I
Tomé el lápiz labial color rojo de mi peinador y me acerqué al espejo de cuerpo completo pegado en una compuerta de mi clóset para aplicármelo. El cuarto se iluminó por un relámpago que a los pocos segundos fue acompañado de un estruendoso trueno que hizo retumbar los vidrios de las ventanas. Adoraba cuando llovía.
—Kari, ¿estás segura de querer salir así? Parece que la tormenta se pondrá fea.
—Vamos, Mimí. Un poco de agua no va a hacerte daño.
—No es eso… ¿sabes si quiera dónde es la fiesta?
—Cody me envió la dirección. Dijo que no está lejos de aquí —mi amiga hizo una mueca de desagrado mientras miraba su celular.
—Hey —me acerqué a ella—. Si no quieres ir, no tienes que hacerlo —sus ojos marrones me miraron con ansia y sonrió.
—¿Y perderme la oportunidad de tener sexo con Matt? ¡Ni loca! —sonreí. Esa era mi Mimí. Cogí mi bolsa y una chamarra de piel, y salimos de mi habitación.
Me encontraba estudiando Literatura en la Universidad Nacional de Yokohama al sur de Tokio. Hacía un año que me había mudado a las residencias del campus, dejando en Odaiba a mi hermano, mi madre y un sinfín de recuerdos que conformaban mi niñez. Conocí a Mimí el primer día de clases y a pesar de que me llevaba un par de años de diferencia, nos habíamos hallado muy bien y ahora era más que mi mejor amiga, era la familia que me curaba la cruda los domingos y se desvelaba conmigo entre semana mirando series de televisión por internet.
Por fortuna al salir del edificio aún no comenzaba a llover. El cielo estaba enrojecido, nublado y soplaba un fuerte viento que revolvió mi cabello por todos lados. Tomamos un taxi rumbo a Kitasawai en donde se hallaba la casa anfitriona de realizar la fiesta anual de Halloween para los estudiantes de la UNY. Ese año no tuve deseo de disfrazarme por lo que llevaba un vestido corto en color negro. Tenía tirantes y un escote discreto pero sensual. Se ceñía de la cintura y el resto era holgado. Botas color café y maquillaje cargado. Mimí, por el contrario, llevaba un leotardo negro con una mota en el trasero simulando ser el rabo de un conejito, una diadema con orejas y zapatillas oscuras.
Al llegar al lugar, una zona residencial, supe por qué Cody había invertido tres semanas intentando convencer al dueño del lugar que prestara su casa. Aquello parecía una mansión con un jardín enorme, una fuente al centro de éste. El pórtico medía aproximadamente unos 5 metros de largo, había un columpio-mecedora en una orilla y una pareja de muchachos besuqueándose ahí. Mi amiga y yo nos miramos con la misma expresión de impresión.
—¡Yagami! Qué bueno que viniste —Joe, un compañero de clase, nos recibió apenas entramos a la «humilde» morada. Estaba demasiado ebrio y no pasaban de las 11:00pm.
—Hola, Joe. ¿Has visto a Cody? —pregunté divertida ante la mirada perdida del peliazul.
—Está en la cocina… —hizo un gesto con la nariz y luego se echó a reír—. Ya sabes, inhalando polvo.
—Genial —tomé el brazo de Mimí y la arrastré conmigo.
En el lugar había alrededor de unas 100 personas, si no es que más. Conocía a la mayoría si no era porque llevábamos clases juntos era porque me habían vendido marihuana… o me había acostado con ellos.
—Oh, oh… —murmuró mi amiga.
—¿Qué pasa?
—Acabo de ver a Davis subiendo las escaleras.
—¡Mierda! Cody no me dijo que estaría aquí.
—Tranquila, no nos vio.
—Ese imbécil…
Davis había sido el único hombre del que me arrepentía. Tuvimos sexo en una fiesta no muy diferente a la de ahora pero el tipo siguió buscándome. Iba a las clases que yo tomaba, aparecía de pronto en el piso de mi dormitorio e incluso un día se atrevió a interrumpir una entrevista que estaba teniendo con un profesor y editor de una revista de ciencia. Estaba empeñado en que se había enamorado de mí y a pesar de las amenazas y una golpiza que pedí le pusieran para ver si escarmentaba y me dejaba en paz, no había funcionado.
Y ahora aquí estaba y lo único que podía pedir era que nos perdiéramos entre el gentío y no supiera que me hallaba ahí.
—¡Kari! ¡Mimí! Vengan. Sírvanse —Cody, mi colega y amigo, me abrazó cuando nos vio entrar a la cocina. Adentro había alrededor de unas 12 personas comiendo galletas mágicas, fumando porros e inhalando cocaína.
