Imi loko ka 'uhane
Buscar en el alma


Le dije que estaba perdido en este mundo y sonrió, porque ella también lo estaba, todos estábamos perdidos de alguna manera, pero no nos importó; en el caos nos habíamos encontrado.
- Atticus.


Lilo
Perdidos


Mary Ann levantó el teléfono. Y se arrepintió. Las lágrimas llenaron sus ojos pero se negaron a caer.

—¿Qué sucede, Mary? —dudó Keikipi—. ¿Mare?

—Era el capitán Hookano del departamento de policía de Honolulu. —La voz de ella temblaba en acre desconsuelo—. Tenemos que volver a Hawai'i,Kipi…

El hurón se irguió en todo su largo. Habían pasado años desde la última vez que Mary lo llamó de ese modo.

—¿Qué pasó? —preguntó.

—Papá murió.

Las palabras eran como arena en su garganta.

«Es la tragedia de los McGarrett», pensó ella, «Se nos escapa el tiempo sin que lo notemos».

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—Es el haole —dijo Tama, clavando las garras en su hombro para puntuar cada palabra.

Chin levantó la mirada de la mesa sintiendo el hueco de su estómago arrastrar todos los demás pensamientos mientras intentaba recordar por qué había sido una buena idea salir a beber esa noche. Mañana tenía que volver al trabajo y no podía permitirse el lujo de embriagarse como quisiera. Su jefe había tenido el buen gesto de dejarle la tarde libre mientras la tierra volvía sobre su eje pero no duraría para siempre esa gentileza inesperada. Él sabía que Chin había tenido un duro golpe. Y además no podía creer, todavía, que John McGarrett llevaba horas muerto.

En otro tiempo habría pensado en el hombre como invencible. Moira se había extinguido en polvo dorado.

«Es lo que dicen, ¿no? Polvo eres y al polvo volverás.»

—¿Quién es qué? —preguntó, tardíamente.

—El policía que asignaron al caso de John, el que nos dijeron —murmuró Tama y su voz no filtraba ni el dolor ni la angustia ni la decepción. Chin buscó en la multitud—. Es el haole que llegó hace seis meses a HPD

La amargura que había sentido desde que descubrió esa noticia volvió a golpearlo con toda su intensidad. En oleadas salvajes, se sintió defraudado.

Si Chin Ho hubiese estado en el departamento de policía de Honolulu, no habría dejado que un recién llegado tomase el caso de su amigo y compañero. No habría permitido que el departamento asignase a un desconocido a algo tan importante. Él habría querido que el caso se resuelva. Quería que ese caso se resolviese y que John tuviese justicia.

Pero él no formaba parte de ese mundo. No desde hacía tres años.

—¿Cuz? Sabía que te encontraría aquí—dijo Kono. Sus ojos siguieron la línea de la mirada de Chin pero se extraviaron en medio del rumbo y jamás llegaron a destino. Lo que hubiese estado mirando Chin Ho ya se había ido—. Supe lo que pasó… ¿Cómo estás?

Ella se sentó frente a él con un gesto suave, tan suave que él sentía su calidez y no una ofensa.

No dejaba de asombrarse, aún después de tantos años, la fortaleza que había en Kono y su convicción para apoyar lo que creía correcto. Le había cerrado puertas a ella. Se había esforzado en la academia de policía, pese a las miradas de todos, y sería una gran oficial si tuviera la oportunidad… Pero él sospechaba que jamás le darían la oportunidad. Quisieran reconocerlo o no, Kono había perdido el privilegio de la duda desde que le dio la espalda a la familia… por él.

Tomó la mano que ella la ofrecía y le dio un apretón. A veces, muchas veces, se preguntaba si ella de verdad tendría que pagar por el precio de su silencio.

—Estoy bien.

Kono sabía que mentía pero sonrió de todos modos. Zeke se acomodó en regazo, extrañamente silencioso. Era la señal más grande de respeto que podía pedir viniendo de la nutria y él lo agradeció.

—Era tu amigo. Está bien que me digas que estás enfadado y que fue una pregunta estúpida —dijo Kono. Hizo énfasis moviendo sus hombros.

Absorbió las palabras.

—Hacía tiempo que no hablaba con él —comentó Chin, rompiendo la súbita quietud. La culpa se enlazó con la pena y le dejaron un sabor agrio a las palabras—. Hacía tiempo que no lo veía. No es que no haya tratado… simplemente… John estaba detrás de algo.

