Notas: Un fic que no sé cuánto extenderé dependiendo de la audiencia, y cofmiscofideascof así que veamos cómo nos va con este hermoso parcito y su lucha contemporánea por sobrevivir a la personalidad del otro^^
Personajes: [Milo, Camus] (futuramente) Hyoga, Shun.
DOMINIO TERRENAL.
Capítulo I
Cegado por el Calvario.
—x—
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"Porque no hay peor ciego, que el que no quiere ver."
Esa es la realidad, que patéticamente Milo se niega a creer. Sabe que su vida se ha reducido a la simple absorción del mal recuerdo que tuvo en un pasado respecto a su relación con aquel santo protector de la onceava casa, Camus de Acuario.
—Soy un maldito estúpido.
Tener la esperanza que Camus dejará por una vez en toda su vida esa gélida indiferencia hacia él, era tan difícil como él abandonara su propia creencia de que ese día llegará. Tristemente sabía, que si quería volver a hablar con su amigo, él tenía que ser el primero en llegar con la cola entre las piernas en busca de una reconciliación. Desde que habían sido revividos por un capricho de la diosa de entrenar a los malditos críos de bronce, no habían intercambiado más que miradas asesinas y fría indiferencia.
Camus siempre se mantuvo expectativo a la situación, simple observación y luego el silencio rotundo de sus labios. Su rostro carente de expresión era difícil de interpretar. A veces Camus, podía representar sin duda el hielo de Siberia: Frío y calculador.
—Nunca tendrás el valor, que le doy a mi discípulo, Milo.
Esas fueron sus crudas palabras, Milo había atestado un golpe seco a la pared de su templo recordando su última conversación, que para variar fue una despedida acompañada de palabras estoicas por partes de Acuario.
Eran amigos era cierto, amigos de la infancia. Y hasta podrían considerarse los mejores. Pero dos años después de que las armaduras tomaron lugar sobre sus cuerpos, su relación había subido de nivel; un nivel que ahora, Milo se preguntaba si hubiese deseado subir. Desde la muerte de ambos en el muro de los lamentos, esos recuerdos se habían disipado como la niebla. Trayendo quizás, la duda de que si en verdad eso pasó alguna vez.
Es que… ¡por los dioses! Esa actitud por parte de Camus, era exasperante, tanto así que cuando ese acuariano torcía una sonrisa Milo quería arrancarse el cabello. Él conocía a la perfección los sentimientos ocultos detrás de esa muralla que había levantado, ante la fachada "Soy el gran Milo, donde los hombres y mujeres caen ante mí".
«No todos…», pensó.
Él quería volver a fomentar ese lazo más fuerte entre ellos, pero es que el Acuario se la ponía difícil. Con su bendita frase "sólo soy un juego para ti" ¡Maldita sea! Después de saborear la muerte… ¡Él se veía sentando cabeza con ese tempano de hielo, si dejara de poner entre ellos esa puta barrera!
—¿Por qué tienes que irte justo ahora? —había preguntado alzando una ceja con soberbia.
—¿Y qué diferencia hay en que me vaya ahora, a qué me vaya después? —fue su respuesta, estando cómodamente sentando cruzado de brazos frente a él.
Lo había arrastrado hasta esa habitación después de oír su conversación con Shaka de Virgo, una vez más; Camus se iría quien sabe cuánto tiempo a Siberia. A entrenar al mocoso de Hyoga.
Milo no supo qué responder, ¿por qué tenía que irse? ¿Por qué tenía que entrenar a ese crío idiota?
—¿Vas a la responder la pregunta o ya puedo irme?
El escorpio suspiró, apartándose de la puerta quedándose junto a umbral. Suponía que al menos, un premio de consolación vagamente pobre, era verle partir. Donde ambos se mirarían en silencio, o al menos él y, vería partir esa melena sedosa que tanto le partía los huevos. Pero su sorpresa recayó, cuando Camus se detuvo frente a él. Cruzándose de brazos con las cejas fruncidas.
«Aquí viene»
—Me gustaría que expresaras tu problema, Milo.
—¿Realmente te interesa?
