SHIKURO: UN CUENTO DE HADAS EN EL CARIBE
Por Inuma Asahi De
Traducido por Inuhanya
Disclaimer: La escritora no es propietaria de ninguno de los personajes creados por Rumiko Takahashi pero los demás desearían que sí. Todos los personajes originales o conceptos son de la autora Inuma Asahi De (a excepción de las figuras históricas).
Nota de Inuhanya: Hola a todos! Ha pasado un buen tiempo desde la última vez que traduje y publiqué algo nuevo pero como todo es posible en esta vida aquí regreso para compartirles esta nueva historia escrita por esta gran escritora. Desde las primeras líneas logró cautivarme y creo que es justo que todas ustedes, mis lectoras y seguidoras, se deleiten con esta joya y la disfruten tanto como yo. Como siempre espero estar haciendo un buen trabajo de traducción pues es una historia bastante compleja y rica en vocabulario. Me disculpo de antemano si se me escapan algunos errorcitos, jejeje. Recuerden que todos los créditos de autoría son para su creadora, yo sólo me ocupo de transcribirla en español. Espero les guste y las emocione tanto como a mí. Sin más, que tengan una FELIZ LECTURA!
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Prólogo
El Capitán Inuyasha era tan malo como los piratas—o al menos eso era lo que decían los contadores de historias. Era una leyenda temida: mantenía a los niños en sus camas por las noches y a los prisioneros temerosos de quedar a la deriva en el vasto mar. Decían que era un fantasma, algo que acechaba en las aguas de cada pueblo costero. Nadie sabía cómo se veía—sus descripciones eran raras pero para aquellos que lo habían visto y vivían, aquellos lo suficientemente valientes para hablar de él en oscuras tabernas en la profundidad de la noche, una cosa era cierta: Él no era humano.
Un pirata demonio era algo extraño. La mayoría de los piratas eran humanos, era un oficio humano, y los demonios veían como algo muy bajo pasar sus vidas peleando por comida en las turbulentas aguas de un océano abierto. Los demonios eran ricos y poderosos, controlaban el mundo con su poder y fuerza. Los humanos eran de clases más bajas y por eso, con frecuencia, eran quienes se hacían piratas para sobrevivir.
Pero el Capitán Inuyasha era diferente, decían. El Capitán Inuyasha era un marginado dentro de los demonios. Por qué razón, nadie lo sabía. Su leyenda se remontaba a décadas—el demonio que vagaba por los mares—y en todos esos años e historias, nadie se ponía de acuerdo en la razón de por qué dejó el mundo de los demonios. Nadie podría entender por qué un niño demonio dejaría las comodidades de una vida de demonio.
Sin embargo, había una parte de la leyenda en la que coincidía cada hombre que decía haber visto su rostro, una idea colectiva: Sus ojos serían dorados, su cabello de un obsesionante plateado con extrañas orejas de perro situadas entre los mechones, y mientras levantaba su arma, su espada, su cuchillo, sus garras ensangrentadas, preguntaba una sola cosa.
"Tienes algo por qué vivir?"
Y con esas palabras esperaba su respuesta con el arma de su elección congelada en tu cuello, contra tu cabeza, sobre tu corazón y dependiendo de cómo hablaras, dependiendo de tu respuesta—contarías tu historia en una oscura taberna en la profundidad de la noche o hablarías del encuentro con las suaves olas del mar.
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Capítulo Uno:
La chica que amaba el mar y el chico que vivía ahí
"Capitán!" Gritó un hombre mientras el barco se sacudía por millonésima vez, sus pies apenas si podían mantenerlo en pie mientras el barco giraba por el fuerte oleaje. "Maldición!" Gritó logrando agarrarse de una baranda cercana para mantenerse de pie mientras miraba alrededor del barco, sus ojos apenas podían ver a través de la densa lluvia de la fortalecida tormenta. Sosteniéndose de la baranda, se desplazó por el costado del barco, sus ojos buscaban desesperadamente alguna señal del Capitán del barco. Una gran ráfaga de viento lo lanzó contra la baranda, su espalda crujió por la violencia del golpe, sacándole el aire de sus pulmones. "Mierda, el viento," gruñó él jadeando. "Se hace más fuerte!"
Quitándose de la baranda, sacudió su cabeza lanzando al aire gotas de lluvia de sus húmedos mechones. A su derecha, un fuerte crujido llenó el aire seguido por un estallido que casi lo hace saltar. Con el corazón en su garganta se giró hacia las velas sintiendo una inmediata sensación de alivio cuando vio las blancas telas libres del fuego. Apretó sus dientes y agarró duro la baranda, como el Oficial de Intendencia y Primer Oficial de este barco sabía mejor que nadie que solo bastaría un golpe a cualquiera de sus mástiles para estar en serios problemas.
Sintió su cuerpo sacudirse cuando una violenta ola golpeó el costado del barco, tumbándolo, mientras se aferraba desesperadamente a la baranda. Momentáneamente miró hacia abajo el turbulento mar y sintió temor en su corazón. "Esto es malo," se dijo mirando en el océano, el agua se tornaba una sentencia de muerte. "No hemos estado en una tormenta así en años." Se quejó aferrándose a la baranda mientras el barco se elevaba alto como si se encontrara en la cúspide de otra ola antes de caer violentamente en picada. Agua salpicaba el rostro del Intendente y contuvo su respiración esperando no inhalar nada de agua. "Maldición, Capitán," pensó para sí aguantando la ola. "Primera vez en años que fallas en ver las señales."
