Finalmente después de un mes de no escribir algo diferente he terminado este headcanon. Debo decir que me costó trabajo, este fue el tercer texto que escribir de este tema y el que me convenció de publicarlo.
Primero que nada explico brevemente en resumen. Esta historia se desarrolla cuando Gintoki está buscando los pozos en busca de su maestro. Este episodio sucede en ese trayecto.
Las notas están al término de este TwoShot, digo porque si me quedo largo, no era para un longfic, pero si para algo como esto. Espero que les guste esta idea sobre el origen de Gintoki.
Nota: Me base en la leyenda original de Kintaro, personaje en el que está basado Gintoki, y pues su historia la varie un poco con lo que más me gusta, la magia y las leyendas. Así que la madre original de Kintaro se llama Yama-uba la van a leer muy seguido.
Advertencias: un poco de gore y angst
Disclaimer: Personajes bueno sólo Gintoki es de Sorachi los demás son de mi loca y genial cabeza
Disfruten, feliz lectura.
-o-
El blanco es sagrado y también un sacrificio, dijo la bruja en la montaña.
Can you walk on the water with I, you and I
Oh keep your eyes on the road and live there familiar, with a broken arm
Glowed with gates in a grove, true to life
Desde que comenzó a buscar los pozos sagrados, los que manaban altana y vivía el dragón, tenía pesadillas constantemente. Su mente se convirtió en un laberinto de cubos de colores, de escenarios desconocidos, sentimientos sin fundamentos, extraños que dicen su nombre con familiaridad y le hacían creer que no estaba solo. Un profundo bosque y una aldea nómada lo invaden. No puede moverse por más que lo intente; sus pies se enraizaron a la tierra como lo hacen los robles y desde las alturas observa la pequeña comunidad. Las casas de campaña tienen como techo hierbas abundantes, verdes y secas, de hilos cuelgan piedras de colores. Las mesas de madera están cubiertas por cazuelas, platos y copas, residuos de lo que fue una cena. No hay nadie, parecen dormir. Siente el brillo de la luna que se filtra por sus ojos, observa un rayo rojo que se inyecta sobre sus pupilas, una descarga eléctrica recorre su cuerpo.
Aquella sensación le hizo brincar sobre el futon y despertar a mitad de la madrugada. Luego de recuperar la respiración, analizó su alrededor para reconocer la posada en la que se hospedo anoche. Limpió el sudor de su frente, luego buscó la jarra de agua que se encontraba a su derecha.
Desde que decidió tomar ese camino no ha dejado de soñar cosas extrañas. Los lugares parecen siempre tan nítidos y reales que duda que sean sueños. Eso lo aterra. Las pesadillas se repiten constantemente y despierta a la misma hora. Conciliar el sueño es un problema. El reloj en la pared le muestra las tres de la madrugada.
En sus episodios escucha un idioma desconocido que proviene tras las cortinas de las casas de campaña, en medio de los árboles, sobre la noche. El terror verdadero apareció al verlos salir de sus escondites. Una docena de manos intentaron llevarlo con ellos, luchó hasta que lo dejaron libre. Mirarlos fue como verse todas las mañanas al despertar, con el mismo cabello desordenado.
Ellos eran como él.
Eran igual a él.
Él se reflejaba en ellos.
El cabello platinado, casi de nieve, de luna, leche escurriendo sobre sus cabezas. Ojos de sangre, rubíes, fuego. Piel pálida, casi enfermiza, insípida, transparente, fantasmal.
Lo miraban curiosos e inquietos. Hablaban un dialecto extraño que siseaba las palabras, era casi igual a una respiración profunda. Al observarlos se veía así mismo y lloraba sin entender porque le provocaban nostalgia.
Su pesadilla siempre era así, el bosque, los seres de cabello blanco y una aldea. Al principio pensó que era su castigo, era la condena que le tocaba por su maestro, por sus amigos, por destruir el corazón de todos al marcharse. O tal vez sean los pozos que le provocan malos pensamientos, otras que es su karma, luego el destino y al final… al final no tiene respuesta. Había ratos que aceptaba su tormento, otros no porque en cada sueño le dolía un poco más la conciencia.
