Disclaimer: Twilight no me pertenece y nunca lo hará, todos lo saben ya y aunque dijera lo contrario nadie me creería. El título está inspirado en una canción de Arctic Monkeys que les recomiendo escuchar durante la lectura.
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Escrito para el Darkward Fanfic Contest
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Dangerous Animals
By MrsValensi
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Capítulo I:
Makes my head pirouette, more than I'd be willing to confess.
Tenía un extraño mal presentimiento sobre aquella escuela. Un simple instituto de un mundano pueblo me generaba escalofríos, y realmente comenzaba a sentirme paranoica. De hecho, pasados los primeros períodos comencé a repetirme a mi misma que debía dejar un poco de lado los prejuicios y mis estúpidas quejas sobre Forks. Más allá de ser la pequeña novedad en un lugar donde las cosas parecían bastante monótonas y aburridas, toda la gente había sido agradable conmigo y, en su gran mayoría, no parecían el tipo de jóvenes que fingían. Ya había conocido muchos como esos en mi última escuela como para reconocerlos fácilmente. Incluso Jessica Stanley, que parecía la más superficial del grupo, simplemente amaba hablar y hacerse notar, pero no había en ella malas intenciones. Eran estudiantes agradables.
—Alguien debería prohibir llevar tanto maquillaje —murmuró la joven Stanley, mirando con despecho a una deslumbrante muchacha rubia.
—¿Quién es ella?
—Rosalie Hale —respondió y la nota de envidia era evidente en su voz.
Pero, ¿quién no podía tener siquiera una pizca de celos ante semejante belleza?
—Ella y todos sus hermanastros son… perfectos.
La joven procedió a contarme la historia de los Cullen y los Hale, ante los atentos oídos de Angela Weber, que secundaba sus comentarios con leves asentimientos. Al parecer, aquellos muchachos eran los hijos adoptivos de uno de los doctores más importantes en Forks y tenían un aspecto deslumbrante, irrealmente perfecto. Sin embargo, lo que los hacía más extraños era el hecho que salían entre ellos y parecían realmente reticentes al contacto con otras personas. Comprobé todo aquello cuando vi a cuatro hermosos muchachos, sentados en una de las mesas de la esquina, mientras cogíamos nuestro almuerzo y nos sentábamos unos cuántos metros más allá de su puesto.
—¿No me dijiste que eran cinco? —inquirí, observando los pálidos rostros de las parejas.
—Oh, sí, pero Edward Cullen…
La voz de Jessica se fue apagando progresivamente, mientras sus ojos se quedaban fijos en la entrada del comedor, justo detrás de mí. Giré mi cabeza tan sólo para ver a un joven alto desplazarse de forma acompasada. Con el andar de un actor profesional, con la gracilidad de un ángel, el muchacho andaba por la cafetería como si le perteneciera, arrancando miradas y murmullos a su paso. Con ese caminar despreocupado y una expresión llena de suficiencia, ocupó un lugar junto a su grupo y se recostó sobre su silla con poco cuidado. Una mano se dirigió a su cabello desordenado, dejándolo más rebelde y alborotado de lo que ya se encontraba.
Un chasquido me devolvió a la realidad. Jessica y Angela me observaban reprobatoriamente.
—Ni lo sueñes.
Miré a la joven Stanley con los ojos entrecerrados.
—¿Qué?
—Edward Cullen, ni lo sueñes —respondió, en un susurro—. Él es peligroso.
Alcé una ceja y volví a observar al muchacho, que ahora lucía una sonrisa torcida en su rostro pálido, mientras su mirada estaba clavada en el techo y su cabeza levemente inclinada hacia atrás, haciendo que su enmarañado cabello broncíneo brillara bajo la perlada luz que ingresaba por la ventana. Con aquella mueca, me pareció más bien uno de esos chicos arrogantes y mujeriegos, pero no creía exactamente que pudiera haberse catalogado como peligroso. Aunque, a decir verdad, en el poco tiempo que había hablado con Jessica, había notado que podía llegar a ser levemente exagerada.
