DISCLAIMER:
Los personajes y ciertas características suyas son propiedad de sus autoras y de TOEI, otros rasgos físicos y de personalidad además de la historia, son de mi completa autoría.
¿Hasta dónde estarías dispuesta a llegar para salvar a quien amas?
Cándida Blanco (Candy), tenía grandes planes para su vida. Como toda chica inteligente y soñadora anhelaba una vida intensa al lado del hombre amado. Viajar, sentir, vivir plenamente. Pero como cuando se quita una carta de un castillo de naipes, todos los planes se vinieron abajo en un parpadeo. Y ya no hay vuelta atrás… ¿o sí?
Acompáñame en esta pequeña historia romántica ambientada en los inicios del siglo XX inspirada en mi Divino Tormento (Albert) y creada en el marco de un Reto-Fic para Albert-fans.
Dedicada a Cielo Azul A, primera destinataria de este trabajo
CAPÍTULO UNO
Puebla, México, 1903
Hoy es un hermoso día de primavera, como suelen ser los de Abril. Ha llovido a cántaros durante la noche –cosa rara en esta estación del año-, y el rocío adorna las plantas y árboles que Cándida Blanco puede ver desde su ventana en cuanto corre las cortinas y el sol mañanero esparce sus cálidos rayos en su habitación mientras el aroma a tierra mojada y hierba inunda la estancia. Cándida es llamada cariñosamente Candy por su círculo familiar y amistades no sólo por su carácter dulce y afable sino por su hermosura, todo un caramelo para los jóvenes solteros de la comarca.
Tanto ella como su hermana menor poseen una belleza particular resultado del mestizaje. Su padre fue un general mexicano reconvertido a político que tras enviudar de su primera esposa -con la que no tuvo hijos- contrajo segundas nupcias con una dama de la pequeña aristocracia francesa quien le proporcionó esas dos preciosas hijas y felicidad en sus últimos años.
Candy disfruta con la espléndida vista. Se toma unos segundos para desperezarse mientras recibe la caricia de los elementos y comenta en voz baja:
-¡Qué preciosa mañana! Amo mi México… ¿Cómo pude estar tanto tiempo fuera?- después de haber pasado casi un año fuera de su casa por motivos familiares, llevaba poco más de dos meses de regreso.
El rosal plantado hace unas semanas en su jardín lleva algunos días abriéndose al mundo con flores como pequeñas estrellas coloridas y esparce su delicado aroma haciendo las delicias de todo aquel que pasa cerca. Es un regalo de Albert, traído del invernadero de su sobrino Tony. Él le dio ese rosal de la cepa que creó Anthony tras años de paciente trabajo en su invernadero, y además tuvo el detalle de mandarle hacer una guía sobre cómo cuidar esas plantas. Es el único recuerdo suyo que conserva.
Sin duda Albert es un hombre detallista, cuidadoso y responsable, además de endemoniadamente guapo, así que Candy no puede evitar preguntarse cada cierto tiempo por qué las cosas se torcieron tanto en su relación. A pesar de su fachada de rudeza el Patriarca del clan Andrew-Campbell es un hombre culto, educado y sensible. Ella lo supo de primera mano.
«¿Por qué tuvo que acabar todo así, Albert?» piensa mientras se acaricia la boca y el cuello con los ojos cerrados, imaginando perderse en una intensa mirada azul que casaba perfectamente con el color dominante del tartán –tejido a cuadros escoceses- de su clan.
Lo quería de verdad. Como nunca pensó amar a nadie. Fue un sentimiento intenso, que incluso podía doler. Un sentido de pertenencia único que no había tenido por nadie y que estaba segura de que no sentiría por nadie más en toda su vida.
A pesar de su vehemente insistencia, ni con Terrence Grandchester, el atractivo socio de su marido que a punto estuvo de seducirla, sintió lo mismo. Y de su esposo… mejor ni hablar. Sólo recordarlo le producía náuseas.
¿Qué pasó para que ella dejase todo, incluso a su marido, y volviera a toda prisa a México? ¿Por qué no le dijo nada a Albert? Ni siquiera una carta. Simplemente desapareció de la faz de la Tierra. Y a pesar de saber que hizo lo correcto, el dolor le está desgarrando el alma.
Candy está absorta en sus tristes pensamientos nostálgicos cuando oye que alguien toca a su puerta.
-Sí, ¿quién es?
-Soy yo, Candy… Patricia, tu hermana. Se te está haciendo tarde para visitar a la tía Gregoria en su convento. Dijiste que se habían citado a las diez de la mañana y son casi las ocho y media.
-Ya voy, ya voy.
Llamó a la doncella y juntas se dirigieron al baño donde otra fámula había preparado el baño para la señora. Mientras Dora, la criada, le lavaba el cuerpo, Candy repasa mentalmente lo que va a decirle a la monja. Es un asunto muy delicado, y debe asegurarse de que esa mujer aceptará y mantendrá la más estricta discreción al respecto.
Acabado el baño, Dora la ayudó a ponerse un severo vestido color café abotonado hasta el cuello. Después de todo no iba a hacer una visita social sino a un convento. Dora batalló mucho para apretarle el corsé.
-Aprieta, Dora, si no, no cerrará bien el vestido. Ya sé que me estoy excediendo con la comida, pero la ropa aun me queda y podemos disimular esos kilos con un poco más de ajuste en las cintas.
-Señora Cándida, entiendo que quiera esperar a que vuelva su esposo a México para anunciar su estado de buena esperanza, pero es mi deber advertirle que lo más prudente sería que dejase de usar corsés tan apretados. Podría lastimar a su bebé.
Candy no contesta, y la doncella tampoco insiste. Sabe que los patrones mandan y que el corsé es una prenda interior imprescindible en el vestuario toda dama que se precie.
