En toda la casa sólo se escuchaba el sonido que producían las teclas de pequeño ordenador portátil al ser golpeadas con rapidez. Finalmente, el rubio cerró el ordenador, y a oscuras se quitó la camiseta, la dejó tirada por ahí y se dirigió al dormitorio. Con el mayor sigilo posible se introdujo en la cama, y se disponía a cerrar los ojos cuando una suave voz a su lado le sorprendió:

-Yo... Youichi-kun... Es muy tarde...

-Ya sé que es muy tarde, maldita novia. ¿Qué demonios haces despierta si he entrado en completo silencio?

-No podía dormir bien...-respondió la chica con voz triste.

-Tsk... Maldita mimosa.-el joven se acercó a ella y la abrazó-¿Mejor? Pues ahora a dormir de una estúpida vez, que son las cinco de la mañana.

Desde que vivían juntos, todas las noches de Mamori Anezaki eran así cuando se acercaba un partido: él no dejaba de trabajar hasta altas horas de la madrugada y ella no era capaz de dormir más de media hora seguida hasta que le notaba entrar en la cama.

Normalmente le daba igual, sabía que para Hiruma el fútbol americano era su vida, pero se acercaba la fecha de su aniversario, y era dos días antes de un partido importante. Últimamente todo el tiempo que pasaba despierta esperando a que el chico se fuera a la cama lo ocupaba en preguntarse si él sacrificaría sus horas de trabajo esa noche para celebrar aquella fecha importante con ella o si por el contrario sería otra noche más de esas en las que no se despega del ordenador mínimo hasta las tres de la mañana.

Sabía perfectamente que si le preguntaba a cualquier persona que conociera al que fue el quarterback de los Deimon Devil Bats, seguramente le respondería que se olvidara de que hubiese celebración alguna, que él era sólo un demonio que vive para el fútbol americano. Pero Mamori no estaba tan segura de que su novio fuera así. Le conocía desde hacía varios años, y había visto facetas suyas cuya existencia nadie se atrevería a imaginar.

Pasaron los días y llegó la fecha señalada. La ex-manager de los Devil Bats había salido a comprar unas cosas y regresó a casa cuando ya empezaban a encender las farolas. No había visto a Hiruma en todo el día, por lo que sus dudas no habían obtenido respuesta aún. Cual fue su desilusión al entrar por la puerta y ver al rubio con el ordenador y hablando a gritos por el móvil con alguien.

Mamori dejó sus compras en la mesa y se fue a la habitación arrastrando los pies.

Al ver esto, el chico se levantó, dejó el ordenador a un lado, y con un "Maldito bastardo, ocúpate tú del resto que mi maldito ángel me va a tener ocupado unas horas" dio por terminada la conversación telefónica y tiró el móvil por ahí.

Cuando la joven de ojos azules entró en la habitación, vio una rosa roja con una nota sobre la cama. No pudo evitar sentarse y leerla.

Cuando el joven de orejas puntiagudas vio esta escena, no pudo ocultar una sonrisa, esa sonrisa que sólo aparece en presencia de Mamori. Esa faceta de él que siempre le daba esperanzas a la chica para pensar que no sería una noche cualquiera.

-Eh, maldita impaciente, ¿cuántas más de las sorpresas que tenía para hoy vas a encontrar antes de saludarme? Se supone que aquí el malvado soy yo, y tú eres la que tiene que sufrir por la curiosidad de saber lo que he preparado. Feliz aniversario, maldita novia.