Disclaimer:
Los personajes, trama y detalles originales de Saint Seiya son propiedad de Masami Kurumada y Shūkan Shōnen Jump (manga), Kōzō Morishita, Kazuhito Kikuchi y Toei Animation (anime).
Advertencias:
La clasificación indica temas que no son propiamente para menores o personas sensibles a asuntos relacionados con la violencia física, psicológica, o contenido de índole sexual en determinado momento, además de uso de lenguaje vulgar. Queda a discreción del lector el contenido.
Notas introductorias:
Esto es un fic, bordea entre el canon y el AU, y por el poder de los fics y el Deus ex Machina (recurso inventado por los griegos, me parece más que apropiado) he elegido quién está vivo y en qué condiciones. También me reservo el derecho de elegir qué material usar como base, así que de entrada advierto que hay elementos tanto del manga como del anime -clásico- y algunas OVAs, pero no todo en su conjunto (que sería imposible porque muchas cosas se contraponen).
Además, tengo en mente hacer cameos (cameos, no crossover) con otras populares series de los 80s y 90s, y hechos reales de la cultura popular, si un nombre por ahí les suena, no es del todo coincidencia.
Dedicatorias:
Para, por y con, la más mala influencia que conozco, Ellistriel. Con ella he desarrollado desde la trama y las subtramas, hasta los detalles de trasfondo y el diseño de los personajes complementarios.
Caray, uno ya no puede charlar sin acabar escribiendo un fic grandote.
Guerras Justas
Athena deberá enfrentar su propia humanidad, y la realidad de un mundo que ya no responde a las leyes de la antigüedad, darse cuenta de que los caballeros tal vez no puedan luchar a su lado.
Decisiones
—Me parece una banalidad, y considero innecesario recordarles que el deber de la Diosa no debe tomarse a la ligera.
Shura había sido el primero en hablar apenas el Patriarca terminó de explicar el motivo de la reunión, que no era otro que la marcha de Athena del Santuario.
Milo no podía recordar cuándo había sido la última vez que todos estuvieron reunidos en la sala de audiencias. Saga, durante su mandato como Patriarca, solía llamarlos con poca frecuencia, y difícilmente a más de dos a la vez. Atando cabos, no era del todo extraño si se ponía en consideración que podría ser descubierto, por lo que, conservar la ventaja numérica, era lo más prudente aún con su poder.
—Lo es— respondió Shion con tranquilidad, sentado en el trono, con la túnica y los rosarios, pero sin el casco—, aun así, es eso lo que nos ha permitido reconstruir el Santuario.
Aldebarán exhaló una bocanada de aire que se escuchó como un resoplido pesado con matiz de resignación.
—Con un gasto de estas proporciones— dijo el santo del toro tras un rato en el que quedaron en silencio nuevamente—, lo extraño sería que esos hombres no se cuestionaran si como responsable de los negocios de Mitsumasa Kido, está velando por sus intereses.
—La Acrópolis está en el límite de lo rescatable—agregó Shion—, y varias zonas están completamente destruidas, si deseamos que el Santuario continúe siendo adecuado para instruir aprendices, hay que asumir lo que sea necesario.
Todos asintieron.
—Esta es una situación irregular, no les sorprenda que las medidas sean irregulares.
Le miraron en silencio, con la expectativa que causaba Shion con su modo hablar, haciendo que, al menos los mayores, se preguntaran cómo no habían dudado sobre la identidad del Patriarca por trece años. Saga ni siquiera se había esforzado en cambiar su timbre y tono.
—Camus— llamó Shion, dirigiendo la mirada hacia él—, te pido que vayas con ella.
El santo de Acuario asintió en silencio.
—Shaka, Milo, ustedes también. Serán la escolta de Saori Kido.
Ninguno de los tres dijo palabra, el nombre que había recibido Athena por sus primeros años de vida era un tema que se evadía, y salvo por los santos de bronce que la habían devuelto al Santuario, nadie la llamaba de esa forma.
—Estoy seguro de que comprenden las implicaciones— agregó Shion entrecerrando los ojos.
—Sí—respondió Camus—. Pese a la naturaleza de nuestro interés en este asunto, no somos emisarios del Santuario.
Shion asintió.