—Hay rumores —explicó mi compañera, tan bajo como pudo—. Dicen que es algo acosador… me parece aterrador, si me lo preguntas.
—Pero, ¿tú no habías intentado ligar con él? —preguntó sutilmente Angela.
—No. Él es extremadamente convincente, ese es el problema. Una vez que ha decidido que tú eres su objetivo, no hay vuelta atrás. Ya te lo he dicho, es encantadoramente peligroso.
Me volví para observar nuevamente a Edward Cullen, que seguía con aquella sonrisita pedante. Sin embargo, cuando el rostro de aquel muchacho giró y sus ojos se clavaron en los míos, comencé a entender el significado de lo prohibido. Aquellos orbes del color del caramelo tenían en ellos una ferocidad implícita que me puso la piel de gallina. Él ya no lucía más aquella sonrisa socarrona, sino que me miraba con furia contenida, con una inexplicable fiereza. Su tez pálida y unas profundas ojeras lo hacían lucir un poco más tétrico, si es que aquello era posible y, a pesar de su belleza, parecía sacado de alguna historia de terror. Era bastante perturbador, a decir verdad.
Me obligué a mí misma a apartar la vista.
Mantenerme alejada de Edward Cullen no parecía una tarea difícil, teniendo en cuenta que había bastante gente en el instituto y que yo ya tenía un pequeño grupo consolidado después de varios días de asistencia, a quienes tampoco parecía simpatizarles mucho aquel misterioso joven. Afortunadamente, yo era realista y sabía que los chicos como Cullen buscaban muchachas deslumbrantes, y aquel mote distaba mucho de mi valoración personal. Había ido a Forks para llevar una vida tranquila con mi padre; mantenerme lejos de los conflictos era el primer paso para cumplir con aquel objetivo y, en aquella escuela, parecía ser que Edward era sinónimo de problemas.
Sin embargo, jactarme de mi buena suerte nunca había sido posible para mí. Ni siquiera el cambio de aires, de pueblo y de vida serviría para modificar características particulares de mi persona. Mientras entraba trastabillando al salón de biología, recordé que mi torpeza y mi mala suerte seguían allí, sobre todo cuando mis ojos volvieron en conectarse con aquellas dos gemas que parecían hechas de topacio.
El profesor me señaló el puesto disponible junto a Edward Cullen y mi mundo se redujo a ese pequeño asiento que esperaba por mí. El joven volvió a sonreír con suficiencia; ese tipo de sonrisa que me provocaba golpearlo y preguntarle cuál era el maldito problema con él. Sin embargo, reteniendo mi furia y mis instintos, me senté de mala gana en mi puesto, lo más lejos posible de aquel magnífico y peculiarmente irritable espécimen. Elaboré en mi cabeza la idea de atender a la clase y pasar olímpicamente de él, y realmente pensé que funcionaría transcurrido algunos minutos. Por supuesto, cuando un susurro aterciopelado y cargado de arrogancia acarició mi oído, supe que todo mi plan se había ido al garete.
—Bella Swan, ¿cierto?
Un escalofrío recorrió mi cuerpo y no me molesté en girar el rostro, por el simple hecho de sentir su presencia tan cerca de mí. No quería volver a toparme con sus ojos, su sonrisa y su audacia. Asentí a su pregunta, intentando juntar la suficiente convicción para pensar en él como tan sólo otro molesto chico de preparatoria. Incluso cuando cada una de mis neuronas me gritaba lo contrario, intenté lidiar con él como una simple piedra en el zapato.
—Y eres la hija del jefe de policía, ¿no es así?
La seguridad y la cadencia de su voz me hicieron volverme levemente, tan sólo para poder echarle una mirada de soslayo. Seguía sonriendo de aquella forma escalofriante, haciendo que su rostro fuera el conjunto perfecto para la seductora arrogancia que se filtraba en su forma de hablar. Di un solo asentimiento con la cabeza, sin decir palabra, lo que pareció divertirlo aún más. Mientras las comisuras de sus labios se alzaban progresiva y sutilmente, decidí que debía volver a la clase. Los ojos de Edward Cullen eran auténticamente hipnotizantes.