Era una sentencia cierta, usualmente el Capitán era grandioso en evitar tormentas, su vista era asombrosa aún sin su catalejo. Con el catalejo, era capaz de ubicar nubes de tormenta más fácil que cualquier capitán humano soñaría poder y también de distancias más grandes. Era una estratagema que había mantenido al Capitán con vida en el mar por casi sesenta años y al Intendente/Primer Oficial por los diez años que le había servido al Capitán. Aunque, esta vez, el Capitán no había visto las nubes hasta que fue muy tarde. Era casi como si las nubes se hubiesen formado justo sobre sus cabezas, una broma del cosmos.
Otra ola golpeó el barco, haciéndolos girar fuerte en el agua, casi derribándolo mientras continuaba agarrado. "Maldición." Maldijo el hombre y buscó por el Capitán, sus ideas previas hechas a un lado en su mente. Buscaba con desesperación alguna señal del Capitán pero no dio con ninguna. La lluvia era muy densa y lo cegaba para ver a través, aun cuando el Capitán no era un hombre difícil de ubicar con su cabello plateado y llamativa chaqueta roja, un poco de lluvia no debería haber hecho difíciles de ubicar esos dos colores. Alcanzó y retiró lluvia de su cara intentando dar un mejor vistazo pero el gesto no hizo diferencia. "Mierda." Suspiró él, su corazón latía en su pecho mientras su mente se aceleraba. "Qué debo hacer? Dame una señal?"
De repente, un destello iluminó todo el barco haciéndolo parecer de día por un breve momento antes de que el destello se disipara en el aire tan rápido como había aparecido. A su paso, se escuchó un fuerte crujido seguido por el nostálgico rugido de un rayo y un distintivo silbido. Era un ruido que temían todos los piratas, marineros, incluso gente de tierra firme, un silbido y un crujido, luego una explosión. Como si estuviera en cámara lenta, el Intendente giró su cabeza, algunos hombres cercanos que había distinguido entre la lluvia imitaron sus movimientos, todos ellos viendo la misma escena: su peor temor hecho realidad.
Su corazón se detuvo en su pecho mientras miraba el mástil más cercano a la proa y observaba con terror mientras el oscuro material brillaba por un segundo antes de encenderse con una ardiente llama que comenzó a esparcirse en cuestión de segundos. Por experiencia, sabía que aún con esta lluvia rodeándolos el fuego fácilmente quemaría todo el barco y no habría nada que pudieran hacer.
"Carajo!" Dijo por lo bajo y se soltó de la baranda moviéndose con el equilibrio y la precisión que no sabía que tenía hacia la cubierta del timón. "Si el Capitán está en algún lugar de este barco debe estar ahí." Se aseguró mientras corría hacia la escalera que llevaba a la cubierta del timón. Por el rabillo de su ojo, captó una ola a punto de golpear el barco y desesperadamente aumentó su velocidad hacia la seguridad de arriba. Sin embargo, aun con toda su tenacidad, no pudo esquivar las rápidas aguas del océano golpeándolo en las piernas y lavándolo hasta su cintura. Con desespero, luchó contra el empujón mientras lo arrastraba hacia el costado del barco y a una húmeda tumba.
Frenéticamente, sus manos agarraban el aire esperando y rezando poder encontrar un salvavidas milagroso. Con el corazón en su garganta, apenas registró la sensación de una soga fuertemente enredada contra la palma de su mano, la aferró justo a tiempo para evitar ser arrastrado a una trampa mortal. Apretaba fuerte, las fibras de la soga cortaban sus palmas mientras la cubierta se inclinaba con la ola haciendo que su cuerpo se deslizara contra la madera hacia las barandas y antes de que la soga se soltara se encontró rogando por su vida en un ángulo aún más extraño. "Sólo sostente!" Se decía mientras las olas continuaban arrastrando hacia afuera.
"Amo Miroku!"
Él abrió sus ojos ante el sonido del llamado justo a tiempo para ver a un hombre golpear duro el costado de la baranda, las olas halando y arrastrándolo vigorosamente hacia su muerte.
"Ayuda!"
Miroku cerró sus ojos en respuesta al grito del hombre tratando de bloquear el lamentable sonido que se escuchó fácilmente sobre el torrencial aguacero. "No mires," se decía firmemente, la culpa pesaba en su corazón. Durante una tormenta en el mar como esta ningún hombre podía atreverse a hacer un rescate, era suicidio, las probabilidades de vida eran de cero a nada. Era una triste verdad, una muy dolorosa pero salvavidas. Sentía un gran dolor en su pecho mientras los gritos del hombre se ahogaban en las olas. Si para ese momento el hombre no estaba en proceso de morir, entonces ya estaba muerto.
Haciendo a un lado el sentimiento de culpa, Miroku se alejó de la ola en retirada usando la soga como palanca halándose hacia las escaleras. Lentamente, el barco se enderezaba pero el alivio hacía poco por alivianar los pantalones de Miroku mientras luchaba por encontrar la fuerza para avanzar. Finalmente, las escaleras se encontraban al alcance de una mano. Sin titubear, alcanzó la baranda y subiéndose soltó la soga que había salvado su vida. Por un momento, pausó para recuperar el aliento, sus oídos prácticamente retumbaban a los lados de su cabeza escuchando los sonidos distantes de los gritos de los tripulantes cerca intentando distinguir la voz de su Capitán entre el caos. Algo imposible.
Dándose por vencido en segundos, logró subir la primera escalera justo antes de que la siguiente y poderosa ola amenazara su vida. Asegurando sus brazos entre las barandillas para formar una cadena esperó a que el agua retrocediera, la desesperación de unos minutos antes no fue de cerca tan poderosa por su posición más segura. Inconscientemente, miró el mástil con sus opacos ojos esperando ver buenas noticias, pero observó con espanto que el mástil continuaba ardiendo, el sonido de la madera crujiendo y ardiendo llenaba el aire. "Va a caer." Apenas dijo mientras sus ojos se abrían con completa y total angustia.