—No hay ninguna ley que limite sus acciones con respecto a los asuntos que ella va a atender, así que toda decisión que tomen es enteramente su responsabilidad. La única encomienda inamovible es mantenerla a salvo.
—No puede ser de otra manera— afirmó Shaka.
—Hemos perdido grandes compañeros, hay armaduras sin portador, y muchos aprendices murieron. Los que quedamos, salvo por Mū, tenemos que atender esa situación.
Todos volvieron a asentir, y dando por terminada la reunión, se retiraron para hacer los preparativos de las tareas que tenían asignadas.
Por su parte, Shion se condujo hacia el recinto a su espalda, en donde Athena esperaba, pues se había mantenido apartada porque no quería que su presencia implicara una inmediata obediencia, esperaba que, en privado, los santos fueran honestos respecto a su opinión en el tema.
Así había sido ordenado y así había sucedido, Shion expuso el problema y, aunque poco se dijo, al menos todos estuvieron de acuerdo en que el Santuario no podría seguir siendo viable como tal si no se hacía lo pertinente para su reconstrucción. Por muchos años habían sido autosuficientes, sin embargo, la caída resultaba inminente tras tantas guerras.
En su camino, pasando al lado de la gran estatua de Athena destruida, se detuvo a mirar el cielo.
Recordó la noche en que Saga le dio alcance en el monte de las estrellas. Había visto algo parecido a lo que sucedía en esos momentos; las ruinas, la sensación de abandono, y al sentir en su corazón el puño de Saga, había asumido que ese era el desencadenante.
Sin embargo, también vio a Athena, pero no era la Athena Partnenos que portaba orgullosa su escudo y sostenía la victoria en la mano, era algo que no había visto antes, porque no llevaba armadura, ni espada, ni escudo, estaba vestida de oro y portaba joyas.
La imagen de su Diosa entregada al orgullo banal resultaba blasfema y, aunque no quería usarlo de excusa, tenía la impresión de que ese pensamiento confuso evitó que previera el golpe mortal de Géminis.
Sacudió la cabeza.
Quizás, la rebelión de Saga estaba predestinada después de todo, pues de no haber ocurrido de esa manera, Athena no habría recibido el nombre de Saori Kido, e incluso se habría perdido una generación de poderosos santos.
Llamó a la puerta, anunciando con Tatsumi Tokumaru su llegada.
Miró de soslayo los doseles que recubrían los dañados muros de piedra, los candiles que alumbraban el templo normalmente oscuro, la alfombra, la estancia de sofás blancos y la mesa en la que estaba servido un aromático té de jazmín, con su taza de porcelana pintada a mano.
Agachó la mirada, poniéndose de rodillas y tocando el suelo con su puño derecho. Ella le pidió enseguida que se incorporara.
—Está hecho— le dijo, accediendo a tomar el lugar que le ofrecía.
—¿Están molestos?
—No. Solo un poco desconcertados. Normalmente Athena no abandona el Santuario.
—¿Y qué es lo que opinas tú?
Shion la miró, atento a las facciones de su rostro, tan poco parecidas a las representaciones de los templos. Ni siquiera podía asociarla con su reencarnación pasada, aquella por la que peleo, por la que todos sus amigos murieron. Aún con que compartían bastantes similitudes, no había manera de que pudiera asegurar que se trataba de la misma persona.
Cerró los ojos, avergonzado por la comparación.
—No tengo una opinión al respecto.
La escuchó suspirar. Sabía que estaba mintiendo.
—Tiene que marcharse, mi Diosa. Pero no puedo permitir que marche sola, incluso si no es a la guerra, le pido, acepte la compañía que he elegido.
Ella asintió.
—Tatsumi.
El hombre respondió dando un par de pasos al frente. En los últimos meses se había acostumbrado a mantener cierta distancia, sobre todo cuando Shion entraba en la habitación. Aquel hombre le causaba recelo, y había algo en las circunstancias de su existencia misma que le resultaba antinatural, lo que alimentaba su animadversión. No obstante, había sido restituido en su cargo como regente de todo el Santuario, por lo mismo, se colocaba en una posición privilegiada ante la que no debía mostrar insolencia.
—¿Puedes hacerte cargo de los preparativos para nuestro viaje?
—¿Cuándo desea partir?
—A ser posible, esta noche, así llegaremos a Tokio por la mañana.
