I

The sun's starting to light up when we're walking home.

Tras un largo año de esclavitud en las Minas de Sal, Louis estaba acostumbrado a ser escoltado a todas partes encadenado y con el filo de una espada apuntando a su cuello. Gran parte de los esclavos recibían un trato similar – aunque quizá no contaban con la media docena de guardias extra que custodiaban a Louis cada día en su camino dentro y fuera de las minas. Algo de esperar siendo el asesino más famoso de todo el reino. Lo que no esperaría normalmente, sin embargo, era la figura encapuchada que caminaba a su lado aquellos momentos.

A pesar de sus esfuerzos y su afán de resistencia, el hombre no aflojó un solo milímetro la mano con la que tiraba de él a través del sinuoso edificio que daba cobijo a la mayoría de oficiales y capataces. El hombre le guió a través de interminables corredores, infinitas escaleras y dio mil vueltas hasta que Louis no tuvo la más ligera posibilidad de encontrar el camino de vuelta.

O al menos, esa era la intención de aquel extraño, porque Louis fue perfectamente consciente del momento en el que el desconocido le condujo bajo la misma escalera que acababan de subir hacía apenas unos minutos. O cuando trató de confundirle, zigzagueando entre niveles, a pesar de que el edificio estaba diseñado como una perfecta cuadrícula de vestíbulos y escaleras. Como si fuese a perder el rumbo tan fácilmente. Si aquel hombre no lo estuviera intentando con tanto empeño, Louis se habría sentido profundamente insultado.

La guardia se adentró en un pasillo particularmente largo donde el único sonido era el eco de sus pasos. Aunque aquel hombre era alto y estaba en buena forma, esos eran los únicos rasgos que podía adivinar de él, el resto de ellos concienzudamente ocultos bajo su capucha. Otra táctica para intimidarlo. Probablemente sus ropajes negros formaban parte de ella, también. Su cabeza se desplazó ligeramente en su dirección, y Louis esbozó una discreta sonrisa. El hombre miró de nuevo al frente, tirando de su brazo con más fuerza.

Halagador, supuso, incluso a pesar de no saber qué estaba ocurriendo o por qué había estado esperándole aquella mañana a la entrada de su pozo en la mina. Después de una jornada entera arrancando rocas de sal de las entrañas de la montaña, verle allí plantado con seis guardias no había mejorado su humor, precisamente.

Pero había alzado las orejas, sin embargo, cuando se había presentado ante su capataz como Niall Horan, Capitán de la Guardia Real. En un instante, una enorme grieta se había abierto a sus pies. Hacía tiempo que Louis no saboreaba el miedo – no se permitía saborear el miedo. Cada mañana, cuando se despertaba, repetía las cuatro mismas palabras: No voy a tener miedo. Durante un año aquellas palabras habían supuesto la diferencia entre seguir o hundirse, le habían impedido derrumbarse en la oscuridad de las minas. Pero no iba dejar que el capitán averiguara nada de eso.

Louis examinó la enguantada mano que sujetaba su hombro – el oscuro cuero hacía juego con la suciedad de su propia piel. Se ajustó su raída y vieja túnica con su mano libre y suprimió un suspiro. Con aquel estricto horario, que le obligaba a entrar a las minas antes del amanecer, y a salir después del crepúsculo, apenas veía la luz del sol, y por debajo de tanta porquería asomaba una piel mortalmente pálida. Era cierto que Louis había sido apuesto alguna vez. Increíblemente atractivo, incluso, si te fiabas de los murmullos en las esquinas de las tabernas, pero… bueno, eso ya no importaba demasiado, ¿no?

Giraron en otro vestíbulo, y Louis se entretuvo estudiando los delicados grabados forjados en la espada que portaba el desconocido. El centelleante pomo había sido modelado como un águila a medio vuelo. Al notar su mirada, el capitán descendió la mano hasta su dorada cabeza, y otra discreta sonrisa se extendió por los labios del chico.

"Os encontráis algo lejos de Londres, Capitán," comentó, aclarándose la garganta. "¿Habéis venido con el escuadrón que he oído partir hace un rato?" Una vez más, intentó asomarse a la profunda oscuridad que flotaba bajo su capucha, y una vez más, no vio nada más allá que eso. Sin embargo, sentía sus ojos clavados en él, juzgando, sopesando. Louis le devolvió la mirada. El Capitán de la guardia Real parecía un adversario interesante. Quizá mereciera algo de esfuerzo por su parte.