—Deja tu actitud infantil y dime por qué no soportas el hecho que vaya —Su mirada volvió a la neutralidad infinita, apartándose de cualquier contacto que éste pudiera prodigarle—. Volveré pronto, si es lo que te molesta.
Pero el Escorpión no respondió ninguna de las preguntas, tomando en un impulso improvisto los labios de Camus, apresando su cuerpo entre sus brazos. Lo besó salvajemente, casi mordisqueando esa suave piel que rodeaba esas comisuras, en un intento de enviarle el mensaje que deseaba.
—Mírame, Camus —le siseó aun sobre su boca—. ¡Voy en serio contigo, joder!
Para sorpresa de Camus, fue Milo quien se apartó al ver su mirada incrédula impuesta en aquel profundo iris.
—Nunca has sido un entretenimiento para mí, Camus.
Se fue de la habitación sin despedirse siquiera, ya estaba claro que Camus ya no correspondía sus sentimientos y ver ese rostro ya le era inhibido para él. Ya con ello, él dejaría de desistir a la idea que se le metió entre ceja y ceja.
Caminó a grandes zancadas de forma transversal por el largo templo, visualizando ya en su radar la salida de su templo. Ya tocando el escalón de salida, sintió un potente anillo cernírsele en la muñeca enviándolo de lleno contra el pilar más cercano. Su espalda impactó contra la losa detrás de sí que le catapultó el aire de los pulmones, sacudiendo el polvo de las telarañas que los años habían creado tras el olvido de ese recinto.
—Mírame, Milo —rugió esa silueta que le tenía agarrado por los hombros, clavando sus uñas en el metal de la armadura—. Mírame, y ten la valentía de decírmelo en la cara.
Milo tuvo que respirar con esfuerzo para poder hablar, levantó la mandíbula para dejar ir aquel calvario que había llevado con narcisismo; gracias a su inmodesto orgullo.
—¿Qué quieres saber exactamente? —Y las palabras rehuyeron una vez más, como si Camus fuera el lobo ansiado comerse sus palabras en formas de ovejas, para luego ser vomitadas en una segunda cena.
—Quiero saber la verdad —Agrietó el perfecto muro, que con ostentación había marcado delante él y sus amantes. Esa línea adyacente que cohibía a todo ser mortal de su espacio, de su libertad. Sin embargo, nada era eterno y todo lo que se levantará un día, también caerá. Tarde o temprano.
Como el día en que conoció a ese francés, a ese hombre tan perfectamente gélido en todos los sentidos. Unos que gritaban plegarias emerger en su interior. Cansadas de tanto juego, ansiando poder amar y ser amado.
Se pasó una mano por el cabello, para luego sujetar los puños que se aprehendían sobre sus hombros como sujetadores, hasta que los nudillos se bañaban de ese color que tanto revestía el atributo de ese caballero.
—¿Por qué eres tan obstinado con el tema de Siberia? —inició Camus al ver que el otro no se dignaba a responder su pregunta, dejando bailar el silencio sobre sus narices—. ¿Por qué odias a Hyoga?
—No le odio. —respondió asemejando su voz a la sequía a la que sometía Athenas en esa temporada—. Le tengo envidia.
Bajó la cabeza, aspirando desde lo más hondo de su estómago provocar la arcada de sus palabras.
—Porqué él tiene tu atención, tu cuidado, tu presencia —se calló al escucharse. ¿Tener celos de un maldito bronce? Qué bajo has caído, Milo. Pero era Camus al que se estaba jugando. Era él o su orgullo, y ya había vivido años desfilando el segundo—, tu amor. —finalizó cruzando finalmente esa línea.
—Milo.
—¡Lo sé! —vociferó, incrustándole su veneno impuesto en sus pupilas—. ¡No debes repetirme que nunca tendré el valor, que le das a tu discípulo! ¡Por algo diste tu vida por él! —Se sacudió de las manos del acuariano y lo encaró con todo el orgullo que aún se mantenía inmutable—. ¡Sé que el maldito crío te necesita, y más que ahora nos resucitaron por ese motivo, pero…! —Sus ojos empezaron a chispear pequeñas gotas cristalizadas—. ¡Yo también te necesito, Camus!
