Descargo: Percy Jackson y sus personajes le pertenecen a Rick Riordan, yo solo los he tomado prestados para esta historia.
Capítulo 1:
Roto
Cuántos pedazos más necesitas contar
para aprender
a evitar que te rompan.
(Andrea Valbuena, Mágoa)
Nada más salir del despacho del director de la escuela, Dioniso, que lo había despachado en menos de tres minutos después de la bienvenida de rigor, Nico supo sin lugar a dudas de que aquel lugar sería mucho, mucho más terrible de lo que había imaginado los últimos días. Y lo peor de todo, pensó horrorizado, era que durante seis largos meses no podría escapar de allí.
Mientras seguía a paso lento el deslizado avance de la silla de ruedas de Quirón, quien era el subdirector del establecimiento, por los largos pasillos del recinto, Nico podía oír a medias el murmullo constante producido por las pláticas, las risas y los gritos que reinaban entre los estudiantes como una cacofonía ininteligible que amenazaba con gatillarle una jaqueca. Las mal disimuladas miradas que le lanzaban los otros chicos al verlo pasar —mitad terror, mitad curiosidad morbosa— no hacían más que acrecentar su enfado y la sensación creciente de que aquel no era su sitio.
Aquello apestaba.
Fingiendo frío desinterés, Nico observaba todo a su alrededor. La escuela internado Half-Blood estaba emplazada en una extensa zona boscosa cercana a la costa de Long Island. El edificio de tres plantas, construido en madera y piedra caliza, con amplios ventanales que daban tanto al bosque que rodeaba al recinto como a la costa, estaba pensado más para parecer rústico y acogedor que impresionante. Tanto las aulas de clases como las oficinas principales estaban ubicadas de manera funcional en la primera planta para que el ir y venir fuera seguramente más fácil, mientras que en los pisos superiores se distribuían los dormitorios de los estudiantes: para el alumnado femenino el segundo y para los chicos el tercero y último.
Por órdenes estrictas de su padre, Nico debía ser escoltado hasta dentro del edificio principal por uno de sus empleados de confianza. A pesar de sus protestas, no se le había permitido bajar del coche hasta que llegaron a su destino, pero de todos modos durante el trayecto desde la entrada pudo atisbar un poco de las amplias áreas verdes que poseía la escuela. El terreno estaba bordeado por altos árboles que servían tanto de barrera natural para trazar los límites como a modo de privacidad. Pequeñas cabañas de madera se encontraban diseminadas por aquí y allá, pareciendo decorar de manera aleatoria el lugar; sin embargo, Nico recordaba haber leído en el folleto instructivo que algunas de sus clases, tanto obligatorias como electivas, así como también las comidas, iban a tener lugar allí. En aquel momento, mientras observaba por la ventana a un animado grupo de chicos que jugaban baloncesto, tuvo la lúgubre sospecha de que tanta actividad al aire libre iba a terminar acabando con él mucho antes que el aburrimiento o la presión de sociabilizar.
Sintiéndose cansado de todo aquello, Nico ya apenas prestaba atención a la charla introductoria que Quirón le estaba dando; se limitaba a responder con algún que otro monosílabo cuando era imprescindible mientras se dejaba guiar de mala gana por toda la escuela, como si fuera un extraño espécimen en exhibición. Los otros estudiantes lo veían pasar, asustados, expectantes; susurrando ansiosamente a su paso como si él no pudiera oírlos:
«¡Mira, es Nico di Angelo!»
«¡Oh, realmente es el hijo de Hades! ¡Qué aterrador!»
«¿Oíste lo que ocurrió en la fiesta de Navidad del año pasado? Todos dicen que fue su culpa».
Nico odiaba las habladurías, sobre todo cuando él era el centro de estas. Cada vez que algún comentario de ese tipo llegaba a sus oídos, buscaba al culpable con la mirada y lo retaba con ojos desafiantes. Como ya era algo habitual, todos bajaban la vista al instante y se quedaban callados en el acto. Nadie era lo suficientemente valiente como para enfrentarse a él y a lo que la amenazante sombra del poder de su padre significaba.
Cobardes.
Como si presintiera que algo no estaba bien, Quirón dejó de hablar de pronto y se volvió a mirarlo. A pesar de que el enfado seguía bulléndole en las venas y de la leve satisfacción proporcionada por su mudo desafío hacia los otros, cuando los intensos ojos marrones del hombre se clavaron en él, Nico no pudo más que sentirse profundamente avergonzado por su conducta.
Desde el momento de su llegada, y aunque solo fuera por la obligación que conllevaba su cargo en la escuela, Quirón se había mostrado cordial y amable con él. El subdirector era un hombre bastante alto y corpulento; su rostro, cubierto por una desaliñada barba del mismo color castaño de sus ojos y su rizado cabello, denotaba una actitud serena y afable. A pesar de verse forzado a utilizar una silla de ruedas para movilizarse, a Nico le parecía que Quirón tenía una presencia tan imponente como si este no sufriera de ninguna incapacidad. Todo en él reflejaba la satisfacción que le proporcionaba el recibir cada año a nuevos chicos para intentar enseñarles y convertirlos en algo útil. Un verdadero maestro.
Pero Nico no iba a estar allí el tiempo suficiente para que Quirón pudiera cambiarlo. Solo tenía que soportar seis meses. Seis meses tras los cuales, después de llevar a cabo su parte del trato, su padre le diría finalmente la verdad, cumpliría la promesa que le había hecho respecto a su hermana y él podría abandonar la escuela.
—No es necesario que parezca tan preocupado, señor di Angelo —le dijo Quirón con amabilidad, como si hubiera asumido que ese era el motivo de su evidente disgusto—. Su padre nos ha explicado lo esencial de su situación y el por qué consideró oportuno incorporarlo a la escuela a pesar de que el curso ya hubiese dado inicio. Comprendo que este cambio no ha de ser fácil para usted —continuó—, pero estoy seguro de que en un par de días terminará por adaptarse a las clases y a sus nuevos compañeros. Hará amigos y descubrirá cosas que le gusten de la escuela. Personalmente, y si me lo permite, creo que esta nueva experiencia será beneficiosa para usted.
