Hielo en el alma (1/6)

Parejas = Sirius/Percy

Disclaimer =Los personajes de esta historia son propiedad de J.K. Rowling y la Warner Bros. Esto es puro entretenimiento y no me reporta beneficio económico alguno.

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HIELO EN EL ALMA

Capítulo I. Abandonado

Esa mañana era la más hermosa de la que tenía memoria, o al menos eso era lo que su regocijado corazón le decía a Percy Weasley. Percy era un muchacho pelirrojo que, a pesar de haber cumplido los 16 años hacía meses, tenía un cuerpo demasiado juvenil para su edad. Se sentó frente al espejo para acomodar una vez más su tupido pelo rojo y le sonrió tontamente a su imagen. Arrugó el entrecejo al descubrir que un pequeño acné se le había formado en su fosa nasal derecha y sopesó la idea de retirarlo con las uñas, pero se dijo que la herida se le notaría, así que lo que hizo fue tomar una pomada con la que ocultaría esa imperfección. Terminó con ese pequeño trabajo y se levantó para enseguida contemplarse en un espejo de cuerpo completo que estaba empotrado en la puerta de su armario. Jamás le había gustado del todo su estructura ósea, pero como obviamente no podía hacer nada al respecto, se limitó a observar su ropa. No era cara ni de diseñador, pero al menos era nueva y con eso le bastaba para sentirse cómodo. Corrió al baño y tomó un bote que agitó con fuerza. Apretó el botón y una espesa espuma blanca rodó sobre su palma abierta. Con ella en la mano regresó a la habitación y la esparció con rápidos movimientos sobre su melena roja. Moldeó con sus delgados dedos el cabello hasta quedar satisfecho con el resultado. Se miró una vez con ojo crítico antes de consultar la hora en su reloj de pulsera.

'Estoy un poco adelantado, pero no importa' –se dijo sumamente contento.

Sacó unas llaves de su pantalón y aseguró la puerta de su armario pues no quería que nadie husmeara en su interior. Una mochila preparada con todo lo que creyó indispensable ya estaba dentro y ya no veía la hora de poder marcharse para siempre de ese lugar. Se quedó pensativo unos segundos mientras sopesaba la forma de gastar los pocos minutos que le restaban antes de ir a su cita. Decidió que acomodar un poco sus cosas y escuchar música no estaría nada mal y prendió su pequeño radio. Una lenta música clásica comenzó a sonar y él la tarareó mientras revisaba los múltiples libros que tenía sobre su escritorio. Era un muchacho ordenado y muy meticuloso y realmente no había nada que acomodar, pero esa labor lo distraería lo suficiente como para no comenzar a morderse las uñas por la impaciencia. Cuando ya no hubo nada que hacer con sus libros escolares, se acercó a la ventana y el aire abandonó por completo sus pulmones. Con el corazón en la garganta vio como su padre, un hombre pelirrojo alto y delgado, estaba discutiendo con otro hombre de cabellera oscura. Enseguida supo que eso estaba mal y salió corriendo de su habitación. Al salir tropezó con su hermana menor y no le importó dejarla tendida en el suelo llorando porque se había lastimado al caer al piso.

No! ¡No!' –era lo único que su asustada mente podía pensar y salió de la casa como enloquecido.

En cuanto puso un pie fuera, vio como el hombre de cabellos negros se alejaba por el camino que llevaba a la carretera y lo llamó a gritos para que se detuviera, pero no fue obedecido.

-¡¡¡Sirius!!! ¡¡¡Regresa!!! ¡¡¡Vuelve!!! –le siguió gritando mientras corría tras él.

Sin embargo, su loca carrera fue detenida por su padre que lo sujetó con firmeza del pecho y le impidió seguir a Sirius que siguió caminando sin mirar atrás.

-¡¡¡Sirius!!! ¡¡¡No te vayas sin mí!!! ¡¡¡Vuelve!!! –le siguió gritando Percy desesperado.

-Regresa a la casa –le ordenó Arthur Weasley a su hijo con la expresión más seria que el joven le hubiera visto jamás.

-¿¡Qué le dijiste!? –lo cuestionó furioso.

