Destino. Si es cierto o no, nadie lo sabe, mas lo que es seguro es que de existir, es imposible evitarlo. El destino guía nuestras vidas hacia un objetivo final, dando sentido así a nuestra existencia.
Algunas veces, personas que nunca pensaron volver a verse se encontraron de nuevo años más tarde. Casualidad, destino, suerte... Es increíble como a veces nuestras vidas parecen haber sido escritas mucho antes y que nosotros simplemente tiramos del hilo para ver qué ocurre. Hay gente que no quiere aceptar esta idea, que les gusta pensar que ellos son los que dirigen su vida, mas ¿Quién sabe?


Cada cierto tiempo, dos almas nacen destinadas a estar juntas, pues estas se entrelazan como respiraciones, complementándose de tal forma que parece cosa del destino que terminaran por toparse.

La primera vez que Lovino lo vio, no fue en una situación acertada, no como en una película romántica donde el momento es mágico y el tiempo se detiene. Simplemente lo había visto cruzando la ciudad central encadenado a varios hombres los cuales no recordaría sus caras. Esclavos yendo al mercado de la capital. Por supuesto, lo único que el romano sintió entonces fue indiferencia absoluta, quizás únicamente un toque de interés. El hombre que llevaba al grupo se detuvo frente a él y saludó. Conocía a ese hombre, pues ambos ya habían hablado en varias ocasiones. Un soldado, al menos eso aparentaba por los ropajes.

Comenzaron a negociar sobre el precio por cabeza. A Lovino lo que menos le apetecía en ese momento era tener un esclavo apestándole el puesto, mas estaba seguro de que podría revenderlo a mayor precio del que él habría perdido. Y en su mundo, el dinero era lo más importante.

–¿Cuánto pides?– Preguntó mientras cruzaba los brazos y alzaba una ceja.

–Algo de tu puesto, y depende de cuál escojas.

Lovino gruño y se paseó frente al grupo, escrutándoles con la mirada con un deje de repulsión en sus ojos por lo que eran y de dónde venían. Estaba seguro de que aquellos seres sucios no eran de Roma.

–¿De dónde los has sacado?

–Un bando rebelde en Hispania.

–Eso explica por qué huelen tan mal– Frunció el ceño y se detuvo frente al destino.

El joven frente a él le dedicó una mirada de vuelta, tratando de descifrar qué pensaba hacer. Tenía piel tostada, seguramente vendría del sur de Hispania pues era un lugar más caliente, pelo rizado y oscuro, despeinado de forma exagerada por su situación. La ropa que llevaba tampoco es que estuviera en buenas condiciones, y su olor, igual que el del resto, era horrible.

–Me llevo éste.

Tal y como habían acordado, el soldado eligió uno de los muchos objetos que Lovino vendía y se fue mientras arrastraba a los desgraciados que seguramente tendrían el mismo destino que el que tenía frente a sus narices.

¿Por qué él? Principalmente porque era el único que no parecía estar desnutrido. Una persona relativamente atlética, más que Lovino al menos. Eso conseguiría más dinero a la hora de negociar, sumándole el hecho de que el muchacho era atractivo bajo la capa de polvo y suciedad que tenía sobre la piel. Sus ojos verdes esmeralda relucían con intensidad, como un animal salvaje encerrado en una celda. Oh, sí. Era atractivo a pesar de ser un vulgar extranjero, además de esclavo.

Pasaron horas sin hablar. Lovino no hizo siquiera el ademán en intentarlo. No tenía por qué hacerlo, sumándole también que siendo un bárbaro, no tendría ni idea de latín. De vez en cuando, lo miraba de soslayo, comprobando que no se había movido. Lo que menos le apetecía era perder lo que ya había pagado.

Cuando terminó el mercado de tarde, el joven comenzó a recoger sus cosas, mas se detuvo al darse cuenta de que, bueno, tenía un esclavo.

–Eh, tú. Mete todo esto en la caja.

El otro le dedicó una mirada ciertamente confundida hasta que observó el dedo del romano señalando al montón de jarrones y copas que allí había. Se limitó a levantarse del suelo y mirar sus manos atrapadas por grilletes. Cuando recibió la primera bofetada, decidió obedecer a pesar de estar casi inmóvil con aquello, y recoger la mercancía. Ni se le pasó por la cabeza dirigirle la mirada a su nuevo amo, pues estando en la situación que estaba, lo siguiente no se quedaría en una bofetada.

Tras acabar de recoger, Lovino agarró la cuerda y tiró de ella para guiar al esclavo como si se tratase de una mula. Caminaron durante media hora en silencio, y la luna ya había asomado en el firmamento, haciendo que las calles se encontraran oscuras y, además, desiertas. Sólo en algunos callejones era posible ver una o dos personas comerciando o practicando sexo fuera de sus hogares. Lovino pudo comprobar como el hispano se detenía durante centésimas de segundo para observar aquellos actos, mas permaneció en silencio. Si no encontraba al hombre que estaba buscando, podría probar al esclavo, aunque sólo fuera un poco.