Nico lo dudaba. Durante los últimos cuatro años su vida había estado ligada a un cambio tras otro y la mayor parte de ellos no habían sido para mejor. Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para morderse la lengua y no soltarle aquello al subdirector; desquitarse con Quirón por su muestra de obligada gentileza no iba a traerle ningún beneficio.
—Claro. Seguro —murmuró, sin embargo cuando aquel par de inquisidores ojos se toparon con los suyos, Nico tuvo el inquietante presentimiento de que Quirón, a pesar de su apariencia tranquila y afable, era mucho más perspicaz que la mayoría de las personas que conocía. Tendría que tener cuidado con él.
—Bien, ya hemos llegado —le informó este al tiempo que detenía su silla de ruedas frente a una de las puertas de uno de los pasillos del tercer piso del ala de residencias y llamó suavemente a esta—. Como le expliqué unos minutos atrás, aunque temo no haya estado prestando atención —recalcó, logrando que Nico se encogiera de culpa por dentro—, los cuartos son compartidos y no se permiten fiestas ni destrozos; ambas conductas serán duramente sancionadas. Tampoco están permitidas las visitas femeninas y el toque de queda es a las nueve. Cualquier otra duda que tenga, no dude en preguntarle a su compañero —le dijo en el preciso instante que la puerta se abría dejando asomar la rubia cabeza del chico que estaba dentro—. Justo a tiempo para las presentaciones, señor Grace; aunque tengo entendido de que ya se conocen —el dejo de una sonrisa asomó a sus labios, aunque quedaba casi oculta tras la barba. Con un gesto de la mano, Quirón señaló al serio muchacho que en aquel momento los observaba con expresión inescrutable—. Señor di Angelo, le presento a su compañero de cuarto, Jason Grace. Señor Grace, el joven Nico di Angelo. Jason, te agradecería que pudieras ayudarlo y guiarlo en lo que haga falta estos primeros días hasta que, bueno, se adapte.
En ese instante Nico hubiera deseado gritar; tal vez de rabia, tal vez de miedo o frustración; quizás una mezcla de todas esas cosas juntas. No estaba muy seguro. Lo que sí sabía con certeza era que aquello no podía ser una coincidencia cósmica ni nada por el estilo, no. Su padre, por algún motivo que no era capaz de comprender aún, había movido los hilos necesarios para que su relación con Jason fuera forzosamente cercana. ¿Qué otra sorpresa le aguardaba?
Tal vez debería haberse esperado algo así.
—Hola, Nico —con un gesto de cabeza a modo de saludo, Jason apenas dio muestra de reconocerlo; solo el atisbo de temeroso respeto que percibió en sus ojos celestes le dejó claro que el otro chico sí lo recordaba y no le gustaba demasiado la idea de que él estuviese allí. A pesar de eso, este lentamente se apartó de la puerta en una muda invitación para que entrara—. No hay problema, Quirón; yo me encargaré de él.
—Perfecto. Entonces lo dejaré en tus manos —concluyó—. Jason, Nico, mañana los veré en sus respectivas clases.
Nico observó como el hombre maniobraba con habilidad la silla de ruedas por el pasillo al tiempo que esquivaba estudiantes y parecía responder a sus preguntas y saludos, todo al mismo tiempo. Una vez su cabeza de risos castaños se perdió finalmente entre la multitud, Nico agarró con fuerza el asa de su maleta y sin despegar los ojos del piso entró en el cuarto maldiciendo su mala suerte.
Se quedó parado en medio de la habitación sin saber qué hacer. Oyó el leve clic de la puerta al cerrarse tras él y el silencioso andar de Jason cuando pasó a su lado sin rozarle antes de dejarse caer sentado sobre la cama que se encontraba a su derecha. En esa ocasión Nico no pudo evitar el tener que mirarle, sorprendiéndose un poco al darse cuenta de que el otro chico más que molesto o asustado por su forzada presencia allí, parecía realmente intrigado.
—Entrar a la escuela ya iniciadas las clases debe ser un asco —comentó Jason, intentando sonar amigable y desenfadado mientras apartaba con cuidado los libros de estudio que parecía haber estado leyendo antes de su llegada y que ahora se encontraban esparcidos de cualquier manera sobre la colcha azul oscuro que cubría la cama—. Tenía entendido que preferías estudiar en casa desde… Bueno, lo de tu hermana.
El silencio que se apoderó de ambos se tornó pesado y violento, casi tan incómodo como un malestar físico. Nico notaba los nervios tensos y crispados, al borde de perder finalmente la paciencia y mandar el trato que tenía con su padre al demonio. ¡No quería estar allí! ¡No quería tener que relacionarse con otras personas y mucho menos con un chico que como Jason Grace! Un chico que a todas luces era el epíteto de lo perfecto: alto, rubio y atlético; ni siquiera el hecho de que llevara las gafas de montura dorada levemente torcidas o la blanquecina cicatriz sobre el labio superior lo hacían parecer menos atractivo. De hecho, si era honesto consigo mismo, cuando ambos se habían conocido un año atrás, Nico solo había podido pensar, cuando fueron presentados, que Jason —que le sacaba dos años— con su actitud distante y calmada y aquel aire de superioridad natural era, sin lugar a dudas, alguien impresionante.
Todo lo opuesto a lo que él era.
Y lo había odiado al instante. O por lo menos lo había intentado, como lo hacía en ese mismo momento; ya que a pesar de la rabia y la pena que sentía, la expresión compasiva y culpable del otro chico terminó por mitigar un poco su furia; diluyendo como el agua que fluye el regusto del veneno que sentía lo corroía por dentro.