-Unas cuantas verdades –le contestó él con los dientes apretados.

-¿¡Qué cosas!? –exigió saber.

-Que en esta casa no había nada para él –le contestó todavía más serio–. Y le exigí que se marchara.

-¿¡Cómo te atreviste a hacer eso!? –le reclamó gritando–. ¡Lo amo y me quiero ir con él!

-No, Percy. No lo harás –lo tomó de la mano y prácticamente lo arrastró hacia la casa.

-¡Suéltame! ¡Suéltame! –trató con todas sus fuerzas de desasirse del agarre, pero fue inútil–. ¡Yo me quiero ir con él! ¡Sirius! ¡Sirius! ¡Sirius! –siguió llamando a gritos a la figura que estaba por desaparecer–. ¡No me hagas esto, Sirius! ¡Ven por mí! ¡Te amo! ¡¡¡TE AMO!!! –fue el último grito desesperado que lanzó antes de ser lanzado con violencia dentro de la casa.

-Sube a tu habitación –le ordenó su padre.

-¡No! ¡Yo quiero irme con él!

Trató de volver a salir, pero fue sujetado por el hombro y obligado a darse la vuelta. La sonora bofetada que se depositó en su mejilla fue suficiente para dejarlo helado de la impresión y sólo acertó a quedársele viendo a su padre con ojos desorbitados pues el hombre jamás le había levantado la mano.

-No saldrás de esta casa para irte con ese desgraciado y si es necesario que te encierre para evitar que lo haga, dalo por hecho Percival Weasley.

Percy no tuvo otro remedio que obedecer a su padre y comenzó a subir las escaleras con pasos pesados mientras luchaba por no derramar las lágrimas que ya quemaban sus ojos. No quería darle la satisfacción de verlo llorar y no lo haría. A mitad de la escalera giró la cabeza y miró a Arthur con veneno en los ojos.

-Te odio, padre. ¡No sabes cuánto te odio! –le espetó sin miramientos.

-Ódiame si quieres, pero no te irás con ese granuja de Sirius Black –fue la contestación que recibió.

El pelirrojo entonces subió corriendo a su habitación y se encerró en ella antes de aventarse a la cama para llorar como jamás lo había hecho.

* * * * * * * * * *

Pasaron tres días antes de que sus padres accedieran dejarlo salir de la casa y entonces Percy corrió al lugar donde había conocido a Sirius. Ese era un hermoso jardín que estaba en el centro de la pequeña ciudad donde vivía. Su corazón guardaba la esperanza de que Sirius lo estaría esperando y cuando nuevamente estuviera entre sus brazos, entonces se marcharía con él y ya no habría poder humano que se lo impidiera. Se paseó por el jardín de un lado a otro esperando ver en cualquier momento la tupida melena oscura del hombre. Ya quería volver a ahogarse en sus bellos ojos azules que brillaban más intensamente que el más hermoso de los luceros… ya quería estar dentro del fuerte círculo de sus brazos. Estuvo ahí todo el día sin importarle el hambre y la sed, pero Sirius jamás apareció. Hizo la misma rutina durante una semana entera hasta que su corazón comprendió que el hombre se había marchado sin él. Lloró sin consuelo mientras volvía a su casa y entonces su odio ya no sólo se dirigió hacia su padre que le había impedido esta con la persona que amaba sino también hacia Sirius. Ese hombre que le había robado el corazón y que le había dicho miles de veces que lo amaba y que haría todo lo posible porque estuvieran juntos, le había mentido. Se había dejado intimidar por su padre y se le olvidaron todas las promesas de amor eterno que le hizo.

'¿Acaso ya se te olvidaron todas las cosas que me dijiste, Sirius?' –se preguntaba Percy destrozado mientras volvía a su casa en medio de un vendaval–. '¿Por qué me abandonaste? Dijiste que nos iríamos juntos y que jamás me dejarías. ¿Dónde está todo el amor que juraste me tenías?' ¿¡¡¡DÓNDE DIABLOS ESTÁS SIRIUS BLACK!!!? –preguntó gritando.

