Idiotas, y más en verano

Oikawa, Hanamaki, Matsukawa, Iwaizumi

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Cuando el astro que brinda calor y luz a la Tierra se lo propone, puede ser el mismo diablo. En verano, por ejemplo, la estación por demás odiada; aunque no por todos, porque hay quienes lo aman como si jugar bajo el sol ardiente fuese lo mejor de la vida. Ellos, en este caso. Porque parece que no tienen suficiente con joderlo en la escuela, que también lo arrastran al mar para seguir con su labor en vacaciones. Hajime los repudia, quizá sea el calor, o sólo son ellos los que son tan molestos que se hacen odiar por cuenta propia. No sabe, ni le importa. Quiere irse de allí, que la arena se le ha metido en los calzoncillos y el sol le ha calcinado la paciencia. Ni hablemos de los gritos del tarugo profesional de su mejor amigo.

—Joder, hombre, qué bonitas ganas de vivir las tuyas.

Takahiro, acercándose con unas gafas de sol patéticas y el rostro más rosa que su cabello, le dice, él gruñe y sigue viendo a Tooru en el agua, junto con Issei. Cree que su amigo va a pasar de pálido como un fantasma a rojo como el culo de un mandril, y le da risa. Se lo merece.

—Tan atento, oye —le escucha decir ahora, el pelirrojo está tomando asiento a su lado, bajo esa sombrilla blanca y roja, justo sobre su toalla de Godzilla.

—Quítate.

Makki le obedece sin chistar, aunque no parece haberse intimidado en lo absoluto por su rostro. Hajime odia la costumbre, porque le ha quitado el respeto de los peores imbéciles del mundo, y ni si los amenaza de muerte se asustan. Ahora el chico se recuesta sobre la camiseta de su capitán, y a Hajime de pronto le dan ganas de quitarlo de ahí también.

—Bonito perfume —comenta, y cuando el moreno quiere replicar y darle un golpe, él se coloca la prenda. Color blanco y con dibujos de platillos voladores y un gris, definitivamente de Tooru. Hajime repara en lo grande que le queda a Hanamaki, y le molesta que la luzca tan despreocupado.

—¡Oikawa! —exclama, el chico deja de arrojarle agua a un desinteresado Mattsun y le mira—. ¿Qué tal me queda, eh?

Tooru sonríe y le dice algo a Issei, a Hajime le preocupa aquello. Que hable por lo bajo siempre es mal presagio. Los ve acercarse, y no tardan tanto, pues la distancia entre el lugar que escogieron y el agua no es mucha. Le gente ese día tampoco es tanta, con a penas unas diez personas dispersas a varios metros.

—Te queda bien, Makki —confiesa, y le sonríe de nueva cuenta. Hajime chasquea la lengua, ganándose su atención.

Y lejos de mofarse de su reacción (¿Celoso?) siguen con lo suyo. Mattsun pidiéndole a Oikawa que se pruebe su camiseta y él aceptando, sonriendo. Iwaizumi está molesto, no celoso. Molesto. Porque el sol está tan caliente como ha de ser en Venus o en la cara de Mercurio que siempre lo enfrenta. Y poco tiene que ver el coqueteo que está presenciando de esos dos imbéciles a Tooru, que le trae sin cuidado. Pero no puede callarse, y es que las ganas de destrozarles la cara a arañazos luce tentadora, y si no las libera con groserías sabrá Dios qué será de ellos.

—¿Pueden dejarse de idioteces, par de estúpidos? Que se me ha apagado la opción de soportarlos y ya mejor los mato —musita, escrutando a su mejor amigo. La prenda del bloqueador le queda enorme. Y eso le pone furioso.

—Sólo si tú te pones esto —negocian, y el pelirrojo le extiende su camiseta. Y en verdad no sabe cuándo él pidió un acuerdo de absolutamente nada, pero les hace caso porque ya no quiere más de ese circo.

Y los odia más cuando se le ríen, tomándose el abdomen, y le dicen que tenías que haber visto tu cara. No la vio, pero sabe que fue un tonto y que debió adivinarlo, que el viaje al mar, que Oikawa hablando por lo bajo. Y él cayó redondo en la trampa de aquellos imbéciles, pero se las va a cobrar.