Disclaimer: Digimon ni sus personajes me pertenecen.
Esta historia participa de la actividad Yaoi del foro proyecto 1-8 para la actividad de San valentin.
Pedido: Un ángel enseña a su Kouhai, quien a su vez le enseña "otras cosas" porque todavía tiene los pecados carnales de la tierra.
Este fic participa en el intercambio secreto del topic Yaoi/Yuri del foro Proyecto 1-8.
Mi amiga secreta es HikariCaelum y mi retador Chia Moon.
Casi ángeles.
Los copos de nieve caían sobre sus cabellos enmarañados y el ligero viento le golpeaba el cuerpo desnudo haciéndole temblar.
Delante de él un ángel le tendía la mano.
La cogió buscando un poco de calor.
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Senpai aburrido, Kouhai testarudo.
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—¡Tcks! —Taichi chasqueó la lengua—. ¿Por qué dices que no se puede?
Por cuarta vez en el último minuto Yamato suspiró, cansado, no quería seguir perdiendo el tiempo en una conversación que no iba para ningún sitio. Se giró mirándole a los ojos, la mueca en sus labios demandaba fastidio, Taichi torció sus ojos como protesta ante ella.
—Porque no puedo permitírtelo —le repitió en un tono ya de enfado—. ¿Qué clase de guía sería si dejo que hagas lo que te da la gana?
Taichi resopló. Dejó de cargar su cabeza sobre la mano. La posición en que estaba —acostado de lado sobre el césped, apoyado en un brazo— le hacía cansar el brazo, se sentó sobre la hierba verde, la más viva y verde que hubiera visto jamás, y volvió a preguntarle a Yamato por qué no podían hacer algo divertido aquella tarde de nubes despejadas.
—Taichi, he dicho que no. Nuestro trabajo es cuidar a los humanos de la tierra, no la de andar dando brincos por ahí —Sentenció, dando un paso al frente para recoger la daga que había lanzado minuto atrás en la X marcada del árbol.
—Es que se me hace injusto —volvió a replicar el de los cabellos revueltos. En ese punto de su existencia, Yamato se preguntaba si era posible que algún día Taichi se dirigiera a él como su superior y no como a un igual. Demasiada confianza había en esa alma reclamada por los cielos—. Debo tener que ir a la tierra, servir de guardián a los que aún siguen con vida cuando claramente deberíamos dejarles morir. Nunca en mi vida pude pisar un bar y es irónico que después de muerto viva metido en muchos de ellos; persiguiendo a personas que se entregan a la muerte, y, encima, durante el proceso me prohíban si quiera tomarme un poco de sake. ¿Crees que lo merezco? —Dramatizó como diva melodramática cuando soltó la última pregunta.
El senpai controló sus ganas de revirarle los ojos.
—Nadie dijo que sería fácil. Ya te lo he dicho, con el tiempo aprenderás a suprimir tus deseos carnales. Es cuestión de ponerlo en práctica.
—¿Qué sentido tiene suprimir mis deseos?
—Ninguno. Escucha, no tiene que ser justo, solo debemos seguir órdenes y ya.
—Pensé que el cielo era justo —rezongó con fastidio.
—Y por ello tenemos lo que tenemos, no deberías de cuestionarlo —Pero Yamato podía ser muy obstinado si se lo proponía.
Taichi volvió a chasquear la lengua y apartó la mirada de Yamato con recelo. Cruzó los brazos al nivel del pecho y se enfrascó en su terquedad. Él no quería seguir practicando el cómo debía de usar una daga, ni arco ni flechas, ni ningún arma que el cielo quisiera asignarle para la protección de los humanos en la tierra. Yamato pensaba en ellos, en los humanos desastrosos, como un problema que tenía solución. Taichi creía que deberían de dejarles matarse bajo su propio puño. Desde que fue rescatado tras su muerte le habían dicho que ahora servía al Cielo. Su trabajo era el de proteger a aquellos que habían tocado fondo, ¿por qué mejor no ayudar a aquellos que hacían de su vida un mundo mejor? Poco recordaba de su vida pasada, veía en sueños a un chico rodeado de amigos que jugaba con una pelota, nada más que eso, tampoco estaba seguro de que se tratase de él. Pero, en ocasiones, cuando visitaban la tierra, sentía nostalgia al momento de pasar por las canchas o terrenos baldíos donde había muchachos siguiendo un balón de fútbol. Estaba seguro de que había sido un muchacho sano, amante de la vida y creyente de que si solo había una… debía de vivirla al cien por cien. Ayudar a borrachos, suicidas y adictos que no querían ayuda a no perecer antes de que el Cielo le perdonase no era justo para quienes merecían seguir viviendo.
