirada. Oh por Merlín, su mirada.
—¿Cómo… cómo dices? —preguntó Amos, tartamudeando.
—Que si vas a perseguirme otra vez —contestó. —Sinceramente, es sábado, estoy cansada, no tengo ganas de preocuparme por un extraño que está pisándome los talones. —añadió. —¿Qué es lo que quieres?
—¿Trabajas en este barcito? —dijo a modo de respuesta el mago.
—Eres muy observador —el tono de la bruja estaba lleno de ironía. —Claramente trabajo aquí. —Su rostro estaba serio, y comenzaba a reflejar hastío —pero solo por las noches.
—¿y el resto del tiempo? —se animó a preguntar Amos.
—¡Pues que te importa, entrometido! —espetó bajito la bruja —Es suficiente. Deja de seguirme, que quiero irme tranquila a disfrutar de lo que queda de este día.
—¿Dónde trabajas el resto de los días? —insistió el hombre.
Ella lo miró con intensidad. No sabía por qué, pero aquel mago no le generaba miedo, sino más bien, intriga. Quería saber por qué aquel día la había seguido durante tanto tiempo, qué necesitaba de ella, y por qué en ningún momento se había acercado a hablarle. Decidió contestarle.
—El resto de los días trabajo doble turno en un restaurante en el Londres muggle.
—Oh… —Amos sonrió. La bruja que había visto caminar por los callejones del Londres mágico, aquella que se llevaba a medio mundo por delante, tenía perfil de casi todas las profesiones, pero no de mesera. Jamás se le hubiese podido ocurrir que ella trabajara de aquello. El mundo estaba lleno de sorpresas.
—Y algunas noches, si es que el dinero no me alcanza, hago un tercer turno aquí, en este bar —agregó. —Ahora si, ¿puedes decirme por qué demonios estás tan interesado en mí?
Amos meditó unos segundos la respuesta. No sabía qué decirle, no quería sonar desesperado, ni desubicado, ni amenazador. Quería ser franco sin quedar en ridículo. Se dio cuenta de que estaba tardando en responder, y supuso que era mejor decir cualquier cosa antes de quedar como un retardado, por lo que finalmente contestó:
—Porque quiero enamorarte.
La bruja se quedó estupefacta. Jamás se hubiese imaginado aquella respuesta. Su mandíbula se descolocó levemente, formando una "o" con sus labios. ¿Qué era lo que este extraño le estaba diciendo? ¿Enamorarla, a ella? Un extraño con ambiciones extremas, sin duda. Un extraño demente.
Finalmente, rió. Una sonora carcajada salió desde el fondo de su garganta, no pudiendo frenarla, pues de repente todo le parecía demasiado gracioso. Miró al hombre de arriba abajo, lo cual le causó aún más gracia. Era ridículo.
—Quiero decirte que tu risa comienza a ser bastante insultante —dijo Amos.
—Lo… lo… ¡lo siento! —le dolía el pecho de tanto reírse —Es que me suena descabellado.
—¿Qué cosa?
—Todo —todavía le costaba hablar, su voz sonaba forzada. —Soy imposible de enamorar, muchacho —dijo. —Además, ¡mírate! ¡eres un crío! ¿cuántos años tienes, veinte?
—No —replicó, tajante. —Eso no importa. Por favor, deja de reirte. Estás hiriendo mis sentimientos —se puso su mano en el pecho, adoptando un semblante mortalmente serio.
La mujer cambió su actitud. De repente, el ambiente podía cortarse con cuchillo, y ella ya no quería estar ahí. Lo miró una vez más, y con una sonrisa mordaz, pegó la media vuelta y se alejó unos cuantos pasos. Se detuvo a unos metros, y se volteó nuevamente a mirar al chico.
—Siento haberme reído —dijo. Pensó unos segundos antes de hablar, pero finalmente lo soltó —Pareces muy dulce —Amos sonrió para sus adentros. Lo miró unos momentos más, y metió su mano en su túnica. —Hasta nunca, chico. Ya deja de seguirme.