En ese momento, algo se rompió dentro del corazón de Percy Weasley. El inmenso amor que antes hacía latir su corazón, se ahogó en el intenso dolor que lo embargaba y el calor de su pecho se extinguió para dar paso a un escalofriante frío que se esparció por todo su cuerpo. Ese horrible frío no era causado por las despiadadas ráfagas de viento que lo envolvían. No. Esa terrible frialdad provenía directamente de su corazón… un corazón que había sido burlado y engañado por falsas promesas de amor. Una última lágrima brotó de los ojos rojos del muchacho, pero ésta ya no era de dolor sino de rencor… un gran rencor hacia aquel que se había atrevido a enamorarlo y luego lo abandonó sin siquiera intentar proteger su amor como tantas veces le había prometido.

Con un ademán de desdén retiró esa lágrima que le quemaba la piel y sus facciones se endurecieron. Una férrea determinación brilló en sus ojos al decirse que jamás volvería a creer en falsas promesas de amor y por supuesto no volvería a entregar el corazón porque… porque… ya no tenía corazón. El lugar donde antes éste se encontraba ahora estaba lleno de hielo… un hielo que no sólo estaba congelando la sangre en sus venas sino también su alma.

* * * * * * * * * *

La situación era para desquiciar a cualquiera, pero no a Percy Weasley. Ese muchacho tenía nervios de acero y jamás se intimidaba ante nada y ante nadie. Fue lo que pensó la mayoría de las personas que estaban resguardadas bajo un toldo amarillo mientras esperaban que el diluvio que se le había echado encima menguara de fuerza. El muchacho pelirrojo miraba el agua caer sin que su rostro develara ninguna emoción. Ese torrencial aguacero sin lugar a dudas lo retrasaría en su trabajo, pero eso no parecía afectarlo. Tal parecía que él ya había contemplado ese inconveniente y no tendría ningún problema en resolver los problemas que surgirían por el piso mojado.

-¿Y cómo están las cosas en su casa, señor? –le preguntó una muchacha a Percy nada más para pasar el tiempo.

Todo el mundo volteó a ver a la chica que miraba a su superior esperando una respuesta y no se percató que era el centro de atención. Ella llevaba apenas una semana trabajando con el pelirrojo y no estaba enterada de que el joven jamás hablaba sobre su persona.

-No es de tu incumbencia –fue la majadera respuesta que brotó de los labios de Percy.

La chica lo miró sorprendida, pero luego se alejó sintiéndose profundamente disgustada con él. Sabía que tenía un carácter endemoniado, pero jamás lo creyó capaz de ofenderla de esa manera.

-Sanders –llamó Percy en voz alta a un hombre que se apresuró a acercarse a él.

-Dígame, jefe –le contestó el hombre con seriedad.

-¿Ves la laguna que se formó en el centro de campo? –señaló hacia un lugar que estaba a unos 50 metros de ellos.

-Sí, jefe –aceptó el hombre de inmediato.

-En exactamente en 10 minutos quiero que comiences a desazolvarlo. Llévate a Peer y a Smith para que te ayuden.

-Como ordene –le contestó el hombre sin titubear porque sabía que no tenía caso discutir con el pelirrojo.

Todos los que lo escucharon alzaron las cejas e intercambiaron miradas de diversión. Pensaban que la tarea encomendada era una pérdida de tiempo pues ese infernal aguacero no menguaría en por lo menos tres horas, pero obviamente nadie le hizo el menor comentario a Percy. El pelirrojo giró otras indicaciones a un par de hombres más antes de volver a quedar en silencio. Por su mente no pasaba absolutamente nada más que aquel trabajo que le habían encomendado. Ya ni siquiera recordaba a la curiosa muchacha que se había atrevido a preguntarle algo personal. Desde hacía mucho tiempo había adoptado esa actitud como la genuina y podría decirse que no tenía amigos en el mundo, pero eso no constituía ningún problema para él. A su parecer todas las personas que conocía no valían la pena y se abstenía de intimar con ellas.