Nico inspiró profundamente una, dos veces, hasta que pudo recobrar parte del control de sí mismo. Al notar el ligero ardor en las palmas de las manos, se sorprendió un poco al darse cuenta que se había clavado las uñas al apretar los puños de forma inconsciente. Miró a Jason y se encogió de hombros con indiferencia antes de responderle:
—Mi padre pensó que sería bueno para mí un cambio. Algo así como de poner algo de distancia entre mi madrastra y yo. Ya sabes, problemas familiares —Nico se obligó a sonreír de manera desagradable y con un gesto señaló la maleta que se encontraba a sus pies—. ¿Dónde puedo dejar mis cosas?
Soltando un resignado suspiro, como si supiera que aquella fachada de chico duro fuera solo una mentira, Jason se puso de pie y sin muchos miramientos le quitó la maleta de la mano y la deposito con brusquedad sobre la otra cama vacía.
—Tu espacio. El mío —le indicó, especificando claramente el lado de la habitación que correspondía a cada uno—. No me gustan los sitios caóticos, así que trata de ser ordenado en lo posible; por lo demás, el resto me da igual. Los horarios de la escuela son fáciles: el desayuno comienza a servirse a las siete y media y las clases dan inicio una hora después, así que si no quieres pasarte las primeras horas sin nada en el estómago, será mejor que seas puntual, Nico —le advirtió—. La comida es al medio día y la cena a las siete. Terminamos las clases a las tres y, a menos que tengas clases electivas, puedes aprovechar el tiempo restante como gustes. Seguro que Quirón ya te lo habrá dicho, pero el toque de queda es a las nueve, aunque podemos seguir con las luces encendidas hasta las once; si te pillan fuera de la cama a esa hora, te meterás en problemas: recibirás una sanción y van a llamar a tu padre. Además, si piensas regresar a casa los fines de semana, tendrás te entregar el viernes en la mañana tu solicitud o no te dejarán salir. Después que acomodes tus cosas, solo si gustas, puedo acompañarte a buscar tu horario y explicarte sobre tus actividades electivas. ¿Quieres que te enseñe la escuela?
Madrugar. Horarios de comidas. Horario de clases y actividades electivas. Nico tenía ganas de vomitar, pero dudaba que aquello ayudara a mejorar la imagen tan patética que, seguramente, Jason ya tenía de él.
—Puedo yo solo —gruñó de mal modo y lanzó una mirada cortante al otro chico, esperando que comprendiera la indirecta: quería que lo dejara en paz—. No necesito una niñera. Gracias.
Jason sonrió con desgana, como si hubiera esperado aquella reacción de su parte pero aun así le resultara de cierto modo frustrante.
—Solo estaba siendo amable contigo, Nico —aclaró—. Tal vez tú también deberías intentarlo de vez en cuando; no es tan difícil, ¿sabes? —visiblemente molesto, se apresuró a sacar una chaqueta gris del armario y ponérsela sobre la camiseta blanca que llevaba—. Puedes estar tranquilo; te dejaré solo.
El sonido amortiguado de la puerta al cerrarse tras la salida del chico, así como la dureza con la que le había dicho aquellas palabras, lograron que la vergüenza terminara por embargarlo. Nico sentía el rostro caliente a causa del sonrojo, lo que solo sirvió para avivar todavía más el sentimiento de culpa que notaba como una pesada loza sobre el pecho. Aquella situación, pensó, hubiese sido menos dolorosa si tan solo Jason hubiera demostrado su enfado gritándole abiertamente o dando un portazo al salir; el que actuara tan sensato y maduro solo servía para que Nico recordara que en muchos aspectos todavía se comportaba como un niño.
Durante unos cuantos segundos la posibilidad de regresar a casa le pareció tentadora. Nico estaba seguro de que si le decía a su padre que no quería volver a la escuela, este no se opondría y lo dejaría ser, como hacía casi siempre. Pero entonces, se recordó, ya no tendría nada con lo que negociar. Su padre solucionaría las cosas a su modo y Nico solo habría de convertirse en un mero espectador. Sin opinión. Sin decisiones.
Y no iba a permitirlo. Tenía que conseguir que él cumpliera sus promesas.
Finalmente, resignado, observó la habitación que a partir de aquel momento compartiría con Jason Grace. Era una estancia lo bastante amplia para dos personas, pero por lo demás era terriblemente anodina en todos los sentidos, desde las lisas paredes blancas que parecían estar surcadas por una fila de oscuras cicatrices en el sitio donde las estanterías de madera oscura descansaban sobre el funcional escritorio del mismo color, ubicado a los pies de la cama —cubierta con el mismo edredón azul que la de Jason— hasta el armario empotrado frente a esta y el ventanal de blancas cortinas que dividía el espacio de ambos. La mesita de noche del que sería su lado, a diferencia de la de Jason que tenía unas cuantas cosas personales sobre ella, solo contaba con una simple lámpara. Todo allí eran espacios vacíos para ser llenados; un lienzo en blanco para que él lo pintara.
Sí, claro.
Aquella era una habitación sosa y aburrida, sin duda, pero para Nico eso estaba bien. No quería sentirse cómodo en aquel lugar; no cuando sabía que su tiempo allí sería limitado y prácticamente solo una mentira.
Al recordar lo que Jason le había dicho sobre su manía con el orden, Nico tuvo la infantil tentación de dejar sus escasas pertenencias tiradas por todos lados solo para generar un poco de caos y hacerlo enfadar otra vez, pero, ¿de qué le serviría aquella pequeña venganza aparte de proporcionarle una satisfacción pasajera? Sí quería cumplir con su parte del acuerdo, debía ser inteligente y actuar con cautela. No podía dejar que sus emociones lo dominaran y arruinar los planes de su padre de esa manera.
Ya no había marcha atrás.