—Regresaré por usted, entonces.
—No es necesario, aguarda en el aeropuerto.
El mayordomo se inclinó levemente y dejó la habitación para guardar las posesiones más elementales que podría considerar el equipaje de mano.
En menos de una hora ya bajaba la inmensa escalinata con relativa facilidad mientras que dos soldados iban detrás de él llevando consigo un beliz de tamaño considerable. Dio una mirada rápida a la derecha, un grupo de hombres removían una pila de escombros, llevando lo que consideraban basura en carretas de madera.
Más al este, en la zona menos dañada, se habían acondicionado algunas de las construcciones funcionales para atender a los heridos, y otras para preparar los cadáveres antes de darles sepultura.
Las ceremonias fúnebres habían sido presididas por su señora, lo que había derivado en elogios y un aumento considerable en la moral de los supervivientes que se apostaban en el camino con las manos enlazadas y los rostros inclinados. No obstante, ella había mantenido el semblante apesadumbrado desde entonces.
De hecho, en su corazón, albergaba la sospecha de que ella quería ir a Tokio, no por la advertencia del director general de Kido Inc. de que algunos de los accionistas estaban considerando tomar acciones legales para quitarle lo que su abuelo había construido, sino porque le dolía el peso acumulado de las guerras y necesitaba respirar.
En eso se había convertido Saori Kido, en la escotilla por la que Athena respiraba.
Sacudió la cabeza. No quería pensar en eso. Era casi como una herejía.
La entrada a Rodorio, a las afueras del Santuario, estaba casi reconstruida, pero aún quedaba mucho trabajo por hacer.
A su paso, varias personas le saludaron respetuosamente. Su carácter regio e inflexible no era propicio para despertar simpatías, aunque le era reconocida la fría eficiencia con la que ejecutaba sus tareas y que, en nombre de la señorita Saori Kido, habían logrado la pronta recuperación de un sitio que subsistía de abastecer al Santuario y, en menor medida, turistas que buscaban algo menos llamativo que los complejos todo incluido establecidos cerca de las ruinas de la antigua ciudad.
Había pagado una pensión para guardar la limusina, ya que no había manera de que esta pudiese llegar hasta el templo principal. Ahí mismo, también tenía lo más parecido a una oficina, que constaba de una habitación con línea de teléfono y el apartado postal a donde llegaba la correspondencia dirigida a su señora.
—Hey, muchacho— llamó al nieto de la anciana dueña que bombeaba agua desde una fuente en el centro del patio. Él le miró atajándose el sol con una mano —. Cámbiate de ropa— ordenó —, me llevarás al aeropuerto, y después regresarás por la señorita Kido.
Él asintió sin mayor emoción, cerró la llave del grifo y se giró para hacer lo que se le decía.
Mientras tanto, Tatsumi entró en la pieza que tenía reservada encontrando dos nuevos sobres en la caja de buzón. Los revisó con el gesto severo, era otra carta del director general, que ya esperaba dadas las circunstancias tensas que se habían generado cuando, sin más, se hizo un retiro millonario para empezar los trabajos de reconstrucción. El otro sobre era una carta de la directora del Museo de Historia y Arte Occidental, estaba dirigida su señora, pero ella no estaba para perder el tiempo con detalles sin importancia, lo leería, si resultaba relevante se lo diría, si no, respondería en su nombre.
Usó el abrecartas y en el interior encontró justo lo que esperaba, una petición para la autorización de una exposición itinerante de las piezas griegas más importantes del periodo helenístico. Hacía mucho tiempo que él autorizaba o denegaba el préstamo de la colección del difunto Mitsumasa Kido, que era basta, por decir lo menos.
Decidió meterla en el portafolio junto con otros documentos que consideraba importantes, y teniendo todo en orden, salió de nuevo al patio, en donde ya estaba el muchacho, con un pantalón de vestir negro y una camisa blanca a la que abotonaba los puños.
Dio su aprobación al darse cuenta de que se había dado una ducha rápida, además, el pelo húmedo y normalmente revuelto estaba peinado hacia atrás.
Le alegraba haberlo encontrado, a él y a su abuela, necesitaba mantener contacto con el mundo de alguna manera y ambos hacían bien las labores, pero, sobre todo, eran discretos y no tenían el absurdo problema de los sirvientes del Santuario para comprender que Saori Kido y Athena eran la misma.
