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Haikyuu es propiedad de Haruichi Furudate.


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Especial

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Lev era un omega.

Para muchos, descubrirlo significaba una gran sorpresa debido a su considerable altura (muy superior incluso para la media de alfas). Aunque tampoco era algo que resultara especialmente preocupante, así que la mayoría se olvidaba rápidamente del tema, que sólo salía de vez en cuando en conversaciones anecdóticas de los días escolares como curiosidad.

Para Kenma, sin embargo, el pensamiento se había vuelto recurrente.

Lev era un omega.

Lo había sabido desde el principio, pero nunca había tenido tanto peso en aquel entonces, no como el que tuvo aquella tarde en la que el más joven había dicho "ayúdame" con la necesitada voz del celo mientras se aferraba temblorosamente a su brazo. En aquel momento, le había parecido que aquello no tenía mucho sentido. Porque Kenma también era un omega y poco podía hacer para aplacar las reacciones mal contenidas de su compañero. Aun así, sólo porque no habían soluciones lo suficientemente rápidas a su alcance (y porque debido a esto resultaba ser la opción menos molesta), se había dejado arrastrar.

Lev era un omega, pensaba, no había forma de que algo así se repitiera, pensaba.

Pero, por alguna razón, la situación se había vuelto algo casi rutinario.

A Kenma no le gustaba darle vueltas al asunto. Que Lev quisiera pasar sus celos con él (o viceversa) era cuestión de mera comodidad. Al ser ambos omegas, parecía que instintivamente se transmitían alguna clase de confianza tranquilizadora y el tiempo que pasaban juntos era agradable. Así que mantenerse viéndose de aquella forma no era exactamente problemático. Al menos, no veía que fuera malo permanecer así durante un tiempo más.

No era nada especial.

Eso le había dicho a Kuroo cuando lo había encontrado un día jugando a un videojuego con Lev dormitando sobre sus piernas.

"Se quedó dormido y sería más agotador sacármelo de encima", simplemente había añadido ante la incógnita, sin molestarse en apartar la mirada de la pantalla o mostrar una expresión particular.

En ocasiones, Kenma clavaba los dientes en la pálida piel de su cuello desnudo, simplemente por la genuina curiosidad al preguntarse qué tan diferente podrían ser las cosas si fuera un alfa quien lo hiciera. En otras, Lev olisqueaba alegremente con el rostro enterrado en su cuello mientras yacían con el cuerpo pegajoso.

En más de una noche, de esas en las que irremediablemente terminaban durmiendo en casa del otro, a Kenma le había parecido escuchar en su somnolencia la voz del más joven que murmuraba un "Me gustas mucho" ronroneándole al oído.

—Así que, ¿esto es amor? —reflexionó para sí, pasando sin mucho interés los canales del televisor.

Kuroo, quien llegaba de la cocina tras haber sido interceptado por su madre para que le llevara algo a su invitado, alzó una ceja, dedicándole una mirada que gritaba un "¡Lo sabía!" silenciosamente. Kenma se limitó a encogerse de hombros.

—¡Qué gustos tan raros tienes! —exclamó.

—Sí —afirmó mientras volvía a cambiar de canal—, qué gustos tan raros tengo.