De mala gana comenzó a sacar sus cosas de la maleta y dejar todo donde correspondía. Una vez hubo acabado de acomodar sus libros en los estantes, Nico se quedó sin saber que más hacer. Lo más fácil, lo que hacía siempre que se sentía enfadado o vulnerable, sería quedarse encerrado en la habitación hasta que fuera inevitable que tuviera que salir. Perfectamente podría permanecer allí hasta el día siguiente —cuando obligatoriamente debía ir a las clases— y así librarse de las miradas indiscretas y los rumores sobre su llegada que seguramente ya habrían recorrido toda la escuela, extendiéndose como un reguero de pólvora entre los alumnos que hubieran ido llegando poco a poco desde sus casas. Incluso si era positivo, algo raro en él, podía tener la esperanza de que para el día siguiente su ingreso a la escuela ya no generara tanta expectación y los demás estudiantes lo ignoraran en lo posible.
Sí, decidió Nico; definitivamente se quedaría allí. Además, tenía el estómago tan anudado a causa de los nervios y la tensión que la perspectiva de perderse la cena era casi un alivio; y si se iba a dormir pronto no tendría que enfrentarse a Jason y su muda recriminación cuando este regresara.
Como una ofrenda de paz un poco extraña, Nico estiró la colcha arrugada de la cama de su compañero y recogió los libros que aún seguían tirados en ella, acomodándolos en una ordenada pila sobre el escritorio de este. No pensaba disculparse con Jason, jamás, pero de todos modos iba a tener que pedir su ayuda al día siguiente para que lo guiara con algunas de las cosas de la escuela y Nico no era tan idiota como para no saber cuándo tenía que ceder. Además, aún estaba el asunto de su padre…
Por mera curiosidad, tomó una de las fotografías que decoraban el escritorio de su compañero. En ella aparecía Jason rodeando los hombros de una chica con el brazo. La piel morena de esta, los bonitos ojos de un tono que no podía determinar como también aquella melena color chocolate cortada de forma desigual, donde algunas trenzas decoradas con plumas destacaban aquí y allá la hacían atrayente a la mirada. ¡Vaya!, pensó Nico sorprendido, una chica que intentaba no lucir guapa y aun así era hermosa a su manera imperfecta. Se preguntó si ella sería la novia de Jason, aunque por la forma en que este parecía feliz y cómodo a su lado, creía que su suposición debía ser correcta. ¿Habrían comenzado a salir hacia poco? No recordaba haberla visto la Navidad pasada durante la fiesta; Nico estaba seguro de que se acordaría si hubiese sido así, ya que jamás hubiera creído posible que el perfecto Jason Grace pudiera salir con una chica así. Eran, por decir lo menos, una pareja extraña; y sin embargo, al verlos juntos, parecían complementarse perfectamente. Se preguntó qué pensaría el padre de este, Zeus, de aquella relación.
No obstante fue la segunda fotografía la que terminó por despertar finalmente lo peor de él.
Con la sangre zumbándole en los oídos, ensordeciéndolo, Nico observó a la chica de corto y alborotado cabello negro peinado en puntas que, desde el retrato, le devolvía ceñuda la mirada con aquellos desafiantes ojos azul eléctrico recargadamente delineados de negro. Un sinfín de pecas le salpicaba la pálida piel del puente de la nariz y los pómulos, pero ni siquiera esto, o el hecho de que fuera hermosa, servía para suavizar aquel aire de peligrosidad que la rodeaba. Todo en ella gritaba «peligro», desde sus pendientes con forma de cráneos hasta sus ropas punk. Aquella muchacha era sin lugar a dudas tan riesgosa como un arma cargada sin el seguro, y Nico lo sabía de primera mano. Por ese motivo odiaba a Thalia Grace, la hermana mayor de Jason. La odiaba por lo ocurrido con Bianca…
El impulso de arrojar el portarretratos contra la pared para hacerlo añicos se volvió casi como una necesidad física; un dolor tan profundo que lo hacía temblar por dentro, oprimiéndole el pecho hasta hacerle casi imposible respirar. Pero antes de que Nico pudiera hacer cualquier cosa, la puerta se abrió de golpe, sobresaltándolo.
—¡Jason, no vas a creer esto! ¡Algunos chicos de la escuela andan diciendo que Nico…! —los ojos verdes del recién llegado se abrieron con sorpresa al verlo, como si no alcanzara a comprender por completo si su presencia allí era del todo real o una jugarreta de su imaginación al haber estado a punto de conjurar su nombre. Un poco avergonzado, un poco contrariado por su presencia, el joven recién llegado le dedicó una sonrisa no muy sincera a modo de saludo—. Nico.
—Percy —masculló secamente en respuesta, haciendo un esfuerzo por mantener lo poco que le quedaba de aplomo para no desmoronarse allí mismo o, peor aún, salir huyendo de su propia habitación. Eso hubiese sido patético. ¿Por qué simplemente no podía desaparecer?, se preguntó Nico frustrado. A veces creía que así todo sería mucho más fácil. Y no solo para él.
La incomodidad de Percy al estar en su presencia era evidente, y de cierto modo, hasta comprensible. Ambos tenían una larga y turbulenta historia que se remontaba cuatro años atrás, cuando él y Bianca habían conocido accidentalmente al hijo de uno de los socios de padre en una de las aburridas fiestas de adultos a las que ellos terminaban siendo arrastrados.
Por aquel entonces Nico tenía solo once años, y su forma de ver la vida era bastante menos cínica de lo que era ahora. La reciente muerte de su madre los había obligado a trasladarse de país para vivir con su padre, al que apenas conocían, y a entrar a formar parte de una nueva familia en la que tanto su hermana como él no encajaban; su madrastra no los quería allí.
