Hola a todos… Después de acabar el "Elixir de Soma" (salvo el epílogo, que os sigo debiendo) he decidido escribir otra historia de Saint Seiya. Hoy día no puedo decir demasiado, pues yo tengo todavía demasiadas cosas en el aire y muchos personajes a los que dar vida. Sólo espero que os guste más que el "Elixir de Soma" si es que lo leísteis y, si no es así, que al menos disfrutéis de la historia (de las dos historias).
Lo único que os puedo prometer es que "Tiempos Oscuros" estará llena de sorpresas… y de sustos pavorosos. XDD
En fin, una última cosa antes de empezar, y fue un consejo que me habéis dado en más de una ocasión: el tamaño de los capítulos, que de 4000-4500 palabras que tenían, he decidido reducirlos a 2500-3000. Por eso quizás, la historia se desarrolle de forma algo más lenta.
Bueno, merece la pena el intento. De antemano me disculpo, pues me considero detallista y no me gusta ir directo al grano como al señor Kurumada. ¡Démosle un poco de juego a nuestras historias y personajes! ¡¡Por y para una comunidad de "fanfickeros" unida!!
Capítulo I: Orión: el pasado enigmático (1)
El recuerdo
Un trueno hizo temblar los cimientos de la cámara del patriarca, donde una esbelta figura se hallaba en guardia. El resplandor lumínico que se filtraba por el fondo hizo brillar durante unos segundos una armadura, revelando el dorado que le otorgaba el mayor rango de entre los caballeros.
Al quedar todo a oscuras, Seiya sólo percibía un cosmos. La penumbra era tal, que a pesar de conocer el rastro, no pudo engarzarle ninguna imagen.
-¿A qué estás esperando?- De otro de los rincones de la habitación surgió un tercero. A diferencia del que estaba frente al caballero de Sagitario, la presencia de éste sí era amenazante. –¡Te he ordenado que acabes con su vida!-
Antes de que el misterioso receptor contestara, un segundo haz de luz reflejó en amarillento los contornos de su cara. Por un segundo, Seiya creyó ver a un conocido, pero antes de titubear su nombre, otro bramido del cielo hizo crujir la estancia.
-Ya te he dicho que por mucho que insistáis, no puedo hacerlo…- respondió al ritmo del susurro continuo de la lluvia.
-El hechicero del tiempo ha paralizado tu muerte para que te alces junto a nosotros.
-Aunque ese hechicero fuera un dios, no podría cumplir sus órdenes.- respondió aquel hombre con la serenidad en sus palabras, librando por un segundo una fracción de su energía vital.
Los pasos del singular y determinado caballero le aproximaron a donde Sagitario estaba. Cuando éste estuvo a menos de un metro de él, se le descompuso la cara y los ojos se le desorbitaron.
-¡No! E… eres…
-¿No te alegras de verme, Seiya?
-¡Basta de charlas! Mu, ¡he dicho que acabes con su vida!- ordenó irascible aquella tercera persona.
-A pesar de que te dije que si me traías aquí correrías el riesgo de que me revelara, tú lo has hecho. Yo te lo advertí. Mi diosa es Atenea y no voy a traicionarla por más que me juréis.
La penumbra en la cámara disminuyó gracias al ardor de la cosmoenergía dorada del antiguo caballero de Aries. Ahora, por fin, los amigos de pasados combates podían ver sus caras. Seiya sonrió y aunque no intuía el porqué de la situación, hizo una mueca alegre con sus labios.
-¡Claro que me alegro de verte! Por un momento… tuve miedo.- Mu dejó de mirar a su compañero para dirigir sus ojos a la persona que proponía el alzamiento. Había entrado por la parte trasera del templo dejando a dos compañeros atrás.
-¿Dónde se han metido los otros?- El hombre de pelo púrpura parecía preocupado.
-Están en el Ateneo.
El sereno caballero antiguo suspiró e hizo un ademán de negación con su cabeza. Seiya le miró.
-¡Allí es donde está Atenea!- Completamente exaltado, el caballero de la flecha corrió raudo hacia la salida de la gran estancia. Por arte de magia se topó contra un muro invisible cayendo de espaldas a los pies de Mu. -¿Qué?- preguntó frustrado.
-Ese hombre es un lemuriano. Al igual que yo, conoce los secretos de muchas de mis técnicas.
-¿Estás diciendo que…?
-Así es… no hay manera de llegar a donde Atenea está.
-¡Pero ella está sola!- increpó el caballero desde el suelo segundos antes de levantar.
-Mu, no te lo voy a repetir. Acaba con la vida de este miserable cretino.