Por fin el hombre separó su mano de la espada. Los pliegues de su capa cayeron sobre el arma y Louis pudo contemplar el dorado dragón heráldico bordado en su túnica. El sello real.

"¿Qué interés tienes por el ejército inglés?" replicó él. Qué agradable era escuchar una voz tan fría y articulada como la suya, incluso proviniendo de un tipo bruto e insípido como él.

"Ninguno," contestó él, encogiéndose de hombros. El capitán dejó escapar un gruñido de irritación.

Oh, cómo le habría encantado ver su sangre derramada sobre el mármol. Ya había perdido los estribos una vez. Solo una, cuando su primer capataz escogió un mal día para presionarle más de la cuenta. Aún recordaba con todo detalle la euforia al sentir el pico atravesando su torso y la viscosidad de la sangre cubriendo sus manos y rostro. En menos de un segundo era perfectamente capaz de desarmar dos de aquellos guardias. ¿Opondría el Capitán más resistencia que su último capataz? Louis volvió a sonreír mientras contemplaba las opciones.

"No me mires así," le advirtió mientras su mano se deslizaba de nuevo hacia su espada. Louis contuvo la risa esta vez.

La cuadrilla atravesó un arco de puertas que Louis ya había visto hacía unos minutos. Si quisiera escapar, todo lo que tendría que hacer era girar a la izquierda en el siguiente cruce y bajar tres pisos de escaleras. Lo único que había logrado aquel empeño por desorientarle había sido familiarizarle con todo el edificio.

Idiotas.

"¿Dónde habéis dicho que vamos?" preguntó con tono inocente, apartando de su cara un mechón de pelo enmarañado. Al ver que no respondía, Louis tensó la mandíbula.

El eco en los pasillos era demasiado elevado para que Louis atacara sin alertar al edificio entero. No se había fijado dónde habían puesto las llaves de sus cadenas, y los seis guardias que los acompañaban no iban a rendirse sin berrear. Eso sin mencionar los grilletes a sus pies.

Se internaron en un pasillo iluminado con candelabros de hierro. Al otro lado de las ventanas alineadas en la pared, la noche había caído y los farolillos brillaban con tanta fuerza que apenas quedaba una sombra donde refugiarse. Desde el patio se oía el lento regreso de los esclavos hasta la deteriorada cabaña de madera donde dormían. Los gemidos de dolor y el tintineo metálico de las cadenas componían una melodía tan familiar como las monótonas canciones que los presos entonaban durante el día. El solo ocasional del látigo se sumaba a la sinfonía de brutalidad que Inglaterra había creado para sus más temidos criminales, pobres ciudadanos y últimas conquistas.

Si bien algunos de los prisioneros eran acusados de brujería –cosa improbable, teniendo en cuenta que hacía tiempo que toda la magia había desaparecido del reino – en aquellos tiempos llegaban cada vez más rebeldes a Doncaster. La mayoría extranjeros. Pero cuando Louis se acercaba pidiendo noticias del exterior, casi todos le devolvían una mirada perdida. Derrotados. Había días en los que se preguntaba si habría sido mejor para ellos una muerte rápida. O si habría sido mejor para él morir aquella noche que había sido traicionado y capturado, también.

Pero Louis tenía otras cosas más urgentes en las que pensar mientras avanzaban. ¿Habían decidido al fin colgarle en la horca? Su estómago se retorció con pesar. Al menos era lo suficientemente importante para requerir del mismísimo Capitán de la Guardia Real. ¿Pero por qué llevarle a aquel sitio en primer lugar?

Finalmente, se detuvieron ante unas puertas acristaladas de rojo y dorado tan gruesas que Louis no consiguió averiguar lo que esperaba al otro lado. El Capitán Horan alzó su barbilla a los dos guardias apostados a ambos lados de la puerta y éstos clavaron sus lanzas sobre el suelo a modo de saludo.

El puño del capitán se estrechó tanto que comenzó a doler. Tiró de Louis de un empujón, pero sus pies se negaban a moverse.

"¿Prefieres quedarte en las minas?" preguntó con un deje ligeramente divertido.

"Quizá si me informarais de qué va todo esto, no me sentiría tan inclinado a oponer resistencia."

"Lo averiguarás en seguida."

Sus palmas comenzaron a sudar. Estaba claro, iba a morir. Al fin había llegado su hora.