Los primeros meses habían sido en verdad horribles: su padre trabaja demasiado y los veía demasiado poco. Perséfone, su madrastra, parecía odiarlos con cada fibra de su ser por lo que Nico y Bianca pasaban solos la mayor parte del tiempo, al cuidado de extraños y sintiéndose casi siempre como una molestia. Su hermana intentaba animarlo constantemente, haciéndole creer que las cosas les iban a ir mejor, pero él estaba cada vez más triste y tenía más miedo. Fue en ese entonces cuando conoció por primera vez a Percy y nada más verlo, Nico se sintió de inmediato fascinado por él.
Percy Jackson era el único hijo de Poseidón, uno de los socios más importantes de su padre. Le sacaba solo tres años de diferencia a Nico, pero en ese momento para él esa brecha parecía casi insalvable. La actitud despreocupada y atrevida de Percy, así como su risa fácil y lo valiente que se mostraba ante todo, hicieron que Nico lo viera casi como a uno de los héroes de sus juegos infantiles. Durante meses estuvo cautivado por él, como solo un niño podía estarlo. Lo adoraba y en verdad quería gustarle. Quería ganarse su atención y se esforzaba en ello, pero entonces la muerte de Bianca lo cambió todo…
Desde entonces, su relación con Percy se había tornado turbulenta y tortuosa. Demasiado rencor acumulado; demasiado dolor y culpa, que, de cierto modo cruel y retorcido, los unió más que la amistad. Un terrible lazo que los ataba el uno al otro y que por más que lo desearan no podían cortar.
—Vaya, así que los rumores eran ciertos —nervioso, Percy se pasó la mano por el desordenado cabello negro y dejó escapar un sonido estrangulado que bien podría haber sido el intento de una desapasionada carcajada o tal vez simplemente era el indicio de que se estaba ahogando. Nico se declinó por la primera opción—. Bueno… supongo que no hay otro modo de hacer las cosas entre nosotros; nunca parecer haber una manera correcta —dijo con pesar—; así que, en verdad, ¿por qué has venido aquí, Nico?
«Cuando sabes que este no es tú lugar».
Aunque Percy no lo hubiera dicho de forma directa —de momento—, Nico estaba seguro de que era lo que el otro pensaba, porque le conocía bien; aquella era, simplemente, una verdad tácita. Algo que el otro chico sabía, porque también lo conocía.
Al ser una persona antisocial, hosca y de trato difícil, Nico para nada encajaba con el estereotipo del típico adolescente que podría pasar tranquilamente sus años de escuela como un chico normal que tuviera amigos y solo se preocupara de los problemas concernientes a su edad. Durante los últimos tres años, había pasado casi todo el tiempo recluido en casa; recibiendo clases particulares, leyendo casi todos los libros de la biblioteca —que no eran pocos— y pensando en la mejor manera de conseguir lo que deseaba sin tener que involucrarse emocionalmente con nadie. Tenía que reconocer que su padre había respetado de cierto modo su aislamiento, sin presionarlo en extremo y facilitándole las cosas en la medida de lo posible; como si creyera que de aquel modo podía compensarlo por la muerte de su hermana.
Pero todo había cambiado una semana atrás.
Cuando, después de oír accidentalmente una conversación que no debía, las sospechas sobre la muerte de Bianca y su madre comenzaron a anidar en él, Nico había ido a hablar con su padre para exigirle respuestas; pero este no le dijo absolutamente nada, aludiendo que aquello era un asunto en el que él no tenía que entrometerse. Punto.
Fue entonces cuando Nico se enfadó con él; se enfadó de verdad. Y se largó de casa.
Siendo honesto consigo mismo, aunque le doliera admitirlo, su fuga no fue demasiado larga: menos de treinta horas antes de que lo encontraran. Sin embargo cuando los subordinados de su padre lo llevaron de regreso, este parecía en verdad preocupado y aliviado de verle. Entonces le ofreció un trato a Nico: toma y daca. Mentiras por verdades. Una paradoja, que, de cierta manera resultaba cruel y ridículamente justa.
Estar en un sitio que no quería. Hacer algo que, estaba seguro, luego le remordería la consciencia…
Seis meses de sacrificio a cambio de mitigar parte de su dolor no parecía algo excesivamente terrible; sin embargo, mientras estaba allí de pie frente a Percy, Nico tuvo la terrible certeza de que no iba a ser capaz de hacerlo. Las cosas entre ellos todavía dolían demasiado; y a pesar de la angustia, a pesar del rencor y la vergüenza, lo que sentía por él seguía siendo algo real. Un anhelo que no se extinguía por mucho que intentara aplacarlo.
¿Cómo podía ser tan estúpido?, se preguntó lleno de amarga autorecriminación.
Despacio, Nico dejó la fotografía de Thalia donde la había encontrado; cerrando la mano en un apretado puño al notar como esta le temblaba ligeramente. Se sentía el cuerpo trémulo, como si en vez de sangre una corriente eléctrica estuviera circulando por sus venas, aflojándolo por dentro. Controlándose lo mejor que pudo, Nico se tragó los nervios y miró a Percy a los ojos, consciente de que, como siempre, lo haría sentir incómodo por su atención.
—¿Quién sabe? —replicó mordaz cuando la tensión que se estaba generando entre ellos ya era casi insoportable—. Tal vez he venido por mí; porque estaba aburrido de estar en casa. O quizás solo esté obedeciendo las órdenes de mi padre. O puede que simplemente esté aquí por Bianca.
Sus palabras tuvieron de inmediato el efecto deseado. Percy abrió los ojos, asombrado y dolido, y Nico vio como estos pasaron del bonito verde mar que acostumbraban, a uno mucho más oscuro y peligroso; como si dentro del otro chico se estuviera fraguando una tormenta. Finalmente había conseguido lo que buscaba: Percy Jackson había perdido la paciencia con él.
Durante unos breves segundos, al percatarse de que este se le acercaba con aspecto amenazador, Nico temió que Percy fuera a golpearlo. No hubiera sido la primera vez que se pelearan; de hecho, años atrás, luego de la muerte de su hermana, ambos habían terminado liándose a puñetazos hasta que Annabeth logró separarlos. Sin embargo esa vez era diferente; él mismo era consciente de que el miedo que le aceleraba el corazón en ese momento provenía de una razón muy distinta: el tenerlo cerca.