Un haz rojizo envolvió el cuerpo del extraño hombre de la raza de Aries. Su rostro no era en absoluto afable y, con sus facciones derrumbó el estereotipo de belleza de los hombres de la Atlántida.
Una terrible explosión lejana hizo que el vello de los brazos de Seiya se erizara mientras gritaba el nombre de su diosa.
-¡Maldición!
-Son demasiado poderosos incluso para ti, que eres el más fuerte de entre todos los caballeros dorados de la nueva generación. Quizás no tenga más remedio que derrotarte.
-¿Cómo?- preguntó el joven aterrado.
-Al igual que hice hace diez años, cuando luchabas contra Máscara de la muerte.
Mu extendió sus brazos en horizontal creando un haz de luz sobre ellos. Generó un ruido silbante que hizo sorda la melodía de la lluvia, expandiendo su cosmos. Una serie de ondas blanquecinas ajetrearon a Seiya una y otra vez con violencia resquebrajando sus ropas. Finalmente, el poder de Mu tomó forma de estrella de múltiples picos curvos en cuyo centro desapareció Sagitario. Seguidamente, todo volvió a estar en calma.
-Atenea no ha muerto aún… reúne a tus compañeros, Seiya.
-¿Me tomas por tonto, Mu? Sabes que a mí no me puedes engañar. ¿A dónde le has llevado?
-No era mi intención engañarte, sino luchar contra ti sin que nadie se entrometiera. No me digas que no te lo advertí. ¡Cuando acabe contigo, rescataré a Atenea!
La silueta del tenebroso lemuriano desapareció para postrarse ante a Mu. A escasos pasos, el sirviente de Atenea podía notar incluso el ritmo de la respiración de su enemigo.
-¡Ni tan siquiera tienes puesta tu armadura…!
Para sorpresa del oponente de Aries, una parte del techo explotó enérgicamente dejando un hueco por el cual la armadura del carnero blanco penetró levitando, golpeada por las gotas pluviales. Un segundo después, las piezas de ésta se separaron y cubrieron el cuerpo de su legítimo dueño.
-¿Puedes repetir lo de la armadura?- preguntó Mu con tono irónico. –Te ha faltado poco para caer de espaldas. No deberías haberte aproximado tanto, Sius.
Nada más objetar, el caballero de Aries se alejó con movimientos de ráfaga. El desconocido le siguió lanzando su túnica al suelo: Había revelado su armadura escarlata, de porte semejante a cualquier vestimenta ateniense.
En un instante, casi en volandas por la velocidad de ambos, el lemuriano movió sus brazos empujando telepáticamente a Mu hasta arrojarle al suelo con el tercer golpe. Aunque fue violento, no le retuvo en el suelo más de un instante. Ambos guerreros comenzaron a intercambiar golpes sin éxito. Tras un último choque, los dos cayeron cercanos.
Aries aprovechó el tiempo de tregua para teletransportarse justo a la espalda de Sius, donde impactó con su puño de forma violenta. Su ventaja le permitió tres golpes más, pero cuando creía tener la situación controlada, su oponente se arrojó al suelo para girar sobre sí y alzarse con una espectacular pirueta acrobática. Nada más recobrado el equilibrio, lanzó un pequeño haz de luz que desconcertó a Mu haciéndole caer en una trampa.
Sius usó su telepatía para aparecer ante el dorado, que todavía se precipitaba al piso. Con un secante golpe de su dedo, le proyectó en el aire alzándole sobre su cabeza metros atrás. La caída no había concluido y el cosmos hostil se incrementó:
-¡Lluvia de Estrellas!- Miles de fotones fugaces de luz buscaron el cuerpo del caballero, tirándole finalmente. Desde el suelo, Mu saboreaba su sangre. Apenas estaba herido, pero sentía el escozor del roce con el suelo.
Con valor, el caballero de oro se levantó. El cosmos que hasta hace poco no se había desarrollado en él estalló liberando una cantidad inimaginable de energía.
-¡Revolución del Polvo Estelar!-
La magia de Mu recorrió el espacio entre los contendientes, pero una pantalla cristalina absorbió los impactos creando un estruendo demoledor. Los lucilos restantes se estrellaron contra varias de las columnas de la cámara.
Aprovechando el propio poder del Carnero, Sius convirtió en un vórtice dorado el cúmulo de estrellas y lo revirtió con forma de esfera, provocando gran daño. Aries acabó medio sepultado y con el cosmos casi extinto. A pesar de que era incapaz de levantar, el furor de sus ojos reveló una única intención: Salvar a la Diosa.
