ADVERTENCIA: Esto es Yaoi, habrá momentos +18 tanto sexuales como violentos, así que no sean maricones y si no les gusta pues regresen al menú principal. Es un AU dentro del mismo mundo de Haikyuu! y está centrado justo después de que nuestros chicos son campeones (deben ganar las nacionales sí o sí), así que habrá posibles SPOILERS.
Descarga de responsabilidad: HQ! no es mío, si lo fuera hubiera apresurado el encuentro carnal entre Kuroo y Oikawa SE AMAN aunque no se conozcan xD (?
Mención especial: A Rooss, una tremenda autora de acá del fandom y de otros más que tiene unas historias que no rayan ni en lo cursi ni en lo cliché, ¿quieren pasar un buen rato? Busquen el nombre de "Rooss" aquí en y disfruten como focas Sus one-shots son cosas serias, sobre todo los de Haikyuu! Una de sus historias, el de la ballena me llegó tanto al kokoro que terminé inspirándome para escribir sobre una ballena que nadie a volteado a ver a pesar de que es una piedra angular en todo Haikyuu! y sin más, por favor, lean a esta autora. De verdad, no la conozco tan a fondo, la descubrí de casualidad leyendo fics y bam!
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El circo de las rarezas
Por St. Yukionna.
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Había ido por una única razón, y es que Akiteru le había insistido hasta el cansancio en que debía de asistir. Él lo odió. No había pisado un gimnasio de voleibol en mucho tiempo, quizás dos o tres años, desde su primer año de universidad, para ser exactos. Ahora estaba en una furiosa y bronca vorágine que se tragaba todo a su alrededor: camisas, relojes, celulares, amigos, familia, su salud física y mental… todo. Todo había ido desapareciendo de forma lenta y dolorosa, como si buscara aquello de modo estratégico que él pudiera ser fiel testigo de cómo se esfumaba todo. Lo último que le quedaba era su viejo automóvil, unos doscientos yenes, un porro de yerba y un viejo balón de voleibol que guardaba en la cajuela del automóvil para jugar contra una pared de vez en cuando. No había nadie que levantara la pelota para él, pero en ese pensamiento no había ni siquiera nostalgia o amargura, sólo era una certeza que él mismo se había buscado.
Algo que siempre había sido ingrediente clave a la excitación antes del juego era el chillido de las zapatillas y su suela de goma contra el piso de la cancha perfectamente lustrado. Cuando no estaba en la cancha adoraba ver a los jugadores acomodarse las rodilleras y coderas de tela elástica, el movimiento de calentamiento de sus pies contra el piso y como estiraban sus brazos mientras hablaban los uno con los otros, cuando a él le correspondía hacer lo propio frente al rival, esperaba ser el último en irse acomodar para que por un instante la multitud grabara en sus pensamientos la pequeña estatura que se le había dado desde su concepción en el vientre materno, pues una vez que se mentalizaban a su estatura inferior al rango natural el espectador quedaba apabullado ante la magia que podía hacer en el aire. Cortar el cielo y adueñarse de la cima para ver desde esa posición lo que había más allá de aquellas montañas que le intentaban obstruir: Idiotas…, rezaba en su mente de forma arrogante estampando el balón sin que lo notaran al otro lado de la cancha. El pitido del árbitro y a seguir buscando otro punto más.
Al siguiente año que él destacara entre el mar de estudiantes jugadores de volley hubo una ola de pequeños mocosos que intentaron hacerle frenta con la esperanza y sueño de llegar a ser como él, fracasando miserablemente. Ellos no comprendían que se necesitaba más que buenos deseos y esperanza para seguir de pie en la cancha después de la tempestad: Doblemente idiotas. Era fuerza, pasión y esfuerzo, sudor, sangre y lágrimas, nutrición y abstinencia. Entregar todo para recibir exhausto ese momento de gloria que te dejara pidiendo: más, más, más… como una alimaña hambrienta.
—¡Hinata!
Enarcó la ceja, no aceleró sus pasos, el partido apenas tenía quince minutos desde que había comenzado y seguramente iba a tomar su tiempo, no se extendería tanto como los internacionales pero estaba seguro que podría ver con calma unos diez minutos más antes de que se sofocara en sus recuerdos del pasado y tuviera que salirse a quemar sativa para volver a casa, o en su defecto, para recordar donde demonios había dejado el auto. Rió entre dientes llegando hasta el barandal y tratando de pensar en lo pendejo que estaba por aquel…
—¡Sí!
El "Pwang" del balón contra el piso de la cancha provocó que jadeara y se sostuviera del barandal del balcón de tribunas. Aspiró por la boca y enfocó mejor su mirada en los jugadores. ¿Qué putas había sido eso? Sus dos manos se sostuvieron de ahí y se flexionó, uno de los espectadores de pronto tuvo miedo que el hombre de veintitantos que parecía tan sorprendido de pronto fuera del tipo suicida excéntrico y quisiera saltar desde ahí en medio de un torneo amistoso sólo para llamar la atención de la escasa concurrencia pero en realidad dejó de prestarle atención cuando el número 12 del Karasuno se disponía a disparar.
