Hey, hola. Solo decir que es uno de los primeros fanfics que escribo. Me gustaría mucho que diesen vuestra opinión y dejaseis comentarios, ya que eso me animaría a seguir. También decir que los personajes no son míos si no de la maravillosa Cassandra Clare(¿ Y que he modificado un poco la historia de los libros porque si no mi imaginación no daba para más. Espero que os guste. Y no mucho más ¡A LEER!

El chico levantó la vista y la clavó en la pared que se encontraba frente a él, la pared de uno de los numerosos callejones sin salida de la ciudad. Lo había vuelto a hacer. A pesar de que, se había prometido que no iba a volver a suceder, lo había hecho y ya no había vuelta atrás. La sangre le goteaba por el brazo, cayendo al suelo y dejando marcas en el mismo. Marcas que se quedarían para siempre. Sin dejarle olvidar que había incumplido su promesa. Había vuelto a cortarase las muñecas

¿Cómo podía ser tan patético? Los guerreros del Ángel no se comportaban así. No salían del Instituto sin hacer ruido (las runas de silencio otorgaban cierta ayuda para ello), para escabullirse a un callejón oscuro, a cortarse con una hoja de cuchilla de afeitar, unas tijeras o… Lo que le hubiese dado tiempo a coger antes de salir corriendo.

Por mucho que se repetía que ese día tenía excusa, no conseguía convencerse. ¿Que Jace quisese a las mujeres era realmente un motivo para autolesionarse? Cerró los ojos frunciendo el ceño, y se dejó resbalar por la pared, hasta caer al suelo, sin fuerzas, sin ganas de nada, salvo de olvidar lo que había pasado esa mañana.

Ese día se habían quedado solos en el Instituto los tres (Jace, Izzy y él). Sus padres habían tenido que ir a Idris por unos asuntos y ya eran lo suficientemente mayores para estar un par de días sin supervisión. El día parecía marchar bien pero, como siempre, a Jace se le ocurrió llevarse a uno de sus ligues. Alec aunque debería haber previsto que eso pasaría, había irrumpido en la habitación de Jace sin llamar a la puerta y… Seamos sinceros; se los había encontrado metiéndose la lengua hasta la garganta. Cerró la puerta de golpe y echó a correr por los laberínticos pasillos del lugar, intentando encontrar desesperadamente una salida. Intentando recordar cómo se respiraba. La presión que sentía en el pecho era demasiada. Lo único que sentía en ese momento eran punzadas. Miles de punzadas que atravesaban su corazón.

Ni siquiera sabía por qué reaccionó así. Ya había visto esa situación millones de veces. A lo mejor, ya no podía más. No podía ocultar durante más tiempo que estaba enamorado de su Parabatai y que, además, el susodicho era un hombre. Si alguien se enteraba de eso, estaría acabado.

Finalmente, tras el recuerdo de lo sucedido, las lágrimas acudieron a sus ojos azules inundándolos por completo, rodando por sus mejillas, para acabar mezclándose con la sangre del suelo. Intentó silenciar el sollozo que se le estaba formando en la garganta sin mucho éxito, ya que, al final, acabó rebotando por las paredes del estrecho callejón llevándolo a quién sabe qué lugar.

Enterró el rostro en las rodillas y hundió las manos sus cabellos como el ébano, mientras los sollozos de angustia e impotencia que resbalaban por su garganta, iban subiendo de volumen. Necesitaba soltarlo. Necesitaba soltar todo lo que había estado ocultando durante años. La runa que había utilizado para escabullirse del Instituto ya se estaba borrando pero, le daba igual quien le escuchase. Si llamaba la atención de algún transeúnte, solo era cuestión de aplicarse un glamour. Nadie tendría por qué enterarse de que estaba allí.

Cuando la falta de sangre empezó a ocasionarle un leve mareo, cogió la estela, como ya había hecho incontables veces, y con sumo cuidado, dibujó las runas idóneas para la curación de las numerosas heridas que adornaban sus muñecas. En tan solo un par de segundos, el daño había desaparecido. No quedaba ni rastro de él, salvo quizá, por unas líneas casi imperceptibles, que marcaban la trayectoria de los cortes anteriormente realizados; aunque claro, siendo un nefilim, podría poner cualquier tipo de excusa. Los nefilims con frecuencia tenían cortes y hematomas. Esas pequeñas marcas no llamarían nada la atención. Nadie tendría que preocuparse por él. Nadie sabría nunca lo que había pasado ahí.

Incorporandose de nuevo, se limpió las mejillas con las palmas de las manos, lo que provocó el efecto contrario, dejando grandes manchurrones bajo los pómulos y alrededor de los ojos. Consciente de que su intención de intentar borrar los rastros de sus lágrimas acabó resultando en ensuciar lo que todavía conservaba algo de limpieza, se sacudió las manos en los desgastados vaqueros, acordando consigo mismo que antes de volver al Instituto pasaría por algún lugar en el que pudiera lavarse la cara en condiciones.

Lo que Alec no sabía era que un brujo había oido sus gritos de agonía y fue a ver qué pasaba

¿Realmente nadie más aparte del joven nefilim sabía lo que había pasado?