No sabía en que lugar me encontraba. Ni siquiera tenía idea alguna de que día era hoy. Solo tenía clara una cosa, debía salir de aquí, en cuanto tuviera la menor oportunidad. Los tipos que nos llevaban no parecían ser trigo limpio. Y, verdaderamente, sabía con certeza que no eran buenas personas. Ellos habían matado a mi novio, Cris, por un asunto de dinero.
La habitación donde me encontraba estaba a oscuras, y olía a perro muerto. Los matones venía solamente a darnos de comer dos veces y alguna que otra vez para llevarnos al servicio. No estaba sola. Había otras tres chicas conmigo, que tampoco sabían porqué estaban aquí. A ellas les habían dicho que obtendrían un buen trabajo, y eso me asustó bastante.
Conocía la "trata de blancas", pero nunca pensé que pudiera pasarme. Tenía entendido que eso solo les ocurría a mujeres de países pobres, no a chicas de lugares como Estados Unidos. Pero, aquí estaba. Hablando con las demás, contándonos sobre nosotras y como habíamos acabado aquí.
R: No sé porqué
los creí. –Sollozaba Rachel, la más mayor de todas. Tenía
veintisiete años y una melena rubia que le llegaba por los hombros-.
No debí confiar en ellos.
G: ¿Qué te dijeron a ti? –Le
preguntó Grace. Ella aparentaba menos de la edad que tenía. Acababa
de cumplir veinticinco y cuando la "cogieron", volvía de su
fiesta de cumpleaños. Era castaña, con una melena un poco más
larga que la de Rachel-.
R: Que me pagarían la carrera de
periodísmo. –Se secó las lágrimas-. Al principio me extraño que
yo no tuviera que hacer nada, pero estaba tan contenta con la idea de
poder hacer la carrera que… -Comenzó a llorar, de nuevo-.
E:
Algo parecido me pasó a mi. Quería ser bailarina profesional y
entrar en una buena escuela, pero el precio era demasiado y el banco
no me daba crédito… Acabé aceptando la propuesta de ellos.
–Erika, con una melena rubia que le llegaba a la cintura, me miró-.
¿Y tú? No has dicho nada desde que has llegado… -La sonrío
debilmente, pero con lo oscuro del lugar no creo que me vea-.
¿Cuántos años tienes?
M: Veintidós.
G: Eres muy joven…
-Dijo en un susurro-. ¿Cómo llegaste a…?
M: ¿… a esto?
–Terminé por ella-. Mataron a mi novio por cuestiones de dinero y
al no tener nada de valor en la caravana… me cogieron a mí.
De repente, el ruido ensordecedor del candado abriéndose nos sobresaltó y todas nos giramos a la puerta. Uno de los matones entró y señaló a Grace.
-: ¡Tu! El jefe quiere verte, monada. –La sonrió. Casi vomité al pensar para que la querría su jefe-. Si eres buena, quizá pueda jugar un ratito contigo.
Grace se levantó y con una sonrisa tranquilizadora nos miró a todas, antes de que se la llevaran.
Cuando la puerta se volvió a cerrar, Rachel y Erika se sentaron a mi lado, indudablemente muertas de miedo. Solo podía observar la puerta intentado escuchar algo de lo que ocurría detrás de ella, pero el silencio lo envolvía todo.
E: Me llamo Erika,
¿y tú? –Me preguntó, estirando su mano-.
M: Sarah, aunque
todos me llaman Mac.
E: ¿Mac? –No podía ver claramente su
cara, pero intuía que la pregunta era el porque me llamaban así-.
M:
Es un diminutivo de mi apellido. Mackenzie.
E: Ah… Encantada de
conocerte, Mac, aunque huberia preferido conocerte en otro sitio y en
otras circunstancias.
M: Lo mismo digo.
R: Bueno… yo soy
Rachel. Aunque ya debes de saberlo.
E: ¿Qué creéis que le harán
a Grace?
M: No lo sé.
Las mentí. Tenía una idea de lo que la podían hacer, pero prefería no decir nada. Pasaron horas antes de que trajesen de vuelta a Grace. Cuando lo hicieron, ella se veía mal. Tenía moratones por los dos brazos y le salia sangre del labio. La dejaron caer frente a nosotras y salieron del pequeño cuarto.
En cuanto cerraron, Erika se levantó rápidamente y se intentó sentar al lado de ella, pero Grace se apartó, sollozando. Resignada, se dio la vuelta y volvió a nuestro lado. Cogiendo aire, la preguntó.
E: ¿Qué te ha
hecho, Grace? –La aludida no contestaba, y Erika lo volvió a
intentar-. Por favor, Grace… Contéstame… Te ves realmente mal y…
-Por fin, contestó-.
G: ¿Qué es lo que crees que me han hecho,
Erika? –La respondió, susurrando-.
R: Te han usado como a un
trozo de carne. Para eso estamos aquí, para complacer a los bestías
que vienen.
Los días seguían pasando y gracias a Dios o a quien fuese, a mi no me cogían. Todo era igual que siempre. Llegaba uno de los matones, se llevaban a una de las otras tres chicas y a las dos horas, volvían llenas de moratones y heridas.
Otra vez, entró el matón, con su sonrisa prepotente y esta vez, me miró a mí. Sentí un escalofrío subir por mi espalda y el miedo comenzo a apoderarse de mi mente. Había llegado mi hora. Él caminó despacio hasta posicionarde delante de mí y señaló la puerta.
-: Tu turno, guapa.
Si más remedio, me levanté y avanzé hacia la puerta, viendo como Grace y Erika me miraban, con las lágrimas recorriendo sus mejillas. El contacto visual no duró mucho, ya que el bruto que había venido a por mí me agarró del brazo fuertemente y tiró hacia la salida.
Recorrimos un largo y sucio pasillo hasta llegar a una habitación, con tonos claros, en la que había una cama de matrimonio y otra puerta, que pensé daría a un servicio.
-: Espera ahí.
Brutus, como le llamábamos nosotras, me dejó sola en la habitación cerrando con llave. Con el miedo aún latente en mi cuerpo, me senté al borde de la gran cama y rezé para que el tipo al que tendría que "complacer" no viniese, o se arrepintiese de entrar aquí.
Pasaban los minutos y nadie daba señales de vida, lo que comenzaba a ponerme nerviosa. Realmente no sabía que es lo que iba a hacer. Bueno, se suponía que debería "liarme" con el que apareciera por la puerta, pero… ¿Yo tendría que hacer algo, o simplemente tumbarme boca arriba en la cama y esperar a que el animal terminase?
No pude pensar más en ellos debido a que la puerta se abrió y dejó paso a "Brutus" y a otro hombre mucho más guapo que él. Cuando pasó, le pidió que cuando acabe le avisara, dando golpes a la puerta y se fue, volviéndola a cerrar con llave.
Yo, aunque sabía porqué ese hombre estaba en la habitación, no podía quitarle los ojos de encima. No tendría más de treinta años. Parecía estar más nervioso, incluso que yo.
Después de un rato, comenzó a acercarse a mí y yo alzé la vista para perderme en sus ojos. Eran azules. Un tono azul cielo que no había visto en nadie, y eso, me sorprendió. No sé porqué, pero con su presencia ahí me sentí segura.
Cuando estaba a unos centímetros de mí, se sentó a mi lado y ocultó su cara con las manos, diciendo en susurros que no podía hacerlo.
