~EPISODIO UNO~

"El sueño premonitorio"

Todo estaba oscuro. De vez en cuando se atisbaba un ligero y brillante destello a lo lejos, pero nada más. Poco a poco, el sonido del palpiteo de un corazón iba haciéndose más ruidoso. Por cada golpe que este daba, aquel destello parecía más cercano y cálido, de manera que tras unos segundos podía reconocerse el objeto del que pobrenía aquel brillo. Era una deslumbrante y larga lanza con joyas incrustadas en ella.

Cuando aquel hermoso tesoro parecía estar al alcance de las manos, otra imagen apareció súbitamente: una lápida con un sombrero, un collar y un cuchillo.

Tori se despertó. La bruja se había quedado dormida en su vieja silla de madera, delante de una mesa llena de cachibaches y artículos mágicos de los que solo ella conocía el fundamento.

Estaba en el desván de su casa, habitación oscura en la que nunca nadie había entrado a parte de ella, pues cualquiera que rondase por esa estancia era consciente de lo prohibidísimo que estaba poner un pie allí.

Lo que acababa de tener era muy probablemente un sueño premonitorio, así que la bruja, inmersa en el hilo indesenredable de sus pensamientos, se apresuró a levantarse y a bajar del desván para llevar a cabo una hazaña.

Tori era, en general, una hechicera de lo más anciana. Tenía el cabello gris recogido en un moño y el flequillo no dejaba ver sus ojos. Además, no medía mucho. De hecho, apenas llegaba a medir un metro veinte. Tenía una nariz muy ancha y larga que parecía un gancho y estaba regordeta, lo que resultaba paradójico pues sus extremidades permanecían delgadas. Llevaba un vestido negro y un sombrero que no dejaban lugar a dudas la condición de la mujer.

Antes de salir, Tori se percató de que se olvidaba de algo. No le había dicho a nadie que se iba, y pese a que no existían muchas personas a las que les interesase este hecho, debía dejárselo claro a la única persona que realmente notaría su ausencia.

¡Kaze! —gritó Tori—. ¡Me voy, ve a comprar y haz la comida!

—¿A dónde va, tía? —quiso saber la joven, que salió de la cocina con un plato en una mano y en la otra una balleta.

Pero Tori ya había desaparecido.

Kaze era la sobrina de Tori, aunque no biológica. Tenía dieciocho años, un largo pelo rojo que le llegaba hasta la cintura, flequillo hacia el lado derecho, enormes ojos negros y una mirada soñadora. Pero la chica no estaba acostumbrada a salir de casa, ya que solo lo hacía para hacer la compra o, como mucho, arreglar el jardín. Dedicarse a las flores y árboles de este y leer eran sus hobbies favoritos, ya que no podía hacer nada más.

Tori estaba en lo alto de la montaña de la isla. Había subido hasta allí con la ayuda su viejo bastón. Pasó la base de este por la hierba que había bajo sus pies dibujando un círculo. Luego, imaginó la lápida que había soñado por casualidad. Y tras esto, sin sacar la imagen de su mente, saltó dentro de la invisible circunferencia y se hundió en ella, como si de agua se tratase.

Acto seguido apareció en el lugar en el que había estado pensando. No había nadie allí, solo flores. A su lado, había otra tumba, aunque Tori no se molestó demasiado en leerla.

Tras esto, dio dos golpes con su bastón en la primera tumba.


Kaze caminaba por el pueblo de la isla. Llevaba puesto su jersey negro y grueso de cuello de barco, con largas mangas que casi le tapaban las manos. Justo cuando este acababa (algo más arriba que las rodillas) comenzaban unos calcetines blancos altos que no dejaban mostrar ni un solo centímetro de su piel. También llevaba unos zapatos planos negros bastante simples.

Su aspecto, demasiado infantil para su edad, ya había llamado la atención de los habitantes, que aunque no sabían demasiado sobre ella, le conocían de vista. Además, tampoco era demasiado alta, de hecho, alcanzaba el metro sesenta y cinco de forma asombrosa.