Si un mástil caía, ardiendo como estaba habría pocas esperanzas para el barco, especialmente si el mástil caía sobre el barco. Desde donde estaba no podía decir hacia qué lado estaba inclinándose pero sabía solo por el sonido que estaban en muchos problemas. Aun si la vela lograba caer en el mar en vez del barco igual estarían en apuros si la tormenta continuaba enfurecida a su alrededor. Después de todo, un barco sin mástil estaba en serio peligro de hundirse.
Tan pronto como el agua bajó lo suficiente para moverse, se alejó de la terrible vista y continuó subiendo, sus pies pesados en sus botas llenas de agua. "Capitán!" Gritó él, esperando que el hombre estuviera aquí.
"Miroku!"
Él escuchó la respuesta por encima del estruendo de los truenos, los rayos y los gritos, una ola de alivio golpeó su corazón. Alcanzó la cima de las escaleras sin problema, sus ojos serenos y listos buscando las manchas roja y plateada entre la cegadora lluvia. Firme, de pie en frente del timón del barco, sosteniéndolo, estaba la silueta de una chaqueta roja con agitado cabello plateado, manos bronceadas en el timón intentando mantener el barco tan estable como fuera posible. "Capitán." La palabra se deslizó de los labios de Miroku con un alivio tan evidente que debió haberse avergonzado pero ahora no era el momento para esos sentimientos.
"Estamos jodidos." Dijo el Capitán sin preámbulos pero Miroku no se estremeció, estaba acostumbrado a los temerarios modales del Capitán.
En vez, ignoró las palabras mientras corría a unirse al Capitán, agarró el timón sin pensar para ayudar al hombre a estabilizar el barco. "Dónde está el timonel?" Gritó él sobre la tormenta mirando los penetrantes ojos dorados.
El Capitán escupió en respuesta antes de hablar con voz nerviosa, "Pregúntale al mar."
Miroku sintió su corazón desplomarse hasta sus pies. "Mierda."
"Así es como me siento." El Capitán continuó manteniendo estable el barco mientras los hombres abajo trataban de mantenerlo entero. Entre los dos y con mucha suerte podrían, probablemente no, pero podrían lograr sobrevivir.
"Podremos lograrlo." Dijo Miroku sujetando el timón tan fuerte como podía, sus ojos ardían mientras la lluvia golpeaba aún más fuerte su cara, la tormenta empeoraba con cada segundo.
"Mira allá." Gritó el Capitán sobre el sonido de la lluvia mientras señalaba con una mano hacia el mástil ardiendo, la otra ocupada.
Miroku se enfocó en el objeto, el agua en sus ojos le dificultaban ver. Difícilmente, distinguió la inclinación, el ligero ladeo del mástil. Seguro, el Capitán tenía razón, el mástil estaba inclinándose en dirección del timón. "Maldición."
El Capitán gruñó y trató de luchar con el timón, intentando llevarlo levemente a babor. "Si cae estaremos muertos."
Miroku pasó saliva mientras observaba el mástil comenzar a inclinarse más con cada ola que golpeaba el barco haciendo crujir la debilitada madera de la base. "Tenemos que abandonar el barco," concluyó girando su cabeza hacia el Capitán, dándole al hombre una mirada seria e intransigente. "El mástil nos matará, está cayendo."
"Lo sé." El Capitán continuó enfocado en mantener estable el barco, la acción parecía inútil.
"Está ardiendo," declaró Miroku en pánico logrando liberar una mano del timón para moverla ante la devastación. "Si cae el barco se incendiará," hablaba ansioso intentando hacerle entender al otro hombre. "No solo seremos aplastados, nos quemaremos," el temor aumentaba en su voz. "Eso si no nos ahogamos primero."
"Lo sé." Repitió el Capitán y se tomó un momento para retirar algo de agua de sus ojos, sus agitados mechones empapados con ella.
"Estaremos muertos a menos que nos movamos ahora." Miroku miró directo al Capitán. "No tenemos tiempo. Tenemos que irnos, la tormenta está ganando."
"Vete entonces." Respondió el Capitán sosteniendo el timón, sus ojos no dejaban su barco mientras luchaba con el rudo tirón del timón. "No dejaré mi barco."
Miroku quería discutir pero él conocía a su Capitán, era un verdadero Capitán de mar que nunca dejaría su barco bajo ninguna circunstancia. Con frecuencia eso le había sido dicho por este hombre cuando era un pequeño niño, hacerlo era muy bajo para un hombre de mar. El sentimiento había calado en él por años, era una de esas cosas que Miroku sabía nunca podría olvidar. Con un fuerte respiro, Miroku cerró sus ojos, ignorando los gritos de los hombres, el bramido de la lluvia, el sonido del mástil pandeándose como si comenzara a caer más, el sonido del fuego explotando y siseando mientras lo golpeaba la lluvia. Él mantenía el timón firmemente ayudando al Capitán, no queriendo irse a menos que el Capitán se fuera con él.
El hombre en cuestión se giró y lo miró, por el rabillo de su ojo el fuego parecía arder en sus encendidos irises. "Fuera de aquí, Miroku." Dijo él mientras esos penetrantes ojos dorados golpeaban al joven. "Saca a los hombres, llévate a Sango y dirígete a una playa." Hizo un gesto con la barbilla para reiterar su punto. "Estamos cerca, lo lograrás."
"Qué hay de ti?" Gritó Miroku sobre el viento, sobre el sonido de su corazón latiendo en sus oídos.
"Un Capitán se hunde con su barco!" El Capitán gruñó rompiendo contacto visual con su primer oficial e intendente para mirar la enfurecida tormenta adelante. "Un hombre que navega en el mar muere con el mar."