En el instante en el que el timbre marcó la finalización de las clases, salí disparada de mi asiento, como si el mismo estuviese ardiendo en las mismas llamas que sentía dentro de mí. Edward Cullen no sólo era un individuo perturbador, sino que además tenía cierto peligroso encanto. Mientras me dirigía a las oficinas administrativas del instituto, empecé a encontrarles significado a las palabras que Jessica había dicho en mi primer día de clases. Edward Cullen era un tema de cuidado.
La misma mujer rubia y entrada en años que me había ayudado mi primer día de asistencia al instituto se encontraba detrás del escritorio, rodeada de papeles y tecleando algo en el ordenador. Ya era hora de irse, por lo que nadie quedaba en la pequeña oficina, y pude avanzar rápidamente hacia mi objetivo. Carraspeé para llamar la atención de la señora, habiendo tomado ya una decisión desesperada a mi nuevo e incómodo problema con nombre y apellido.
—Hola —comencé, vacilante—. Vengo a solicitar un cambio de clase.
—Eso será complicado, ya que todas las clases están llenas —replicó ella, mirándome con cautela—. ¿Qué deseas cambiar?
—Biología, quiero dejarla —exterioricé desesperadamente—. Debe haber algo disponible, ¿Física?, ¿Bioquímica?
—No, todas las clases están llenas —repitió, alzando las cejas—. Olvídalo, me temo que tendrás que quedarte en Biología.
—De acuerdo, tendré que aguantarlo… —murmuré para mí misma, después de un desalentador silencio.
Salí de allí absolutamente contrariada, chocándome con el frío del exterior y una suave capa de lluvia. Me concentré en cerrar la cremallera de mi abrigo, mientras bordeaba el exterior de la escuela para no mojarme tanto. Antes que pudiera si quiera llegar a dar la vuelta para alcanzar el estacionamiento, sentí un empujón y mi espalda chocó contra la pared. Después de soltar un grito ahogado, mezclado con un gemido de dolor, alcé la cabeza. La mirada topacio de Edward desprendía aquella usual arrogancia, mientras estudiaba mi rostro de una forma que tan sólo me hizo sonrojar. Mientras sonreía, se acercó más a mí y sentí la punta de su nariz contra mi mejilla, que parecía arder ante el simple contacto. Su piel estaba húmeda y fría, haciendo un claro contraste con la mía.
—¿He sido un malo compañero de Biología? —preguntó, trazando con su nariz el contorno de mi rostro.
Me estremecí, mientras analizaba cuidadosamente sus palabras. Él no podía saber cuáles eran mis planes, ¿verdad?
—¿Por qué no quieres quedarte conmigo? —preguntó contra mi piel—. Podríamos ser buenos compañeros. Muy buenos.
—Aléjate de mí —pedí, con escasa convicción.
Él simplemente rió; era un sonido tintineante y melodioso, pero increíblemente aterrador. En un movimiento demasiado veloz y brusco, Edward me cogió de ambos brazos y me apretó más contra la pared, ejerciendo una dolorosa presión contra mi piel. Su rostro se acercó más al mío y su frío aliento hizo una perfecta combinación con sus glaciales ojos, que parecían más oscuros y aterradores. Todo rastro de brillo acaramelado había desaparecido por completo. Sus labios marmóreos se encontraban tensos en una fina línea recta, a escasos centímetros de los míos, que se sentían secos y temblorosos.
—Déjame contarte algo, Isabella —susurró, embriagándome con su esencia—: siempre consigo lo que deseo. No importa cuánto te resistas, tú no eres la excepción a la regla.