El comedor de la casa hace muchos años que se ha quedado enorme, como los salones y el resto de la casa. Desde que sus padres muriesen en la última epidemia de cólera mientras ellas pasaban el verano en París visitando a parte de su familia materna, las dos hermanas se habían quedado solas y sin ánimos para volver a dar esas fastuosas fiestas que ofrecían sus padres, sobre todo cuando las dos chicas se convirtieron en jóvenes casaderas.
En una de esas fiestas ofrecidas por sus padres Candy conoció al hombre que acabaría convirtiéndose en su marido. Un apuesto inglés que económica y socialmente era el mejor partido que se hubiera visto jamás en Puebla, donde la familia llevaba años instalada porque el padre tenía un alto cargo en el gobierno estatal, aunque el general Blanco seguía manteniendo y visitando periódicamente sus muy rentables negocios en Veracruz: unos ricos cañaverales y el moderno ingenio que procesaba no sólo su caña de azúcar sino la de otros agricultores de la comarca.
El afortunado inglés que obtuvo del general Blanco la mano de su hija mayor era Neal Leagan, venía precedido por una impecable fama de típico gentleman británico, tenía el título de Lord, preparación y cultura suficiente, hablaba varios idiomas y poseía múltiples propiedades en su país y en la India que le reportaban onerosas rentas. Estaba en México por negocios y cuando se anunció el compromiso afirmó que su boda con tan encantadora dama -Candy- era el mejor que había hecho nunca.
Todo perfecto, aparentemente. Si aquellas jóvenes que la miraban con envidia el día de su boda supieran la verdad…
Patri no dice nada pero tampoco pierde detalle en observar a su hermana a la mesa mientras desayuna con ella, es una característica suya que Candy aprecia mucho: su prudencia. La ha saludado cariñosamente y poco más. La cocinera que sirvió el desayuno habló más que las dos damas juntas.
Pero una voz interior le dice a Patricia que hoy debe saltarse sus propias reglas y aprovechando que su hermana se indispone un momento, le echa un vistazo a la hermosa carpeta de piel repujada y con delicados herrajes de oro donde Candy guarda una carta escrita de puño y letra y sin lacrar todavía. Algo le dice que debe leerla.
-Oh, Dios… ¡Cándida!
-¿Qué pasa?- Candy alza la voz, preocupada por el grito de asombro de su hermana pequeña.
-¿Cómo has podido hacerlo, Candy? ¡Has deshonrado a tu marido!
-Tú no entiendes nada, Patricia.
-No hace falta que entienda, hermana. Lo que escribes aquí es algo horrible, propio de las mujeres más abyectas moralmente. ¿Por qué? ¿Has pensado en las consecuencias?
-¿Crees que no me resistí, que no luché contra esto? Qué poco me conoces, hermana…
-¿Tu marido lo sabe? Claro, por eso has vuelto sola…
-Lo sabe, pero no me ha repudiado. Yo volví sola, cuando volvimos a Londres me entrevisté con él y me suplicó que me quedara en Escocia. Y conociéndolo, sé que en cuanto supo que dejé Southampton habrá montado en cólera. Pero yo no podía seguir a su lado…
-¿Y por qué no? ¡Serás tonta! ¡Muchas quisieran tener un marido como el tuyo: rico, guapo, educado, generoso y que las perdone en sus errores!
-Ay, Patri… si supieras lo que hay detrás de ese "dechado de virtudes".
-Pues si no me lo dices no lo sabré y no podré entender tus motivos para rechazar su perdón.
-Él no me quiere, Patri. Nunca me quiso. Quiere mi herencia, los cañaverales de azúcar que me dejaron nuestros padres… y quiere un hijo, aunque no sea de su sangre. Estoy segura de que también planeaba hacerse con el ingenio azucarero que tú heredaste. Por eso su insistencia en que te casaras con su socio Felipe, ese afeminado.
Patricia se sorprendió con la respuesta, pero hizo otra pregunta, una muy delicada, a su hermana.
-¿Acaso padece alguna enfermedad o malformación que le impida engendrar?
Candy sintió que las mejillas le ardían del bochorno y la rabia, por lo que sólo pudo contestar a medias.
-Oh, querida hermana… ¡es tan vergonzoso para mí! Tal vez cuando regrese del convento de ver a la tía Gregoria haya reunido el suficiente valor para hablarte de cómo es en realidad ese… hombre con el que me casé. Lord Neal Leagan no es lo que la gente cree. Es un monstruo.
En ese momento el mayordomo de la casa interrumpió discretamente la conversación entre las hermanas para anunciar que el coche de punto[1] solicitado por Candy a través de un mozo había llegado a casa. Javier, el mayordomo, ayudó a Candy y a Dora, la doncella, a subir al carruaje y esperó hasta que el mismo doblase la esquina para volver al interior del palacete familiar.
Mientras el coche de punto avanzaba, Candy no hacía más que recordar su experiencia en Londres y Escocia. Tuvo que pedir al cochero que frenara porque tenía los ojos cuajados de lágrimas y se estaba mareando. Demasiados recuerdos, demasiado dolor. No era justo. ¿Por qué tanta pena?
CONTINUARÁ...
[1]Coche de punto: Carruaje de alquiler, como un taxi, pero tirado por caballos.
Hola a todos, este es mi segundo fic por capítulos. Parecería que mi Divino Tormento se puso celoso por el fic que estoy dedicando a Stear, jajajaja... pero en realidad esta historia nació de un reto-fic dedicado a una querida Albert-fan; aunque obviamente estoy haciendo las modificaciones necesarias para adaptarlo a Candy. Espero que les guste y me encantaría recibir sus comentarios.