No entendía, como siempre, porque él no entiende de esas cosas profundas, es demasiado simple para darle forma a sus sentimientos.
Sus noches y sus días tienen el mismo escenario, largas veredas, pasillos y encrucijadas, más encrucijadas que lo llevan a ningún lugar. Porque ni en sus sueños ni en la realidad llega a su objetivo final: encontrar a su maestro.
No sabe cuántos kilómetros ha recorrido. Cansado y pensativo, caminó desde el último pozo. A veces piensa en el grupo de idiotas que dejo atrás y sonríe. Aunque no merezca ni siquiera ser recordado. Pensar en ellos le crea dolor.
Un pequeño pueblo se mostró frente a él. Muy conveniente antes de caer la noche. El sendero empedrado y lleno de musgo lo llevaron a la entrada. Una vez cruzó la primera casa, la descubrió vacía, como muchas casas alrededor. Buscó algún habitante que le indicará donde hospedarse. Las calles solitarias le recordaron un pueblo fantasma y si no fuera por una anciana ciega en compañía de la que podría ser su hija, hubiera creído que no había vida.
Gintoki se acercó a ellas y preguntó por un sitio donde descansar. La hija lo observó y amablemente le dio indicaciones, así como recomendaciones de no pasar mucho tiempo en la noche porque el espíritu de una bruja asechaba. Gintoki al escuchar aquello tembló un poco y la voz cambió cuando dio las gracias. Al girar sobre sus pies y tomar camino, la anciana dijo su apellido con la misma familiaridad que lo hacían aquellos seres en sus pesadillas. Se detuvo y la sensación de tener plomo en los pues regresó.
― ¿Cómo sabe mi nombre?― preguntó sin darle la cara. No le sorprendió que conociera su nombre si no que parecía estar al tanto a pesar de tener la vista apagada.
― Has vuelto…― dijo la anciana con nostalgia. Quiso acercarse y tocar sus ropas, sus manos, el cabello. Su hija la contuvo.
― Disculpe a mi madre, ya es mayor… está un poco senil― Hizo una reverencia, tomó a la anciana de la mano y tomaron la dirección contraria que Gintoki.
―… es él, él ha regresado, finalmente descansara― oyó decir a la abuela― seremos libres.
― Mamá, deja de asustar a los viajeros, por eso el pueblo está casi solo― respondió la hija.
Cuando Gintoki iba a ignorar las palabras sin sentido de una anciana, ella dijo algo que atrajo su atención y por un momento lo desvió de su propósito.
"Treinta años han pasado, dime, ¿tiene el cabello blanco y los ojos de sangre?" Gintoki se desplazó velozmente hasta ellas. Impidió su paso y miró a la anciana con curiosidad. La hija se consternó y asustada abrazó a su madre. Iba disculparse por segunda vez pero él la calló.
― ¿Usted me conoce?― su pregunta era más una orden que exigía respuestas― sí, tengo el cabello blanco y los ojos de sangre. ¿Usted sabe quién soy?
En medio de la sorpresa y la declaración, la hija no pudo más que seguir abrazando a su madre, azorada por la situación.
―… ella está aquí― fue la respuesta de la anciana. Miraba el cielo mientras señalaba la montaña.
― ¿Ella? ¿Quién? ¡Oye vieja, no estoy para juegos! ¿De qué demonios habla tu madre?
Hasta ese momento, la hija cayó en cuenta sobre la apariencia de Gintoki y lo examinó cual bicho raro. Agachó la mirada y sin dejar de abrazar a su madre; dijo su nombre y el de su madre. A Gintoki no le resultó familiar el apellido.