Edward Cullen se alejó a grandes zancadas, sin perder su gracia y su presencia. Yo me sentía diminuta; una pequeña y asustadiza oveja que intentaba huir de las garras de un león hambriento y confiado en atrapar a su presa. Mis ideas previas comenzaron a ser cuestionadas de forma inmediata, sin poder obligar a mis pies a moverse de allí, sin poder despegar mi espalda de la pared. Edward no era otro molesto muchacho de diecisiete años, no era sólo un joven apuesto y lleno de amor propio. No, había algo más. Era fácil de notarlo en su mirada, en su voz y en su amenazante belleza.
El camino hacia mi hogar fue una lucha por controlar el volante y mis nervios, sorteando los húmedos y desolados caminos del pueblo de Forks. Mi camioneta era vieja y su velocidad iba por debajo del promedio de todos los vehículos comunes, pero era una bendición, ya que mi incertidumbre hubiese sido un factor peligroso a la hora de aumentar mi presión en el acelerador. Simplemente puse algo de música e intenté calmarme, pensando que la mañana siguiente todo estaría bien; las cosas seguirían su curso y Edward Cullen sería otro estudiante de preparatoria al que le gustaba acosar chicas en los corredores.
¡Que bonito universo paralelo!
La casa de mi padre estaba ubicada cerca del bosque, rodeada del paisaje verde y húmedo tan característico de aquel pequeño pueblo. Aparqué mi camioneta frente a la puerta delantera y me bajé, sin siquiera preocuparme por cubrirme de la lluvia; ya estaba completamente empapada, helada y con ganas de quitarme toda aquella ropa y meterme en la ducha. Sólo quería que el agua se llevara todos los problemas. Necesitaba que algo lo hiciera.
Busqué la llave de mi casa y abrí la puerta con pesadez, adentrándome luego en el calor de mi hogar. Después de dejar mis cosas tiradas por el recibidor, me dirigí a la sala y después a la cocina, buscando algún signo que indicara que mi padre había regresado ya del trabajo. Por el contrario, la única evidencia que hallé fueron unos cuantos periódicos sobre la mesa, todos con titulares similares referidos a ataques de animales en el pueblo, los cuales se repetían con una asombrosa y alarmante periodicidad. Lo recordaba porque mi padre había estado hablando muchísimo de ello, ya que era el causante de sus horas extra y de su poco tiempo de descanso. Había una gran alarma entre los habitantes del pueblo y los policías locales debían mantener la guardia alta a todo momento, ya que desconocían exactamente la especie originaria de tantos accidentes y muertes.
Estando sola y tranquila en casa, decidí que era un buen momento para tomar un baño y eliminar un poco toda aquella tensión que llevaba en mi cuerpo; olvidarme de todos los sucesos del día y, simplemente, reducir el universo al espacio ocupado por mi ducha. El agua cálida, el vapor a mi alrededor, la tranquilidad del sonido del agua; sí, definitivamente me sentía mejor así.
Todo era paz entre la bruma del cuarto de baño, hasta que un fuerte ruido me sobresaltó. Aterrada, corrí la cortina levemente y miré alrededor, sin ver nada extraño. Sin embargo, de repente la puerta entreabierta del pequeño ambiente se cerró con fuerza. Con el pulso levemente inestable, cogí una toalla y me la envolví rápidamente alrededor del cuerpo, intentando mantener la calma. Forks era lluvioso, había viento y yo era una jodida paranoica. Todo estaba bien.
Me dirigí a mi habitación, aun con un dejo de cautela en cada uno de mis pasos y girando mi cabeza ocasionalmente. La ventana estaba cerrada y las grandes gotas de lluvia empañaban el cristal. Me acerqué allí e, incluso a escasos centímetros de distancia, me costó ver hacia fuera. Mi camioneta seguía en su lugar y todo lucía tan tranquilo como siempre. Por supuesto, eso no mejoraba las cosas, sino que las hacía un poco más inquietantes. Forks era tan pacífico que a veces asustaba un poco. Además, aquel eterno color grisáceo en el cielo no hacía el panorama más agradable. Era como si siempre nos encontráramos en un punto medio entre el día y la noche. Un extraño crepúsculo carente de sol.