Las puertas se abrieron con un crujido para revelar una sala del trono. Una enorme araña de cristal con forma de parra ocupaba la mayor parte del techo, proyectando semillas con forma de diamante sobre las ventanas del ala oeste. Comparada con la miseria al otro lado de esas ventanas, semejante opulencia fue un golpe bajo.

"Aquí," gruñó el capitán, empujándola con su mano libre.

Louis se tambaleó, sus ásperos pies resbalando sobre la lisa superficie del suelo mientras se erguía. Cuando volvió la cabeza lo que vio fue otros seis soldados guardando sus espaldas.

Catorce guardias, más el capitán. El dorado emblema real bordado sobre el pecho de sus uniformes negros. Todos ellos eran miembros de la guardia personal de la Familia Real; soldados crueles y despiadados entrenados desde su nacimiento para proteger y matar. Louis tragó saliva y finalmente, contempló la sala.

En un trono de madera roja ornamentado se hallaba sentado un apuesto joven. Su corazón se detuvo mientras todos se agachaban.

Louis se encontraba frente al príncipe heredero de Inglaterra.

"Alteza," el capitán de la guardia se enderezó de una profusa reverencia y retiró su capucha, revelando una reluciente mata de pelo dorado. Definitivamente, la capucha había sido ideada para intimidarlo durante su pequeño paseo. Ha. Como si aquella clase de truco funcionara con él. Dejando a un lado su irritación, Louis no pudo evitar el asombro al ver su rostro. A pesar de su gesto firme y centrado, sus facciones eran suaves y afables, tenía los ojos de un intenso color azul y era imposible, sorprendente y exageradamente joven.

"¿Es él?" preguntó el príncipe de Inglaterra. Louis volvió la cabeza justo a tiempo de ver cómo el capitán asentía, y segundos después, sintió ambas miradas clavadas en él, esperando su reverencia. Al ver que Louis no mostraba signo alguno de querer moverse, Niall se removió inquieto, y el príncipe le lanzó una mirada incómoda antes de alzar su barbilla unos centímetros en el aire.

¿Inclinarse ante él? Si su destino era en efecto, la horca, desde luego no iba a pasar sus últimos suspiros arrastrándose ante nadie.

Unos pasos atronadores se alzaron detrás de él, y alguien le agarró por el cuello. Louis solo alcanzó vislumbrar un par de mejillas carmesís y un bigote rojizo antes de ser arrojado al frío mármol del suelo. El dolor se expandió por toda su cara, la luz nublándole la visión, y sus brazos gritaron de dolor mientras el nudo en sus manos evitaba que sus articulaciones se alineasen correctamente.

"Así es como debes saludar a tu futuro rey," le espetó un hombre enrojecido.

El asesino siseó, mostrando sus dientes mientras giraba la cabeza para ver al bastardo que se arrodillaba frente a él. Era casi tan alto como el capataz de su grupo en las minas, vestido de rojo y naranja a juego con su escaseante cabello. Sus ojos, de color obsidiana, brillaron mientras apretaba la garra que rodeaba su cuello. Si hubiera podido mover el brazo derecho apenas unos centímetros, podría haberle hecho perder el equilibrio y echar mano a su espada… Los grilletes se hundieron más en su estómago, y una furia incontenible tornó sus mejillas color escarlata.

Después de unos instantes que a Louis se le antojaron eternos, el príncipe heredero habló. "No termino de comprender por qué obligar a alguien a postrarse cuando el mero propósito del gesto es mostrar lealtad y respeto" sus palabras delataban un glorioso aburrimiento.

Louis trató de girar la vista hacia él, pero solo alcanzó a ver un par de botas de cuero negras contra el suelo blanco.

"Es evidente que vos me respetáis, Duque Perrington, pero considero innecesario que os empeñéis tanto en obligar a Louis Tomlinson a compartir vuestra opinión. Ambos sabemos de sobra que no siente ningún aprecio por mi familia. Quizá vuestra intención fuera humillarle," realizó una pausa, sopesando. "Pero creo que ya ha tenido más que suficiente," se detuvo otro instante. Después preguntó, "¿No tenéis una reunión con el tesorero de Doncaster? No me gustaría que llegarais tarde, especialmente cuando habéis recorrido todo este camino para reuniros con él."

Entendiendo cuando a uno le invitaban marcharse, su torturador gruñó y le liberó. Louis despegó la mejilla del mármol, pero permaneció tendido en el suelo hasta que éste se levantó y abandonó el salón. Si conseguía escapar, quizá diera caza a aquel tal duque Perrington para devolver el caluroso saludo que le había dispensado.