Zeke movió la cabeza en un eco del gesto de Kono.

—¿Detrás de algo?

Chin sacudió el pensamiento. El dolor apretó espinas alrededor de su corazón.

. No sé lo que era, no imagino lo que podría ser- Pero estaba persiguiendo algo. Y ahora no puedo dejar de pensar que murió por ello.

No podía dejar de pensar que no tendría justicia. Que la séptima, en el departamento de policía de Honolulu, otra vez, lo estaba decepcionando.

—¿Has hablado con la familia? —preguntó Kono.

—No. Su hijo está en la Marina y su hija vive en el continente pero John no hablaba mucho con ellos. Les habrán informado desde el departamento como es el protocolo… yo-

Debería haber sido él. Debería poder ayudar a los McGarrett.

Por John.

Chin Ho nunca se arrepintió tanto de haber dejado su placa como en ese momento. Tama graznó en su hombro.

.


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Se restregó los ojos. Vach lo miró fijamente.

—¿Qué pasa?

Danny se quedó anclado en los ojos de su daimonion pero ella no le respondió.

En las manos todavía sostenía el archivo que le había entregado su capitán y sus dedos se estancaron en el rostro del hombre en la fotografía.

—Si tienes algo que decir, Vach…

Era tan hilarante que siempre tuviese que forzarla a expresarse.

Danny no podía cansarse jamás de escucharla y vagamente solía preguntarse si apreciar la voz de su daimonion calificaba como vanidad. Probablemente lo sería, si Vach hablase más.

—Este caso… —Empezó ella, pero rápidamente se quedó en silencio, armando el pensamiento.

Danny volvió su atención al archivo.

Su trabajo le había enseñado que las imágenes podían hablar pero en el rostro de John McGarrett no había otra cosa que orgullo. Era de rasgos duros, postura firme de quien se levanta con la cabeza en alto pero... lejana su mirada. Su daimonion emitía una sensación igualmente desoladora. Soledad, quizá. Danny podía simpatizar con una vida dedicada al trabajo y la ausencia de una familia en el hogar, si la poca información sobre los hijos [S. J. McGarrett, 33 y M. McGarrett, 29] era indicativo de la distancia.

Una de las razones para mudarse a Hawái era evitar la distancia con su hija.

Literal y metafóricamente.

—Ya sabes porque nos están asignando este caso, ¿no? —preguntó Vach, rompiendo el silencio y la inquietud de sus pensamientos al mismo tiempo—. No esperan que lo resolvamos.

La certeza trepó por su columna y no dejó su mente ni cuando cerró la carpeta y la dejó sobre su escritorio. La insignia de la policía de Hawái, oro opaco, y su arma quedaron debajo del dossier. La investigación en el caso McGarrett debería involucrar a más personal del departamento, en teoría al menos. Pero él no podía dejar de pensar en el poco interés que habían mostrado los demás oficiales ante lo sucedido, la apatía que había encontrado en los hombres y daimonions que poblaban el recinto.

Danny tardó un minuto en decidirse a hacer la llamada. Meka le daría, con suerte, un poco de información. Y se la daría sin coacción, afortunadamente.

Después de llegar a Hawái sin más apoyo que el de Grace y Bali (y Stan y Onora, hasta cierto punto), no había esperado- Bueno, ciertamente no había esperado calidez ni alegría, no era un ambiente que predominaba en la policía, pero él jamás había esperado sentirse tan… enajenado. Sí, era la palabra correcta. Tenía la sensación que podría haber muerto y a nadie le habría importado que…

Sí.

No era un fan del departamento de policía de la isla de Oahu. Tampoco ellos lo querían.

Fue un mensaje claro el de HPD, desde el principio. Danny lo entendió a la primera.

«No eres bienvenido, forastero. No desperdiciaremos recursos contigo. No eres de los nuestros».

Meka había sido el primero, quizá el único en toda la séptima, que había mostrado un rostro más amable tras el ajuste inicial. Aún cuando Danny no lo había merecido del todo. Especialmente después de que Danny no lo había merecido.

Los chacales son agresivos cuando se sienten amenazados. En Hawái se sentía inmensamente solo.