Una noche como cualquier otra
El reloj dorado que había sobre la vieja mesilla de roble, a pesar de contar con más de cien años, marcaba la hora con exactitud. Pasaban tres minutos de las siete y ya, envejecido el día, dos jóvenes conversaban bajo la tenue luz lunar que se filtraba por los delgados vidrios de las ventanas, respaldada por el fulgor incandescente de la chimenea.
En una de las esquinas de la estancia, tumbado sobre la cama, Atreus se limitaba a escuchar y de vez en cuando, a contestar a su maestro.
-Perdona que insista, pero ¿seguro que no quieres jugar otra vez?- inquirió el mayor, cuyo pelo, revuelto en mechones dispares, brillaba con su rastro argéntico.
-No, Cecil… Siempre me ganas…
-¿Ese es tu afán de superación?
-Sólo estoy cansado por el entrenamiento.
-Quizás me equivoqué.- respondió con cierta indiferencia el muchacho de ojos miel mientras remolcaba su silla atrás y adelante repetidas veces. Tras esperar una respuesta inexistente de Atreus, todo quedó envuelto en el crepitar de las llamas.
-Puede… pero ya es demasiado tarde, ¿no?
-Atreus, deberías tratarme con más respeto. Al fin y al cabo, soy tu maestro.- la sobriedad fría en el tono del caballero de Orión hizo al pasivo receptor incorporarse para tomar asiento en una silla adyacente.
-Llevo entrenando cuatro años… desde los doce. ¡Tú me entrenabas ya entonces! ¿Acaso nunca me dirás desde cuándo tienes tu armadura?- El cabello marino del inexperto resbaló por su oreja.
-Verás… llevo aquí desde que tenía cuatro años. Ya con diez, vestía esta armadura. Mis manos estaban manchadas de sangre entonces. Siempre he mostrado facultades innatas para el combate.
-Pero eso eres tú, Cecil…- el tono hipocondríaco del aprendiz era considerablemente pesimista.
-Tomaremos un té y si quieres, te contaré cómo descubrí mi talento. Aunque tú no lo creas, lo tienes.
-Ya tengo dieciséis años mientras que tú, con diez, masacrabas a caballeros de bronce. Soy débil.
-Ven conmigo… tomemos ese té.
Ambos jóvenes abandonaron la habitación para ir camino a la cocina: aquella vieja y gastada estancia de paredes de piedra triste. Nada más dar unos pasos hasta ésta, Atreus sintió un escalofrío.
-¡Odio el invierno!- exclamó.
-Parece que hoy lo odias todo…
Cecil extendió su brazo a un pequeño estante sobre la sucia pila para coger dos tazas. Justo debajo del mueble, esperaba la tetera.
-Te aviso que el té no estará caliente… volvamos a la habitación.
-¡Sí!
Sentados de nuevo uno frente al otro, cercanos a la chimenea, el que en teoría era caballero de Orión vertió sobre las tazas el contenido verdoso del recipiente. Tras servir a su pupilo, alzó su taza haciendo un ademán de brindis.
-Disfrútalo. Es té de menta…
-¿Cómo consigues estar siempre tan calmado? ¡No te preocupa nada!
-Mis preocupaciones quedan lejos de tu alcance, pero te aseguro que las tengo.- Cecil tomó un sorbo de la fría bebida.
-¡Oh, sí! ¿Y esa historia?
-Sólo si decides jugar de nuevo al ajedrez conmigo…
-¡Maldito seas!- sonrió Atreus. –Eso era lo que querías desde el principio.
-Así es. Saca tú.
-¿Por qué quieres que comience yo?
-¿Todavía no te has dado cuenta de que siempre que jugamos dejo que seas tú quien dé el primer movimiento? Te lo explicaré: no siempre hay que precipitarse en atacar. A veces es mejor dejar que el enemigo dé ese primer paso para actuar en consecuencia.- explicó el entusiasmado Cecil.
-Entonces debería pedirte que sacases.
-Sacaré peón de torre.
-¿¡Qué!? Pero ese movimiento es estúpido…
-Será que yo soy estúpido… pero si sé que el primer paso es el que muestra las intenciones… no pienso darlo yo. ¡Ahora sí! ¡Te toca!
El muchacho de lacio cabello estaba tan maravillado con la forma de ser de su maestro que en ocasiones sentía celos de no ser como él: ni tan valiente, ni tan fuerte, ni tan sabio… ni tan sereno, ni tan calculador. Por el contrario, Atreus era descuidado, pesimista y cabezota, aparte de un alumno no demasiado brillante y algo ambicioso.