A pesar de sentirse tentado a hacerlo, Nico no cerró los ojos porque hubiera sido una muestra de vulnerabilidad imperdonable; se limitó a contener el aliento y apretar fuertemente los puños hasta que el dolor de las uñas lacerando la suave piel de las palmas fue casi insoportable. Y esperó…
Percy se detuvo cuando apenas los separaban unos escasos cinco centímetros de distancia; el espacio justo para intimidarlo sin tener que llegar a tocarlo. Nico se debatía entre sentirse agradecido u odiarlo por eso.
Al tener al otro chico tan cerca, los cambios producidos en un año de no verse se le hicieron evidentes. Percy, pronto a cumplir dieciocho, seguía siendo unos considerables centímetros más alto que él, pero por primera vez en años Nico se dio cuenta de que la brecha entre ellos se estaba acortando; haciéndolo menos inalcanzable. Llevaba el negro cabello un poco más corto y, a pesar de seguir siendo más esbelto que musculoso, había perdido un poco el aire desgarbado de la adolescencia, por lo que parecía mayor. Sí, a su manera desaliñada e indiferente, tuvo que reconocer con doloroso rencor que Percy seguía siendo guapo; y, no por primera vez, Nico se preguntó cómo se vería él mismo a través de los ojos del otro chico. ¿Qué era lo que este veía cada vez que lo miraba?
Un ramalazo de culpa y vergüenza le coloraron de rosa las mejillas. Temeroso de que Percy pudiera darse cuenta de lo que estaba pensando, Nico frunció el ceño y retrocedió de golpe unos cuantos pasos para incrementar el espacio que los separaba a ambos. Las cejas del otro chico se alzaron en un gesto interrogativo ante lo brusco de su comportamiento, pero luego, como si hubiera comprendido el motivo de su nerviosismo y molestia, lo miró compungido y levantó ambas manos a modo de disculpa y defensa.
—Lo lamento, Nico —le dijo, compungido—. No tocar. No invadir tu espacio. Lo había olvidado.
El que aquella disculpa fuera sincera y que Percy se sintiera culpable por ello, provocó en Nico la sensación de estarse ahogando en sus propias mentiras. Pero no podía decirle la verdad. No en ese momento, probablemente nunca. Había tantas cosas dentro de su cabeza, de su corazón que deseaba explicar, y sin embargo ni siquiera él mismo distinguía a veces la fina línea que separaba aquellas medias mentiras de las medias verdades. Se callaba por miedo, por vergüenza; en algunas ocasiones incluso pensaba que lo hacía porque ya no sabía cómo expresarse con los demás.
Socialmente roto. Emocionalmente roto.
Lo peor de todo eso, comprendió Nico, era que sus problemas con Percy no habían hecho más que comenzar, y aquel enfrentamiento era el menor de ellos. A partir de ese momento, probablemente iba a tener que verlo a diario y no solo por órdenes de su padre, sino porque en un internado donde el número de alumnos era reducido, lo lógico era que terminaran encontrando frecuentemente. Tendría que acostumbrarse a verlo todos los días… con Annabeth.
¿Qué demonios se suponía que iba a hacer?
«Dame lo que necesito, Nico, y yo te daré las respuestas que quieres».
Las palabras que su padre le había dicho unos días atrás golpearon en su mente con fuerza, obligándolo a volver a la realidad; recordándole cruelmente que no estaba allí por voluntad propia y que poco o nada importaban sus sentimientos. Había ido a esa escuela porque tenía un trabajo que hacer, y si su padre quedaba satisfecho, él obtendría su recompensa. Y eso era lo que más deseaba, ¿no?
—Deberías marcharte —soltó finalmente Nico. La dureza que embargaba sus palabras lo sorprendió incluso a él mismo—. Los motivos que haya tenido para venir aquí son personales, Percy. No hay nada más que debas sabes. Y si mal no recuerdo, tú y yo no somos amigos. Nunca lo hemos sido.
En esa ocasión, la mirada del chico no mostraba ni atisbo de la rabia o el arrepentimiento antes manifestados. Cuando aquel par de ojos verdes volvieron a clavarse en él, Nico pudo ver reflejados en ellos lástima y tristeza; un déjà vu del horrible sentimiento que lo embargó cuando supo de la muerte de su hermana.
—En eso tienes razón —respondió.
Ya fuera porque Percy se percató del peligro inminente en el que se encontraba o simplemente porque ya no tenían nada más que decirse, sin perder más tiempo se volvió dándole la espalda para dirigirse hacia la puerta del cuarto y marcharse.
Antes de que Nico pudiera hacer o decir nada para detenerlo, el otro chico salió de su habitación dejándolo solo y frustrado.
¡Iba a matarlo!, decidió. ¡Lastimaría a Percy tanto como este siempre lo hería a él!
El deseo de gritar se abrió paso dentro de su pecho como un caudal, pero Nico lo contuvo dolorosamente en su garganta al recordar que en ese lugar no estaba solo. Bastante mala fama tenía ya solo por ser hijo de su padre, un hombre al que casi todos temían; si además comenzaba a comportarse como un loco, esos seis meses iban a ser lejos los peores de su vida.
El dolor que sintió recorrerle el cuerpo cuando su puño se estrelló violentamente contra la pared no sirvió para mitigar la desesperación que parecía estar quebrándolo por dentro, sin embargo le aclaró el cerebro lo suficiente para obligarlo a volver a respirar y difuminar poco a poco el rojo velo de rabia que parecía envolver todo a su alrededor.
Bianca y Percy. No importaba cuanto tiempo pasara ni lo mucho que se esforzara por superarlo, solo bastaba una palabra de aquellos labios para reabrir la herida y que su corazón siguiera sufriendo. Y no quería hacerlo más. No creía poder soportarlo más.
