Le había besado.

Tanto tiempo deseando que pasara, imaginando cómo sería, y entonces, en un solo instante, tres largos años de continua negación y tontas ensoñaciones tirados a la basura.

No lo había planeado. Al entrar en el despacho sí se había preparado para encontrarse a House con el pelo revuelto y su camisa azul, analizándola silenciosamente nada mas tocar el pomo de la puerta. Porque estaba picado, sí, estaba picado de no habersela encontrado hecha un mar de lágrimas, suplicando por su amor. Y al instante siguiente, a pesar de sus esfuerzos de parecer imperturbable, había descubierto lo que se escondía tras esa fría petición de que la firmara carta de recomendación. No importaba cuánto se esforzara por ocultarle sus sentimientos, incluso cuando se llegaba a engañar a sí misma: descubrir el secreto de House la había sumido en una paralizante perplejidad. No se lo terminaba de creer, no sabía si romper o llorar, gritar, hundirse en la desesperación o conseguir esa maldita muestra de sangre porque hasta que Chase, Foreman y ella no vieran con sus propios ojos la enfermedad, aquello no sería real. No podía ser real. ¡Pero si House era un maldito Dios!¿no debía ser inmortal?

Y en ese especie de trance irreal, en donde nada podía estar pasando de verdad, le besó. Sus dedos acariciándole el pelo, el tacto de la barba contra su mano, el sabor de sus labios, su respiración entrecortada; toda ella gritaba esto no está pasando, esto no está pasando y fue ese desperado intento de desconectarse de todo aquello, lo que la permitió recordar la aguja que llevaba en el bolsillo.House la atrapó por supuesto. Una parte de ella deseaba que lo hiciera para que todo aquello fuera un patético truco de Matahari, un quid pro quo de aquella vez que él la dijo tan serio Te quiero y NO lo que no podía permitirse pensar: que su jefe, el cabrón sociópata más encantador que existía en la tierra, el hombre del que odiaba estar (no me gusta, no puede gustarme) enamorada, tenía metida la lengua en su boca.

Fue ya en el pasillo, camino al laboratorio, recordando cómo la había agarrado de la muñeca- su mano caliente, apretándola suavemente- cuando permitió aflorar el desesperado, urgente pensamiento que había ahogado en ese instante. Por Dios House, no dejes de tocarme, nunca dejes de tocarme.

Sí, le había besado. Y él se moría de cancer.