El oscuro manto estrellado de la noche caía sobre la ciudad de Wittersberg. Por sus tranquilas calles los transeúntes caminaban, unos solos y otros acompañados. Raramente se podía ver a una persona caminar por aquellas aceras en solitario, y menos sabiendo las clases de criaturas que rondaban dicha ciudad.
Muchos decían que sólo era una leyenda urbana que se habían inventado, como muchas otras. Otros simplemente ni se molestaban en pensar en esa memez. Una gran parte de la población entraba en pánico al oír simplemente el nombre de dichas criaturas: los canavar.
¿Qué eran esos seres? ¿Qué buscaban en los humanos? ¿Cómo aparecieron en la ciudad?
Pues bien, en este relato pretendo plasmar, de primera mano y con el mayor lujo de detalles cómo actúan los canavar y las atrocidades que cometen con unos seres como nosotros. Me queda decir que soy un superviviente de las garras de esas bestias. Ahora mismo, me encuentro en una habitación, dictando mis vivencias a mi hermana Anna debido a la falta de mis dos brazos. Demos comienzo...
No recuerdo nada de antes de la captura. Una vez abrí los ojos, mi cuerpo se hallaba en contacto con la fría superficie de roca, percibía por completo la humedad que posteriormente me calaba hasta los huesos. Los gritos de agonía y de dolor estaban a la orden del día, perforaba mis tímpanos hasta el punto de enloquecer, mas me mantenía en mis cabales, procurando salvaguardar mi cordura el tiempo que me fuera posible. Debía salir de allí de alguna de las maneras. Mi intención no era morirme en aquella angosta estancia que además olía a podredumbre. A saber la cantidad de personas que se habían "alojado" antes que yo… Ni pensarlo quería. Así como aquello que posiblemente les hubieran hecho. Lo más lógico es que muriesen de una pulmonía o algo por el estilo. Cabía destacar que me encontraba en un sótano.
Los días transcurrían como si se trataran de largos meses, mi voz se había apagado por completo, mis gritos de angustia resonaban en la estancia y en los pasillos. Era capaz de observar el pasar de un hombre bastante alto, superaba con creces los dos metros; de larga cabellera plateada, la cual se prolongaba hasta unos centímetros más abajo de las nalgas. Algo que tampoco se me pasó desapercibido era que portaba una cicatriz en la comisura de los labios, simulando la característica sonrisa de payaso, además de varias cicatrices más por toda su fisonomía. En diversas ocasiones, las manos de aquel demente se encontraban ocupadas por seres humanos mutilados, o simplemente inertes.
Un día, aquel imponente hombre se paró delante de mi celda y me observó con su fría mirada grisácea. Su rostro infundía pavor. Mi cuerpo comenzó a temblar de forma incontrolable, me estremecí por completo y negué con la cabeza. De repente, una extrañísima criatura apareció de detrás del siniestro hombre. El rostro de dicha criatura era muy peculiar, terrorífico a decir verdad. Portaba una desquiciada sonrisa de oreja a oreja, literalmente. Dientes afilados como cuchillas. Su mirada era penetrante, tanto o igual como la del misterioso hombre, aunque la peculiaridad se encontraba en sus ojos, éstos eran grandes y negros como el carbón. Un iris inmaculado con una pupila rasgada daba la pincelada final a lo que conformaba su rostro. Luego, su cabeza se encontraba adornada por unos retorcidos y gruesos cuernos que apuntaban directamente al cráneo. Parecía que estaba destinado a morir ensartado por su propia cornamenta, pero eso no tenía importancia. El caso es que comenzó a caminar en mi dirección, haciendo resonar sus zapatos… Un momento… No eran zapatos, sino pezuñas.
Retrocedí hasta que me topé con la pared. El miedo recorría todo mi ser, desde la punta de los dedos hasta la cabeza. Lágrimas nerviosas recorrían mis mejillas mientras aquella especie de chico-cabra se acercaba a mí, mirándome fijamente. Cuando se encontró lo suficientemente cerca me tocó con su mano. En aquel instante, la horrenda muerte de mis padres me invadió por completo la mente. Volví a revivir todas las sensaciones que recorrieron mi fisonomía, ese horror al ver a mis padres descuartizados en el suelo mientras una figura oscura se encontraba en medio de todos los pedazos, mirándome con fijeza y una desquiciada sonrisa en su rostro, como queriéndome decir que yo era el siguiente. Un sonoro y desgarrador grito escapó de mi garganta. Tuve, y sigo teniendo, muchas pesadillas con la mencionada figura. Una vez que el extraño ser retiró la mano, mis pensamientos se disiparon en un instante. La macabra sonrisa de la criatura se ensanchó de una forma terrorífica.
— Llevémoslo a la silla —mencionó con una voz de ultratumba, como si no se tratara de este mundo.
El hombre de cabellos plateados penetró en la estancia y me agarró con fuerza del brazo. Traté de patalear, pero me fue imposible deshacerme del agarre, así que no tuve más remedio que gritar y llorar, sin esperanza de salir de allí. En unos escasos minutos me encontré en una estancia en la cual, al final, se hallaba una inmensa silla cubierta de sangre. Sólo fui capaz de divisar ese detalle, en cuanto me sentaron en el mueble, pude apreciar la frialdad del acero y el dolor punzante de diversas púas situadas en el respaldo del asiento. Inconscientemente me incliné hacia delante, pero el chico-cabra me empujó, provocando que me clavara en profundidad aquellos pinchos. Proferí un quejido profundo de dolor. Prontamente, me ataron las muñecas a los reposabrazos y los pies a las patas delanteras de la silla. Me revolvía cual lagartija. Un dolor lacerante se alojó en mi brazo derecho, impidiéndome por el momento el movimiento. Proferí un desgarrador grito de dolor y la sangre brotó de mi brazo. A ese corte le prosiguieron varios más, hasta que el hombre de cabellera plateada apareció con un serrucho. El terror se apoderó de mí, mi respiración era entrecortada a causa del pavor. Me aplicó un torniquete en el brazo y cuando finalizó, posó la fría hoja dentada de metal en mi piel y comenzó a realizar movimientos vacilantes sobre ésta, cortando poco a poco su objetivo.
La sangre continuó brotando sin cesar, de mi garganta salían roncos alaridos de dolor, las lágrimas nacían de mis ojos y resbalaban por mis mejillas. Dolor y pavor era lo que sentía en ese instante. Nada más. Y así hasta que llegó al hueso. No entendía la razón por la cual no me había desmayado aún a causa del intenso dolor que estaba sufriendo. La guinda del pastel fue que empuñó un cuchillo de carnicero, el cual usó para propinar un fuerte mandoble y así poder romperme el hueso el brazo. No contento con ello, procedió a realizar la misma operación con el brazo que me quedaba.
Terminé sin brazos, desangrándome a pesar del torniquete. No encontraba fuerzas siquiera para poder respirar debidamente, sólo quería morir, pero… ¿Por qué no lo hacía? ¿Por qué mi vida no terminaba aún? Se me ocurrió preguntarles la razón por la cual no fallecía. Obtuve respuesta y me sorprendió bastante.
Y así concluye mi encuentro con los canavar. Todavía me pregunto por qué no morí en aquella situación a pesar de la pérdida de sangre tan abrumadora… ¿Seré uno de ellos? ¿Pensáis que sí o simplemente fue suerte lo que tuve? ¿Y si os digo que mi hermana es únicamente un vegetal que obedece mis órdenes sin chistar? Os invito a que lo averigüéis, pero cuidado, no vayáis solos por las calles de Wittersberg, no correrás la misma suerte que yo.