Había estudiado como enajenado sólo para poder abandonar su hogar. Desde aquel día en que su padre corrió a Sirius de su vida, jamás volvió a dirigirle la palabra y con la única que llegaba a sostener alguna plática ocasional era con su mamá. Molly Weasley sufría con la fría actitud de su hijo pues la hizo extensiva al resto de la familia. No hablaba con nadie y no ayudaba a nadie si no obtenía con ello un provecho personal. Dejó la casa paterna en cuanto terminó la escuela y consiguió un empleo. Juró que no volvería a poner un pie en ella y a dos años de haberla dejado, había cumplido su palabra. No había vuelto ni para celebrar Navidad ni tampoco para estar en los cumpleaños de sus hermanos. Eso sí, mensualmente le enviaba a su madre un cheque que había aumentado en cantidad con el paso del tiempo debido a que consiguió empleos bien remunerados, pero dejó muy claro que no se debía a generosidad ni mucho menos. Quería pagarle a su padre todo lo que había invertido en su educación y que cuando considerara que la deuda estaba pagada, se olvidaría para siempre de ellos.

Percy consultó su reloj y volteó a ver a Sanders que parecía que sólo esperaba esa mirada para aventurarse bajo la lluvia junto con sus ayudantes. Los tres hombres llevaban a rastras una pesada manguera que estaba conectada a un camión bomba. Para total de asombro de todos, la lluvia se detuvo abruptamente en ese momento y voltearon a ver al pelirrojo con la boca abierta. Tal parecía que hasta el cielo obedecía a Percy Weasley. El pelirrojo ignoró a sus empleados y abandonó su refugio para luego comenzar a girar órdenes a todo pulmón. El campo donde debían colocar una enorme carpa de inmediato se llenó de trabajadores que se afanaban por despejarla del agua que la inundaba. Trabajaron con ahínco durante horas y para cuando cayó la noche, ya tenían levantada la carpa y las mesas y sillas estaban en su lugar así como también un templete en uno de los costados.

-No me gusta cómo quedaron las luces –comentó Percy que siempre esperaba perfección en todo lo que hacía.

-Está exactamente cómo me pidió que la pusiéramos –objeto el hombre encargado de la iluminación.

Percy no le contestó. Simplemente extendió el mapa que llevaba en las manos y lo examinó concienzudamente.

-Esa lámpara está fuera de su lugar por lo menos 5 metros –señaló la luz que pendía en el centro de la carpa–. Y por lo tanto, las demás también están mal.

El rostro del hombre se tiñó de escarlata cuando supo que su jefe estaba en lo cierto.

-Enseguida lo arreglo –masculló entre dientes porque eso le llevaría por lo menos una hora.

-Tienes media hora –le dijo Percy antes de alejarse de él.

-Imbécil –no pudo evitar murmurar el hombre antes de comenzar a corregir la iluminación.

Percy alcanzó a escuchar la grosería que le dijo el hombre, pero no lo afectó en lo absoluto. Ya estaba acostumbrado a que hablaran a sus espaldas y simplemente los ignoraba. Cuando esos insultos comenzaban a pasarse de la raya, se deshacía de esa persona y no porque lo ofendiera, sino más bien porque corría el riesgo de que se le ocurriera la genial idea de boicotear su trabajo. Si algo no soportaba era que no cumplieran sus órdenes y que lo hicieran quedar mal con aquellos que contrataban sus servicios. Se había recibido como administrador de empresas, pero se especializó en logística porque supo que tenía una innata facilidad para la organización. No importaba qué era lo que deseaban sus clientes de él porque siempre lograba complacerlos en un cien por ciento. Podía organizar bodas con no más de 20 invitados hasta eventos que congregaban a miles de personas con la misma facilidad. No le fue fácil manejarse en forma independiente y todavía tenía una pequeña deuda con el banco por el préstamo que había solicitado para comenzar su empresa, pero si todo marchaba como en los últimos meses, la pagaría en poco tiempo.

-El señor Reynolds está al teléfono, jefe –le dijo una jovencita a Percy al tiempo que le extendía un teléfono celular.

-Weasley –contestó el pelirrojo.

-¿Cómo va todo, Percy? –preguntó una afable voz masculina.

-Ya casi terminamos –fue la escuela respuesta.

-¿No tuvieron problemas con la lluvia?