Perderme en mis pensamientos fue realmente contraproducente cuando sentí dos manos en mi cintura y mi corazón casi se escapa de mi pecho. No tuve que trabajar para darme vuelta, ya que una fuerza ajena a mi cuerpo hizo el esfuerzo por mí, y terminé con la espalda apoyada contra el alfeizar de la ventana. Nuevamente los mismos ojos, los mismos labios, el mismo rostro… la misma fiereza. Si mi corazón se encontraba ya lo suficientemente agitado, ver el sádico rostro de Edward Cullen no ayudó en lo absoluto. Mis piernas respondieron al pavor volviéndose flojas e inútiles y, de no haber sido por el agarre en mi cintura, posiblemente hubiese terminado de rodillas en el suelo.
—¿Q-qué… qué…?
—Si lo que quieres saber —susurró increíblemente cerca de mi rostro, su cabello goteando sobre mi piel— es qué hago aquí, creo que hay una respuesta obvia, y a la vez bastante impredecible.
No lo entendí, y tampoco quise hacerlo. Él seguía mirándome de aquella manera extraña, llena de un doble significado; uno que no podía terminar de comprender. Sus ojos estaban negros como la noche y no había rastro del cálido y llamativo color que tenían en nuestro primer encuentro. Esos ojos azabaches fueron los que me recorrieron de pies a cabeza, con una mirada lujuriosa, casi morbosa. Las aletas de su nariz se dilataron y cerró momentáneamente los párpados, pegando más su cuerpo al mío y enviando un estremecimiento a cada una de mis terminaciones nerviosas. Estaba al borde del colapso mental y físico.
—Hueles mucho mejor así —murmuró con voz ronca— y, definitivamente, te ves mucho mejor así.
Su boca danzó por alrededor de la mía, manteniéndome en ascuas por unos largos y tortuosos segundos. Tenía esa certera necesidad de alejarme de él, pero no tenía la fuerza para moverme de allí. Y no hablaba de fuerza física solamente. Una parte de mí deseaba quedarse allí, buscando sus labios y sintiendo sus fuertes manos en mi cintura. Era embriagadoramente peligroso y atractivo.
—Podría… llegar mi padre —susurré, y sentí mi propia respiración contra su piel.
Él cerró los ojos, con la misma sonrisa sádica pintándose en sus labios lentamente.
—Digamos que hemos dado al jefe Swan algo de trabajo extra en el bosque.
Fruncí el ceño, mientras sus negros ojos volvían a observarme.
—¿T-t-te refieres a-a los ataques d-de los a-animales? —tartamudeé incoherentemente.
—Hay muchos animales peligrosos en Forks, Bella —aseguró él, con las comisuras de sus labios hacia arriba—, y creo que no es presuntuoso de mi parte decir que tienes frente a ti al más peligroso de todos.
Se inclinó hacia delante y cerró la distancia entre nuestras bocas, presionando mi cuerpo contra la pared. Sentí sus brazos envolver mi cintura con fuerza y sus labios moverse incesantemente contra los míos, de forma suave y tortuosa. No había forma de separarlo de mí, principalmente porque no deseaba hacerlo. Sabía que su advertencia no había sido mera arrogancia; él era peligroso, pero realmente difícil de dejar. Todo el mundo me había advertido lo fácil que era caer en las trampas de Edward Cullen.
Lo que no esperaba era que fuera tan fácil caer también en sus brazos.
Su boca danzó por mi cuello y comencé a sentir como la habitación daba vueltas vertiginosamente. Intenté sostenerme de sus hombros, buscar algún apoyo que me devolviera a la realidad, pero aquello sólo lo hizo peor. Edward me cogió por los muslos y consiguió elevarme, haciendo que mis piernas se enredaran torpemente en su cintura. Cada parte de mi cuerpo ardía en llamas cuando él la rozaba, cada neurona de mi cerebro iba perdiendo su capacidad a medida que sus labios recorrían mi clavícula, en fácil acceso, ya que sólo la toalla cubría mi cuerpo. Era hipnotizante, ajeno a mi voluntad.