—Lo que pasa con McGarrett es que se peleó con todo el departamento cuando su último compañero fue acusado de corrupción —le dijo Meka en la tranquilidad del bar en el que solían reunirse fuera del trabajo. Se relajaban sus hombros y sonreía con facilidad y Danny estaba tan malditamente agradecido por su bondad y la de su cigüeñuela que lamentaba que no pudiesen seguir siendo compañeros en la policía.

Pero eran amigos. Y era más que suficiente.

—¿Era corrupto? —preguntó, en voz baja. Había tenido sus propios roces con policías corruptos y el recuerdo todavía era espinoso. Vach inhaló profundamente.

—No lo sé. No lo habría creído de Kelly, ¿sabes? Estuvo quince años en la fuerza y siempre pareció uno de los buenos.

Danny miró el contenido de su vaso y luego a Meka.

Había algo en la historia que estaba haciendo ruido en el fondo de su mente y no era que las apariencias eran engañosas. Rick Peterson había sido su ejemplo a seguir durante mucho tiempo y Danny había visto lo que era capaz de primera mano. Vach se irguió en su lugar y miró con interés.

—¿Lo condenaron?

Meka sacudió la cabeza.

—Públicamente. Renunció un tiempo después que empezase el rumor.

Danny apretó los labios antes de dar un sorbo a su cerveza. Era la falta de pruebas lo que estaba haciendo ruido en el borde de su conciencia.

—¿Qué pasó con «inocente hasta que se demuestre lo contrario»? —dudó. Quizá fue retórica pero su legitimidad era completa.

Meka se encogió de hombros, aparentemente sin palabras. Luego se inclinó hacia adelante, bajando la voz, dejando que los ruidos se diluyesen en el fondo. Su daimonion se puso rígido y Danny parpadeó ante la inmediata tensión que había en los hombros de Meka.

—A veces callan cuando deben hablar, Dan. Incluso en la policía. Incluso Kelly.

Danny se detuvo con el non sequitur.

—¿Qué quieres decir?

Meka frunció el ceño.

—Robaron al departamento y si él no lo hizo, entonces fue cómplice. No hay forma que no haya sabido quien fue. Trabajaba el caso, conocía el lugar. Fue extraño —Suspiró. Se pasó una mano por la cara—. Aunque no creo que se merezca lo que pasó, sigo pensando que debía saber algo.

Danny asintió.

No tenía idea de que le había pasado a Kelly y no tenía la mente lista para enroscarse en ese tema del pasado. Estaba investigando el caso de John McGarrett, no las causas inconclusas de corrupción que eran de otro tiempo.

—El caso de McGarrett me lo asignaron. Hoy, antes de salir.

—Eso escuché —dijo Meka, con una sonrisa tentativa. No había buen lugar para los secretos en una isla—. McGarrett no era un mal tipo. Terco como el infierno y un gran policía. Te pareces a él. Sé que harás todo en tus manos para resolver el caso.

Danny alzó las cejas. No era mentira, pero rara vez alguien ofrecía palabras de aliento tan abiertamente.

—Hablo en serio, brah —Meka rio en respuesta al silencio sorprendido. Su daimonio se estremeció—. Tienes buenos instintos. Y sabes que eres el mejor compañero que he tenido…

—… Para ser un haole —terminó Danny con cansancio, acompañando la voz de Meka hasta el final. Era un canto repetido.

Volvió a reírse el desgraciado, como si el chiste lo entendiesen él y sus daimonions simplemente.

Meka leyó algo en su cara, aquietó su risa.

—Siempre me he preguntado y ahora que oficialmente nuestra última asignación conjunta es cosa del pasado… ¿No crees que tienes demasiada ropa, Dan? Estamos en Hawai'i, brah.

Reírse en medio de una investigación se sentía tan mal, pero tan bien al mismo tiempo.

Significaba que el trabajo no era lo único en la vida, que la oscuridad todavía dejaba entrar un rayo de luz. Que no te había invadido la apatía.

—Le diré a Amy que dijiste eso —respondió.

—Ella también se lo pregunta —dijo Meka, jocoso, pero ambos sabían que era mentira: Amy era muy correcta para eso. Era la alegría etílica hablando, probablemente.

Danny sacudió la cabeza en resignación divertida. Le dio una mirada al reloj.

—Tengo que irme. Mañana debo ir a llevar a Grace a la escuela. Gracias por la información, Mek.

Meka hizo un saludo.

—Envíale saludos a la pequeña keiki, ¿quieres?