― Es él…― insistía la anciana― gracias a Raijin *
Antes que Gintoki entrara en histeria lo invitó a pasar la noche con ellas. No estaba segura de lo que estaba haciendo pero su madre aprobó la acción. Confundido y preocupado, aceptó. La anciana lucia aparentemente sana, tenía como todas las viejas su piel de pasa y los cabellos grises, llevaba un kimono azul y en sus cabellos un pasador dorado. Sus ojos ciegos reflejaban tortura y dolor, perdió la vista de manera salvaje, casi tormentosa. ¿Habrá sido castigada? La hija en cambio era una mujer en los cuarenta, cansada y marchita. Si alguna vez fue hermosa, se estaba apagando esa luz. Pensó Gintoki una vez dentro de la enorme casa.
Prepararon una habitación y ofrecieron comida. El comedor era sencillo para una casa grande y casi lujosa. La puerta soji estaba abierta, podía ver el jardín y el estanque seco desde ese punto. La hija llegó con té y arroz gohan. Una niña de alrededor de siete años llevaba una charola con un pastel de machia. Lo miraba tímida y sonreía en ocasiones. La comodidad que le brindó la casa fue tan familiar que casi juró haber estado ahí antes. Las paredes crema, el olor a sándalo y lavanda le provocaron dos Déjà vus. Mientras bebían té, la anciana seguía pensativa y masticaba con lentitud el arroz. Así que se dirigió a la hija que esperaba respondiera sus dudas.
― Mi madre ya está mayor, así que ignoré cada una de sus palabras.
― Tú madre me conoce… y bastante bien por lo que sé ve. ¿Por qué me invitaste a pasar la noche? ¿Dónde está tu marido? No quiero que se mal interpreten las cosas.
― Soy viuda, en esta casa sólo vivimos nosotras. Lo traje aquí por mi madre. Ella está bastante calmada desde que lo vio. Los ataques de ansiedad han desaparecido y también ha tomado su medicina.
― Bueno, admito que tengo cierto toque con las ancianas… tenía que soportar a una hace un par meses.
Sin embargo, nadie río. La niña comenzó a jugar con un par de muñecas cercanas. La anciana bebía despacio su té verde.
― Ella cree que eres el hijo de la bruja.
― ¡Es él hijo de la bruja!― exclamó la anciana alterada― Se llama Sakata como su padre… ― su adrenalina hizo que derramara un poco de té en su kimono ― es él… ¡Debes de ir a la montaña! Su espíritu quedó ahí, sellado, a la espera de tu retorno. Al mismo tiempo que nos castiga por no protegerlos. Fuimos un pueblo traidor que abandonó a una familia.
― Mamá… por favor, tranquilízate ― aconsejó la hija mientras limpiaba el kimono viejo― ignórela, está así desde hace unos años.
Contrario a lo que la hija pidió, Gintoki no la ignoró, la miró detalladamente, buscando en ella algo que le asegurara estaba loca o decía la verdad. ¿Cómo sabía su nombre? ¿Por qué pudo reconocerlo si es invidente? Por otra parte la sensación de haber estado en esa casa antes no podía evitarla. Fue entonces que preguntó cómo se llamaba el pueblo, en el mapa no figuraba. El camino al siguiente pozo estaba despejado, sin ningún rastro de vida.
La hija explicó que ese poblado estaba por desaparecer, quedaban pocos habitantes que le daban vida pero la mayoría huyó años después de la tragedia. Gintoki dijo que tenía toda la noche para escuchar su historia y así hilar la curiosidad que despertó la anciana en él. Al escuchar eso, la abuela sonrió y pareció quedar complacida. Antes de comenzar, la hija llevó a la cama a la pequeña niña quien se despidió efusivamente de Gintoki agitando su mano.
Quedaron solos, con el silencio y las cigarras que cantaban en el jardín. Gintoki se acercó un poco para ver a detalle las cicatrices de sus ojos. La anciana se dio cuenta y dio un respingo.
― Me quemaron los ojos― soltó ― fue una tortura por protegerla, quizá por eso no me ha matado todavía.
― ¿Quién la torturó?― sabía que hablaba de la bruja, pero ella paso a segundo plano cuando supo que alguien más la lastimó.
― Los inquisidores― susurró― no hables de ellos en voz alta… aún quedan unos cuantos y rondan de vez en cuando. Como los mosquitos en las noches cálidas.