El rostro de Acuario se mantuvo impávido, pero por primera vez, en tantos años; esa máscara de impasibilidad empezó a quebrarse.
—El gran Milo de Antares, cae después de tantos años —Torció sus comisuras, alzando esas perfiladas cejas con altivez—. Te has levantando sobre tantos orgullos y, quién diría que, ahora, alguien se alzara sobre el tuyo.
—¡Cállate! —Escupió hacia otro lado para volver a encarar al caballero, relamiéndose los labios—. ¡Pues sí! ¿Qué esperabas? ¡¿Qué pasaría toda mi vida saboreando el ensayo y error con personas diferentes sobre mi cama?!
—¿Y qué te hace pensar que yo soy el comodín de tu logro? —Se cruzó de brazos, y sus palabras seguían resquebrajando la suficiencia con la que había llevado colgado del cuello ese escorpión.
—Macusein te responderá esa pregunta —dijo pasándole por un lado, dispuesto a salir de ese sofocante templo.
—Es verdad —dijo finalmente Camus—, nunca tendrás la valoración que le doy a Hyoga, Milo.
Éste apretó los dientes, que casi los agrietó. Se dio la vuelta y respondió:
—Lo sé, no debes jactarte de eso —le dijo de espaldas—. Aunque, ¿cómo no hacerlo? Has sido el único ensayo, que no ha terminado en error. O al menos para mí.
Antes de irse, una vez más, Camus le detuvo por la muñeca con ese agarre tan poco común, en un cuerpo de complexión delgada como la de éste.
—¡Suéltame! —Se soltó del agarre como si el frío de la mano del acuariano le quemara—. ¡Ya tumbaste mi corona, ¿contento?! —Giró su rostro, y sus ojos parecieron clavarse en el perfil de Camus. Donde éste pensó, que cualquier otro ser, nunca querría ser receptor de esa mirada—. ¡¿No te basta con pisotearme al morir por ese maldito niño?!
—No. No me basta, Milo —dijo solemne, lentamente, con esa mirada tan punzante que el escorpión sintió ser traicionado por su propio ataque, desfalleciendo bajo su propia uña—. Como a ti no te basta saciarte con cualquiera, y aún así, sigues muriendo de sed.
Milo no respondió.
—Si me necesitas, como dices hacerlo —continuó, cerrando los ojos enigmáticamente—. Quiero que me lo demuestres.
—¿Qué?
—No tengo que repetirlo —puntualizó, caminando lentamente hasta él—. ¿Acaso crees que no soy consciente de todas tus infidelidades? ¿Acaso crees que ignoro que cuando me doy la espada, ya te estás acostando con otro? —Milo selló sus labios al momento, el modo en que Camus le miraba le descolocó la lengua al estómago—. Te estás crucificando en tu propia cruz, Escorpión.
—Y moriré una vez más por ello, francesito —gruñó—. Aunque tu pie pisoteó mi rostro, mi soberbia seguirá siendo el clavo que te atormentará —Sonrió con una última gota de altivez—. Aunque admito que la tuya, puede hacer que hasta un perro pierda su propia cola.
—No. —repuso Camus, mirándole con esa maldita sonrisa calculadora—. Estoy haciendo que un propio escorpión pierda su aguijón. Muy diferente.
—Da igual —Sonrió amargamente, y cuando vio que su contrincante la compartía en ese rostro tan espléndido, se lanzó sobre ese caballero tan arrogante, pero tan sigiloso como un roedor.
Le devoró los labios con cólera, con fuerza, con el instinto animal que latía en su pecho. Se aferró a sus caderas y sin mediar que estaban a la vista, lo levantó alzándole los talones.
Camus no le rechazó, le tomó el rostro y prosiguió la cacería entre sus bocas. ¿Quién conservaría la capa al final? Y también los pantalones… cabe mencionar.
Lo estrelló contra el muro con el que, él mismo le había estampado. Besándose con tanta avidez que sentía los huesos derretírseles como la mantequilla. Se aferró a sus caderas con preeminencia, temiendo que si las soltaba Camus se escurriría entre sus brazos.