Movió la cabeza en reconocimiento y dejó el bar. Tenía una última parada que hacer antes de tomarse unas pocas horas de sueño.

Si lograba dormirse para empezar, por supuesto.

En su última llamada telefónica su hija había estado comentándole que Bali quería quedarse como un conejo en lugar de un mono. Eran intereses pasajeros, infantiles y tan inocentes pero siempre le dejaban el corazón dolorido con la rapidez con la que todo podía cambiar y lo rápido que se extinguía la infancia, y la vida. Aún faltaba mucho, mucho tiempo para que Bali pudiera elegir una forma definitiva pero el hecho que su hija hablase de ese futuro incierto a veces lo dejaba en el limbo.

Danny no se olvidaba que estaba viviendo tiempo prestado, después de todo.

.


.

Kaimana se sentó cuando la gobernadora Jameson dejó el Pearl Harbor, seguida de su daimonion alado y un rechazo que Steve no necesitaba repensar. Ella lo había citado en ese lugar apenas arribó su vuelo a la isla y si bien recordaba a la mujer de años atrás, del pasado lejano y perdido que estaba a sus espaldas y había sentimiento en sus ojos cuando le dio el pésame por su padre, Steve no podía dejar de ver su propuesta como una promesa de campaña, un beneficio para ella. No le gustaban los juegos de la política.

Lo que realmente necesitaba era ponerse en marcha para atrapar a Victor Hesse antes que pudiese desaparecer nuevamente. Antes de que la furia y la rabia se tornasen dolor y se dormitase gracias a la pena. Tenía asuntos pendientes que atender. El funeral de su padre estaba en puerta, los detalles arreglados con antelación gracias a su carrera en la naval y en la policía. Pero Steve apenas tendría tiempo para dedicarle a la ceremonia oficial: todavía tenía que averiguar dónde se encontraba el hermano de Anton. Todavía tenía mucho trabajo que hacer.

No podía pensar en otra cosa. Tenía que terminar esa misión.

«No dejes que esto no haya sido para nada.»

El océano sonaba como un susurro en el fondo, reconfortante. Ayudaba a callar los recuerdos.

—Podría servirnos —dijo Kaimana, en claro desacuerdo con las palabras que él mismo pronunció dos minutos atrás—. No puedes hacer esto solo. Y tendrías inmunidad y medios si aceptaras el grupo operativo… Victor consiguió su venganza por Anton, Steve. No tiene nada en esta isla que lo retenga.

No era cierto, no del todo al menos. No estaba solo. Todavía tenía los recursos de la Marina para utilizar libremente si trataba el caso de su padre como parte de su misión para capturar a los hermanos Hesse y sin duda podría darle una llamada a Catherine para buscar información. Pero, al mismo tiempo, él necesitaba-

—¿Te olvidas lo que pasó la última vez que buscamos a un compañero? —le preguntó a Kaimana.

El nombre de Freddie colgó tanto tiempo en el silencio que lo dejó sin respiración por un segundo.

No podía involucrar a otra persona de su división. Le debía todo a la Marina de los Estados Unidos. No podía... No con lo que había pasado en Corea del Norte flotando tan cerca de su pecho y en sus pesadillas. No podía dejar que otro pusiese la vida en riesgo de esa manera.
Tan cerca se sentía del filo que se detuvo un momento frente a la salida del puerto.

Freddie, su padre… La sangre, la muerte… No, definitivamente no podría llamar a Billy ni a Nick. Ni a Cath. Ni a Joe.

—Tenemos que hacerlo por nuestra cuenta.

Kaimana cerró los ojos pero no argumentó. Siguió sus pasos mientras se alejaban del océano.

—Steve McGarrett, ¿correcto?

Steve se frenó en seco. Hacía años que no estaba en la isla y el rápido reconocimiento trepitó en su mente como una señal de alarma, un signo de inquietud. El daimonion cuervo le resultaba vagamente familiar, no obstante, y Kaimana se mantuvo relajada.

—¿Te conozco? —preguntó. Quizá no era el mejor de los diplomáticos, pero funcionaba a menudo.

—Más te vale —replicó el hombre, asentándose en una sonrisa tolerante su expresión. Se acercó con facilidad, cómodo en su espacio, y Steve se fijó en su cara, un intento de distinguir su rostro entre memorias—. Chin Ho Kelly.

Por supuesto que su pasado no se quedaría muy lejos una vez que llegase a Hawai'i.