― ¿Inquisidores?― Durante toda su vida, Gintoki jamás había escuchado hablar de ellos, la sola palabra se le hacía nueva.
― Sí, llegaron hace muchos años… disfrazados de monjes para evangelizarnos, luego al no conseguir su objetivo se marcharon… después volvieron con esos alienígenas y…
― ¿Amantos? ― no fue nuevo para Gintoki que dos seres repulsivos y asesinos pudieran juntarse para hacer daño― ellos la castigaron…
― Fue lo mejor― aquella confesión no la esperó― así no vi como quemaban a tu madre y mutilaban a tu padre.
Fue un impacto de bala o millones de agujas entrando en su cuerpo, un balde agua fría y el hormigueo del miedo recorriendo ambos brazos y piernas. Su estómago se abrió al sentir una espada atravesándolo. Todo dio vueltas repentinamente. Su vista se nubló y sólo percibió una escala de grises. Creyó escuchar un piano o un shamizen. Sus manos temblaron y derramó el té sobre el pastel de machia. Sintió que las partes que le faltaban a su corazón se armaban para después explotar una y otra vez. Su cerebro estaba suspendido en una imagen confusa donde una mujer era quemada viva y un hombre cercenado con espadas.
Una imagen difusa, casi surrealista se desvanecía como la mezcla de acuarelas de colores en agua.
Él no recordaba a sus padres, a veces dudaba que hubiera nacido de una mujer. Shouyo le preguntó por ellos cuando lo encontró mordiendo una bola de arroz sobre un cadáver pero no supo que responder. Un No fue suficiente para dar lastima y pena ajena. Esa tarde le dijo que era normal, el país estaba en guerra y muchos niños perdieron a sus padres. Estaba bien con eso, con saber que sus padres son una cifra más de la tragedia.
¿Sus tumbas? No le interesó buscarlas. Para él los muertos, muertos estaban y no tenía ningún sentido buscarlos. Sólo eran un montón de huesos bajo la tierra.
Tampoco tenía ganas de esforzarse en recordar quien era su madre porque pereza, nostalgia y miedo. Es por ello que no entendía a la vieja Otose llevándole comida a su difundo esposo, ni a Otae con sus ofrendas al padre y al ex novio.
La boca dulce de Gintoki se secó, su piel de por si blanca tomó un tono translucido que bien pudo ser su mismo fantasma. Sus ojos se perdieron en un punto en el vacío entre la pata de la mesa y el suelo. No reaccionó a ningún sonido o estimulo externo, por ello no sintió las manos de la anciana sobre las suyas. Tenía un espada perforándole la memoria.
― No lo recuerdas… entonces, ella cumplió su palabra.
No comprendía porque el shock si sus sentidos estaban en la dirección correcta, tratar de encontrar los restos de su maestro, destruirlo y así poder descansar. Sin embargo, esa aventura lo retorció hasta el alma y los ancestros.
― Pobre de ti, Gintoki. Un día vas a regresar a donde perteneces, con los que son como tú. Si estás vivo, es por un favor a ella… a Yama-uba. La bruja de la montaña. Tu madre… la hija de…
Cada palabra de la vieja era como escuchar un violín mal afinado, pasar las uñas por un pizarrón. Lastimaba sus oídos. Un veneno invisible se deslizó por su garganta, su sangre ardió. No entendió porque el dolor, porque la agonía si no tenía conexión con su existencia. Esa mujer sin duda también era una bruja, si no como explicar tanta tristeza.
― ¡Madre! ¿Qué has hecho?― la hija entró a la habitación preocupada por el estado traumático de Gintoki.
Era un muñeco pálido con lágrimas congeladas en las mejillas y las manos entumidas por un frío indescriptible.
―… Ten cuidado, madre, su memoria es igual de frágil que un jarrón de porcelana china. No está listo. Misma me dijiste que si regresaba debíamos ser amables.
La anciana no respondió, observó complacida el estado de Gintoki que con ayuda de la hija regresaba a la normalidad. Bebió un poco de té y recibió aire con un abanico. Ella miraba con desdén a su madre.