Aparte de tener el pelo tan liso como una caricia a la hoja de una espada, lo tenía matizado en color azul marino, exactamente igual al de sus ojos. Con respecto a su complexión, no estaba demasiado fornido ni tenía las facciones demasiado marcadas. Podía decirse que era un joven atractivo, delicado y lo suficiente cordial como para hacer amigos allá donde fuera.
En el fondo, y aunque se preocupara de ocultarlo, Cecil sabía ya todo sobre su alumno. No ha más de dos años, Atreus había emprendido un viaje a Suecia donde conoció a alguien que en cierto modo le convirtió en el joven responsable que era.
Como era natural, en tan solo cinco movimientos, el tablero estaba tan desbaratado para el aprendiz que se podía cantar su derrota. La zona protegida por su maestro, dominante inclusive en el centro, no dejaba pieza que estuviera sin proteger: su ejército parecía la fortaleza más odiada.
-¿Ves? Así comenzó todo conmigo…
-¿Cómo?
-Con una derrota… A pesar de que yo no quería, fui traído a este sitio. Perdí ante mis padres. Ellos accedieron a dar al Santo Patriarca mi custodia a pesar del recelo y disgusto.
-Eso es lo que siempre me cuentas.
-Imagina lo mal que debía estar el santuario en aquel entonces para que el Patriarca fuera un caballero de Plata. Creo que era un gran tipo: Alexer de Altar.
-¿Altar? ¿La armadura legendaria? ¿Es de plata?
-Para que veas.
-¿Me estás diciendo que te trajeron de Alemania para que vistieras la armadura de Orión?
-Así es. Hay más cosas, pero así es…- Cecil cerró sus ojos para contemplar en el mar de sus recuerdos las orillas más lejanas. Los duros días de entrenamiento.
-¿Y quién te entrenaba?
-Yo sólo tenía un tutor. Fui autodidacta. Jaque mate.
-¡Maldita sea! ¡Otra vez he perdido...! ¿Un tutor?
-Sí. Sólo una persona que me dio las nociones básicas para ser lo que hoy soy. Ojalá siguiese con vida Alexer… Por eso me molesta tanto ver lo inútil que eres a veces. ¡Ojalá hubiera tenido yo un maestro como tú! Coloca las fichas de nuevo, mamarracho.
-¡Sí! Por cierto… Alexer… ¡No, nada!- titubeó.
Tras el corto discurso, Atreus situó cada pieza en su sitio hasta dejar el tablero listo para comenzar otra vez más. Tras acabar, bebió un poco del té del que aún no había saboreado ni una gota.
-Saca.
-Peón de reina… ¿Cómo fue tu primer combate?
-Todos los comienzos son duros. Debo decir que mi debut fue peor que el tuyo. Aunque los dos ganamos, yo cobré bastante más. Tuve que improvisar una técnica.
-¡Pero tú ya tenías la armadura, ¿no?
-La armadura me tenía a mí. Fui su elegido… en ambos casos.
-¿Ambos casos?
-Fue contra una italiana. Yo tenía seis años… y ella veintitrés. ¡Ja! Creo que se llamaba Shaina. ¡Qué rostro tan dulce…!
-¿Y es verdad que se abolió la costumbre de que las mujeres llevaran máscaras?
-Tras que los caballeros de la leyenda derrotaran a Artemisa, Sí. El santuario se reconstruyó y se implantaron nuevas normas. De aquella restauración se erigió la escultura a los dorados del pasado. La generación más brillante que el oro ha vestido nunca.
-Esos nombre que a veces dices. ¿Por ejemplo Shaka?
-Por ejemplo… Jaque mate. Colócalas de nuevo. Hasta que no me ganes, no dormirás.
-¡¿Qué?!
-¡Hazlo!
Por enésima vez, el aspirante a caballero tuvo que situar cada figura en su casilla. Ya le pesaban los párpados, pero sabía que cuando su maestro decía algo así, era irrevocable.
-Es por tu bien, Atreus. No me mires así o me sonrojaré.
-A veces eres el peor maestro del mundo.- murmuró el joven.
-Es cierto, pero también a veces me agradeces las cosas, ¿no? ¿Acaso piensas que los maestros de Lyone, César y Ágatha son como yo? ¡Ni de coña! ¡Son unos blandengues!- Cecil había tenido ya más de una pugna con ellos en el pasado, resultando victorioso. Su alumno estalló en una carcajada que, ya fuera por el sueño o por la ironía en sí, le hizo alegrarse. No podía dejar de pensar en cuán fascinante era su maestro. Y como decía, era Su Maestro.
