Nota: Éste es mi primer longfic de El Legado, ojalá les guste! Por favor, dejen reviews para animarme a seguir escribiendo si les gusta :D

Disclaimer: Nada de El Legado me pertenece, no soy Christopher Paolini.


1

Libertad

Había tenido éxito.

Corría por las oscuras calles de la ciudad de Urû'baen, tratando de eludir a los soldados del rey, que la buscaban incesantemente. Estaba aterrada; el mismísimo Galbatorix podía capturarla y llevarla de regreso al castillo negro.

Respirando agitadamente, trató de salir de la ciudad tan rápido como podía mover sus piernas. Su espada colgaba de su cinturón y golpeaba su muslo mientras ella corría; también tenía el arco colgado a la espalda y un carcaj con flechas: la docena completa, por si acaso. Llevaba una pesada capa negra sobre los hombros y la capucha echada, cubriendo su cabeza y ocultando su rostro de la vista, pues no quería que nadie la reconociera.

Era tarde: el sol comenzaba a e esconderse detrás del horizonte, pero en aquel lugar siempre estaba oscuro, nunca se filtraba ni siquiera un tímido rayo de luz por entre las espesas nubes negras que ocupaban el cielo. "Esto va a ser difícil" pensó sin detenerse "Si las puertas están cerradas, no podré escapar y los soldados me capturarán y llevarán al castillo otra vez. Galbatorix me mataría si eso pasara".

Frente a ella, a unos trescientos metros, se encontraba la entrada de la ciudad, así que aceleró el paso. Sólo tenía que recorrer aquella corta distancia y sería libre…libre para siempre. Pero dos guardias la custodiaban, parados junto a las puertas, con sus caballos atados cerca. Desenvainó la espada y, moviéndose como una sombra, los mató en silencio, como la asesina profesional que era. Robó uno de los corceles, un hermoso y negro animal, cabalgó tan rápido como éste podía y atravesó la entrada de Urû'baen, alejándose de la ciudad.

Sonrió, aliviada, pues era libre de Galbatorix, sus órdenes y su crueldad. Había seguido los pasos de Murtagh, su viejo y querido amigo, quien había escapado del palacio siete meses antes que ella. Él era el hijo de Morzan, el amigo más cercano del rey y el traidor que había asesinado a muchos de los legendarios Jinetes de Dragón el año de su caída, y todos lo juzgaban sólo por ello. Pero él no era su padre…era amable, de buen corazón y el único amigo que tenía. Se entristeció un poco al recordar los buenos momentos que habían pasado juntos en el castillo de niños durante su infancia. Luego de su repentina desaparición, ella había abandonado sus esperanzas de escapar, pues no se creía capaz de hacerlo sola y sin su ayuda, pero aún así lo había intentado.

Las memorias aparecieron frente a sus ojos de repente, haciéndole revivir el pasado.

Habían pasado unos meses desde la huida de Murtagh, y ella había decidido escapar también, pero los soldados la habían capturado y llevado de regreso al castillo negro, frente al rey. Allí, Galbatorix gritó:

¡Tú, niña estúpida! ¿Pensaste que podrías escapar como tu querido amiguito?—preguntó, susurrando en su oído con la voz cargada de veneno.

No respondió, ni siquiera movió un músculo. Permaneció inmóvil, arrodillada ante él y con aspecto orgulloso, como siempre intentaba tener en su presencia.

¡Respóndeme!—rugió y la golpeó en la cabeza con la mano—. No escaparás, mi pequeña flor, ya te lo he dicho. ¿Ahora entiendes?—inquirió.

Lo ignoró completamente, clavando los ojos en el suelo y respirando profundamente para calmarse. Esto lo enfureció aún más y atacó su mente con su poder, haciéndola chillar de dolor. Ésa era su forma de torturar y castigar a quienes lo desafiaban, que no eran muchos. Sentía como si una daga se estuviera clavando en sus pensamientos, e hizo una mueca, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. La presión disminuyó sólo un poco, pero aumentó otra vez, hasta que ella gruñó:

Sí, mi rey.

El dolor cesó y él sonrió, mientras continuaba arrodillada y temblando a sus pies.

Bien—dijo—, pero debes ser castigada ¡Ustedes!—llamó a un pequeño grupo de soldados—. Hagan lo que quieran con ella, pero no la maten…es útil—ordenó.

Ellos la encerraron en una fría celda de piedra durante una semana y, a pedido de Galbatorix, la torturaron, usando el látigo y hierros al rojo vivo con la marca del rey. Estaba indefensa, además de completamente sola, así que fueron los peores días de su vida, pero sobrevivió y la liberaron luego de siete largas jornadas. Su espalda quedó cubierta por miles de cicatrices, y un sanador tuvo que curarla en secreto para evitar su probable muerte.

Ariana sacudió la cabeza, intentando alejar esos pensamientos oscuros y dejar de recordar su pasado…no quería sufrir en ese momento. Lo cierto es que era libre, sí, pero no sabía a dónde ir para no ser descubierta por el rey. Antes que nada, necesitaba provisiones para el viaje, pues no había recogido nada con el frenesí de su huida, así que se vio obligada a detenerse en un pequeño pueblo a unos kilómetros de la capital.