—Por los dioses, Camus... —jadeó en el interior de la boca de éste—, me enloqueces. Descontrolas quien soy… —El sonido de las armaduras chocar, le taladraron los oídos. Llevándolo a la ansiedad de quitárselas, mientras el acuariano hacia lo mismo con la suya—. ¿Qué eres para tener este dominio sobre mí?
—Tantos años…, Milo —masculló su amigo, aspirando el embriagante perfume de ese caballero. La cortina de su cabello le caía sobre el rostro del escorpio, y en vez de molestarle, parecía encenderle más.
—Sólo tú tienes ese poder —Su entrepierna empezó a torturarle y podía sentir también la de Camus en su vientre—. Soy como una rana que ya se aburrió del estanque de su propia desecación.
—Para eso es la redención —Sonrió sobre sus labios, respirando fuerte, ahogándose en ese veneno que invisiblemente le había desmoronado y mágicamente, se convertía en la arcilla volviendo a moldearle. Ser el cemento, y su propia bola de demolición.
La lengua puntiaguda como su aguijón trazó una ruta desde la mandíbula hasta la manzana de Adam, haciéndole soltar un suspiro al francés. Alzó su rostro y esa refrescante aura lo recubrió como una capa imperial. Los cristales de hielo en suspensión reverberaron y se enfrentaron contra el calor que expulsaba el cuerpo del caballero de Escorpio.
—Tu propio orgullo te ciega, Milo —dijo alcanzando su voz, cuando éste le rozó la entrepierna cruelmente ajustada entre su armadura—. ¿Por qué no te das cuenta?
Milo se detuvo, pero aún lo mantenía entre sus brazos, a una altura más allá de su rostro.
—¿A qué te refieres?
La mano de Camus le tomó del cabello tirándolo con fuerza hacia atrás.
—Me molesta que seas tan engreído.
—¡Hijo de…!
Una sonrisa pequeñamente altiva se rasgó en las comisuras de éste. Volvió a halar de la perfecta cabellera del escorpión y, con un empujoncito ambos se fueron de bruces al suelo. Milo fue anestesiado por el golpe seco que profanó en su cráneo, sedándole el cerebro. Mientras Camus le encorsetó las costillas con sus rodillas, y lo mantuvo preso entre el suelo y él mismo.
—¡Deja de sentir sólo la lujuria y siente lo que te transmito cuando te toco…! ¡Cuando te beso! —Alzó la voz—. ¡¿Por qué sólo te inmersas en tu pesar y no te das cuenta del mío?! —Milo parpadeó sorprendido dejando a un lado la excitación de ambos, escuchando casi boquiabierta esa declaración—. ¡Yo también te deseo sólo para mí, mientras tú te enfrascas en una altura de metro setenta y cabello rubio… e ignoras la mía! —Le tomó del cuello y alzó su rostro—. ¿Crees que no me mata que le hagas ojitos a Aioria? ¡Que me muero de celos cuando pasas frente a la marea de reclutas y todos creen que eres de todos!
—¡Yo sólo te pertenezco a ti! —espetó alzando también la voz, haciendo que el mismo Camus se recompusiera nuevamente, pensando seriamente como ese hombre le descontrolaba hasta la tranquilidad a la que debía someterse—. ¡Siempre ha sido así! ¡Me has marcado desde el principio!
Camus pareció divertido al remarcar esa última línea.
—Tienes dos opciones, Milo —Soltó su cuello, hablando con parsimonia nuevamente—. Si quieres que yo me legalice contigo, tú deberás hacerlo conmigo —iba a replicar, pero Camus le calló la boca con la mano—. ¡No hables! ¡Quizás dirás otra estupidez! —Liberó el bozal de Milo y volvió a estirar su espalda, sin abandonar la posición—. Cuando te dije que no tenías el mismo valor que Hyoga, Milo, es porque tu valoración es mucho mayor. Hyoga ya es un hombre hecho y derecho; y mi instrucción es sólo terminar de moldear sus técnicas. —Tomó pasivamente el aire y prosiguió—: Pero eres tan engreído, tan idiota, tan ciego, que no te diste cuenta. Di mi vida por Hyoga, pero cuando me convertí en espectro, ¿a quién busqué, Milo? ¿A Hyoga? ¿O fue a ti? Vamos a refrescar la memoria —Le taladró con la mirada—. Ah, espera, recordemos que sólo buscaste saciarte en mi cuerpo y te olvidaste de lo más importante; nunca podría sentir por Hyoga lo que siento por ti. —El escorpiano sintió el ardor en los ojos, ante esas bellas palabras. ¿Tan ciego había sido?—. Milo, yo también soy un ser humano y por ende, poseo emociones al igual que las tienes tú.