—¡ESPERA! —gritó el mago. La bruja, quien ya tenía la varita en su mano, detuvo su movimiento en seco. —¿Podrías al menos decirme tu nombre?
Amos la miraba atentamente, expectante, deleitándose en el interín con la visión que tenía delante de sí: color coral contrastando con una piel blanca de muerte, a su vez contrastando con una capa, un callejón y un cielo tremendamente oscuros. Esa mujer era, por definición, intensa. Tan intensa como el color del vestido que llevaba puesto. Podía sentirlo, aún sin conocerla.
Esperó pacientemente, rezándo a Merlín para que la bruja abriera esa boca exquisita y pronunciara aquel sustantivo propio que venía anhelando desde que la había visto. La miró mientras se mordía los labios, meditaba si iba a responder a la demanda, o si iba a terminar de desaparecer sin más. Finalmente, pudo ver la determinación en sus ojos, cuando con una media sonrisa y ahora sí, una mirada más suave, dijo:
—Adelaide.
Luego, con un sonoro crack, Amos quedó solo en el callejón. "Adelaide", pensó. Su mente se deleitó con el nombre, su boca lo pronunció para afuera, y su entrepierna respondió con un tirón.
Esa mujer sería su perdición.
Cuando llegó a su casa, se encontraba agotada. Todo el cansancio del día cayó sobre ella sin más, y comenzaron a dolerle músculos de su cuerpo que no era consciente que tenía. Se acostó sobre su cama, bastante chica pero muy cómoda, se quitó sus tacones y reposó su espalda por unos minutos. Aquellos días empezaban a ser calurosos, pero a aquellas horas de la noche refrescaba un poco. Su capa la había protegido del viento en su viaje a casa, pero ahora que ya estaba dentro de su cuarto sentía la temperatura de su cuerpo subir, y se apresuró a levantarse y abrir la ventana de su habitación para que entrara un poco de aire.
El viento entró violentamente, inundando todo el cuarto y aireándolo. Apoyó sus brazos sobre el alféizar de la ventana y admiró la ciudad, totalmente iluminada y despierta. Pensaba en todas las personas, mágicas y no mágicas, que se encontraban por allí dando vueltas, probablemente disfrutando del fin de semana, divirtiéndose, descansando. Y luego pensó en ella, tan solitaria en una pequeña habitación de un triste hotel de aquel Londres nuevo en su vida.
Se había mudado a Londres hacía poco tiempo, y todavía no terminaba de acostumbrarse. Antes vivía en otra parte de Inglaterra, donde la gente era más gentil que en este nuevo lugar, desde que había pisado este nuevo suelo, forjó su personalidad en torno a la hostilidad que la rodeaba. Aunque todavía le resultaba extraño que las personas cuyas caras veía al menos una vez al día no dedicaran unos segundos a saludarla. Por otro lado, esa ciudad tenía tanta vida nocturna como diurna, y con eso se refería a que trabajaba tan duramente durante el día como a la noche, solo que la clientela era diferente. Mientras el sol brillaba en el cielo, las personas a quienes atendía eran exigentes empresarios de oficina que demandaban un almuerzo rápido, sabroso y en lo posible económico. También ancianos que no tenían mucho que hacer con sus días, y jóvenes que asistían a universidades y necesitaban un lugar donde almorzar o merendar. El Londres muggle era divertido en ese aspecto. La variedad generacional y la falta de magia mantenían su curiosidad despierta, aprendía un poco de esto y otro poco de aquello, fijándose en costumbres que nunca hubiese imaginado de haberse mantenido en el mundo mágico. En cambio, cuando el sol se ponía y se dirigía al bar donde atendía a una comunidad del mundo no muggle bastante… desagradable y pedante, la cosa era diferente. Durante la semana lo frecuentaban personas grandes, hombres con vidas huecas que intentaban llenar sus vacíos existenciales con alcohol. Probablemente fallando de manera abismal, pues siempre los volvía a encontrar al día siguiente. También había magos que estaban esperando a mujeres que, claramente, no eran sus esposas. Estaba cansada de tratar a un espectro tan reducido de clientes. Deseaba que a ese bar llegaran personas más interesantes. Lo que también sucedía con frecuencia era que la mayoría de esas almas solitarias intentaban ligar con ella. 'Qué buen culo tienes, muñeca.' ¡Qué frase gastada! Se había cansado de escucharla, y hasta había considerado la posibilidad de reducir un poco aquella vibra de conquista que bien sabía que poseía, pero luego se convencía de que sería en vano. Los hombres, magos o no magos, que fueran cerdos, seguirían siéndolo aunque estuviera vestida de colacuerno húngaro. No era excluyente el género a decir verdad: recordaba perfectamente la caradurez de una bruja que al pasar a su lado le había susurrado una barbaridad al oído. Estaba harta de tanta inmadurez, ¿de verdad pensaban que por el simple hecho de trabajar en un bar sería fácil llevarla a la cama?
