"Al óleo"
Llevaban ocho años, tres meses y quince días sin verse, sin hablar, sin saber que cosas habían pasado en sus vidas, que fatalidades le habían tocado en suerte, que era lo que la vida las había convertido en aquellos seres que apenas se reconocían. Pero, así y todo, ese gesto de su pequeña era inolvidable: la trasladaba irremisiblemente a un pasado más feliz pero que, cruelmente, le producía un inquebrantable dolor bien disimulado. Era un mohín que había visto en ella siendo solo una niña; al recibir un regalo nuevo, una noticia de sus padres en viaje, o simplemente esperando algún cumplido por lo realizado. Su boca en ese rostro casi infantil sonreía con algo de magia y nerviosismo, y sus ojos brillaban con una felicidad repentina.
Pero, aquella vez, había algo más.
Veía como su hermana se retorcía las manos, seguramente sintiendo ese cosquilleo que le dictaba tirarse a los brazos de ese hombre tan extraño y sombrío, abrazarlo y besarlo con la misma euforia que dispensaba hacia su padre pero, quizás, con algo mas...
Ella los observaba a una escasa distancia, y al verlos a ambos, uno frente al otro, ella sonriéndole radiante, y él, con un gesto impasible que de primeras no demostraba nada, pero la serpiente blanca supo que escondía mucho, a ella, la princesa renegada, le pareció ver un cuadro en donde sus protagonistas son ajenos a todo lo que sucede a su alrededor, iluminados por algo que solo ellos pueden comprender.
Y entonces, se corrigió. Ese gesto de su hermana era igual a tantos otros, pero tan diferente...
Lo supo, todos debían notarlo. Estúpido quien no lo hiciera.
Su pequeña revoltosa, inquieta, hiperactiva y charlatana hermanita había metido la pata hasta el fondo sin quererlo. Había embromado aun más su difícil existencia.
Se había enamorado.
"Mierda Ameria, has jodido todo" pensó observándolos, recelosa, "Podrías haber escogido a otro, eh..."
Más allá de su tono de reproche, su boca formo una enigmática sonrisa.