—¡Buena Yamaguchi! —gritaron desde la banca el resto del equipo, los que estaban jugando secundaron el gesto. El árbitro sonó su silbato y pasaron cinco segundos antes de que el chico lanzara un flotante que fue directo a la línea. Punto para el Karasuno.
Los ojos oscuros del espectador en el barandal detalló el movimiento, él hubiera bloqueado ese saque pero los del equipo contrario, al parecer no estaban acostumbrados a jugar contra saques flotantes. Algo incomodo se removió en su estomago al ver su viejo uniforme en la cancha. Se recargó del pasa manos su peso entero y se enfrascó en ver como el chico ese anotaba punto tras puntos, seis de una sola, sorprendente~ pensó con cierta malicia burlona, de estar ahí parado ese chico ya hubiera sido enviado a comer frijol dulce, pff… el balón pasó y por fin alguien del adversario del Karasuno tuvo la magnífica idea de recibir con voleo, empezó haber intercambio, nada sorprendente a decir verdad. Había ido sólo a perder el tiempo. A sus ojos no había nada fuera de lo ordinario, se dedicó a detallar a los jugadores hasta que sus ojos se detuvieron en un enano de cabello extravagante.
"¿Qué tenemos aquí?" otra vez ese tono mordaz y, que muchas veces Akiteru señalaba como "grosero, apareció. Mientras que sospesaba que el enano no medía más allá de 1.60, cinco centímetros menos que él en la escuela media, curiosamente llevaba también el diez en su camisa y parecía ser un bloqueador central. Soltó una suave risita maliciosa.
—Aquí viene, aquí viene, es el diez, aquí viene —dijeron unos adolescentes, al parecer de una preparatoria, detrás del espectador que torció el labio y se fijó en la cancha otra vez.
Se fijó en la cancha con la misma atención que se le pone a una papa echada a perder, se fijó en la cancha con la misma atención que se compone la cama, se fijó en la cacha con la misma atención con que veía a los maestros cuando de vez en cuando iba a la universidad. Mierda. En todas esas ocasiones de haber puesto realmente más atención quizás habría logrado no pasar un casi envenenamiento que le costara tres días en el hospital, habría logrado no romper su teléfono que se había quedado en el colchón, habría pasado sus materias con una mejor nota, y en ese instante, habría entendido que el número 10 del Karasuno no era una copia barata, rídicula y anaranjada de él, si no una versión rediseñada y mejorada del pequeño gigante. Gimió y contuvo la respiración.
—¡Duro! —gritó uno de los chicos.
"Sí, duro…" no hubo doble intensión ni sarcasmo. Contuvo el aliento.
Sus ojos se habían dejado engatusar ante la acción rápida y después ese material había servido para masturbar todo su cerebro, estimularlo. Mojó sus labios y sonrió. Hinata había saltado desde atrás y había burlado a tres bloqueadores sólo para encontrar el ángulo perfecto, Kageyama hizo lo suyo y ahí estaba el precioso remate. Limpio, sin contratiempos, nadie había podido ir a bloquear.
—¡Oh! ¡Otra vez! —gimieron los mismos mocosos de las gradas y el espectador del barandal se quedó prendado a los movimientos ajenos. El espectador sintió la tensión en su vientre, su cuerpo acalambrándose. Dos, tres bloqueadores. Habían leído la colocación, pero Hinata sólo necesitó un rebote para reagruparse. Su cuerpo seguía tenso y la respiración entrecortada, se aceleraba y no podía pasarla de lleno a sus pulmones que se hinchaban dentro de su pecho amenazando con romperle una o dos costillas. Hinata siguió después de que Kageyama alzara para él, su carrera hacia la red fue brutal como los latidos del corazón de aquel que veía con pulso de quien está al borde del orgasmo, de una pequeña muerte, para que la mano del cuervo se precipitara hacia el balón y… una finta.
Gimoteó en las gradas y sintió como su cuerpo se entumía por el esfuerzo.
—Mierda… qué bastardo —exclamó en voz tenue el espectador, su sonrisa se torcía totalmente excitado mientras relajaba su mano férrea del borde del barandal. Mordió sus labios con tanta fuerza que sintió la carne ceder seguido del dolor que le iba a provocar la adicción de lamerse el área afectada durante el resto de la semana. Suspiró.
Durante los siguientes treinta minutos que se extendió el partido, pues el "cabeza de tapón" –nombre que le dio el espectador a Hinata- se había golpeado contra la escalera del árbitro y había tenido que salir por una hemorragia, dicho accidente provocó regalarle valiosos puntos al equipo contrario que no desaprovecho la oportunidad. Sin embargo el armador del Karasuno sacó las garras junto con el resto del equipo. Eran barbaros, de pronto el sentimiento desagradable que hasta ese momento le había embriagado desapareció dejando una extraña añoranza. Mordisqueaba sus labios sin perder detalle y pronto se encontró sacando su manoseada libretita de apuntes donde escribió varias observaciones. Cerca del punto 20 del partido se asomó hacia la banca del Karasuno sin reconocer a ninguno de los dos maestros ahí sentados. Torció el gesto.