Cruzó dos callejones interminables y se detuvo frente a una gran puerta con diseños que recordaban a asiáticos más que romanos. Llamó a la puerta con los nudillos y esperó a que ésta fuera abierta, topándose con aquel hombre que, de vez en cuando, decidía pasarse por su puesto para promocionar su negocio.

–¿En qué puedo ayudarle?– Preguntó con un deje de molestia. Por lo que se podía apreciar al fondo de la habitación tras la puerta semi abierta, no estaba solo.

–Hoy ha pasado por el centro de la ciudad un soldado con esclavos hispanos. Vendo éste.

El hombre frunció el ceño y terminó de abrir la puerta para observar a ambos jóvenes mejor, principalmente al que podía ser comprado. Se fijó en cada rasgo del chico, permaneciendo así durante unos minutos que al esclavo se le hicieron eternos. Finalmente, cedió una bolsa con monedas a Lovino para cerrar el trato. El comerciante las contó y gruñó en voz baja.

–¿Sólo esto? Estoy perdiendo dinero.

–Tampoco es como si fuera una maravilla. Está algo escuálido.

–Pero tiene los ojos verdes. ¿Cuántos has visto con ojos de ese color?

El hombre agarró la barbilla de la mercancía, mirándole directamente para comprobarlo. Recibió una mirada mezcla de desprecio y miedo. Preguntó algo en el idioma del esclavo, recibiendo una respuesta escueta, "Antonio", a lo que sonrió y cedió más monedas a Lovino.

–Trato hecho entonces.

El comerciante sonrió con satisfacción y le cedió la cuerda.

–Todo suyo. Ha sido un placer.

–El placer ha sido mío. Vamos...–Tiró del hispano hacia el interior de la casa–. Hasta la próxima.

Lovino observó como la puerta se cerraba, echándole un último vistazo al esclavo, memorizando cada parte de su ser. La ropa sucia con sangre, barro y polvo, su cara semi cubierta por porquerías, la composición atlética, su rostro atractivo, y aquellos ojos que sabía que le deseaban la muerte sin palabras. De lo que estaba seguro, era de que esa sería la última vez que lo vería, y eso, sin siquiera entender la razón, le generó una sensación de dolor en el estómago.


Quizás el destino había fallado esa vez, aunque éste no se rendiría, pues tan sólo tres meses después, Lovino volvió a encontrárselo.

Simplemente había decidido ir al circo con su hermano a una lucha de gladiadores. ¿Quién iba a imaginarse que un simple esclavo acabaría allí, en medio de la arena? Lovino había oído hablar de esclavos que se hacían gladiadores para conseguir dinero y comprar su libertad, pero no pensó que un no romano haría aquello.

–¡Ve...! ¿No es emocionante? Hacía mucho que no veníamos a las arenas, ¿verdad?– Dijo a voz en grito el menor de los hermanos mientras miraba la batalla desde las gradas.

Lovino le dirigió una mirada fugaz, despistándose y olvidando qué estaba haciendo unos segundos antes. Se limitó a encogerse de hombros y perderse en la pelea, analizando cada movimiento, o al menos intentándolo. No sabía bien por qué, pero desde aquel día que lo había visto fijamente, no podía olvidarse de nada del rostro de... ¿Antonio? Supuso que aquel era su nombre y prefirió dejarlo así antes de repetir mentalmente "esclavo" cada vez que se le pasaba por la cabeza. Quizás cuando acabara la batalla, podría acercarse a él... ¿Y decir qué? Si lo más seguro es que le escupiera a la cara mientras le insultaba en su lenguaje bárbaro.

El romano bufó por lo bajo. Incluso si tuviera la valentía de acercarse, aún existía la posibilidad de que Antonio perdiera la batalla, que era lo más probable. Tan sólo quedaban tres y ambos parecían destructores en potencia tratando de pisar una rata, y eso que el hispano no era lo que se decía bajo de estatura. Decidió dejarlo a los designios de los dioses y esperar. Lo que no esperaba que ocurriera sería que el otro le dirigiría una mirada desde las arenas, como tratando de recordar de qué lo conocía. Un pequeño despiste el cual le llevó a la muerte, pues la espada afilada de uno de sus oponentes lo cortó por la mitad sin dudarlo demasiado.

Lovino frunció el ceño en señal de desagrado. Como pensaba, lo que hablar con él habría que dejarlo, quizás, para otra vida.

...o...o...o...

Y ya estoy aquí de nuevo. Hacía siglos que no escribía una nueva historia o one-short (Bueno. No siglos, pero sí varios meses)

Esta historia, básicamente, van a ser varios one-short los cuales mostrarán en avance de esta pareja tras cada vida en la que se encuentran, si así puedo definilo... ¡Bueno! Vosotros lo podéis tomar como un conjunto de one-shorts y ya está, y después ya veremos como esto se desarrolla...

¡Hasta la próxima!