Se subió en el asiento del copiloto, quería asegurarse de que no habría incidentes con un poco experimentado conductor, especialmente tratándose de un auto tan largo. Al final, en general todo fue bien.
Yendo por un camino de gravilla, en el que aún quedaban algunos escombros de mayor tamaño que debían esquivar dejaron atrás el pequeño pueblo que se desvanecía en el horizonte. El sinuoso trayecto pronto desembocó en la carretera y, a partir de ahí, evitando pasar por el corredor turístico, llegaron al aeropuerto en poco tiempo.
—La señorita Kido deberá llegar cerca del anochecer— le dijo —, debes estar atento, y asegúrate de que la carrocería esté impecable.
El muchacho asintió y se devolvió por donde había llegado.
Tatsumi le miró con el gesto severo que le caracterizaba.
Nunca había tenido problemas para atender todo lo que su señora necesitara. En Japón, había una docena de sirvientes de la mayor confianza a su disposición, pero ahí no tenía demasiada gente para eso. Ese hombre, Shion, se había mostrado renuente a permitir la entrada al Santuario a desconocidos, y definitivamente no había considerado lo difícil que se había vuelto su trabajo.
Tenía que arreglarse con las compras, desde las más elementales, hasta tener ordenada la correspondencia y los diarios para el desayuno, sin olvidar el trabajo de lavandería. Lo peor era que tenía que bajar hasta el pueblo para cualquier cosa, porque todo lo que conformaba el Santuario no era más que un cúmulo inaudito de ruinas y arruinadas construcciones que, aún con su excelente condición, le tomaba al menos hora y media ir y venir.
Resopló con desanimo mientras se dirigía a las oficinas de aduana. Estaba totalmente seguro de que fueran quienes fueran a acompañarlos, iban a llevar las cajas de Pandora, y sacarlas de Grecia por ese medio era una tarea que se le antojaba imposible. Si no hubiera tenido necesidad de recargar combustible y hacer una revisión mecánica completa, habría dejado el avión a la entrada del Santuario, como la última vez.
Ya para cuando el sol se había ocultado, Tatsumi esperaba al pie de las escaleras de abordaje, y al ver la limusina acercarse, se apresuró para abrir la puerta. Milo de Escorpio bajó primero, y por el sutil movimiento de sus ojos, el mayordomo comprendió enseguida que se estaba asegurando de que no había nadie más que ellos y el personal que preparaba el vuelo.
Extendió la mano para ayudar a salir a su señora, y seguida a ella los otros dos elegidos para acompañarla.
Decir que ella corrió hacia las escaleras era exagerado, aunque no por eso menos falto de verdad, casi podía asegurar que escuchaba su corazón latiendo con fuerza y no se atrevía a suponer qué era lo que los tres hombres podían percibir, si ellos podrían comprender los sentimientos que la abrumaban por haber sido criada como una chica que no había conocido el dolor o la carencia y en tan solo unos años, una sucesión de eventos la habían arrastrado a un mar de penurias sinsentido que nadie podría soportar sin caer en la locura.
Los quince minutos que le tomó a Tatsumi coordinar el despegue con la torre de control, fueron los más largos que Saori Kido había sentido en toda su vida, y apenas sintió el movimiento de avance, la pesadez sobre sus hombros se vio aligerada. Pero aun podía ver la ciudad, aun veía las laderas y colinas que ocultaban el Santuario, y sentía, casi sobre ella, el cosmos de cada una de las personas que estaba dejando atrás.
Se aferró al asiento, con los ojos cerrados a medida que ganaban altitud hasta que, reuniendo la concentración suficiente, y la distancia necesaria para no distinguir nada más que el cielo nocturno, dejó de percibir todo aquello.
Entonces, por primera vez en mucho tiempo, Saori no se sintió como Athena, y suspiró.
Comentarios y aclaraciones:
No tengo mucho que agregar, salvo que es muy posible que esto vaya para largo, hay un mundo de posibilidades palpitando en esta trama ¿alguien tiene sospecha de para dónde va?
Ya sé que Saori no es un personaje muy amado en el fandom, pero me gustan los retos y el odio multitudinario, mientras tanto
¡Gracias por leer!
