Este es mi primer fic, así que espero que tengáis compasión y no os cebéis con las criticas. Ayer subí la historia, pero hubo un problema con los guiones con los dialogos, que he corregido. Solo deciros que todos los personajes no son míos, sino que he tomado prestada la historia del gran Tolkien y la he adaptado con algunos personajes. La historia, sin embargo, si es de mi propiedad. Espero que os guste.
Me desvelaron con un golpe en la puerta de mi cuarto. Como no respondí dieron unos cuantos más. Gruñí entre sueños, me di la vuelta y me abracé a una cosa peluda. Un golpe me despertó del todo. Me di la vuelta en la cama para enfrentar a la mujer que asomaba en la puerta abierta de par en par con las manos entrelazadas por delante y la misma expresión seria de siempre. La cosa peluda y negra que se había tumbado en mi cama salió con paso tranquilo hacia la puerta hacia donde había una muchacha que me saludó con una sonrisa mientras se marchaba con el lobo negro a su lado. La severa dama llevaba hoy un vestido negro (para no variar, creo que no conoce otro color) de manga larga y cuello alto, un chal gris oscuro sobre los hombros, todo completado con un moño alto tan estirado que tenía que doler, o tal vez por eso no podía sonreír. Esta mujer es Alalien, mi tutora y la madre de mi mejor amiga. Ella se encarga de convertirme en la princesa que debo ser (o debería, es más divertido salir con mi hermano a cabalgar o practicar esgrima).
Vamos arriba, dormilona. Nos espera un día ajetreado.- Caminó hacia el armario y sacó un vestido gris y azul que extendió en la cama.- Aún estas sentada. Empieza a cambiarte porque no tenemos tiempo.
- Vale, vale, pero me podrías decir a qué viene tanta prisa ¿no? - Empecé a cambiarme bajo la mirada de la dama, quien en cuanto tuve el vestido puesto me sentó frente al espejo y empezó a peinarme.
- Lo veras en cuanto bajes a desayunar. - Dicho esto terminó de peinarme, apenas un recogido atrás que me quitaba el pelo negro de la cara y dejaba ver mis ojos grises.
Me levanté del asiento y seguí a Alalien hasta el comedor de la fortaleza. Mi padre solía comer con mi hermano y conmigo, pero nunca acostumbraba llamarme a estas horas. Normalmente tomaba el desayuno en mi camita, calentita y a gusto mientras mi amiga Laya hablaba y mi enorme Draug, el lobo negro regalo de mi hermano, se tumbaba a mi lado.
Entre divagaciones llegamos al comedor. Allí estaban ya todos sentados. Mi hermano, Elonir, se levantó y camino con una sonrisa hacia nosotras.
- Dama Alalien, cada día estáis más hermosa.- Le cogió la mano y le beso el dorso. La dama se sonrojó y se dio la vuelta sin una palabra, saliendo del comedor. Mi hermano sonreía, con malicia me pareció. Le gustaba hacerle eso a Alalien. - Bueno, ¿me acompañáis, hermosa dama, a la mesa? - Le cogí del brazo que me ofrecía con una sonrisa y haciendo una reverencia.
- Con mucho gusto, valiente joven. - Le respondí con sorna.
Caminamos por el comedor y vi algunas caras nuevas entre los rostros divertidos que nos miraban, lo que era normal. Cada vez que nos juntábamos mi hermano y yo formábamos una especie de circo. Oye, al menos la gente se ríe con nosotros y los hombres adoraban a mi hermano, las mujeres lo perseguían, mi padre hace como que nos regaña y termina riendo, las ancianas nos mimaban, etc. etc. En fin, que todos nos querían, por no decir que nos adoraban.
- Elonir - lo llamé en voz baja
- Dime, hermanita - me contestó en el mismo tono.
- ¿Quiénes son ellos? No reconozco sus rostros - le pregunté al tiempo que señalaba a un grupo de extranjeros que estaban sentados en la mesa de mi padre.
Tenían el cabello negro, los ojos claros y vestían de negro, azul oscuro y plata. Algunos llevaban bordado el árbol blanco y las estrellas del escudo de Gondor y el resto no se había quitado las capas llenas de polvo del camino, manteniéndose cerca del fuego, intentando calentarse los huesos.