Conforme se alzaba en pie, Louis arrugó el gesto ante la huella de barro impresa sobre aquel suelo impecable y el chasquido metálico de sus grilletes resonando en el silencio de la sala. Pero había sido entrenado para ser un asesino desde que tenía ocho años, desde el día en el que el Rey de los Asesinos le había encontrado medio muerto en las orillas de un río helado y le había llevado a su fortaleza. No iba a sentirse humillado ante nada, y menos aún ante un poco de suciedad. Tragándose todo su orgullo, colocó un despeinado mechón de su flequillo y alzó la cabeza.

Sus ojos se encontraron con los del príncipe.

Harry Styles le sonreía. Era una sonrisa pulida, que apestaba a encanto cortesano. Espatarrado en su lujoso trono, sujetaba su barbilla con una mano, su corona centelleando en la suave luz. En su negro jubón, un ornamentado dragón heráldico ocupaba la mayor parte del pecho. Su capa roja caía grácilmente entorno a él y su trono.

Algo en sus ojos, extraordinariamente verdes – del color de las aguas de los países del sur – y la manera en que contrastaban con sus rizos castaños le detuvo. Era dolorosamente apuesto, y apenas llegaba a los veinte.

Los príncipes no podían ser apuestos. Eran llorones, mimados y estúpidos, Y éste en concreto… éste… Oh, que injusto por su parte ser de la realeza y tan apuesto al mismo tiempo.

Louis se removió en el sitio mientras éste sonreía, estudiándole a su vez.

"Creí haber pedido que le aseasen," se dirigió al capitán Horan, que dio un paso al frente. Por un momento había olvidado que había alguien más en la sala. Louis contempló con pesar los harapos que le envolvían y el polvo que cubría su piel. Que estado tan miserable para un joven de natural atractivo.

Louis poseía ese aura de seguridad que solo estaba destinado a aquellos que, desde temprana edad, habían disfrutado de todos los lujos y caprichos que hubiera podido imaginar. Sus profundos ojos azules destellaban una astucia que contrastaba con la ternura de su delicado rostro. Su cabello alborotado caía en forma de suaves ondas sobre su frente, otorgándole un aire juvenil que no tenía nada que ver con la majestuosidad que reflejaba su elegante porte. Y ahora se presentaba ante el príncipe Harry como poco más que una rata callejera. Sus mejillas se encendieron mientras escuchaba hablar al capitán. "No quería haceros esperar."

El príncipe negó con la cabeza al ver que se acercaba. "El baño puede esperar. Puedo ver su potencial." Harry se incorporó, sin separar sus ojos de Louis. "Creo que aún no he tenido el placer de presentarme. Pero como probablemente sabrás, soy Harry Styles, príncipe heredero de Inglaterra, quizá a estas alturas príncipe heredero de casi toda Europa."

Louis ignoró la repentina explosión de emociones que aquel nombre despertó en él.

"Y eres Louis Tomlinson. El mejor asesino de toda Inglaterra. Quizá el mejor asesino de toda Europa," Harry estudió la tensión en su cuerpo antes de alzar sus oscuras y acicaladas cejas. "No esperaba que fueras tan joven," dijo reposando los codos sobre sus piernas. "He escuchado historias fascinantes sobre ti. ¿Qué te parece Doncaster tras probar el lujo de la capital?"

Cerdo engreído.

"No podría ser más feliz," canturreó Louis clavando sus uñas sobre las palmas de las manos.

"Después de un año, pareces estar vivo. Más o menos. Me pregunto cómo es eso posible cuando la esperanza de vida media en estas minas no supera el mes."

"Todo un misterio, no cabe duda," Louis alzó una ceja y se ajustó las cadenas como si de aterciopelados guantes se tratasen.

El príncipe se volvió hacia el capitán. "Tiene carisma, ¿no te parece? Y no suena como un miembro de la plebe."

"¡Espero que no!" interrumpió Louis.

"Su alteza", le espetó Niall.

"¿Qué?" preguntó Louis.

"Te dirigirás a él como 'alteza.' "

Louis le dedicó una sonrisa burlona, y devolvió su atención al príncipe.

Para su sorpresa, Harry se echó a reír. "Tienes presente que sigues siendo un esclavo, ¿verdad? ¿O acaso tu sentencia no te ha enseñado nada?"

Si sus brazos no hubieran estado encadenados, los habría cruzado sobre el pecho. "No veo cómo trabajar en una mina puede enseñarte algo más allá de la utilidad de un pico."