Diez minutos basto para recuperar a Gintoki y que la temperatura regresara a su normalidad. Estaba a dos de un coma diabético por culpa de la anciana y su cruel confesión.
― No le creas nada…― repitió la hija con la mirada llena de angustia― las cosas no son tan sencillas pero… si quieres respuestas, debes ir a la montaña.
― ¡No!― gritó la anciana― sí él va a la montaña puede que no regrese… no es el momento. Ella lo quiere devuelta hasta que haya cumplido sus metas en esta vida.
― ¡Mamá! ― la hija sólo pudo exclamar ante la declaración. Miró a su invitado que seguía mirando la nada.
― Sí eres más sutil tú, entonces cuéntale― la anciana le reprochó a su hija, parecía cada vez más lucida. Pudiera ser la adrenalina, el entusiasmo de tener a Gintoki frente a ella que la motivo a decir la verdad.
La mujer suspiró cansada y bebió té. La noche comenzaba a expandirse por el pueblo, su frescura aclimataba la habitación, el viento mecía las hojas y traía sonidos lejanos, cantos de grillos, de aves y las copas de los árboles armonizar una sinfonía funesta que llevaba al drama. La cabeza de Gintoki comenzó a doler, como si fuera una resaca de la borrachera anterior. Las sienes se sentían calientes y punzaban. Sus manos se hincharon a causa de la presión del azúcar.
― Deje el drama abuela y comienza por el principio, tengo toda la maldita noche… ― después miró a la hija― si van a romperme el corazón, al menos deberían traer un poco de alcohol.
En todo el tiempo que llevaba con él, la hija no había sonreído y al escuchar su petición, esbozó una sonrisa amable y de inmediato fue por sake. De nuevo solos, Gintoki retó a la anciana. Olvido el dolor de cabeza, el sudor de sus manos y la miró.
― Hable… mañana por la mañana retomaré mi viaje. He cruzado medio Edo y no descansaré hasta encontrar lo que buscó. Estar aquí es tiempo prestado. La escucho.
― Así es, Gintoki, estar aquí es tiempo prestado, tiempo que no existe, un lugar desaparecido de los mapas, tu pueblo natal que se ha quedado en el olvido, como tu pasado.
El sake no tardó en llegar, justo a tiempo cuando la mujer comenzó a narrar la historia como si se tratará de un cuento, una leyenda que probablemente se cuente años después de su muerte. Relato arcaico, antes de los Amanto, antes de los hombres, cuando los dioses llegaron a la Tierra y se instalaron. Es ahí, en ese preciso momento donde el linaje de Gintoki toma forma y se expande debajo de un roble, entre el muérdago y las salamandras. En tierras de barbaros, tierras lejanas, llenas de sangre y coraje, cubierta de magia y cazadores.
Cuando los toros blancos se sacrificaban en luna llena bajo un gran roble y se leían las entrañas del animal. Cuando el blanco se creó como sacrificio y pureza. El blanco que representa al clan de Gintoki.
Quiso preguntar dónde se encontraba esa tierra, quienes eran esos barbaros, porque los toros blancos y que culpa tenía él de tener el permanente natural. Guardo silencio cuando la anciana dijo que su madre provenía de una familia de semidioses o eso decía ella. Porque nació de aquellas sacerdotisas que abandonaban su isla sagrada cada noche de Walpurgis*, para mezclarse con los hombres y procrear niños sagrados que nacerían en octubre y noviembre. Y Gintoki recordó que en el mes de octubre era su cumpleaños. Bebió un poco de sake para disminuir la contracción de su abdomen.
Continuó la anciana mirando los ojos rojos de Gintoki al mismo tiempo que le explicaba que su madre y su estirpe, eran así descendientes de una diosa blanca, a la que se consagra con velas azules y blancas, ofrendan claveles blancos y orquídeas. Una diosa que en su nombre llevaba el brillo y el amanecer. Brigit*.
Una punzada en la nuca lo hizo enderezar su columna vertebral. El sólo nombre tenía un poder extraordinario que él creyó reconocer en su mismo esqueleto, blanco y fuerte.