"Pero," gritó Miroku en forma de protesta, por un segundo sus manos se relajaron en el timón, incrédulo. "También soy un hombre de mar!"
El Capitán se giró lentamente y miró al joven con una sonrisa que siempre usaba cuando estaba a punto de ser un bastardo. "Eres tan hombre de mar como el mar cuando está en calma." Su voz era uniforme mientras hablaba pero eso no hacía el comentario menos irritante para el Intendente.
El joven lo miró oscuramente mientras la rabia aumentaba en su pecho. "He navegado contigo por diez años," habló lo fuerte suficiente para ser escuchado por las siempre crispadas orejas de perro del Capitán. "No te dejaré ahora, eres muy importante para mí." Terminó con un fuego en sus oscuros ojos que rivalizaba incluso el color natural de los ojos del Capitán.
"Jódete entonces." Respondió el Capitán girándose sin pensarlo dos veces, sus ojos entrenados en la oscuridad que se extendía ante ellos. "Si quieres morir conmigo es tu problema pero no suenes como una mujer cuando lo anuncies."
Miroku maldijo por lo bajo en victoria y miró a su orgulloso Capitán. Este hombre era la persona más exasperante que hubiese conocido en todo el mar y aún, era un gran amigo y su única familia. Prácticamente había sido criado por el Capitán, había sido hecho Grumete del barco cuando tenía ocho años, y aun entonces el Capitán ya era un adulto. El Capitán le había mostrado todo, le había enseñado todo lo que necesitaba saber sobre el barco, sobre la vida que se vivía en el mar.
En el transcurso de los pasados diez años Miroku se había abierto camino a través de los rangos, aprendiendo cada aspecto de dirigir un barco, mantenerlo a flote de tormentas como esta, de motines y Fiebres de Cabina, y durante ese tiempo se había ganado la innegable confianza y amistad del Capitán. Pero eran más que amigos, eran hermanos en el mar, casi como padre e hijo, y no había tormenta lo fuerte suficiente para romper ese vínculo. No podía dejar atrás ese lazo—
"Fuera de este barco Miroku," dijo de repente el Capitán, sus ojos destellando hacia su primer oficial con la preocupación y el temor propias de un padre. "O juro que te lanzaré yo mismo."
Miroku maldijo otra vez, podría haber sido violento para alguien más pero veía las palabras del Capitán por lo que eran. El Capitán no quería que muriera. Miroku soltó el timón y luchó por llegar a la baranda, que daba hacia la cubierta principal. Miraba a los hombres que intentaban desesperadamente mantener a flote el barco y no pudo evitar estar orgulloso de la forma en la que luchaban por mantener vivo el barco. Esta era la vida de un pirata, proteger el extraño hogar flotante en el que habían sido bendecidos vivir. "Este barco es mi hogar," pensó Miroku viendo a los tripulantes ser barridos por el agua y arrastrados pero aun logrando mantenerse de pie. "Por diez años este ha sido mi hogar y no, ningún hombre," apretó sus dientes con convicción. "Dejaría morir su hogar."
Con ojos firmes, Miroku se giró hacia el Capitán de pie en la sala de su hogar con orgullo y convicción. Abajo los hombres continuaban trabajando tan orgullosos y tenaces, tanto que Miroku sabía que si le ordenaba a uno de ellos abandonar el barco no lo habrían mirado. "Inuyasha!" Gritó, dirigiéndose a su Capitán como su amigo y no como el hombre que lo mandaba. La fuerza en su voz sonó incluso sorprendente para él mientras se paraba inmóvil con el barco meciéndose bajo sus pies.
Inuyasha lo miró sorprendido, "Él nunca me llama así." Pensó frunciendo sus ojos, su nombre resonaba en sus oídos. Era una regla tácita entre él y Miroku que su nombre nunca sería dicho por el muchacho sin el obligado 'Capitán' antes, un mecanismo para ocultar de los hombres lo cercanos que eran en realidad. Si Miroku estaba diciéndolo ahora, eso significaba que lo que estuviera por decir era muy importante y que Miroku quería su total atención cuando hablara. Con esto en mente, Inuyasha miraba los brillantes ojos del hombre sintiéndose lleno de orgullo. "Eres un buen hombre," no pudo evitar pensar. "Un buen Intendente, un buen amigo, un buen hijo."
"Este es mi hogar." Gritó Miroku sobre el viento vociferando en voz alta sus pensamientos. "No lo dejaré—preferiría morir!"
Inuyasha lo miró y rió al viento, su espíritu demonio emocionado en su interior mientras las palabras de Miroku le daban un segundo aire, le daban fuerza, y la innegable voluntad para pelear. Sonrió con la oleada de adrenalina y miró a su amigo. Sin rodeos. "Peleamos por vivir." Dijo su lema de vida.
Miroku sonrió, un brillo desesperado en sus ojos antes de gritar a los impetuosos vientos del Caribe. "Peleamos por vivir!"
Los hombres bajo él, húmedos y cargados de agua repitieron el lema sin titubear por un momento. "Peleamos por vivir!"
El coro de voces que se rehusaban a dejar su barco, se rehusaron a dejar de luchar por su hogar y por sus vidas, hinchó el pecho de Inuyasha aún más que el poder de su ego. Él era el Capitán de esos individuos que preferirían morir por su barco antes que abandonarlo. Rápidamente, su mente volvió a trabajar ideando un plan. "Solo hay una forma en que pueda detener este barco de hundirse." Se dijo mientras apretaba fuertemente el timón, sus ojos enfocados en el mástil ardiendo. "Sí, puedo salvarnos, a todos nosotros y a nuestro sustento." Con esa mortal sonrisa, giró su cabeza hacia Miroku y le gritó al viento. "Toma el timón!"