Fue entonces cuando aquel joven le vino a la mente. Lo había notado la semana anterior, siguiendo sus pasos con un mal logrado disimulo, pero no le había dado mayor importancia. Sabía que podía desaparecerse en cualquier momento, y no le temía en absoluto. No quería que su libertad se viera privada por un muchacho cualquiera, y no pensaba acabar con su paseo creativo por simple precaución. Tenía en mente su próximo proyecto: tenía que renovar su armario. Si bien estaba llena de atuendos (el espacio del cuarto de hotel que rentaba estaba más que nada, lleno de ropa), ya había usado demasiadas veces cada conjunto, y se estaba cansando de lucir siempre igual. Necesitaba ideas. No podía seguir andando por las calles de esa forma, la temporada de invierno estaba a punto de terminar y quería estar a la altura de la que estaba llegando. Pero entre el estúpido charlatán de aquella tienda, y el hombre misterioso que se había obsesionado con ella, sus planes se frustraron. Próximamente tendría que volver por aquellos pasajes e investigar un poco más para poder crear sus propios diseños.
No obstante, ese muchacho había logrado intrigarla. Qué extraño le resultaba que de todos los bares que había en Londres, hubiese terminado justo en aquel, justo donde ella trabajaba. Por la cara del chico, y por la forma tan tonta e insegura que tuvo de encararla sin dudas había sido una casualidad. Parecía un mago bastante humilde, dada su forma de vestir y su aspecto en general. Nada de camisas, de trajes, de presencia imponente. Era un simple hombre debajo de su gastada túnica, sintiéndose avergonzado al hablarle, pero con la bondad desbordándose en sus ojos.
Además, ¡lucía muy joven! ¿cómo podía haberse fijado en ella? Le llevaría cuando menos unos diez años, y estaba segura de que su propia personalidad errática no podría ir nunca con lo que aparentaba ser ese chico, tan manso, con su andar buenudo y tranquilo. Y él no podía haber sido tan ciego de no haberlo notado. Ella misma se miraba al espejo y podía ver con claridad que las arrugas de expresión estaban mucho más marcadas que antaño, y que su piel ya no tenía aquel brillo natural del que tan orgullosa había estado. De no ser por la cantidad de pociones que compraba para su piel, la misma ya estaría perdiendo suavidad, día a día, noche a noche. Había grasa extra en sus caderas, que en el pasado no existía, y si bien seguía siendo una bruja delgada, se sentía levemente incómoda, y sabía que con los años eso tan solo empeoraría. La salvaba su propio trabajo: correr de una mesa a otra atendiendo pedidos hacía que se mantuviera dinámica, y que sus músculos estuvieran tonificados.
Había días que se sentía tan amargada, que no se soportaba ni ella misma. En esos momentos maltrataba a todo el mundo, a cualquiera que se pusiera delante de ella, y le era dificilísimo cumplir con sus obligaciones correctamente, pues los clientes acababan con su paciencia en un santiamén, y la hacía lucir como una malhumorada. Había magos, clientes regulares, que ya estaban acostumbrados a su asquerosa forma de ser, y simplemente saludaban al llegar y al irse, como un mero reflejo. Otros, los que tenían más interés en tirársela que en ser educados, seguían insistiendo, logrando que sus rostros terminarán empapados con alguna bebida, o con un buen cachetazo en la mejilla. En esos momentos se sentía una persona poco paciente, una criatura que estaba destinada a vagar sola por la vida, pues jamás tendría ganas de pasar el tiempo suficiente con otra persona, ya que todas tendrán cosas que no estaba dispuesta a tolerar.