- Son de Gondor - mi hermano me trata como si fuese una niña pequeña de vez en cuando, bien, ésta es una de esas veces - tienen el escudo de la Guardia Blanca bordado por si no te has dado cuenta.
- Muy listo, hermano - le di unos golpecitos de consuelo en el brazo - ¿Qué hacen aquí?
- No lo sé. Adleon no me lo ha querido contar. Solo me ha tirado una jarra de agua a la cara y me advertido que si no bajaba antes que tú tendría entrenamiento hasta que no pudiera con mi alma. Así que no sé nada.
Seguimos adelante por el salón, hasta que mi padre nos recibió frente a la mesa principal donde se levantaron con él dos jóvenes. Ambos altos, pero muy distintos el uno del otro. El que está a la derecha de mi padre era rubio, con los ojos tan azules como el cielo. Vestía de verde y blanco y bordado sobre su pecho había un pequeño caballo de manos bordado en plata con un cinturón de cuero repujado para sujetar la túnica. A su lado estaba Adleon, consejero del rey, sentado hablando con uno de los nobles que lamen las botas de padre a todas horas, y su hijo Adlaron que conversaba con otro joven extranjero, moreno y de rostro alegre, con la capa negra todavía puesta.
Al otro lado de mi padre se había levantado un joven alto, más alto que el resto, con el pelo negro y largo, rozando los hombros, vestía de negro y plata bajo una capa de viaje negra bajo la que se adivinaba una espada, remarcando los ojos grises que parecían de acero, en unos rasgos afilados y delicados. En el centro de la mesa se había levantado padre, el rey Elodair de Ilaria. Era un rey sabio, anciano, aunque lo suficientemente joven como para sostener una espada o tensar un arco sin que los brazos le tiemblen. Tenía la frente ceñida con la corona y hoy vestía de azul y plata, los colores de nuestra casa.
- Bienvenidos, hijos míos. Creo que lo habéis visto, pero os digo que hoy tenemos invitados muy destacados - mi padre sonreía mientras señalaba a los jóvenes a sus lados.
- Gracias por avisarnos, aunque me temo que haya sido un poco tarde. Si me hubiesen avisado de la visita de tan ilustres personajes, habría preparado un recibimiento más adecuado. - Mi hermano se había detenido frente a la mesa principal, pero sin subir a la tarima aún y, mientras hablaba, saludó a los invitados con la cabeza. Supe que lo decía en broma en cierta parte, porque su voz no era precisamente seria.
- Os damos las gracias por todo lo que habéis hecho, pues solo el acoger a un grupo de viajeros exhaustos que llevan mucho tiempo viajando dice mucho de esta casa - el joven de verde y blanco sonreía, pero era una sonrisa cansada - Me temo que no hemos tenido tiempo de avisar, pues llevamos caminando gran parte de la noche para poder llegar hasta aquí, desde que supimos que estábamos cerca. - El joven paró de hablar aún sonriendo.
- Y nosotros nos alegramos de que hayáis logrado llegar a salvo a esta casa, trayendo nuevas. Ahora será mejor que mis hijos y nosotros mismos nos sentemos a la mesa antes de que se enfríen aún más las viandas - Mi padre terminó de hablar y se sentó de nuevo a la mesa, junto al joven de verde, con quien se puso a hablar.
Mi hermano subió la tarima y me acompañó a mi asiento. El joven de la capa se había sentado también en cuanto saludó a mi hermano con un cabeceo. Me miraba con fijeza hasta que llegué a mi asiento, a la izquierda de mi padre. Cuando llegué a mi sitio me fije en que el chico de la capa estaba sentado en mi sitio habitual. A su izquierda quedaba un sitio vacio.
- Disculpadme señor, pero creo que os habéis equivocado de asiento dado que os habéis sentado en mi sitio - intenté mantener la compostura aún cuando ni siquiera me miró y continuó comiendo. Mi padre dejó la conversación con mi hermano y el joven de verde para mirarme. De hecho todos los presentes me miraron.