—Oye niño… ¿te quieres ganar 500 yenes? —preguntó a los estudiantes que habían estado narrando todo el partido con gritos y exclamaciones, los aludidos se miraron con desconfianza entre ellos y después al moreno que les hablaba, decidieron ignorarlo—. Vamos no me los voy a comer… no me acepten el dinero, tampoco es que los trajera… —argumentó buscando sonar casual, pero en realidad sonaba a amenaza. No podía evitarlo realmente.
Al final, los mocosos terminaron esperando al Karasuno al final del partido que fue el mismo tiempo que los dos estudiantes habían tardado en el bajar de las gradas hasta la entrada a la cancha. Sólo tuvieron que esperar un par de minutos hasta que la parvada salía vitoreando la última recepción de Nishinoya y el saque asesino de Kageyama que les diera el punto y con ello la victoria.
—Este… ¿es usted el entrenador? —preguntó uno de los muchachos a Ukai que iba saliendo junto con Daichi, discutían el siguiente partido de la próxima semana. Pero ante el llamado del desconocido a su coach el equipo completo se detuvo a mirar al extraño.
—Sí… soy yo, ¿por qué? —el teñido ladeó el rostro entrecerrando la mirada. Por dios, Karasuno daba miedo desde sus jugadores hasta sus funcionarios escolares. El escolar no podía dejar de temblar.
—Este… esto… esto es para usted, tómelo por favor —pidió el desconocido al tiempo que hacía una reverencia y entregaba una hoja doblada.
—¿Una confesión? —preguntó en voz alta Ennoshita.
—¡¿Eh?! —Takeda-sensei quiso interceder. Y Ukai retrocedió, pero el estudiante se acercó.
—Por favor, tómela… el tipo que me la dio da mucho MUCHO miedo… —suplicó.
—¿El tipo que te la dio? —preguntó Ukai un poco más interesado cogiendo el papel, lo desdobló y enarcó la ceja con curiosidad. Leyó ignorando a su equipo que seguía jodiendo.
—Está huyendo —señaló Hinata al mensajero que ya iba corriendo a la salida del gimnasio, no volvería a ir ningún partido si no iba acompañado de su equipo completo.
—¡Oh! —exclamó con fuerza Ukai leyendo el papel.
—¿Sucede algo, entrenador? —quiso saber Daichi de inmediato.
—No, un observador nos dio algunas observaciones del partido —comentó y otra vez todo el equipo tenía su atención puesta en él junto a aquel misterioso trozo de papel—. Pero… firma S.S. —pensó un poco más.
—Keishin, buen partido —anunció su llegada Makoto junto con Saeko, Akiteru y Yusuke que parecían animados tras el final cardíaco vivido desde las bardas.
—Oi… Makoto… ¿conocemos a alguien que tenga iniciales "S.S."? —cuestionó ahora Ukai agitando el papel.
—Podría ser Sakurai Shiiro —resolvió sin problema Akiteru que hasta ese momento había empezado a discutir un poco con Kei sobre su presencia en el lugar.
—¿Sakurai Shiiro? ¿No es el nombre de ese jugador que Hinata admira? —pregunto Yusuke haciendo memoria—. Lo recuerdo porque daba tremendos remates y cuando Hinata dijo que lo admiraba buscamos las revistas donde hablaban de él… ¿recuerdas Makoto?
—Sí, sí… El Pequeño Gigante, Sakurai Shiiro… ¿Por qué?
Un segundo después, Hinata estaba corriendo hacia la salida del gimnasio aún con las zapatillas de voleibol, detrás de él, Kageyama y Daichi. El pecho se le hinchaba a la carnada definitiva. Aspiró por la boca y sus ojos repasaron a cada uno de los presentes ahí. En la lejanía diviso la cabeza rapada del chico aquel que le había llevado la nota a Ukai. Sus mejillas se sonrojaron de la emoción sólo para echar a correr nuevamente.
—¡Oi! ¡Idiota! ¡Hinata! ¡Idiota! ¡Detente! —berreaba Kageyama.
—¡Chicos! ¡Chicos! —Daichi se detuvo en la salida pues sus piernas estaban exahustas. Sólo los vio alejarse más y más.
Ante el alboroto los dos escolares usados como mensajeros se giraron para ver como el número Diez del Karasuno parecía animal salvaje que iba a saltar sobre ellos, como reacción natural empezaron a correr, y de la nada, aquello se había vuelto una peligrosa persecución.
El Pequeño Gigante había estado ahí, viéndolo, a él, jugar.
¡Qué día más feliz!
Capítulo 1.
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St. Yukionna.
Quien los ama de corazón y pulmón.
