Antonio se pegó al frío muro, ojos cerrados, manos aferradas al pulido metal del arma que pronto habría de disparar. Expulsó el aire lentamente, con los pulmones oprimidos por la tensión.
Una oportunidad. Solo una.
No podía fallar.
Se asomó con sigilo. Desde su escondite, Antonio tenía una vista clara de su objetivo, que no sospechaba que los ojos fríos de su atacante taladraban su nuca, decidiendo que un disparo a la espalda sería la mejor manera de proceder.
Cargó el arma, apoyándola en su hombro para poder apuntar, ladeando la cabeza y cerrando un ojo para enfocar a través de la mira, olvidándose de respirar.
Lovino…
No podía olvidar la expresión de burla del italiano al descargar su arma contra el torso de Francis, encadenando un disparo tras otro, el carmesí salpicando su cara por la proximidad de los disparos. Ni una oportunidad para defenderse. Ni un rastro de piedad hasta eliminar por completo a su rival.
Lovino… ¿Por qué tenía que estar en el bando opuesto? ¿Por qué insistía en ser su enemigo?
Su dedo acarició el gatillo. Ahora era el momento de vengar a Francis. Ahora que estaba indefenso, que había logrado emboscarlo.
Pero no podía.
Las manos le temblaron de rabia y frustración. No podía hacerlo, no podía dispararle así. Por mucho que lo hubiera planeado, por mucho que lo deseara… Lo cierto era que en el fondo lo quería demasiado para terminar con él con una puñalada por la espalda.
Resignado, supo que no le quedaba más opción que retirarse. Suspiró, apuntándolo unos segundos más, reticente a bajar su arma aún. Tanta preparación, tanto sigilo, para apiadarse en el último segundo…
Iba ya a abandonar cuando Lovino se giró de improviso, con el ceño fruncido, como si hubiera sentido a su atacante. Sus miradas se cruzaron unas milésimas de segundo congeladas en el tiempo, y la expresión huraña en el rostro de su víctima se tornó una mueca de terror, consciente de que en unos segundos, todo habría acabado.
Automáticamente, Antonio presionó el gatillo. El proyectil impactó con fuerza el pecho del italiano, arrancándole una exclamación ahogada.
"A-Antonio…", gimió estupefacto, la mano en el pecho, el rojo líquido resbalando por sus dedos. Nunca hubiera esperado que fuera Antonio el que finalmente terminara con él.
El español le dirigió una mirada fría. "Ahí tienes lo que te mereces". Sus labios se curvaron en una sonrisa ladeada.
De repente, un grito interrumpió la escena.
"¡EH!".
Antonio se giró para ver quién gritaba, y tres disparos impactaron en su costado.
Gilbert levantó su arma, triunfal. "¡SÍ! ¡CAMPEÓN DE PAINTBALL UNA VEZ MÁS, KESESE!".
Antonio sonrió. Era imbatible.
Su sonrisa desapareció en cuanto Lovino clavó sus dedos en su hombro, apretando con toda su furia.
"Lo que me merezco, ¿eh?".
Antonio tuvo que fregar los platos durante tres semanas para que Lovino le volviera a dejar dormir en la cama.
FIN (?)