Miroku asintió con una sonrisa en su cara sabiendo, de ver al Capitán, que vivirían. Siempre eran así de afortunados. Miroku se lanzó a alcanzar el timón de una vez y lo sujetó con fuerza renovada. El Capitán gruñó a su lado casi predador mientras removía sus manos y retrocedía solo para depositar, segundos después y sorpresivamente, una mano en el hombro de Miroku. Asustado, Miroku se giró y miró inseguro al hombre, "Qué?"
"Tienes algo por qué vivir?" Preguntó el Capitán mientras un brillo cubría sus ojos, su sangre de demonio salía a la superficie.
Miroku sintió un nudo en su garganta mientras miraba al hombre que había conocido por diez años, los recuerdos emergían de su mente mientras lo hacía. Recordaba ser un pequeño niño, un huérfano de solo ocho años con una pequeña taza en sus manos apostado en una sucia calle pidiendo dinero. La pregunta había sido la misma entonces, la cara no pero la pregunta sí, "Tienes algo por qué vivir, niño?" Miroku sacudió su cabeza, en ese entonces ese hombre alto se había detenido sobre él con un rostro tan amable y sorprendentemente gentil que había tenido dificultad en dar una respuesta. Tal vez, era porque era muy joven en el momento para entender las connotaciones de la pregunta pero a pesar de eso, Miroku había logrado dar con una respuesta que el Capitán había apreciado, había aceptado en más formas que una. "Vivo por un mañana."
El viento los golpeó duro a ambos y el sonido del mástil quebrándose llegó a sus oídos. Inuyasha sintió su sangre palpitar por su cuerpo, su presión dispararse, permitiéndose perder algo de control de la sangre de demonio que necesitaba si iba a resolver esto. "A mi señal," su voz era inquieta y un poco menos humana. "Quiero que vayas a estribor."
"Sí, Capitán." Dijo Miroku con confianza mientras se enderezaba y miraba al frente la tormenta. Sintió un apretón en su hombro y entonces el Capitán se había ido.
Con la fuerza de alguien no completamente humano, el Capitán del Shikuro saltó por la baranda y aterrizó en la cubierta principal, sus pies firmemente plantados en el piso mientras el agua cubría sus botas. El barco se ladeó y comenzó a mecerse mientras caminaba como un hombre cuyo equilibrio era más viejo que él mismo. Cada ola que golpeaba la cubierta parecía fallar, de cierta forma era como si tuvieran miedo de tocarlo.
"Myoga," gritó Inuyasha en la tormenta, un anciano en la cubierta lo miró inmediatamente, sus ojos nadaban con temor. "Corta las cuerdas entre el Mástil!"
"Capitán?" El anciano ayudante, el Maestro Aparejador y único hombre en el barco que sabía exactamente cómo separar correctamente el mástil, preguntó con miedo.
"Separa el trinquete del otro mástil." Gruñó Inuyasha en una voz dura y aterradora. "Ahora!"
"Sí, Capitán." Gritó Myoga corriendo inmediatamente al mástil del medio mientras Inuyasha observaba, una sonrisa en su cara mientras lo veía retirándose precipitadamente.
"Eso es." Se dijo a sí mismo mientras esperaba, varios minutos parecieron pasar antes de que Inuyasha escuchara el distintivo sonido de una soga rompiéndose. Sonrió cuando el ruido fue seguido por otro y luego otro antes de que el extraño acento de Myoga irrumpiera entre las olas.
"Hecho, Capitán!"
El hombre crujió sus nudillos mientras la voz se desvanecía al fondo, su corazón palpitaba contra su pecho mientras la sangre de sus ancestros se hacía fuego en su estómago. Incapaz de detenerse, levantó su cabeza elevando su mentón y entre la lluvia aulló largo y fuerte como el perro que era. Varios de los hombres se le unieron en una especie de mitin antes de bajar su mentón, sus brillantes ojos dorados se tiñeron de rojo mirando el mástil mientras los tacones de sus botas clavadas en el suelo lo hacían avanzar. Se movió por el barco, el sonido del viento, la lluvia, los gritos, y el olor del miedo fueron ahogados por la salada agua en el aire y la sangre corriendo por esas extrañas orejas que se erguían sobre su cabeza.
Más rápido que cualquier humano, alcanzó el mástil y lo vio inclinarse peligrosamente hacia el timón donde había dejado a Miroku. Cada ola lo hacía quebrarse más mientras el fuego ascendía por las velas devorando todas las cuerdas y la madera húmeda que había a su paso, aunque muy lentamente por la lluvia. "Sólo tomará un gran golpe," pensó él rotando sus hombros. "Y entonces este mástil caerá para bien." Terminó la idea justo cuando el calor de las llamas se duplicó alcanzando la cima del mástil. Sonrió en respuesta mientras el fuego se movía peligrosamente cerca al otro mástil en línea amenazando con empeorar más su día. "Haz lo peor." Dijo mirando el mástil frente a él, la sangre en su cuerpo retándolo y diciéndole ser osado en orden de salvar su sustento. "Pelearé!"
Con la fuerza de un millón de hombres, el Capitán posó su hombro en la madera del mástil, empujando con todo el poder que poseía. El mástil crujió bajo la presión y comenzó a inclinarse del lado opuesto sobre el océano, el cambio de peso hizo que el barco se ladeara peligrosamente hacia un lado. Inmediatamente el barco se movió a la derecha, producto de Miroku corrigiendo la fatal posición. Con una risa ahogada, miró por un segundo al joven que había criado en este barco, había aprendido bien.