—Me pudiste haber avisado que el imbécil de Davis vendría —espeté, tomando una pipa de la mesa y sirviéndome yo misma.
—No sabía que estaría aquí y sinceramente no tengo ni una puta idea de cómo se enteró de la ubicación de la fiesta. Pero descuida, apenas y se propase contigo le damos una paliza.
—¡Sí! —gritó un fortachón perteneciente al equipo de fútbol americano y varios lo corearon.
—Hola, hermosura —Cody y yo nos sobresaltamos al ver a Matt tomar a Mimí de la cintura y se la llevó fuera de ahí. Solté un suspiro. Era hora de buscar con qué entretenerme.
Tras darle varias caladas a la marihuana, tomé una cerveza del refrigerador y empecé a caminar por la casa que ahora lamentaba hubiera sido la indicada pues algunas alfombras y muebles se veían afectados por vómito y quizás bebidas derramadas sobre ellos. Empecé a sentir un hormigueo por los brazos y mi cuerpo relajándose. Cerré los ojos, acercándome a la sala en donde estaban bailando y me dejé llevar por la música. Los efectos de la droga y el alcohol acrecentaban en mi sistema haciéndome disfrutar del roce de las personas, de su acercamiento, con completa naturalidad.
—Ven acá, guapa —en una fracción de segundo Joe se acercó y me besó pero lo aparté de inmediato empujándolo—. No me digas que no quieres…
—Quítate —lo empujé nuevamente y corrí hacia las escaleras. Hacia mi derecha estaba una pareja besándose y frente a mí los enormes ojos castaños de Davis se abrieron de par en par y una sonrisa se dibujó en sus labios al verme. Sin pensarlo, quité a la mujer que estaba besando a aquél muchacho y la aventé contra Davis, o eso me pareció que hice, y el rubio, desconcertado, me miró con una expresión graciosa en su rostro. Lo besé, aferrándome a su cuello mientras intentaba abrir la puerta de la habitación a su espalda. Entramos y cerré con seguro antes de que el pelirrojo pudiera hacer algo.
—¿Qué fue eso? —el chico, de ojos azules y tez blanca, me miraba intrigado sin borrar su encantadora sonrisa del rostro. Me mordí el labio inferior y me acerqué a besarlo de nuevo aunque ésta vez más lento.
Era mucho más alto que yo por lo que tenía que estar de puntitas para alcanzarlo. Acaricié su cuello mientras ansiaba devorar sus labios. Con suma facilidad me tomó de los muslos para cargarme y abracé su cintura con mis piernas hasta que me recostó sobre la cama. Se quitó la camiseta frente a mí mientras yo lidiaba con el nudo de las cintillas de mis botas. Su pecho estaba marcado y su piel parecía de porcelana. Se dejó caer sobre mí besándome el cuello y mordisqueando un poco. Desabroché su pantalón metiendo una mano bajo éste para acariciar su pene. Él gimió contra mis labios, lo cual me gustó, y seguí acariciando. Desesperado, me quitó el vestido de un jalón y se deshizo de mi sostén. Ambos estábamos demasiado excitados. Lo tomé del cabello para acercarlo a mí y besarlo. Su mano derecha se internó en mi ropa interior e hizo maravillas que me sacaron gemidos y provocaron que mi cuerpo se tensara varias veces. Besó mis senos, mordisqueando mis pezones tal y como me gustaba que lo hicieran. Fue bajando con su lengua por mi abdomen hasta deshacerse de mis panties. Me hizo el sexo oral más delicioso que en mis 23 años de vida haya disfrutado y, debido al estado high en el que me encontraba, podía sentir cada roce de su lengua en mi piel con suma intensidad.
Se recostó sobre mí besándome con ganas y solté un leve grito al sentirlo entrar en mí, cosa que lo hizo sonreír. Empezó a penetrarme primero despacio, dejándome acostumbrarme a él mientras me besaba lentamente hasta que yo pedí más. Abracé su cadera con mis piernas y mordí su cuello pidiéndole más. Aceleró el ritmo mientras yo jalaba su cabello y mordía sus labios. Quizás fueron minutos, quizás fue más tiempo, a decir verdad no supe cuánto ya que no me hallaba en mis cinco sentidos pero cuando exploté… cuando la pasión, la lujuria y el deseo que se acumularon en mis entrañas finalmente fueron disparados por todo mi cuerpo, lo miré y ambos sonreímos. Nos besamos por lo que me parecieron horas hasta que se recostó a mi lado y ambos nos mirábamos y acariciábamos sin dejar de sonreír como idiotas.
—¿Cómo te llamas? —preguntó él con la voz ronca.
—Kari, ¿y tú?
—TK.
—Es un gusto conocerte.
—El gusto es mío, preciosa.
Primera historia y espero que les guste! Dejen reviews :)