Me levantó como si de una pluma me tratara, y de un segundo para el otro me encontré sobre mi cama, con él recostado sobre mi cuerpo y repitiendo con sus labios el mismo camino que había recorrido anteriormente. Era fuego y hielo, era prohibido y adictivo, era locura y curiosa morbosidad. Simplemente fui testigo de la desconexión de mi mente, de mi cuerpo quedando voluntariamente a su merced. Me dejé llevar, mientras sentía su peso moverse sobre mí, su boca descubriendo cada centímetro de mi piel.
—Dime que me deseas —pidió, apretando mis brazos tan fuerte que dolía.
—Te deseo —repliqué como autómata.
Su rostro se ocultó en el hueco de mi clavícula, mientras él respiraba entrecortadamente. Entonces, mientras dejaba mi ser a su voluntad, sentí sus filosos dientes en mi cuello, proclamándome como suya. Me traspasó el doloroso placer de su boca succionando mi piel, de la sangre brotando de sus labios y manchando su mandíbula y su níveo pecho. Solté un gemido desgarrador que inundo la habitación, mientras sus manos hacían el trayecto desde mi cintura hasta mis hombros para retenerme. Me besó nuevamente y sentí el sabor metálico en mi boca, cuando su lengua traspasó la barrera de mis labios en una caricia feroz. Sus manos tocaban mi cuerpo incesantemente, como intentando obtener algo más, como tratando de presionar mi deseo y mi necesidad hasta límites insospechados. Era irreal y desquiciante. Edward Cullen era como la heroína: nocivo, peligroso, y escalofriantemente adictivo.
—No recordarás nada de esto mañana —murmuró, con esa sonrisa arrogante tan suya, mientras su boca se entretenía con el cálido líquido que brotaba de mi cuello—, pero déjame decirte algo: tienes la sangre más exquisita que he probado en mi vida, Isabella.
El último recuerdo de él fue así, con la boca roja, al igual que sus brillantes ojos. Dio un último beso a mis labios y, sin permitirme saciar el hambre que tenía por él, se puso de pie. De un momento a otro, él se perdió en la oscuridad y desapareció, mientras yo me iba sumiendo poco a poco en la inconciencia.
El recuerdo de aquel demonio de la noche, sin embargo, quedaría siempre en mí.
El animal más peligroso, persuasivo y atractivo que había conocido.
¿Acaso él creía que sería tan fácil olvidarlo?
…
Oh sí, el Edward de Meyer tendría que haber sido un poco más vampiro, un poco más rudo. Mi punto de vista, por lo menos. Creo que faltó un poco de eso, aunque por supuesto esto está algo exagerado, teniendo en cuenta la idea principal del concurso.
¿Qué les pareció? La verdad es que creo que es la primera vez que escribo algo sobre Edward siendo un verdadero vampiro, en el sentido más básico de la palabra. Tenía muchas ganas de hacer algo así, y el hecho que haya leído sobre este concurso me vino como anillo al dedo. Como ya dije, el título del oneshot surgió por una canción de Arctic Monkeys que me encanta, y que definitivamente deberían escuchar, ya que, a mi parecer, transporta un poco a una atmósfera algo oscura. Para quienes la quieran oir, la dejo por mi Facebook.
Espero ansiosa sus comentarios. ¿Prefieren este Edward, o los otros? jajaja.
Les cuento que el oneshot ha conseguido el tercer puesto en el Darkward Fanfic Contest, por lo que, como bien había prometido, haré una continuación. Pronto subiré el segundo capítulo, de los posibles tres o cuatro que tendrá. ¡Gracias a todas aquellas que votaron y que apostaron por la historia!
¡Saludos para todos! Prometo que en estos días actualizo No es tan fácil ser niñera.
Nos leemos pronto.
MrsV.