Aquella bruja de la montaña, vivió en medio de un bosque con los suyos, con los pocos que quedaban, aislados de toda civilización, por miedo, por seguridad. Eran temidos y acusados por los hombres comunes, de brujos, asesinos, malditos y peligrosos. Ocultos en medio de la noche y la naturaleza, así creció la bruja Yama-uba. Con sus trenzas plateadas y vestidos floreados verdes, aprendió las mancias de su arte mágica, movía el caldero y leía las piedras. Desde muy niña fue entrenada para hacer sortilegios y romper cráneos con ayuda de un báculo hecho de sauce blanco. Árbol sagrado que le dio poder y fertilidad. Gracias a esas habilidades pudo luchar junto a sus dos hermanos mayores que forrados en armas y fuerza, conseguían destruir a sus enemigos. Defendían su tribu y a los suyos, justo como se los inculcó su padre y su padre a él, el sabio anciano que los dirigía. Muchas veces pelearon contra los inquisidores. Encapuchados que cubrían su rostro con máscaras de metal, en armaduras de acero con símbolos en la pechera y el faldón. Escudaban sus fechorías a nombre de un dios solar, castigaban bajo las órdenes de un libro y juraban en nombre de la cruz terminar con todo lo que ofendiera a su iglesia. Por ello tuvieron que huir una madrugada de su aldea improvisada que les dio cobijo durante tantos años. Dieron gracias a la tierra y al río por el alimento y partieron a rumbos desconocidos.
Aquel bosque y cabañas improbadas le recordaron a sus sueños. Juraba conocer el campamento y sus habitantes. Los cabellos blancos de los hermanos de su madre, que pensar en ello eran casi increíble. Ir de un lado a otro suministrando armas, mapas, provisiones para sobrevivir el largo viaje. Aquella conexión lo asustó y bebió más sake, como si con ello pudiese borrar las pesadillas y la relación que existía entre ellas y el pasado de su madre. Mientras más sake tomaba, las imágenes en su mente se hacían cada vez más borrosas hasta el punto de desaparecer. Sus ojos entonces cubrieron las escenas y podía ver a la tribu caminar en medio del bosque, guiados por antorchas y un hombre anciano al frente de la comitiva.
Era su familia, los ancestros, ese linaje perdido que creyó no existía.
Una mujer de cabellos cortos que le recordó así mismo cuando se trasformó en mujer, lo atravesó. Llevaba un niño en brazos que bien pudo ser Gintoki a esa edad. Gritó, pero nadie lo escuchó, miró al cielo pero no hubo respuesta. Sólo una niña con el cabello blanco trenzado y un vestido floreado lo observó al final de la caravana.
Era su madre a los catorce años.
Sonrió al verlo. Después paso de él.
El sake debió contener algún alucinógeno que le causó visiones y lo llevó directo a la historia de la anciana. Se sintió parte de la vegetación y el ambiente sombrío que daban las fugas. Sus pesadillas se convirtieron en su realidad y no tenía forma de salir. Intentó pellizcando su brazo derecho pero no sucedió nada, ni siquiera sintió el dolor. Una corriente de aire lo arrastró hasta donde su clan caminaba. Sus cabellos blancos brillaban con la luna y la luz de las antorchas.
Algo de él se reflejó en cada uno de ellos, en la mirada triste de un muchacho de dieciocho años que bien podía ser un primo; con ayuda de un pasador evitaba que sus cabellos enmarañados cubrieran sus ojos. Le recordó a sí mismo cuando estaba en la guerra. Dos hombres altos y fornidos eran la representación de lo que él no era y no sería nunca. Uno de ellos tenía el cabello hasta la cintura que ató en una coleta, poseía un par de hachas en su espalda. El otro consiguió que su cabello quedara quieto cortando la mayor parte de las puntas, dos espadas afiladas en cada lado de su cuerpo. Un hombre mayor que ellos, de barba blanca y cabellos largos sueltos, caminaba a paso lento, sosteniendo una antorcha. El anciano al frente recitaba una canción que Gintoki creyó recordar.