—Ya viene esa chica tan guapa —dijo una mujer alta y rubia que observaba a través de la ventana de su tienda. Sonrió a un joven que tenía una edad aproximadamente similar a la de Kaze y que estaba tras una mesa, junto a la caja registradora.

El chico se sonrojó, pero estaba sonriente.

—Sí, pero ya sabes lo que pasará. Vendrá a comprar y desaparecerá en esa casa tan grande que hay en la montaña. Siempre lo hace —comentó despreocupado.

Tal y como había dicho el chico, Kaze entró a la tienda con una cesta de mimbre.

—Ho... Hola —dijo nerviosamente.

—¡Hola! —le saludó el chico.

Kaze pidió lo que quería. Un poco de carne, algo de verduras...

—¿Algo más? —preguntó.

—Ah... no. Muchas gracias —entonces, Kaze pagó, se despidió y se fue.

Volvía hacia su casa bajo la mirada curiosa de los paseantes de la zona.

El recorrido hasta su casa era algo largo pero no le importaba caminarlo. De todas formas, siempre le gustaba salir de casa para que le diese algo el sol, pues su piel era mucho más blanca de lo normal.

Cuando el sol estaba justo encima de la isla, Kaze salió de la ciudad para caminar hasta su casa.


De la misma forma en la que Tori había desaparecido en la montaña, volvió a aparecer en su casa, esta vez cargando algo muy grande y pesado, envuelto en una especie de manta sucia y llena de tierra.

Subió hasta una habitación muy iluminada. Estaba repleta de libros por todas partes: apilados por el suelo, puestos de forma desigual en las estanterías, debajo y encima de una cama que había en la esquina...

Dejó aquel bulto en la cama y le quitó la manta. Resultaba misterioso pensar cómo una persona tan diminuta como la bruja había conseguido cargar con algo tan grande.

Tori abrió el primer cajón de la mesilla auxiliar que había al lado de la cama. Estaba repleto de hojas muy arrugadas. Tori las sacó todas y comenzó a pasar una tras otra. Eran carteles de "se busca", donde aparecían las fotos de los piratas más buscados. Por fin, tras unos segundos, encontró la que quería.

—Portgas D. Ace... —susurró para sí misma. Levantó la vista y vio que la persona que había ahora encima de la cama coincidía efectivamente con quien se encontraba en el cartel.

Entonces, dejó de nuevo todas las hojas donde las había encontrado y, con un movimiento rápido de su bastón, hizo aparecer un enorme libro sobre su otra mano.

Lo abrió y buscó algo en él. Cuando por fin lo encontró, volvió a mover el bastón y lo hizo desaparecer. Entonces, formuló:

—Portgas D. Ace, ¡surge, et sanat vulnera tua!gritó y le dio en la enorme herida que había en su abdomen un golpe con el bastón.

Por arte de magia, todas sus heridas curaron.

Pero algo no iba bien: seguía sin respirar y Tori ya no sabía que hacer.

—Mmm... —murmuró y le dio un golpe con el bastón en la cabeza.

El joven se levantó de golpe y respiró con fuerza.

—¿Eh? —dijo desorientado.

Giró la cabeza a la derecha y a la izquierda. Miró a Tori. Observó que estaba sentado encima de su sombrero, su collar y su daga.

De repente, se sobresaltó y llevo sus manos hacia su abdomen, apretándolo con fuerza y se percató de que su herida ya no estaba allí.

—¿¡Dónde estoy!? —cuestionó.

—Bajo tierra no, eso seguro —contestó Tori sin mostrar ningún tipo de sentimiento.

—¿¡Quién es usted!? ¿Qué hago aquí...? ¡No! ¡Luffy! —gritó de repente.

—Tu hermano está bien —le aseguró la bruja.

Ace se levantó de la cama de golpe.

—Tengo que irme de aquí —dijo y, sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia la puerta.

—¡Insensato! —respondió la bruja, que movió su bastón y la puerta se cerró de repente—. ¡Soy Tori Majo! ¡La bruja más poderosa! ¿¡Crees que te vas a escapar tan fácilmente!?

El chico se detuvo de golpe intentando asimilar lo que estaba pasando, pero no podía.