- Oh, hija mía, he sido yo quien le ha dicho que se siente a mi siniestra. - intervino mi padre
- ¿por qué debo tolerar este insulto a mi persona de alguien de quien no conozco el nombre? - contesté con altanería (Ya he hablado de más, ¿Por qué no puedo tener la boca cerrada en momentos como éste?).
Los soldados de Gondor me miraron mal, incluso algunos se levantaron con las manos en las empuñaduras de las espadas. Nuestros propios hombres se levantaron también. Otros permanecieron calmados, pero supe que estaban atentos a cualquier cambio. Uno de los invitados a la mesa alta se levantó, justo el que estaba hablando con Adlaron, y si este no le hubiera detenido habría desenvainado.
El joven de la capa levantó la mirada y la paseó por el salón. Con ese simple gesto los gondorianos se calmaron y se volvieron a sentar en su gran mayoría, el resto de los hombres se calmaron a ver levantarse a mi padre.
- No voy a tolerar una pelea en mi propia casa. Guardad la intención de derramar sangre y ofrezco una disculpa en nombre de mi hija. A veces ni yo mismo puedo controlarla. Isil, hija mía, siéntate en el lugar que se te ofrece. - Padre me miró con severidad, asegurándose que no pudiera volver a armar jaleo, mientras se sentaba y lo imitaban todos los demás caballeros.
- Tampoco nosotros queremos derramar vuestra propia sangre en vuestra casa. Los hombres que se han levantado en vuestra contra, mi señora, serán castigados. - El joven a la derecha de mi hermano, que aun no me habían presentado, hablaba con la convicción de quien está habituado a dar órdenes.
- No deseo que ningún hombre que demuestre coraje ante una afrenta en contra de su señor sea castigado, pues eso es lealtad, y es meritoria de recompensa en estos tiempos aciagos. Sin embargo debéis reconocer que es descortés, aún siendo invitados de mi señor, rey de estas tierras y padre mío, que os presentéis aquí y me arrebatéis el asiento que me corresponde sin siquiera ofrecer una disculpa o explicación. - Aún de pié me alcé en toda mi estatura, que no es mucha dicho sea de paso, para intentar parecer más intimidante, pero por la sonrisa de burla que se había dibujado en la cara del moreno supe que no había funcionado.
- Tenéis razón, señora, en que hemos roto las normas de cortesía al haber irrumpido en esta casa de noche y con rapidez, sin anunciar nuestra llegada, con una horda de hombres a mi cargo y sin decir nuestros nombres más que a su majestad - Se levantó para hacerme frente.
Era alto, más alto que de lo normal. Me sacaba una cabeza y media, haciendo que tuviese que alzar la vista para mirarle a los ojos, grises como el cielo nublado, brillantes y con una chispa que delataba la diversión que sentía al enfrentarme. Tenía una voz suave, melodiosa pero grave, con la dulzura y suavidad de una rosa.
-¾ De una cosa estoy seguro, sin embargo, no he de ofrecer una explicación o disculpa a quien es insolente conmigo o con mis amigos siendo otro quien ha cometido la afrenta, ni tampoco he de ofrecer mi nombre si no me place. Así pues y como creo que no debo ninguna disculpa ni afrenta a la que hacer frente, me temo que debéis acatar las órdenes de vuestro padre como una buena muchacha. Y si me permitís un consejo, aprended a cerrar la boca, a veces eso evita problemas como este.
Se volvió a sentar en el escabel, en mi escabel, mientras miraba a todas partes buscando un apoyo, pero mi padre me miraba inflexible, esperando que hiciese algo, mi hermano se había girado y mantenía una conversación relajada con el joven de verde. Adleon y Adlaron hablaban sobre cosas con el otro extranjero a la mesa. Solo pude ver la mirada compasiva de Laya y la preocupada de Alalien, una junto a la otra.
- Padre, me concedéis permiso para retirarme. No tengo apetito y debo ocuparme de otros asuntos. - Pregunté en voz baja a mi padre. Él solo asintió y me faltó tiempo para salir con paso rápido de la sala, sin llegar a oír la pregunta que le hizo el moreno a mi padre pero suponiendo que era sobre mí. El gemido lastimero de Draug y el sonido amortiguado de sus pasos sobre la piedra me acompañaron al salir.