-Nos provocó sólo un leve retraso sin importancia.

Perfecto! ¡Nos veremos en una hora entonces!

-Lo estaré esperando –dijo antes de cortar la llamada y mirar a su secretaria que se movía nerviosamente a su lugar–. Susan… ve y dile a Perkins que ya sólo le quedan 20 minutos para terminar con la iluminación.

-Sí, señor –aceptó la chica y salió corriendo para cumplir con sus órdenes.

Percy entonces se digirió hacia donde un ejército de meseros aguardaba para comenzar a trabajar. Habló brevemente con el jefe para indicarle lo que esperaba de ellos antes de revisar que la comida estuviera lista. No encontró ningún motivo de queja del grupo de cocineros y se dirigió nuevamente a la carpa. Supervisó que sus empleados terminaran de secar el pasto con la presión que les proporcionaba el carro bomba. Suspiró con satisfacción cuando el electricista lo llamó para que revisara las luces y el pelirrojo estuvo conforme con los cambios que había hecho.

-Buen trabajo, Perkins –le dijo con parquedad antes de marcharse para indicarles a los meseros que ya podían pasar a la carpa para arreglar las mesas.

-Al menos podría ser más efusivo en sus felicitaciones –comentó unos de los ayudantes de Perkins con el ceño fruncido.

-¡Sigue soñando, Fran! –le contestó el hombre divertido–. Si esperas que Weasley te sonría y te palmeé la espalda por lo que hiciste, puedes irlo olvidando. Anda, ya podemos descansar.

-¿En serio nunca sonríe? –preguntó el muchacho mientras observaba a Percy hablar con los meseros.

-Llevo trabajando con él un año entero y jamás lo he visto hacerlo, pero al menos paga bien y no te grita. Sólo te mira con seriedad y te dice que eres un idiota en el mismo tono con que pide la cuenta de la comida.

-¡Vaya sí es raro! –comentó Fran antes de seguir a Perkins fuera del coto de caza que el señor Reynolds había alquilado para ofrecer una fiesta a su numerosa familia.

Al cabo de una hora comenzaron a llegar los invitados y encontraron ya todo listo. Las mesas estaban arregladas preciosamente así como también las sillas. La velada transcurrió sin ningún tipo de problemas y Percy recibió un jugoso cheque de parte del señor Reynolds en cuanto concluyó el evento.

-Dentro de unos cuatro meses volveré a contratar tus servicios, Percy –le informó el hombre con voz pastosa pues había bebido en exceso.

-Estoy a sus órdenes… como siempre –le contestó el pelirrojo con educación.

-Eres bueno, chico… muy bueno –le palmeó el brazo antes de alejarse con pasos tambaleantes.

Percy esperó a que el último de los invitados se marchara antes de comenzar a desmantelar la carpa. No le gustaba dejar nada a medias y ya casi amanecía cuando por fin todo estuvo empaquetado y guardado en un enorme camión. Siguió en su auto al camión fuera del coto de caza hasta la bodega que alquilaba para guardar sus cosas. Sintió una gran satisfacción al saber que ese evento le había dejado una enorme ganancia Sabía que aún le faltaba adquirir muchas cosas para poder satisfacer las diferentes exigencias de sus clientes, pero no le corría prisa alguna. En cuanto terminara de pagar su préstamo, podría realizar esos gastos que afortunadamente no eran urgentes. Una vez que dejó sus cosas a buen resguardo, se fue a su departamento a descansar. No tenía nada programado para los próximos tres días y eso le daba tiempo para ultimar detalles del siguiente evento que tenía en puerta. Este era una subasta que organizaba el nieto de una anciana que había fallecido el mes anterior. El muchacho consideró que sacaría más provecho de las cosas que le había dejado en herencia la mujer vendiéndolas por separado que tratando de conservarlas en un lote. Se puso en contacto con uno de los mejores subastadores de la ciudad, organizó y distribuyó el catálogo de los bienes y visitó el lugar donde se llevaría a cabo la subasta.

Y así, llegó el día en que su camino volvería a cruzarse con el de Sirius Black, aunque él no lo sabía.

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Espero que les haya gustado… hasta luego!!!!!!!!