— ¿A dónde iré?—se preguntó a sí misma, cabalgando de nuevo—. Tal vez podría ir a Teirm, pero debo mantenerme lejos de Gil'ead.

En esa ciudad vivía Durza, el Sombra, sirviente de Galbatorix y uno de los demonios más malignos que alguna vez habían caminado por Alagaësia. La conocía, pues la había visto varias veces en el castillo, así que no podía dejar que se le acercara. Había pasado la mayor parte de su vida allí, donde el rey y su dragón negro, Shruikan, la entrenaban. Había llegado cuando tenía seis años, pero nunca nadie le había contado la historia entera de su vida, así que conocía muy pocas cosas sobre ella misma o sobre su familia.

Había crecido en el palacio, con la única compañía de Murtagh, hasta cumplir los diez años, cuando Galbatorix comenzó a entrenarla en el manejo de la espada y el tiro con arco e incluso algo de magia. Estaba muy interesado en ella, pues tenía talento, era rápida y de movimientos ágiles. Su entrenamiento duró cinco años, hasta que cumplió quince y la envió en su primera misión, que consistía en matar a alguien que, aparentemente, ayudaba a los vardenos en secreto, y la cumplió. Ésa fue la primera vez que se llevó una vida, pero la sucedieron muchas otras. Se convirtió en su Mano Negra, era temida en todo el Imperio por los enemigos del rey. No sabía a cuántos hombres había asesinado…había perdido la cuenta, pero era su trabajo y debía hacerlo. Murtagh lo sabía, pero no la juzgaba por ello pues sabía que no era malvada. La situación se repitió hasta que cumplió diecisiete años y él escapó.

De nuevo, las imágenes pasaron frente a sus ojos.

Era casi una mujer, y él le había ordenado ir hacia un pueblo llamado Carvahall, donde se rumoreaba algo sobre un nuevo Jinete de Dragón, en compañía de los Ra'zac, pero se negó.

¡No iré!—gritó, apretando los puños y mirando al rey con ira.

¿Me estás desafiando, niña?—preguntó con fingida calma, pero sabía que su sangre hervía.

¡No lo haré! ¡Estoy cansada de esto!—chilló.

¿Crees que puedes decidir? ¡Es una orden!—rugió, fuera de sí.

Los Ra'zac pueden hacerlo solos, no me necesitan—replicó.

¡¿Me estás desobedeciendo, Ariana?—Se sorprendió, pues rara vez usaba su nombre.

El desafío le hizo pasar tres semanas en una celda, viviendo a base de pan y agua. Desde ese momento, comenzó a odiar al Imperio con toda su alma.

Pestañeó para despejarse y detener los recuerdos; necesitaba concentrarse en el presente. "Debo dejar de hacer esto" se dijo.

Se detuvo en Dras-Leona, aunque sabía que era peligroso entrar en esa ciudad. Rentó una habitación en "El Globo de Oro", una horrenda posada repleta de hombres borrachos que intentaban cortejarla con sus berridos incomprensibles. Comió su cena apartada del resto de las personas del lugar, pero no tocó la cerveza, por más que el posadero insistió en que bebiera con él y los demás; la odiaba. Era bien entrada la noche cuando se dirigió a su cuarto, y estaba agotada. Le había llevado casi tres semanas llegar allí, y el viaje había sido terrible, pues se había tenido que enfrentar a algunos grupos de soldados varias veces.

Miró su reflejo en el destrozado espejo que colgaba de la pared, apenas visible en la oscuridad, interrumpida por un fino rayo de luna que entraba por la ventana. Era alta, delgada, de largo y lacio cabello negro azabache y facciones ligeramente angulosas. Lo realmente impresionante eran sus ojos: uno era de color azul hielo, el derecho, pero el otro era oscuro, casi completamente negro. Para ocultar su identidad, pues se rumoreaba que la Mano Negra de Galbatorix era zarca, había dejado caer su cabello sobre el ojo derecho para ocultar el hecho de que eran diferentes, aunque normalmente usaba una fina tira de cuero para sujetarlo hacia atrás. En ese momento, llevaba un largo vestido negro que estaba tan rasgado que dejaba completamente al descubierto su bota derecha, pero no le apetecía cambiarlo. Tenía un ancho cinturón alrededor de la cadera, de donde colgaba su espada, y el arco y el carcaj de flechas estaban encastrados en su espalda.

Se sentó en la cama, observando la luna plateada que brillaba en el cielo. No sabía a dónde ir a continuación, y el rey la buscaba, así que no podía permanecer en un lugar más que unos pocos días, y Dras—Leona no era la excepción. Estaba intentando encontrar a Murtagh, pero estaba desaparecido y no tenía idea de en dónde podía estar y no podía arriesgarse demasiado. También quería dejar su pasado atrás, comenzar una nueva vida y dejar de ser la Mano Negra del rey. Solamente tenía diecisiete años, y ya era una asesina…Se recostó, apoyando la cabeza en la almohada, cerró los ojos y trató de dormir, ignorando los insectos que evidentemente se movían dentro de la cama para no vomitar.

Despertó con un rayo de sol cayendo sobre su rostro, calentando su pálida mejilla. Se desperezó, sentándose y mirando por la ventana hacia el cielo. Ese día dejaba Dras-Leona para seguir buscando a su amigo perdido, al único que tenía y que conseguía entenderla mejor que nadie en el mundo.