Prefacio.
Después
de la luz blanca, fue una lágrima. Una única lagrima cristalina que
rodó por mi mejilla.
A mi alrededor, muchísimas personas
haciendo cosas diferentes.
En mi corazón, el dolor abriéndose
paso. Esa certidumbre incierta de que algo esta mal. Esa sensación
odiosa de que todo cambio.
Ambulancias, paramédicos,
policías.
Mujeres y hombres contemplando horrorizados. Mirándome
compasivamente. Susurrando "pobre niñita"y sintiendo pena por
mí.
Mis ojos no veían todo esto. Estaba mirando al vacío, a la
negrura que encuentras en el color. En mis pupilas se reflejaban los
rescatistas rompiendo la ahora deforme lata del auto para sacar el
ultimo cuerpo.
Mi madre.
Estaba cubierta de sangre. Cortes por
aquí, cortes por allá. La ropa hecha jirones. Mis sueños, mis
anhelos, esperanzas... mi vida muerta con ella.
Manos que me
tocaban aquí, bocas que me hablaban por allá. Personas que querían
que estuviera bien, pero yo sabia que estaba mal. Y esa certeza
incierta se hizo tan verídica como la luz. La verdad me cubrió con
la lona que cubrió el cuerpo de mi madre, aun tibio, inerte sobre el
duro asfalto.
Gente que gritaba instrucciones, policías que
tomaban nota. Testigos que eran interrogados. Todos y cada uno de
ellos ajenos a mis sueños rotos. A mis alforjas con esperanzas
quebradas. Todos inmunes contra esta muerte.
Antes de las 11 las
puertas de la ambulancia que trasladaba a mi padre se cerraron.
Antes
de la medianoche, aquella bestia invisible, aquella presencia
inhumana llamada muerte, me cubrió con su sombra y a su paso, me
dejo sola en el mundo.