—Camus... yo…
—Sí, tú —objetó—. Siempre tú.
Milo se levantó con fuerza abrazándolo con vehemencia por la cintura, ocultando su rostro en el pecho.
—Camus —nombró con una repentina emoción—. A partir de hoy, no seré sólo yo. Serás también tú.
—Lo veré y lo creeré.
—Camie, yo… —carraspeó para levantar la mirada, ante el hombre que estaba a horcajadas en su regazo—, pensaba que tus labios eran la puerta del paraíso, pero me negaba a amarte como lo hago ahora. Porque no sabías que los míos estan envenenados.
—No decidas que es lo mejor para mí.
—Decidí por los dos —Suspiró con amargura—. No quería hacerte daño porque no podía entregarme completamente a ti, porque nunca lo había hecho con nadie. Era como encerrar a un águila blanca en una jaula, temía eso —El silencio del acuariano fue el punto y seguido para el escorpión—: Pero, cuando te tenía en mis brazos… no quería dejarte ir. Y cuando te perdí en la batalla de las doce casas, me di cuenta que no había mejor jaula que la tuya.
Ese paradójico razonamiento despertó la inquietud del santo de Acuario.
—Milo, ¿por qué te consideras un príncipe sin reino esperando que nadie te bese, para así poder transformarte en el sapo que te consideras? —Camus aligeró su mirada—. ¿Por qué crees que tu corona, hará más daño que tu baba?
Milo se acercó paulatinamente sus labios y lo distrajo con un beso que desconectó sus cerebros unos instantes.
—Sentía que… te difuminarías si te tocaba con mis manos sucias, pero que si no lo hacía, lo iba a hacer yo —Le besó nuevamente, con cuidado, con ternura, con esos adjetivos que nunca había empleado con otros—. Quería preservarte como una flor guardada entre las páginas de un libro, para poderte admirar y rememorar de nuevo; al verte tan intacto.
—Vaya, que empatía. —dijo con sarcasmo, acercándose seductor a esos labios—. Pero no tienes que fingirla, cuando sabes que detesto que lo hagas.
—Lo sé. —admitió libidinoso—. Pero tu belleza no se compara con el miedo que inspiras.
Camus sin poder evitarlo, elevó un poco las comisuras. Riendo quedamente. Pocas veces lo había visto reír de forma, pero aún recordaba perfecto ese sonido.
—Entonces, ¿qué harás?
—Me la juego por ti —Se acercó lentamente, alterando el termómetro ante la mezcla de sensaciones opuestas—. Ya te perdí…, nos perdimos, una vez. —corrigió—. Es hora de empezar de nuevo, déjame enmendar mis errores, Camus.
—¿Crees poder hacerlo?
—Lo verás y lo creerás —Sonrió, y como cuando eran simples amantes en busca de placer, enterneció al acuariano—. No hay mejor tiempo como este presente.
—Muy bien —aprobó el caballero, aceptando el beso que Milo estaba buscando.
—¿Volverás a Grecia? —recapituló con una punzada de angustia ante la respuesta que no quería oír.
—Quizás… —Le dejó un beso en el puente de la nariz.
Continuará.
Notas finales: Bueno, esto es sólo el comienzo. Veamos si estos chiquillos podrán mantener una relación que no termine en peleas y más peleas jaja. Veamos como Hyoga tomará esa "relación" a la que se someterá su maestro. Obviando que no todos estarán contentos de su relación.
¡Hasta la próxima!
