NdA: Mi primera vez en este fandom! Espero ser bien recibida :)

Disclaimer: Ni Harry Potter, ni Hermione y Draco en particular, me pertenecen; yo solamente los cojo prestados para mi humilde historia.

Este capítulo es muy corto, los siguientes son un poco más largos. ¡Saludos!

Bloque 1: capítulo 1

Curso 1996-1997.

-Todos lo vimos en esa tienda, con toda esa gente. Era una ceremonia de iniciación. Ya ha pasado. Draco Malfoy es uno de ellos.

Harry estaba convencido de lo que decía, a pesar de que ni Ron ni Hermione le creyeran. Él sabía que Draco Malfoy era un mortífago, y lo probaría.

-.-.-

Todo el mundo conocía a Hermione Granger. A pesar de estar en sexto año todavía, muchos pensaban que era la mejor bruja de su generación. Hermione era lista –siempre la mejor de su clase- y amable; pero casi todo el mundo la conocía porque era amiga de Harry Potter –y, como todos sabían, la cabeza pensante del Trío Dorado-.

Pero, sobre todo, Hermione era una persona reflexiva y sensata. Desde joven ella había sabido que llegaría lejos. Trabajaría en el Ministerio abogando por los derechos de las criaturas mágicas, e iría escalando. Con once años, apenas días después de recibir su carta de Hogwarts, Hermione, sentada en el sofá de su casa y cubierta por una manta, leyó por primera vez Historia de Hogwarts y Guía muggle del Mundo Mágico, y leyó también sobre todos los magos y brujas que influyeron en el pasado y mejoraron de alguna manera Gran Bretaña, todos esos directores de Hogwarts, todos esos Ministros, y decidió en ese momento que un día sería uno de ellos, que sería recordada por todas las cosas buenas que haría.

Ayudar a Harry, su amigo, su hermano, era el primer paso. Era lo correcto. Harry necesitaba su ayuda, y ella necesitaba ayudarlo a acabar con Voldemort y sus mortífagos para que su sueño de infancia de un mundo sin violencia e injusticias se hiciera realidad. Conforme pasaron los años, entendió que no necesitaba convertirse en ninguna de esas personas famosas que salían en los libros, porque esto era mucho más importante, mucho más significativo, incluso si perdía la vida en el intento.

Hermione era lista, y sensata, pero quizás tendría que haber leído un poco más sobre la condición humana y menos sobre los actos heroicos de otras personas, porque entonces habría sabido que hasta la persona más altruista tenía un punto flaco. Dinero, sexo, alcohol… Los tres venenos capaces de emponzoñar al ser humano.

Hermione se creía por encima de todos esos artificios.

Hasta que Draco Malfoy entró en su vida. Y la desbarató.

-.-.-

Hermione Granger y Draco Malfoy no eran amigos y nunca lo serían.

Ella siempre sería la sangresucia sabelotodo para él, y Malfoy siempre sería el idiota presumido, esnob y cruel que se metía con ella, Ron y Harry desde los once años y que casi consiguió que mataran a Buckbeak en su tercer año.

Malfoy era atractivo. Ella lo sabía. Todo el mundo lo sabía. De pelo rubio casi blanco, ojos grises, pómulos marcados, atlético y una cabeza más alto que ella, Malfoy bien podría tener sangre veela en sus venas. El príncipe de Slytherin, admirado y temido a partes iguales por su Casa.

Quizás las generaciones futuras de magos y brujas, si bien no pensaran en su pequeño desliz con amabilidad, al menos podrían entender la atracción, una tonta más que caía en las garras de la seducción ("Granger tenía un futuro tan prometedor, pero ese chico era un pájaro de mal agüero, tan guapo, tan encantador, realmente esa chica no tenía posibilidades").

Pero esa sería una absoluta y ridícula mentira, porque nada de esto empezó por una cuestión de atracción. Todo empezó por una cuestión de odio y de rabia, de resentimiento y violencia; dos personas recurriendo al placer físico para doblegar a la otra, para humillar a la otra, para imponerse sobre la otra. Besos que sabían a sangre, uñas arañando la piel, cuerpos chocando con fuerza, con frenesí, hasta que uno de ellos o ambos perdían la cordura, cerraban los ojos y se dejaban llevar, y las palabras hostiles no se reiniciaban hasta que abrían de nuevos los ojos, hasta que veían quién era realmente la persona entre sus brazos. Hasta que la vergüenza sustituía la pasión, recogían sus ropas y se marchaban.

Y si después, rememorándolo en su cama por las noches Hermione creía recordar una pasión distinta en los ojos de Malfoy, una profundidad que no era capaz de ver cuando estaban juntos, se forzaba a no pensar en ello. Recordaba el sabor de sus besos en cambio, la palidez de su piel, la forma en que se rendía arqueando la espalda, ofreciéndole el cuello como un lobo rindiéndose al líder de su manada, e incluso si al día siguiente era ella la que se rendía no importaba, porque el recuerdo del pulso de Malfoy bajo su boca, la carótida impulsando vida a un solo mordisco de distancia, no la abandonaría.

En esos momentos se sentía poderosa.