Así comienza esta historia. Es la historia de los niños elegidos. Aunque ellos aún no lo saben, y en estos momentos siguen disfrutando de su estancia en un campamento de verano. Aún no se conocen muy bien, pero parece que pueden llegar a ser muy amigos. ¿Queréis conocerlos? (…) Veamos, son ese grupo que está jugando a la pelota.
Primero está Tai, con su pelo de punta. Él es la personificación de la juventud, y ha venido con ganas de pasarlo bien.
Luego está Matt, el chico con pinta de chulo. En el fondo es buen chico, solo es un poco cerrado a la hora de conocer gente nueva.
Sora (la chica del gorro azul) es compañera de clase de Tai. Ella es como una hermana mayor para el grupo.
También está Izzy, el pelirrojo que nunca se separa de su ordenador. No tiene mucho interés en hacer amigos, pero sus padres insistieron en que viniera al campamento.
Esa de ahí es Mimi, le gusta mucho el color rosa. Es caprichosa y un poco infantil, pero también muy amable.
El siguiente es Joe, el mayor de todos. Es muy inteligente, y se preocupa mucho (a veces demasiado) por el bienestar de los demás.
Y luego está T.K. Él es el hermano de Matt, aunque tienen distinto apellido. Es el pequeño del grupo y no se separa de su hermano mayor.
Pues una vez hechas las presentaciones, estos son… No! Espera! Me olvidaba de Kari, la hermanita de Tai. Su salud es débil, y no parecía que fuese a poder venir, pero en el último momento, mejoró, y sus padres no pudieron decirle que no.
Así que allí estaban los ocho, emocionados al principio, luego más tranquilos mientras jugaban al aire libre. El manto verde llegaba hasta donde alcanzaba la vista, y el viento se llevaba con delicadeza algún que otro diente de león.
-¡Toma, T.K.! – exclamaba Sora, mientras le mandaba la pelota de una patada.
-No te pases, Sora – le decía Joe –¡la vas a pinchar!
-Te preocupas por todo – respondió mientras Mimi reía.
Matt se alejó un segundo del campo, dejando a Tai solo contra el feroz equipo de Sora. Se agachó frente a Izzy.
-¿Estás seguro de que no quieres jugar, Izzy?
-No pasa nada – respondió este mientras levantaba la vista dos segundos – No me apetece ahora.
Matt no quiso insistir. Cuando se fue, Izzy se apoyó en el árbol y soltó un suspiro. El sol brillaba y no había casi ninguna nube. Aun así, algo se sentía raro. Se quedó contemplando la libélula posada en un girasol. Entonces sus ojos se abrieron como platos mientras una estrella fugaz cruzaba el cielo azul a la velocidad del rayo.
-¡Chicos, mirad eso!
Uno a uno alzaron la vista al cielo y siguieron la estela, hasta que vieron que aquello que volaba estaba demasiado cerca del suelo. Empezó a descender, más y más, poniendo en peligro la vida de nuestros amigos.
-¿Es un meteorito? – se asombró Joe mientras se ajustaba las gafas.
-¡Todos al suelo! – dijo Tai, y el resto obedeció. Se dejaron caer y cerraron los ojos con fuerza. El estallido de luz fue brutal, pero solo notaron un ligero temblor. Al levantar la vista, vieron que una columna de humo se elevaba desde la zona profunda del bosque, más allá del prado en el que se encontraban.
-¿Qué hacemos? – lloriqueaba T.K. – ¡Matt, tengo miedo!
-Hay que avisar a un profesor! – dijo Sora.
-Yo quiero acercarme a ver qué es.
-¡Tai, estás loco! – gritó Joe - ¿Y si es peligroso?
-¿Y si no lo es? Yo voto por ir a verlo.
Mientras los niños se peleaban, Kari se fue moviendo hacia el lugar, como si alguien la hubiese puesto en un trance. Como si algo la llamase. Cuando se dieron cuenta, ella ya estaba muy lejos y no les quedó más remedio que correr tras ella.