Por estos y otros motivos le había causado tanta gracia la declaración del joven mago: era imposible enamorarla. Nadie podría hacerlo nunca, porque no había nacido para el amor. Por cómo lucía el panorama hasta el momento, había llegado al mundo para luchar: tuvo que dejar a su familia en aquel triste pueblo, para quizás llegar a ser alguien en la vida. Debía trabajar todos los días de su vida en algo que parecía más bien trabajo esclavo, y en donde diariamente encontraba más maltrato que palabras amables. Hacía todo lo que podía manualmente, tanto las comidas diarias como las vestimentas que usaba. No quería parecer una mujer dejada, o de bajos recursos, quería lucir exactamente como deseaba verse: reluciente y llena de fuerza. Pero por mucho que lo intentaba, no lograba hacerlo. En su interior se sentía tan insignificante como aquel pueblo del que había salido.
Volvió a pensar en todas aquellas personas caminando por la ciudad, y deseó ser una de ellas, acompañadas por su familia, su pareja o algún amigo, y principalmente con energía para disfrutar de la noche. En cambio, ella se encontraba destrozada, con todos sus huesos agotados después de seis días de trabajo, la mayoría con triple turno, y sintió pena de sí misma, en la oscuridad de aquel lugar, sola y cansada. Se alejó entonces de la ventana, y terminó de desvestirse. Guardó prolijamente su vestido en el closet, se quitó la ropa interior y se metió entre las sábanas. Amaba dormir desnuda sobre aquella tela de seda. Tomó su varita, realizó un hechizo sobre el techo de la habitación e inmediatamente se llenó de estrellas. Dejó la varita en su mesa de luz y acomodo la cabeza sobre sus brazos para contemplar el resultado.
Mientras sus ojos se cerraban, la cara del extraño que exteriorizó sus románticas intenciones le vino a la mente. De pronto, sonrió. En el fondo de su corazón, su respuesta a aquella declaración había sido una mentira. En realidad deseaba volver a verlo. Pero ¿cuál sería el punto? En el exacto momento en el que la tratara de verdad, en el que se diera cuenta de su verdadera forma de ser, no habría capricho en el mundo entero que pudiera hacer que aquel tierno joven la quisiera.
Estaba demasiado arruinada para merecer amor.
¡Hola a todos! ¿Cómo andan?
Les vengo a traer una nueva idea, que espero tenga aceptación.
Les voy a contar la historia de cómo, en mi imaginación, es la vida de Cedric Diggory. Siempre tuve un amor especial por él, no me pregunten por qué. Es un personaje con muchísimo potencial, y mucho más interesante y complejo que el lugar que JK le dio en el mundo mágico.
Vamos a suponer dos cosas principales para sentar las bases de este fic: la primera es que la vida de Hermione se mantiene constante sólamente hasta su tercer año en Hogwarts. A partir de entonces, queda totalmente en mis manos. La segunda, como podrán suponer, es que Cedric no muere en el cuarto libro. Esto es, sobre todo, porque para mí estos dos personajes podrían haber formado una amistad como ninguna otra. Son dos personas inteligentes a las que si se les hubiera dado la oportunidad de conocerse, se podrían haber disfrutado muchisímo. El resto de las cosas las voy a dejar iguales a las originales, con el propósito de darle contexto y un hermoso mundo a mi historia.
Y como idea totalmente nueva, voy tambien a contarles un poco sobre las raíces de Cedric, es decir, sobre sus padres. Sobre su historia de amor. Cómo se conocieron, y cómo llegaron a darle vida a aquel muchacho, que terminó convirtiéndose en el sol personal de Hermione Granger.
¡Espero que la disfruten y que me dejen sus comentarios! Los espero ansiosamente.
Un beso grande para todos.
Noe.