Tal vez si desapareciera, todo sería más fácil.
Sin siquiera desvestirse, Nico abrió la colcha y se metió en la cama hasta cubrirse por completo. Notaba la garganta oprimida y caliente a causa de las lágrimas que no había derramado; desde la muerte de Bianca, casi cuatro años atrás, no había llorado ni una sola vez.
Dolía, dolía de una forma horrible. Dolía como si su corazón se hubiera trizado en ínfimos pedazos y cada pequeña estilla se le clavara por dentro hasta entumecerlo en aquella agonía.
Nico se preguntó, como tantas otras veces, cuál sería el límite de lo que podía sufrir una persona antes de que esto la terminara destruyendo. Cuanto más tenía que sufrir antes de acabar completamente roto.
—Nico. Hey, Nico, ¡despierta!
Sintiendo el corazón golpeándole con fuerza contra las costillas, como si este quisiera abrirse paso fuera de su pecho y echar a correr, Nico abrió los ojos de golpe volviendo a la realidad.
No recordaba en qué momento se había quedado dormido pero supuso que ya era tarde. Durante horas había permanecido tumbando en la cama atormentado por pesadillas lucidas: la muerte de su madre; el haber perdido de manera tan horrible a Bianca; Percy y los sentimientos tan confusos que tenía por él. Lo más probable fuera que su mente agotada finalmente se hubiese rendido, cayendo sin remedio en el sopor del sueño. Y había soñado con Bianca.
Al notar el leve roce de una mano sujetando su hombro sobre la manta, Nico se encogió de forma instintiva, sintiendo la rigidez de sus músculos ante aquella invasión. No le gustaba que lo tocaran, mucho menos si no estaba preparado para ello. Jason, que supuso era quien lo había despertado, también pareció darse cuenta de su incomodidad por lo que se apartó.
—No has bajado a cenar, así que te ha traído algo de comida; aunque no es mucho —le dijo el chico—. Si te sientes mal, quizás deberías ir a la enfermería. Siempre hay alguien allí. ¿Quieres que te acompañe o le avise a alguien?
Durante unos instantes Jason siguió de pie junto a su cama, probablemente esperando una respuesta de su parte. Tragándose el ramalazo de culpabilidad que lo embargó, Nico se negó a dársela y permaneció inmóvil y silencioso bajo su escondite de oscuridad y mantas —un lugar donde se sentía seguro— hasta que comprendiendo su mudo mensaje el otro chico lo dejó en paz.
Durante más o menos la hora siguiente, y a pesar de intentarlo, fue incapaz de volverse a dormir. Los suaves sonidos de su compañero yendo de un lado a otro por la habitación —abriendo el armario, hojeando un libro, utilizando el móvil— lo distraían y perturbaban. Desde que decidió quedarse en casa, Nico se había acostumbrado a estar solo, por lo que tener que compartir cuarto y habituarse a la presencia constante de alguien más le estaba resultando agotador.
La oscuridad aplastante que pareció sumirlo todo de repente, acompañada a los pocos minutos del sonido amortiguado de los suaves ronquidos de Jason, fueron para él casi como una bendición.
Cansado del encierro, Nico finalmente decidió salir del revoltijo de mantas que era su cama. Se estremeció un poco al notar el brusco cambio de temperatura de lo que era su cálido nido con el gélido exterior, donde el invierno próximo ya se estaba haciendo notar, así que buscando a tientas dio con su chaqueta de cuero negro, que se había quitado en algún momento mientras dormía, y se la puso.
El leve aguijonazo del hambre le recordó que no había comido nada desde esa mañana durante el desayuno, el cual de todos modos se había limitado a picotear y revolver de un lado a otro mientras oía los consejos y las indicaciones que su padre le estaba dando sobre su estancia en la escuela. El plato que Jason le había traído descansaba sobre su mesita de noche cubierto por una servilleta: una manzana roja y un par de sándwiches de queso de los cuales Nico tomó una mitad que comenzó a mordisquear sin ganas; más por necesidad de ingerir algo que por verdaderas ganas.
La luz del exterior que se colaba a trasvés de las cortinas semicerradas dibujaba extrañas figuras a sus pies. En algunas ocasiones cuando era más pequeño y se despertaba en mitad de la noche por culpa de las pesadillas, solía jugar a imaginar historias para las sombras y las formas que iban mutando una y otra vez a medida que pasaban las horas y el sol iba saliendo hasta que finalmente se hacía de día y él ya no tenía miedo. Sin embargo en ese momento, mientras observaba las oscuras siluetas que se recortaban contra el piso, Nico se dio cuenta con pesar de que ya no tenía historias que inventar.
La presencia silenciosa de Jason e incluso su propia y deprimente compañía se le hicieron de repente insoportables. El reloj del cuarto marcaba que ya eran cerca de las once, momento en el que todos los estudiantes estarían obligados a irse a dormir. De hecho, si se concentraba y prestaba atención, podía oír el silencio que ya reinaba en los antes bulliciosos pasillos de la escuela.
¡Necesitaba despejarse!
Tomando una decisión precipitada, se calzó nuevamente las botas y se comió el resto del sándwich.
Al subirse la cremallera de la chaqueta, sintió como un aguijonazo que le recorriera el brazo el intenso dolor en su mano derecha. A pesar de la escasa iluminación que había en el cuarto, Nico podía notar claramente que parecía bastante inflamada y de un color sospechosamente oscuro.
Genial, pensó enfadado. Aquello era justo lo que necesitaba para que su primer día de clases fuera aún más desastroso si eso era posible. Ni siquiera iba a poder sujetar un lápiz o tomar sus propias notas.
