Unos tímidos rayos de luz empiezan a entrar a través de las cortinas. No quieres a abrir los ojos, hacerlo implica ser consciente de que queda un día menos. Extiendes el brazo esperando encontrar el contacto con otra piel que no es la tuya.

No hay nada.

El pánico inunda tu mente mientras una leve taquicardia se apodera de ti. ¿Lo has perdido ya?

Te levantas con esfuerzo, las piernas te tiemblan y no es por el frío. Te pones su camisa deseando que no sea eso lo último que sientas de él.

Como un gato de tejado en tejado, miras cautelosa por la ventana. El sol brillará hoy en París, a él le encantará. Vuelves a la realidad.

Vas a huir intentando encontrarlo pero te detiene el delicioso aroma colombiano que llega desde la pequeña cocina.

Una rendija minúscula te devuelve el aliento. Ahí está, no se ha afeitado en 3 ó 4 días. Así es como te gusta.

Te acercas despacio, él no te oye. Nunca lo hace. Siempre fuiste silenciosa como una bailarina de Degas.

El contacto con tu piel le eriza la piel de la nuca. Lo besas.

"Ven" te dice mientras sostiene tu cara entre sus manos. Y te besa con los ojos antes de hacerlo con sus labios, su lengua. Para casi en seco cuando entrabas de nuevo en calor.

"Eres el boceto de lo que nunca tendremos" te dice.

Sabes que lleva razón. Callas y sigues a lo tuyo. Te encanta su cara cuando jugueteas con él.

Nuevamente el café es lo único que os alimenta, al menos lo que no ha quedado olvidado sobre la encimera. Nada más podría haceos perder el tiempo.

Pasáis los días arañándole horas al reloj. Anhelando que esa no se la última vez que pronuncias su nombre entre gemidos. Que bien suena Ronald de tus labios y tu voz ahumada, piensa él.

En veinticuatro horas el calendario de King Cross marcará sin compasión el día 1 de septiembre como cinco veces antes lo ha hecho ya. Todo terminará. Sin tregua más que la que está acabando en este instante.

Porque ambos lo sabéis. Él lo sabe. Tú eres negro, él el blanco.

El gris no cabe en otro sitio más que el cielo de una guerra qué pronto dejará sus primeras lluvias.

Dejas de pensar. No puedes hacerlo mientras recorre tu cuerpo con sus manos. Ni cuando te mira a los ojos mientras juega contigo. Le sonríes.

Hace mucho que tus dedos se han perdido en su pelo.

Porque no puede haber nada mejor que el aliento del otro en tu cuello al compás que os mezcláis como la pintura naranja y verde sobre un lienzo en blanco.

Ahí está él, el que se suponía insignificante y secundario, haciendo que tu espalda dibuje un arco en las sabanas verdes que tanto le fastidiaron el primer día. Y tú castigándole como le gusta con tus uñas.

El acto termina con sus brazo a tu alrededor sus labios entre tus dientes. Aun tiemblas, los dos lo hacéis.

De nuevo te mira como solo lo ha hecho contigo y la miel de tus ojos se derrite.

"Te quiero"

No contestas. No puedes hacerlo.

Se levanta y se viste. Nunca supiste ni te importó saber si es más letal el león o la serpiente, ellos nunca tuvieron que jugar a la indiferencia.

No se va a escapar, solo intentas retrasarlo. La puerta se abre.

"Espero verte de gris Ronald". Tú ya estás detrás suya.

Se da la vuelta.

"Te quiero"

El último beso. Fin.