"Caminaron por tres lunas, atravesaron ciudades y bosques" oyó la voz de la anciana que provenía de los cielos o de alguna parte de la oscuridad. Entendió que el sake lo indujo al sueño, dentro de la historia.
Conforme la anciana narraba partes de la historia y las describía, aquel entornó se transformaba. Así fue como presenció una batalla sangrienta donde puso ver el poder de aquella raza. Reconoció el coraje en sus golpes, la furia de sus miradas. Una desesperación por la victoria y la venganza. Peleaban con fiereza contra los Amanto e Inquisidores que doblaban el número. Eso no pareció importar al hombre de barba a quien la joven de cabello trenzado y sus dos hermanos llamaban padre. Gintoki no quito su vista de él, peleaba con tres espadas, dos en sus manos y una en su boca, además, en los talones tenía navajas así como en una filosa espada saliendo de su espalda que pasaba de su cabeza. Nunca había visto a nadie pelear de esa forma. Hubiera querido entender lo que decían pero hablaban un idioma distinto, sólo consiguió entender "Papá".
Por otra parte aquellos hombres que doblaban su estatura tenían una fuerza sorprendente que conseguían romper cabezas con sus manos. Cada golpe rompía rocas, sus afiladas armas cortaban el viento y partían en dos a los inquisidores. Su pequeña madre, también era poderosa, mientras con su mano derecha usaba hábilmente el báculo de madera, con la otra mano lanzaba algo que brillaba de color azul. Brincaba sobre las cabezas de los Amanto y parecía volar. Aquellas luces azules caían sobre la cabeza de sus enemigos para después golpearlos con la madera. El campo de batalla le hizo hervir la sangre, quería participar, ayudarlos a vencerlos. Porque conocía la impotencia, el dolor, la agonía de ser reprimidos por esos seres.
Quería pelear.
"A pesar de ser menos en número consiguieron vencer, aunque a un alto costo" la voz de la anciana reconstruyó el escenario para dar paso a una procesión funeraria. Donde algunos cuerpos flotaban en una balsa de madera y eran incinerados mientras la corriente del río los llevaba lejos. Buscó a la mujer que se parecía a Ginko y a su pequeño Appo pero no los encontró. Miró las llamas y comprendió que la muerte era una constante en su familia. Los oyó cantar, recitar mientras arrojaban flores al río. La jovencita miró a Gin por un momento, después agachó sus ojos a la tierra. "Conforme avanzaban a tierras de Asia, perdían más miembros del clan, ya fuera por los Amanto o los Inquisidores, o por el cansancio. Cinco meses después, el viejo anciano murió antes de cruzar tierras soviéticas/eslavas. Durante tres días, los pocos demonios blancos que quedaban, se dedicaron al luto. No sólo habían perdido un familiar, si no al guía y sabio" Narraba la anciana. Observó a la niña que había desatado las trenzas de su cabello y cambiado su vestido floreado por uno blanco, ataviada de joyas y piedras preciosas en su cuerpo. Limpió sus lágrimas y coronó a su padre como el nuevo sabio anciano. Todos hicieron una reverencia y continuaron el recorrido.
"Ella dijo que sus hermanos murieron por protegerla a ella y su padre. Fue la última vez que pelearon junto a ellos. Luego tuvieron que escapar. Ya no quedaba nadie del clan más que ellos dos. Se extinguieron como civilización" dijo la anciana y Gintoki miró a los grandes pilares caer en manos de los inquisidores. Fueron encerrados en jaulas, como bestias, tratados peor que animales y probablemente torturados. No supo que sucedió porque la visión se borró y lo transportó al llanto de la joven que cubría su rostro con ambas manos. Su padre encendió una vela blanca que se consumía lentamente.
― ¿Hasta dónde me vas a llevar anciana?― preguntó Gintoki intentando tocar el cabello blanco de la muchacha.
"Paciencia, aún no terminamos… "
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Es verdad… continua en el siguiente capítulo, que sí está publicado :D Nada más que era muy largo por eso lo dividí.