Inuyasha dio un paso atrás, sus ojos enfocados de nuevo en el mástil y sus dientes se apretaron. Llevó sus manos al frente, sus garras brillantes con lluvia y agua de mar mientras se preparaba para el ataque final con sus armas más preciadas. Esas eran las garras que habían cortado cadenas, habían cortado nudos alrededor de cuellos, habían cortado personas, habían asesinado gente antes de que pudieran gritar. Miraba el mástil con toda la resolución en su cuerpo, sabiendo que ahora serían las garras que derribarían este gran mástil.
Sobre él, aun manteniendo el barco tan estable como podía, Miroku observaba en total shock. "Qué está haciendo?" Preguntó Miroku esperando la señal, preguntándose si el Capitán había estado preparándolo para un cambio de peso como el anterior. Pero, parecía que el Capitán tenía otra idea en su cabeza. "Acaso él?" Los ojos de Miroku se abrieron cuando el Capitán soltó su arma favorita, cortando el mástil con garras tan afiladas que podrían cortar acero. "Mierda!" Gritó él mientras todos en cubierta se paralizaban.
Fue en cámara lenta cuando el mástil comenzó a caer del barco, el fuego ardiente y siseando mientras la lluvia caía sobre él. Miroku no podía creer lo que estaba viendo, su Capitán había atravesado por completo la gruesa madera del mástil con sus garras y sin pensarlo dos veces. Cómo era posible? Cómo podría cualquier hombre, incluso uno con sangre de demonio, atravesar un mástil así de grueso?
"AHORA!" Gritó el Capitán sobre la tormenta y Miroku volvió en sí.
Giró el timón tan rápido como pudo, el barco pivoteó automáticamente mientras el timón hacía efecto. Los miembros de la tripulación se lanzaron a agarrar lo que pudieran para apoyarse mientras el barco viraba. El ardiente mástil se estrelló por el estribor golpeando el océano con una poderosa ola que creó espontáneamente a su salida.
La ola saltó y cubrió la cubierta tirando a los hombres que ahora se aferraban a lo que fuera para permanecer a bordo. Miroku cerró sus ojos apretando sus dientes mientras intentaba mantener agarre en el timón. Su fuerza no parecía estar funcionando pero justo cuando su mano comenzaba a resbalarse, sintió el peso del barco salir de sus manos. Abrió sus ojos para ver ahora al Capitán sosteniendo el timón fuertemente, sus ojos salvajes con la emoción de la pelea. Vagamente, Miroku se preguntaba cómo el Capitán había regresado al timón tan rápido pero la idea nunca tuvo una verdadera oportunidad de llegar a buen término antes de que el Capitán gritara una vez más.
"Déjame!" Gritó el Capitán Inuyasha en la salvaje tormenta mientras el agua lo mojaba hasta los huesos. "No hundirás este barco! No me hundirás a mí!" Gritó el Capitán soltando el timón. El barco se giró violentamente, una vez más la tripulación gritó perdiendo el equilibrio, algunos perdieron su agarre y aun por la gracia de Dios ninguno perdió el control de su seguridad.
El Capitán retomó el timón fuertemente manteniendo el barco derecho mientras clavaba más firmes sus talones en la madera. Tras ellos, en el mar, yacía el mástil, el fuego ahora sofocado por las olas que lo abrazaban y hundían a Davy Jones.
"Apaguen el fuego en la cubierta." Gritó el Capitán sobre la tormenta, su dominante voz fácilmente escuchada sobre el estruendo de la lluvia y los truenos. Los hombres se escurrieron en la cubierta extinguiendo rápidamente las pequeñas llamas que se habían encendido antes de que el mástil hubiese sido cortado del barco.
Miroku miraba al Capitán en pura adoración, nunca habiendo visto algo tan asombroso en su vida. El hombre había cortado un mástil de su barco salvándolos de un destino bajo las olas y aquí estaba, calmado y tranquilo dando órdenes como si nada hubiese pasado. Aun después de diez años Miroku no podía creerle a este hombre. Tranquilizándose, miró el barco evaluando su estado actual: las velas estaba sueltas, los aparejos volaban en el viento, todo tan agitado que típicamente siempre parecía en orden. Con un duro respiro recordó su puesto; era tiempo de poner el barco en orden y ganar esta guerra, no solo la batalla.
"Aseguren las velas!" Gritó él por la cubierta, su voz tan fuerte como la de su Capitán. "Amansen los aparejos!" Llegó al costado de la baranda que daba a la cubierta principal. "Maestros a sus puestos!"
"Sí!" Le gritaron los hombres mientras el Maestro Aparejador y el Maestro Carpintero iban a trabajar recuperando el control del barco y reparando inmediatamente lo que podía ser reparado.
Por varios minutos continuaron luchando. Aunque el peligro inmediato del mástil había pasado aún estaba el peligro de la tormenta. Poco a poco los hombres tuvieron todo bajo control, comenzaron a amarrar las velas, ganaron el control de las cuerdas, y los aparejos. Lentamente el barco se volvía tan manejable como siempre.
Rodeándolos, la tormenta comenzaba a aminorar, los vientos se tornaban menos fieros. Inuyasha aflojó levemente su agarre en el timón poniendo a prueba las aguas; el barco aún era llevado por las fuertes corrientes pero no era nada que no pudiera manejar. Sonrió cuando sus intensos ojos captaron los primeros rayos del sol en el horizonte y rió en el fuerte viento, su sangre de demonio gritaba triunfante mientras avanzaban. Los hombres en el barco lo siguieron pronto después, comenzando a soltar sus propios agarres, la vista de la luz en frente de ellos era el trofeo de su victoria.
"Seré condenado." Dijo Miroku al lado de Inuyasha mientras miraba el sol saliente y veía a los hombres comenzar a celebrar. Los latidos de su corazón lentamente regresaban a la normalidad atreviéndose a mirar atrás al violento mar. "Cómo lo hiciste?" Susurró él en el viento, su mente tratando de comprender que había logrado llegar al borde de la tormenta.
