Disclaimer: Los personajes aquí representados son propiedad de J.K. Rowling y su más famosa creación.
Este fic participa en el minireto de septiembre para La Copa de las Casas del foro Provocare Ravenclaw.
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Gilderoy se miraba las uñas embelesado por su brillo rosado. Ha tardado horas y ha gastado todos los productos que su madre tiene guardados en su neceser, pero por fin puede alardear de tener las uñas más bonitas de toda Inglaterra. Era muy modesto, debería decir del mundo, pero no quería herir la sensibilidad y el ego de los mediocres que vivían sin saber cuán magnifico era él.
Algún día lo sabrán. Se lo prometió a su madre cuando cumplió ocho años. Ahora, con once recién cumplidos, puede decir con orgullo que lo está consiguiendo, lentamente, pero lo consigue. Sus vecinas se le quedan mirando embobadas con su reluciente cabello. Pasar horas con aquel acondicionador había dado resultados. Gilderoy sin duda tenía una belleza natural, él la notaba cada vez que se miraba al espejo. Sus mofletes infantiles siempre con un ligero rubor que le hacía brillar la mirada.
Estaba tan embelesado mirándose que tardó un momento en comprender que el repiqueteó que escuchaba no eran aplausos hacia su magnificencia. Su mirada cubrió toda la habitación hasta ver a la diminuta lechuza picando el cristal. Llevaba una enorme carta atada a la pata. Gilderoy saltó por encima del sofá para abrir la ventana y coger la carta de un tirón mientras espantaba a la lechuza. No podía permitir que le vieran con semejante animal tan poco agraciado. Recibió un picotazo, pero no le importó. Se había librado del mensajero y ahora disfrutaría del mensaje.
El sello lo reconoció al instante; el escudo de Hogwarts. Le desagradó profundamente la caligrafía usada por un tal Dumbledore, no tenía estilo ni gracia. Aborreció cada palabra, pero no así su contenido. Al fin, Gilderoy lograría ser el mago más famoso del mundo tal como merecía.