"¿Y nunca has intentado escapar?"

Una lenta y retorcida sonrisa se extendió por sus labios. "Una vez."

El príncipe alzó las cejas y se volvió hacia el capitán Horan. "Nadie me informó de eso."

Louis alzó la vista por encima del hombro y observó a Niall, que dedicó a Harry una mirada arrepentida. "El capataz jefe me informó esta misma tarde del incidente. Tres meses-"

"Cuatro meses," interrumpió Louis.

"Cuatro meses," repitió Niall "después de su llegada, Tomlinson intentó huir."

Louis aguardó paciente al resto de la historia, pero al parecer, eso era todo lo que el capitán Horan tenía que decir. "¡Esa no es ni si quiera la mejor parte!" se quejó.

"¿Es que hay una mejor parte?" preguntó el príncipe, su expresión a medio camino entre molesta y divertida.

Niall le fulminó con la mirada antes de hablar. "No hay modo humano de escapar de Doncaster. Vuestro padre se aseguró que todos y cada uno de los centinelas eran capaces de abatir una ardilla a doscientos pasos. Intentar escapar es un suicidio."

"Pero tú sigues vivo," le dijo el príncipe.

La sonrisa de Louis se esfumó en cuanto el recuerdo acudió a su mente. "Sí."

"¿Qué ocurrió?"

Sus ojos se volvieron duros y fríos. "Salté."

"¿Esa es la única explicación que puedes dar sobre lo ocurrido?" demandó el capitán Horan. "Asesinó al capataz de su grupo y a veintitrés centinelas antes de ser atrapado. ¡Estaba a un centímetro del muro cuando los guardias le dejaron inconsciente!"

"¿Y?" dijo Harry.

Louis echaba humo. "¿Y? ¿Sabéis a qué distancia se encuentra la muralla de las minas?" Harry le correspondió con una mirada en blanco. Louis cerró los ojos y suspiró con dramatismo. "Trescientos sesenta y tres pies desde mi pozo. Mandé que alguien lo midiera."

"¿Y?" repitió Harry.

"Capitán Horan, ¿qué distancia suele recorrer cualquier esclavo que intenta escapar de las minas?"

"Tres pies," respondió él. "Los centinelas son capaces de abatir a un hombre de un disparo antes de que recorra tres pies."

El silencio del príncipe no fue la reacción que Louis había esperado obtener. "Sabías que era un suicidio," dijo al fin, todo rastro de la antigua diversión esfumado.

Quizá había sido mala idea sacar la muralla a colación. "Sí," dijo él.

"Pero no te mataron."

"Vuestro padre ordenó que me mantuviesen con vida el mayor tiempo posible – para disfrutar la miseria que Doncaster aporta en abundancia." Un escalofrío que no tenía nada que ver con la temperatura le recorrió el cuerpo de pies a cabeza. "En realidad, nunca tuve la intención de escapar." Las ganas de pegarle aumentaron en gran medida cuando vio aparecer aquel rastro de pena en sus ojos.

"¿Tienes muchas cicatrices?" preguntó el príncipe. Louis se encogió de hombros mientras él sonreía y descendía la tarima. "Date la vuelta, quiero ver tu espalda." Louis frunció el ceño pero obedeció a medida que el príncipe echaba a andar y Niall se acercaba hacia ellos. "Es imposible distinguir algo entre tanta suciedad," comentó, inspeccionando el rastro de piel que se dejaba ver entre los jirones de su camisa. Louis gruñó, y gruñó aún más alto ante su siguiente comentario. "¡Oh, por favor, que olor más terrible!"

"Cuando uno no tiene acceso a un baño y perfume, es difícil oler tan bien como vos, alteza."

El príncipe chasqueó la lengua y comenzó a rodearle lentamente. Niall, y el resto de guardias, los siguieron con la mirada sin separar la mano de la empuñadura de sus armas. Hacían bien. En menos de un segundo, Louis podía rodear al príncipe con los brazos y aplastar su tráquea con las esposas. Habría merecido la pena solo para ver la expresión en los ojos del capitán. Pero el príncipe continuó, ajeno la peligrosa distancia que los separaba. Quizá debería haberse sentirse insultado. "Por lo que veo," dijo "hay tres grandes cicatrices y quizá algunas más pequeñas. No es tan horrible como esperaba pero… bueno, las túnicas se encargarán de ocultarlo, supongo."