Una oreja en la cabeza del Capitán salpicó agua al moverse antes de mirar a su Intendente. "Suerte." Dijo él con una sonrisa, entonces regresó al horizonte, una mano en el timón y la otra tocando la única joya que usaba, una gema rota que colgaba alrededor de su cuello atada a una sucia cadena.
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"Escuché que un barco se dirige hacia acá hoy." Dijo una dama finamente vestida en su taza de té mientras la depositaba en una mesa elegantemente preparada con unas cuantas señoritas de cierta estima.
Todas ellas estaban vestidas usando pesadas enaguas y vestidos, sostenidos por apretados corsés que les cortaban su habilidad para respirar. La mujer hablando usaba las ropas más elegantes en la mesa, sus enaguas de un hermoso color azul con pequeños hilos plateados bordados y su vestido estaba forrado con deliciosos encajes. Su vestido era tan hermoso y atrevido, del mismo color azul de las enaguas pero con cenefas, volantes y lazos forrándolo.
Sentadas apropiadamente a su alrededor, las otras mujeres usaban ropas similares mientras tomaban juntas su té de la tarde. Había cuatro de ellas en la mesa, que estaba forrada con un mantel de seda y decorada con la vajilla china más fina que pudiera ser importada de Asia, cada una vestida en sus mejores ropas se veían tan coloridas y exuberantes que se podría asumir que estaban intentando atraer un hombre.
"Escuché que el barco que viene tiene algunos daños." Dijo una de las mujeres mientras servía un poco de azúcar en su té con absoluto cuidado para asegurarse de que la cucharilla no golpeara el borde de la taza antes de removerla y limpiar el exceso de té en el borde. De todas las mujeres, su sombrero era el más llamativo, reflejando su personalidad con sus profundas y exóticas flores púrpuras y plumas de avestruz teñidas que sobresalían de la cima. En general, era una muy llamativa y aceptada tendencia de la moda.
"Eso es lo que dijeron cuando lo vieron, Yuka." Otra chica entró en la conversación, sus enaguas verdes hacían juego con su sombrero rojo en una forma extraña junto con su liso cabello y suaves ojos marrones.
"Cuándo lo encontraron, Eri?" Preguntó una chica con rizado cabello negro mientras alisaba su vestido porque el miriñaque estaba recogiéndolo en sus caderas. Su propio vestido era de un espléndido color rosa que de cierta forma hacía juego con el estado de su cerebro.
"Mi esposo dijo que lo localizaron temprano en la mañana de ayer." Eri respondió la pregunta en una voz frívola mientras tomaba un sorbo de su taza antes de depositarla ante ella y cruzar sus manos sobre su regazo. "Me dijo que podría llegar al anochecer."
"Eso no parece mucho tiempo para alcanzar puerto?" La chica de cabello rizado la miró con curiosidad en sus profundos ojos azules alisando de nuevo el vestido rosa.
"Lo sé, Ayumi." Eri volteó sus ojos de forma vulgar solo para darse cuenta después. Llevando su servilleta a sus labios los limpió ligeramente para disfrazar su indebido comportamiento. "El Sr. Hojo observó por un telescopio que les falta un mástil—"
"Les falta un mástil?" La última joven en la mesa entró en la conversación. Había permanecido callada todo el tiempo mirando por la ventana y el mar con anhelo. A diferencia de las otras, sus ropas no eran tan llamativas, sus enaguas y vestido de un verde oscuro, los volantes en sus mangas descubriendo lo mínimo requerido para su posición en sociedad, su cabello flojamente atado en una moña que obviamente se había hecho en vez de hacer que la mucama se ocupara de eso, y sobre su cabeza un pequeño y sencillo sombrero blanco—blanco—y solo blanco.
"Sí," le informó Eri mientras alcanzaba por la mesa una pequeña porción de comida, levantándolo con un par de hermosas tenazas la llevó a su plato depositándola con la gracia de la propia reina. "Dijo que—cómo lo llaman—el trinquete?" Señaló fuerte colocando las doradas tenazas en el mantelito en medio de la mesa antes de tomar su cuchillo y tenedor de plata para continuar comiendo.
"El trinquete." Corrigió la joven mirando a Eri con ojos curiosos y anticipación en sus pupilas.
"Sí," aceptó la chica cortando delicadamente un pequeño trozo de pastel. "El trinquete está ausente."
"Vaya," dijo la chica honestamente impresionada por la fortaleza del barco. "Y el barco aún está haciendo su recorrido hacia el puerto," sacudió su cabeza y se recostó en su silla antes de darse cuenta y sentarse con su espalda recta. "Eso es asombroso. Normalmente un barco no puede atrapar el viento sin el trinquete," continuó ella, su voz aumentaba en excitación mientras miraba a las otras chicas, feliz de tener finalmente algo con qué contribuir a la conversación. "El hecho de que sea capaz de navegar es simplemente—"
Las otras tres chicas suspiraron aburridas.
"Sólo tú te entretienes con barcos, Kagome." Dijo Yuka de forma cortés abanicándose levemente, sus ojos se desviaron de la mesa para mirar a las otras personas en la habitación.
"Me entretiene la idea de los hombres en el barco." Añadió Eri como respuesta al comentario de Yuka mientras llevaba un pedazo de pastel a sus labios, el plateado tenedor reflejaba el leve rubor que apareció en sus mejillas. Si el rubor era de la idea de los marineros o del calor, nadie podía decirlo.
"Me pregunto si es un barco de la Armada." Les dijo Ayumi ensoñadora a las otras chicas, sus ojos distantes mientras pensaba en los hombres trabajando para la corona como la Armada del Rey.