—Escucha —llamó Yamato, Taichi no quiso mirarle en un ataque de rebeldía y terquedad.
Sus rabietas eran dignas de ser abofeteadas. Yamato resopló de nuevo, aquél joven tenía la facilidad para sacarlo de sus casillas. No podía culparle. Ishida había muerto hace mucho, pero todavía recordaba lo que significó para él no recordar quién era, de donde había venido, por qué había muerto.
Sabía lo difícil que podía ser para Taichi que tenía menos de la mitad de su paciencia.
—No quiero hablar contigo, Yamato —soltó indignado.
—… ¿-senpai? —buscó corregirlo, como respuesta solo obtuvo el chasqueo de una lengua llena de amargura—. Bien, hagamos esto. Si logramos salvar a esta chica el día de hoy, te prometo que iremos al sitio que elijas —Taichi se puso de pie de un solo salto y corrió directo a donde estaba Yamato dispuesto a abrazarlo. Yamato no se opuso al abrazo, aunque tampoco correspondió a él—. Solo a sitios de buena procedencia, nada de bares, clubes o lugares de mala muerte.
—Te besaría justo en este momento —dijo feliz el otro—. ¡Oh, qué rayos! —Y le zampó un beso baboso en la mejilla que terminó resonando en cada rincón del Cielo.
Yamato lo alejó, la cara ardiéndole, totalmente sonrojada.
—¡Esto! Esto también está dentro de la lista de cosas prohibidas que nunca debes hacer.
Taichi lo miró con la curiosidad dibujada en las comisuras de sus labios. No entendía el porqué de tal reacción. Cualquier muestra de afecto iba ligada a una muestra de cariño propio de cualquier tipo de amigos. No esperaba obtener nada de Yamato a cambio. ¡Que no tenía segundas intenciones!
Se tapó la boca con su mano y comenzó a reírse sin disimulo, provocado por la reacción de su senpai.
—¿Qué le ves de divertido? —decía el rubio alisándose la camisa negra de manga corta tratando de reponerse del ataque del otro ángel.
—Solo creo que no estás acostumbrado a que un hombre te demuestre afecto —Levantó el pulgar y le guiñó un ojo con coquetería—. Es lindo de ver.
—No te pases de la raya, Taichi, sino…
—Recuerdo que me gustaban las chicas, Yamato —zanjó de pronto, a pesar de sus palabras, no sentía interés en aclarar sus preferencias sexuales de cuando vivía—. Así que no tienes por qué ponerte tan rojo. Déjate llevar un poco. Es bueno ser espontaneo de vez en cuando. ¿Deseas que te enseñe a divertirte? —Sus cejas castañas, largas y delgadas, subieron y bajaron en un acto premeditado. Seguía pareciéndole gracioso que Yamato lo tomara tan en serio—. No te vendría mal; podría ayudarte, incluso.
—Pues, en primer lugar: en el Cielo no hay distinción de sexo. Recuerda que somos almas y no carne. Y como no somos carne, no tenemos que salir a "divertirnos" como quieres hacerlo.
—¡Aburrido! —Entonces cayó en cuenta—. Espera, ¿si tú y yo comenzamos a salir…? —La frase quedó a medio terminar. Yamato ya había comenzado a andar, dando la espalda al otro que no dejó de sonreír. En definitiva, le gustaba molestarlo—. Solo para aclararlo, no está prohibido que tú y yo salgamos, sin embargo, eres tú quien lo prohíbe, ¿no es así? —Intentó mantenerle el paso, pero seguía estando un paso detrás de él.
—En teoría, sí. Ya dejemos este tema zanjado, ¿quieres? Tenemos cosas que hacer.
Yagami abrió la boca dispuesto a replicar, pero Yamato le cogió sin previo aviso la mano y con ello, tan rápido como el aleteo de un colibrí, sus cuerpos fueron envueltos por una especie de espiral que torcía la realidad y los engullía como un ciclón que se traga todo lo que le tocaba en medio del mar.
Se habían tele transportado al mundo real.
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Notas: Serán 6 viñetas. Ya están terminadas.