"¿Túnicas?" el príncipe estaba tan cerca que Louis pudo contemplar con gran detalle el fino bordado de su chaqueta. Y olía no a perfume, sino a hierro y caballos.

Harry sonrió. "Bonitos ojos. Quizá aún más si no estuvieras tan enfadado."

Tener al príncipe heredero, hijo del hombre que le había sentenciado a una lenta y miserable muerte, a su merced, hizo que su autocontrol se balanceara, bailando al borde de un precipicio.

"Exijo saberlo," comenzó, pero el capitán de la guardia le alejó del príncipe de un contundente empujón. "Oh, no pensaba matarlo, pedazo de bufón."

"Vigila esa lengua antes de que decida mandarte de vuelta a las minas," le advirtió el joven de ojos azules.

"Oh, dudo mucho que lo hicierais."

"¿Y qué te hace pensar eso?" replicó Niall.

Harry regresó al trono y se sentó, sus ojos verdes brillando como esmeraldas.

Louis paseó la mirada de un joven a otro y encuadró los hombros. "Porque hay algo que queréis de mí, algo que queréis con suficientes ganas como para venir aquí en persona. No soy idiota, aunque cometí la estupidez de dejar que me atraparan, y salta a la vista que habéis venido aquí en alguna especie de misión secreta. ¿Por qué otra razón ibais a abandonar la capital y aventuraros tan lejos? Todo este tiempo me habéis puesto a prueba para comprobar si estoy física y mentalmente cuerdo. Bueno, pues sé que aún no estoy loco y sigo en plena posesión de mis facultades, a pesar de lo que el accidente en la muralla pueda sugerir. Así que exijo que me digáis por qué estáis aquí, y qué servicios requerís de mí, si es que no estoy destinado a la horca."

Los dos jóvenes intercambiaron una mirada. Harry unió las yemas de sus dedos. "Tengo algo que proponerte."

Su pecho se oprimió. Nunca, ni siquiera en sus sueños más fantasiosos, había imaginado que pudiera presentársele la oportunidad de hablar con Harry Styles. Podía acabar con él tan fácilmente, arrancar aquella presuntuosa sonrisa de su cara… Podía destruir al rey justo como éste le había destruido a él.

Pero quizá su propuesta podría ayudarle a escapar. Si conseguía llegar al otro lado de la muralla, podría hacerlo. Correr y correr hasta desaparecer en las montañas y vivir en soledad con una alfombra de espinas de abeto y un manto de estrellas sobre su cabeza. Podía hacerlo, Solo necesitaba barrer la muralla. Había estado tan cerca una vez…

"Os escucho," fue todo lo que dijo.

Los ojos del príncipe brillaron con diversión ante su impetuosidad, pero se detuvieron algo más de lo debido en su cuerpo. Louis contuvo las ganas de peinar su cara con sus propias uñas por mirarle de aquella manera, sin embargo, el mero hecho de que se hubiera molestado si quiera en mirarle en aquel estado… Una lenta sonrisa se extendió por toda su cara.

Harry cruzó sus largas piernas. "Dejadnos a solas," ordenó a sus guardias, "Niall, permaneced donde estáis."

Louis se aproximó un par de pasos mientras los guardias abandonaban el salón y cerraban las puertas tras ellos. Un movimiento estúpido por su parte. No obstante, la expresión de Niall permanecía impasible. No podía creer de verdad que podía detenerle él solo si intentase escapar, ¿no? Louis irguió la espalda. ¿Qué estarían tramando para volverse tan irresponsables de pronto?

El príncipe soltó una carcajada. "¿No te parece imprudente ser tan descarado conmigo cuando es tu libertad la que está en juego?"

De todas las cosas que podía haber dicho, aquello era lo que Louis menos había esperado. "¿Mi libertad?" Al sonido de aquella palabra, su mente viajó a lejanas tierras de pinos nevados, acantilados bañados por el sol y océanos salpicados de espuma, tierras donde la luz se fundía con el verde aterciopelado de colinas y valles – tierras hacía tiempo olvidadas.

"Sí, tu libertad. Así que recomiendo encarecidamente, querido Louis, que vigiles tu arrogancia si no quieres acabar de nuevo en las minas." El príncipe descruzó las piernas. "Aunque quizá tu actitud nos resulte de alguna utilidad. No voy a fingir que el imperio de mi padre se construyó a base de confianza y entendimiento. Aunque eso ya lo sabes." Louis cerró los puños a la espera de que Harry continuase. Sus ojos se cruzaron, resueltos y sagaces. "A mi padre se le ha metido en la cabeza que necesita un Campeón."