Resignándose finalmente a su mala suerte, Nico abrió lo más despacio posible la puerta y se escabulló hacia el poco iluminado pasillo, cuyas débiles luces creaban una suave atmosfera que daba la sensación de caminar a través de un sueño. No tenía en mente ningún sitio en particular al que deseara ir —ni siquiera conocía la escuela—, sin embargo necesitaba estirar las piernas y despejar su cabeza lo suficiente antes de tener que enfrentarse a lo que le deparara el día siguiente.
Intentando memorizar lo mejor posible el camino que iba tomando para cuando decidiera regresar, Nico se aventuró hasta la primera planta del edificio dispuesto a salir a recorrer un poco el amplio terreno exterior que rodeaba la escuela. A su llegada solo había tenido tiempo de ver el gran número de árboles y vegetación que ocupaban el terreno y a los grupos de estudiantes que se encontraban aquí y allá pasando el rato antes de que Quirón fuera a recibirlo.
Acababa de llegar al primer piso y no había avanzado más de unos cuantos pasos hacia donde se encontraba la salida cuando oyó el ruido que provenía de una de las salas contiguas. El leve repiqueteo del cristal al romperse, una exclamación ahogada y la tenue luz que iluminaba el pasillo lo alertaron que no estaba tan solo como había creído en un principio.
La idea de cambiar sus planes y volver para encerrarse en su cuarto no le apetecía en lo absoluto, pero Nico no estaba dispuesto a que lo pillaran rompiendo las reglas —aunque lo hubiera hecho— en su primer día y que su padre recibiera una notificación por ello. Estaba a punto de volver sobre sus pasos lo más deprisa posible cuando el inconfundible ruido de alguien acercándose lo dejó congelado.
El tarareo de una tonta canción que Nico recordaba de su infancia fue lo primero que lo sacó de su estupor, no obstante antes de que pudiera salir corriendo escaleras arriba, el extraño apareció en su campo de visión y, dejando de cantar de golpe, se quedó mirándolo casi tan sorprendido como él.
Alivio y después enojo fue lo que Nico experimentó casi de inmediato al darse cuenta que quien lo había pillado era un chico solo un poco mayor que él. Era alto y delgado, con el abundante cabello rubio algo largo y ligeramente despeinado. Por efecto de la tenue luz que iluminaba los pasillos, Nico era incapaz de ver sus facciones pero durante una fracción de segundos tuvo la leve sensación de que el otro chico estaba sonriendo.
—¿Paseo nocturno? —le preguntó este. La diversión en su voz era evidente.
Si Nico hubiera sido el de siempre, se habría limitado a fruncir el ceño y obviar aquella pregunta con su habitual hostilidad antes de dirigirse nuevamente a su cuarto, recordándose a sí mismo que no debía importarle nada lo que el otro chico pensara de él. Pero estaba cansado; aquel día había sido infernalmente largo y sus emociones estaban hechas polvo, por lo cual no contaba con su habitual barrera de defensa. No era capaz de razonar bien. Y, además, el dolor de la mano lo estaba matando.
Haciendo uso del poco sentido común que le quedaba, Nico recordó lo que le había dicho Jason al despertarlo y preguntarle si se sentía bien. No era la mejor excusa que podría habérsele ocurrido, pero dadas las circunstancias y su condición, le parecía perfectamente válida.
—Creo… que tengo un problema —comenzó—. He sufrido un pequeño accidente —con una mueca de dolor que no tuvo que fingir, levantó un poco su mano hinchada y se la enseñó al chico—. ¿Dónde está la enfermería?
El muchacho hizo un sonido ahogado que Nico fue incapaz de identificar, aunque sospechaba que el otro estaba intentando ahogar una carcajada. ¡¿Se estaba riendo de él?!
Molesto, entrecerró los ojos, amenazante; pero antes de poder soltarle alguno de sus comentarios hirientes, el extraño chico se acercó poco a poco hacia él mientras le hablaba:
—Entonces estás de suerte, di Angelo. Acabas de toparte con el médico.
Aquello era ridículo, pensó Nico. ¡Si aquel chico no era más que uno o dos años mayor que él! ¡Era imposible que fuera el médico de la escuela! No obstante, antes de que pudiera hacérselo notar, cayó en la cuenta de que aquel desconocido acababa de llamarlo por su apellido aunque él no se había presentado; y cuando lo tuvo lo suficientemente cerca como para notar su amplia sonrisa y aquel par de alegres ojos azul claro, recordó cuando y como se habían conocido.
—Will Solace —gruño entre dientes al reconocerlo, ante lo que el otro sonrió aún más.
—¿Así que me recuerdas? ¡Genial! Después de todo, casi un año es mucho tiempo —respondió Will—. Pero venga, di Angelo; deja que me encargue de ti mientras me explicas porque has venido a esta escuela revolucionando a todo el mundo y como has terminado lesionándote la mano.
Sin poder oponer resistencia alguna, Nico sintió los dedos del otro chico rodear con total naturalidad su muñeca izquierda mientras este lo arrastraba con suave firmeza hacia la enfermería.
Aquel día terrible había terminado por convertirse finalmente en uno desastroso. Y mientras caminaba tras Will, recordando lo ocurrido durante su primer y único encuentro, Nico pensó que el chico estaba por completo equivocado: un año no era suficiente. El horror de lo ocurrido ese día seguía tan vivo como si hubiera sido ayer, y las pesadillas de Nico eran un claro recordatorio de eso.
Bueno, hola a todos/todas. Aquí estoy aportando un poquito a fandom. Espero el capítulo les haya gustado y cualquier duda, crítica o sugerencia es bien recibida.
Este fanfic está especialmente dedicado a MagicFaerie. Amiga mía, feliz cumple y perdona la demora de dos días, pero tú misma siempre me recuerdas que es mejor tarde que nunca, así que estamos a mano. Espero te haya gustado.
Y un agradecimiento especial para Uxua y su rapidez para encontrar mis enormes fallos. Gracias por hacer magia.
Nos leemos próximamente.