"Me pregunto si son musculosos." Dijo Yuka bajando su abanico a su regazo antes de alcanzar por su taza y sostenerla en sus manos tomando un largo sorbo de té antes de continuar. "Trabajar en el mar es difícil, saben." Susurró discretamente mirando a las personas antes de inclinarse, la taza de té aún en su mano. "Los hombres regresan con músculos y pechos anchos después de unos meses."
"Oh," dijo Eri ante la idea, un pedazo de pastel que iba a medio camino hacia su boca fue devuelto al plato antes de girar hacia Yuka con una suave risita en su garganta. "Me pregunto," se inclinó como las otras chicas con excepción de Kagome. "Si tienen ojos anhelantes." Ella bajó su cuchillo y tenedor cubriendo su rostro con una mano mientras la otra se movía para recuperar su abanico, abriéndolo para poder cubrir su rostro y que solo sus propios ojos fueran visibles para ellas. "—ojos que no han visto una mujer en meses."
Las tres mujeres rieron ante la idea y comenzaron a hablar sobre los apuestos marineros imaginarios. La cuarta chica, sin embargo, desvió la mirada por la ventana, su té olvidado en frente de ella. En el horizonte podía distinguir el barco a una hora o dos del puerto. Sin embargo, si le faltaba un mástil le tomaría más de una hora llegar. Kagome suspiró ante la vista, deseando estar ahí en ese barco en el mar pero su sexo al nacer había sido una burla.
Ella miró a las otras chicas y escuchaba mientras hablaban de románticos marineros solitarios, deseando en secreto ser uno, bueno, al menos un marinero. Manteniendo sus manos en su regazo miró el mantel, blanco y perfecto como la vida que estaba destinada a vivir. Ella era la hija de un poderoso oficial militar. No era un demonio pero tenía un alto rango en el gobierno. Era algo raro que un humano se hubiera ganado la confianza de los demonios y aún aquí estaba sentada ella en un salón de té de demonios, las únicas cinco personas humanas en el lugar eran esas chicas, ella, y la camarera que les había servido.
Ellas eran chicas de fortunas que habían nacido en poderosas familias humanas: familias que de alguna forma se habían vuelto fuertes dentro de la sociedad de los demonios. Kagome miró por la ventana y sintió hundirse su corazón ante la vista del barco llegando a puerto. Ella estaba rota como ese barco. Rota porque era una mujer y las mujeres no eran lo buenas suficientes, lo fuertes suficientes, o no estaban hechas para viajar por el mar. Su linaje nunca le permitiría conocer ese barco o alguno otro. Las mujeres humanas, las mujeres demonio, no importaba, no estaban permitidas en el mar. Era una regla de protocolo, una cuestión de modales y estilos de vida altos.
Kagome cerró sus ojos forzando que todo lo demás desapareciera menos sus pensamientos, "Deseo," su voz sonaba quebrada incluso en su propia cabeza. "Deseo haber nacido hombre." Tomó un profundo y tembloroso respiro, la conversación a su alrededor continuaba como si no existiera. Lentamente, abrió sus ojos y frunció mirando la mesa, estudiando su rostro en su té. Era turbio por el agua.
Su posición social en la vida había sido establecida desde el momento de su nacimiento, al segundo que la partera había anunciado 'es una niña' su futuro había sido impuesto a los ojos de su familia. Con algo de suerte (de ellos no suya) sería cortejada por un demonio de alto rango para ser su esposa. Se casaría con él por el prestigio y él tomaría a una compañera demonio como pareja para no manchar las líneas de sangre con engendros mitad demonio. El suyo sería un matrimonio de apariencia, sin hijos que aliviaran su dolor e hicieran su vida más tolerable. Sin embargo, para su familia era la mejor salida posible. Si ella se casaba con un demonio y se volvía la gobernante de su casa y sirvientes, su familia ganaría poder. Era un matrimonio más de conveniencia para su familia que para ella, su corazón o su felicidad.
"Pero así es la vida de una mujer." Concluyó Kagome y sintió una ola de tristeza golpear su corazón ante la idea. Con melancolía, se alejó de sus amigas, su té, y la mesa, mirando afuera al infinito mar, estudiando ese barco que aparecía en el horizonte.
La vida de una ama de casa no era la vida que quería Kagome, no era quien era Kagome. Sus ojos aventureros pasaron el barco mirando la línea que separaba el océano del cielo. La línea donde el azul encontraba azul y todo parecía más abierto, posible y probable. La vida que Kagome quería estaba del otro lado de esa línea, un lugar que nunca había conocido; una idea que tenía que hacer a un lado pero que sin importar lo mucho que intentara no podía sacar de su cabeza.
Kagome cerró sus ojos fuertemente antes de reabrirlos esperando que la breve oscuridad aclarara su mente. Pero cuando abrió sus ojos se encontró mirando el barco acercándose a puerto con envidia y dolor albergado en su pecho. Después de un momento, suspiró y se enfocó en él, sólo una idea se albergaría en su cabeza, "Deseo estar en ese barco."
Fin del capítulo
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Notas:
Ambos, el título del fanfiction y el título de este primer capítulo son parodias del anime.
Nota de Inu: Muchas gracias por leer, espero les haya gustado este primer capítulo. A medida que avance esta historia les iré aclarando algunas cosas de ser necesario. La autora termina con una especie de trivia otorgando puntos pero creo que eso lo obviaré, sólo publicaré lo que sea de verdadero interés para la historia como datos históricos y frases en otros idiomas que deben traducirse. Nos vemos en el próximo capítulo!
PD: Apenas estoy comenzando con esta traducción así que la actualización de los capítulos dependerá de mi habilidad y tiempo para hacerlo, jejeje... espero me tengan un poco de paciencia y sigan esta historia, no se arrepentirán. Besos!