—Y dado que yo he tenido la molestia de devolverte la vida y traerte hasta mi casa, creo que deberías hacer el favor de pararte durante unos segundos y escuchar lo que tengo que decirte —concluyó.

Ace quedó pensativo. Luego apoyó su espalda en la puerta y cruzo sus brazos, expectante.

—Hasta hace dos minutos, tú estabas muerto. Llevabas menos de un día sin respirar, lo que según la decimoquinta norma de las brujas, significaba que teóricamente no habías fallecido... aún. Tienen que pasar veinticuatro horas —dijo pensativa—. Si han pasado más, ya no puedo recuperar tu alma del otro mundo —concluyó.

El chico le observaba desde la esquina arqueando una ceja, sin creerse ni una palabra de lo que decía la bruja.

—Te necesito para una misión muy importante.

—¿Para qué? —quiso saber algo molesto.

—He tenido un sueño. En él aparecía Ame-no-nuboko y tu lápida y mis sueños suelen ser premonitorios...

—¿Ame-no-nuboko? ¿La alabarda sagrada que creó el mundo? —preguntó divertido—. Eso no existe, señora. Y además, yo no tengo nada.

—¡Pues claro que no la tienes, mentecato! —gritó Tori—. ¡Si no no te habría devuelto la vida, la habría cogido sin más! ¡Tú eres la clave para llegar hasta ella! Con tu ayuda, podré lleg...

—¿Qué le hace pensar que yo le ayudaré? —le interrumpió—. Usurpa mi tumba, me lleva a su casa y dice que le tengo que ayudar. Usted está loc...

De repente, el chico se cayó al suelo.

Tori se acercó hasta él y le dio unas pataditas en la cabeza. Al ver que no despertaba le volvió a dar con el bastón.

Ace despertó de golpe.

—¡Deje de hacer eso! —gritó enfadado.

—¡Te has quedado dormido mientras hablabas! —gritó Tori al percatarse de su aparente narcolepsia.

—¿Qué estaba diciendo? —preguntó Ace desconcertado—. Ah, sí... Lo siento mucho pero no voy a ayudarle. Tengo que hacer cosas, como decirle a mi hermano que sigo con vida.

—¡Soy una bruja, no puedes contradecirme! —le dijo Tori.

De repente, unas tenues llamas comenzaron a brotar del cuerpo de Ace.

—Me está enfadando, bruja —le dijo de forma más amenazadora.

Tori se echó hacia atrás sorprendida.

—Mera Mera no Mi —susurró incrédula.

—Parece sorprendida —le dijo Ace desafiante—, teniendo en cuenta que parecía saber mucho sobre mí.

—Eso... Eso ya lo sabía —contestó Tori rápidamente—. Es solo que... tengo malas experiencias con las frutas del diablo, nada más...

—Ya, sus escusas no me sirven —su fuego desapareció.

Pero entonces, Ace se volvió a caer al suelo, pero esta vez no estaba dormido.

Tori le dio un golpe con su bastón pero no se despertaba. Tampoco respiraba.

—Maldición... —susurró—. Esto no tenía que pasar...

Ace recuperó la respiración y la consciencia. Se levantó de nuevo y miró a la diminuta Tori que le observaba desde el suelo.

—¿Qué me ha pasado? —preguntó algo preocupado.

—¿Lo has notado? —cuestionó Tori—. Es tu alma. Algo le impide volver al mundo terrenal. Por algún extraño motivo, la mitad de ella no quiere seguir viviendo.

Ace no dijo nada. Solo se llevó la palma de su mano derecha hasta su pecho.

—¿Te ha dolido? —quiso saber la bruja.

—Sí —dijo él sin más.

—Controla tus estados anímicos o morirás del todo —le advirtió ella—. Cada vez que cambias radicalmente de emociones la mitad de tu alma mundana es arrastrada por la que ya no quiere serlo.

—No tengo miedo —dijo Ace. Entonces, abrió rápidamente la puerta y bajó corriendo las escaleras hasta salir de la casa.