A Louis le llevó un delicioso momento comprender lo que Harry le estaba diciendo. Cuando finalmente lo hizo, solo pudo alzar la cabeza hacia atrás y echarse a reír. "¿Vuestro padre quiere que yo sea su Campeón? ¿Qué–? Oh, ¡no me digáis que se las ha apañado para eliminar cada una de las nobles almas ahí fuera! ¡Debe quedar al menos algún galante caballero! ¡Un señor de coraje y corazón inquebrantables!"

"Cuidado con lo que dices," le advirtió Niall desde detrás.

"¿Y qué me decís de vos, eh?" dijo Louis, alzando las cejas hacia el capitán. ¡Oh, era tan divertido! ¡Él – campeón del rey! "¿Acaso no sois suficiente para nuestro amado rey?"

El capitán se llevó una mano a su espada. "Si te estuvieses quieto quizá te interesaría oír lo que su alteza tiene que deciros."

Louis se volvió hacia el príncipe. "¿Y bien?"

Harry se inclinó en su trono. "Mi padre necesita a alguien que asista al imperio – alguien que le ayude a abordar los casos difíciles."

"O sea que necesita un lacayo que le haga el trabajo sucio."

"Si quieres verlo así… supongo que sí," contestó el príncipe. "Su campeón mantendría a sus enemigos callados."

"Más callados que un muerto," repuso Louis con irónica dulzura.

Harry esbozó una sonrisa, pero su expresión permaneció inmutable. "Así es."

Trabajar para el rey de Inglaterra como su leal sirviente. Louis alzó la barbilla. Matar para él – convertirse en un colmillo en la boca de la bestia que ya había consumido más de la mitad de Europa. "¿Y si aceptara?"

"Entonces, después de seis años, el rey te concederá la libertad."

"¡Seis años!" exclamó Louis. Pero la palabra 'libertad' resonó en su mente una vez más.

"Si rechazas la propuesta," dijo Harry, adelantándose a su próxima pregunta, "permanecerás aquí en Doncaster." Sus ojos se endurecieron, y Louis tragó saliva. Y morirás aquí, eso no necesitaba añadirlo.

Seis años convertido en la sucia espada del rey… o acabar sus días en Doncaster.

"No obstante," añadió Harry, "la oferta tiene una pega." Louis controló la expresión de su cara mientras el príncipe jugueteaba con el anillo en su dedo. "El puesto no se te ha ofrecido a ti en concreto. Mi padre quiere divertirse un poco y va a celebrar una competición. Ha invitado a veintitrés miembros del consejo a patrocinar a un posible Campeón para entrenar en el palacio de cristal y competir finalmente en un duelo. En el caso de que ganases," comentó con una media sonrisa, "serías oficialmente el Asesino de Inglaterra."

Louis no le devolvió la sonrisa. "¿Quiénes, exactamente, serían mis contrincantes?"

Al ver su expresión, la sonrisa del príncipe se esfumó. "Ladrones, guerreros y asesinos de toda Inglaterra." Louis abrió la boca, pero él le interrumpió. "Si ganas, y demuestras ser hábil y digno de confianza, mi padre ha jurado liberarte. Y mientras seas su campeón, recibirás un considerable salario."

Louis apenas escuchó estas últimas palabras. ¡Una competición! Contra algún don nadie de Dios sabía dónde. ¡Y asesinos! "¿Qué otros asesinos?" quiso saber.

"Ninguno que haya oído antes. Ninguno tan famoso como tú. Lo que me recuerda… quizá quieras guardar tu identidad en privado…"

"¿Cómo?"

"Competir con un alias. Supongo que no sabrás lo que ocurrió tras el juicio."

"Es difícil enterarse de las últimas noticias cuando tu ocupación es ser esclavo en una mina de sal."

Harry soltó una carcajada y sacudió la cabeza. "Nadie sabe que Louis Tomlinson es solo un crío."

"¿Qué?" preguntó de nuevo, sintiendo como las mejillas se le encendían de modo violento. "¿Cómo es eso posible?" Debería haberse sentido aliviado de que hubieran decidido ocultar su identidad del resto del mundo, sin embargo…

"Has mantenido tu identidad en secreto durante todos los años que has estado correteando por ahí, matando a todo el mundo. Mi padre pensó que no sería… prudente anunciar a toda Europa quién eres en realidad. ¿Qué dirían nuestros enemigos si supieran que han sido vencidos por un simple jovenzuelo?"