Salió disparado y Tori le persiguió sin apenas molestarse en cerrar la puerta de la casa.

—¡Vuelve aquí, so cernícalo! —le gritó ella, furiosa y levantando su puño.

Ace se dio la vuelta y comenzó a correr hacia atrás en dirección contraria a la casa.

—¡Ni lo sueñe! —dijo sacando la lengua.


Kaze estaba a punto de llegar a casa. Llevaba la cesta llena de carne y verduras, pero por el camino había recogido algunas manzanas que había encontrado en un manzano cerca de allí.

Tarareaba una canción de cuna mientras miraba el suelo, admirando la belleza de algunas florecillas silvestres que había a su alrededor.

De repente, escuchó una voz masculina gritar algo.

"Qué raro", pensó. "Aquí nunca viene nadie...".

Entonces, levantó su cabeza y apenas tuvo un segundo para ver que a menos de un metro se encontraba alguien que iba corriendo de espaldas toda velocidad hacia ella.

Ace y Kaze se chocaron.

Kaze salió peor parada, cayendo torpemente al suelo y derramando toda la fruta que acababa de coger.

Ace se dio la vuelta y, aunque su intención era correr hasta que Tori le perdiese de vista, no veía demasiado cortés haber tirado a alguien al suelo, lastimarle y encima que se le cayese lo que fuese que llevaba cargando.

—Mierda... —murmuró enfurecido, y se agachó para ayudar a la joven y, acto seguido irse corriendo.

—G-gracias... —dijo Kaze mientras ella también se incorporaba a recoger las manzanas.

De pronto, ambos fueron a coger la misma pieza y sus manos rozaron por un instante.

Entonces, Kaze miró a su ayudante y él también la miró. Ella se sonrojó y continuó recogiendo diez veces más rápido de lo que lo había hecho.

Justo cuando acabaron Tori apareció detrás de Ace y le dio un golpe con su bastón en la cabeza.

—¡AAAAAAAAAAH! ¡PARE YA DE HACER ESO! —le chilló enfurecido.

Entonces, cayó al suelo inconsciente de nuevo, y esta vez tampoco dormía.

Kaze dio un salto hacia atrás.

—¿Qué le ha pasado? —preguntó nerviosa.

Tori no le contestó. Se limitó a esperar hasta que Ace volviese en sí, se incorporó y tosió sangre.

La bruja se quedó pensativa.

"No durará mucho...", pensó angustiada. "A no ser...".

Entonces, agarró su bastón y le dio un golpe a Ace cuando este se levantó.

Justo cuando le iba a contestar, se dio cuenta de que no podía moverse.

—¿¡Qué me has hecho!? —gritó.

Tori le ignoró e hizo lo mismo a Kaze.

La situación era algo extraña. Kaze y Ace estaban uno en frente de otro, totalmente inmóviles. Sólo podía hablar y quejarse del panorama.

Tori trazó rápidamente un círculo como había hecho anteriormente en la montaña, pero ahora alrededor de ellos. Por último y para culminar la extraña circunstancia, dio con la base de su bastón al epicentro de la circunferencia.

De repente, para ambos, todo se volvió negro y oscuro.

Dos cadenas surgieron de donde Tori había golpeado y ascendieron hasta que una estuvo a la altura del pecho de Kaze y la otra a la altura del pecho de Ace. Entonces ambos extremos se dirigieron con gran velocidad hasta cada uno hasta quedar al descubierto de que se trataba de la misma cadena la que les había atravesado a los dos, uniéndolos.

Todo volvió a la normalidad. Ya se podían mover y la cadena había desaparecido.

—¡Tía! —dijo Kaze—. ¿¡Qué ha hecho!?

—Su alma no podía permanecer en el reino de los vivos así que, mediante este conjuro, he unido tanto tu alma como la suya. Ambos podréis vivir con normalidad salvo por una condición: si él o tú morís, la cadena que une vuestras almas arrastrará a la del otro. Dicho en otras palabras: moriréis los dos.

Kaze y Ace se miraron horrorizados. Ya nada iba a ser igual.


Gracias por interesarte en mi FF ^^

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¡Gracias!