"¿Así que me he dedicado a trabajar en este miserable lugar por un nombre y un título que ni siquiera me pertenece? ¿Quién cree todo el mundo que es el Asesino de Inglaterra?"

"No lo sé. Y tampoco me importa en absoluto. Pero sé que en su día eras el mejor, y que la gente aún susurra cuando mencionan tu nombre. Si estás dispuesto a luchar en mi honor, de ser mi Campeón mientras dure la competición, estoy dispuesto a asegurar que mi padre te libera después de cinco años."

Aunque intentaba ocultarlo, Louis se fijó en la tensión de su cuerpo. Harry quería que él aceptara. Y lo necesitaba con tanta desesperación que estaba dispuesto a negociar con él. En sus ojos apareció un brillo astuto. "¿A qué te refieres con eso de que 'en su día era el mejor'?"

"Llevas más de un año en Doncaster. ¿Quién sabe de lo que aún eres capaz?"

"Soy capaz de hacer grandes cosas, muchas gracias," replicó Louis.

"Eso aún queda por ver," dijo Harry. "Serás informado de los detalles del torneo cuando lleguemos a Londres."

"Dejando de lado lo mucho que os vais a divertir los nobles intercambiando apuestas, la competición parece innecesaria. ¿Por qué no me contratáis y en paz?"

"Como ya he dicho, antes debes demostrar que vales la pena."

Louis se cruzó de brazos y las cadenas tintinearon con fuerza por toda la sala. "Bueno, pues yo creo que ser el mejor asesino de Inglaterra excede cualquier prueba que necesitéis."

"Por supuesto" interrumpió Niall, sus ojos color zafiro reluciendo con un brillo peligroso. "Eso demuestra que eres un criminal, y que no deberíamos confiar en ti con lo que a los asuntos del rey respecta."

"Os doy mi palabra de…"

"No creo que el rey vaya a tomar en serio la palabra de un asesino."

"De acuerdo. Pero no entiendo por qué tengo que sufrir todo el entrenamiento y el torneo. O sea, es normal que esté un poco... desentrenado, pero… ¿qué otra cosas ibais a esperar cuando tengo que apañármelas con picos y rocas en este lugar?" Louis dirigió a Niall una mirada llena de rencor.

Harry frunció el ceño. "¿Así que no vas a aceptar la propuesta?"

"¡Por supuesto que lo voy a hacer!" espetó. "Me convertiré en vuestro estúpido Campeón si acordáis liberarme en tres años, no cinco."

"Cuatro."

"Está bien. Trato hecho. Quizá solo esté cambiando una forma de esclavitud por otra, pero no soy estúpido."

Podría recuperar la libertad. Su libertad.

"Con suerte tengas razón," contestó Harry. "Y con suerte estarás a la altura de tu reputación. Tengo intención de ganar y no estaré complacido si me dejas en ridículo."

"¿Qué ocurrirá si pierdo?"

El brillo de sus ojos desapareció a medida que hablaba. "Te enviarán de vuelta aquí, para cumplir con el resto de tu sentencia."

"Antes me tiro por cualquier ventana. Mirad lo que me ha hecho un año aquí. Imaginad lo que ocurrirá si regreso. Al segundo año estaré muerto."

"Entonces, más te vale no perder."

Louis alzó la cabeza. "Me parece una oferta justa."

"Ya lo creo que lo es," dijo Harry alzando una mano hacia Niall. "Llevadle a sus aposentos y aseadle. Partimos hacia Londres mañana temprano. No me decepciones, Tomlinson."

Era absurdo, por supuesto. ¿Cuánto iba a costarle eclipsar, dejar en evidencia y doblegar a sus competidores? Louis contuvo la sonrisa. Sabía que si lo hacía iba a abrir un claro de esperanza que llevaba cerrado demasiado tiempo. Y aun así, podría haber abrazado al príncipe y bailado con él.

Trató de pensar en música, en una marcha de celebración, pero solo logró invocar en su mente un solitario verso de uno de los apagados cantos de los presos de la mina, profundo y lento como la miel que se desliza de un jarrón. Y volver por fin a casa…

Apenas fue consciente cuando el Capitán Horan le sacó de allí, ni de los pasillos que dejaban atrás.

Por supuesto que iría, a Londres, a cualquier lugar, incluso a través de las mismísimas puertas del infierno, si aquello significaba la libertad.

Después de todo, por algo era el Asesino de Inglaterra.