Joven judío.
by Trash-San.
Disclaimer: Los personajes pertenecen a la mente creativa de Trey Parker & Matt Stone —perdón por joderlo con adolescentes gays—. Sólo soy dueña de la ridícula trama de este fic, con la que no ganó ni un mísero centavo.
Clasificación: T, por lenguaje fuerte y pensamientos suicidas.
Géneros: Angst/Romance.
Pareja: Stan Marsh/Kyle Broflovski [Style].
Advertencias: —Spoiler Alert!— Temas religiosos, amor no correspondido, probable suicidio de personaje, emo!Kyle... Si alguno de estos temas en especial no es de tú agrado, por favor, abstente de leer.
(Fecha de publicación: 23 - 02 - 2015 ― Fecha de revisión: 06 - 03 - 2016).
Disrfutad la lectura.
"Para poder continuar subsistiendo como un parásito dentro de la nación, el judío necesita consagrarse a la tarea de negar su propia naturaleza íntima".
—Adolf Hitler.
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Capítulo único.
Nacido desdé (según las viejas tradiciones bíblicas) que el arca de Noé encalló en el monte Ararat. El judaísmo, la más antigua de las tres religiones monoteístas (junto al cristianismo y el islam), y la menor de ellas, en número de fieles. Practicada a partir de las enseñanzas del Torá, es la religión que acepta la existencia de un Dios omnisciente, omnipotente y providente, quien eligió al pueblo judío para revelar al mundo la ley contenida en los Diez Mandamientos, y los rituales prescritos de los libros tres y cuatro de la Torá. Sin embargo, niega la existencia de Jesucristo, pues se piensa que él no ha llegado aún. Para el judaísmo, el verdadero hijo de Dios será aquel con riquezas y bienes, alguien con poder, para poner al mundo a los pies de los fieles siguientes de esta doctrinaria religión.
Como tal, el judaísmo exige seguir las tradiciones y restricciones establecidas al pie de la letra, sin excepciones. De las cuales, la más grande prohibición que puede haber, sin el privilegio del perdón: es el pecado de la homosexualidad.
«Dios creó al hombre y a la mujer para vivir juntos».
En la creación de toda la existencia universal, a la primera semana de vida, por puro capricho Dios dio vida a Adam, el primer hombre. Ante el sentimiento de soledad y envidia que experimentaba Adam al verse sin una compañera, a través de una de sus costillas, nació Eva, la primer mujer. Sus sistemas reproductivos (por así llamarlos) fueron la máxima diferencia establecida; Adam poseía un pene, y Eva, por su parte, tenía una vagina, esto con el fin de ser capaz de reproducirse y poblar al mundo.
Nada más.
Por ello, gente de un mismo género no pueden amarse, simplemente por ello.
Considerado un tema tabú, es mal visto por la mayor parte de la sociedad. Se le trata como un monstruo, o un ser extraño de un planeta distante, a aquel que ama a una persona de su mismo género. Solo por amar, un sentimiento tan normal, tan humano, se convierte de repente en algo malo, un error que debería ser erradicado de la faz de la tierra para enterrarse en el olvido y no volver a ser sacado jamás. Ni siquiera en los pensamientos más oscuros e indeseables de la gente.
En los pensamientos más oscuros, y absurdos, de un joven judío.
Kyle caminaba por las solitarias y heladas calles de South Park, sin rumbo aparente.
Se sentía tan apesadumbrado, con todo el peso de su demonios internos pecando sobre sus escuálidos hombros, y sin alguna actividad en particular que le apeteciera realizar, ahora o en cualquier otro momento. Caminar era lo único que parecía hacerlo divagar de toda la mierda que nublaba su mente apenas bajaba la guardia, aunque no supiera cual fuera su destino final. Además, estaba cansado de acomodar sus cosas para la mudanza próxima.
Su cuerpo se cubría con los pequeños copos de nieve que venían de las grises nubes necesitadas de vida, para terminar su trayectoria en la pecosa piel. Aquella mañana era muy fría, más de lo normal. Podría haber dado el paseo sin rumbo en el nuevo auto que le había regalado su padre en festejo por su cumpleaños número diecisiete, uno color amarillo brillante, y no tener que soportar el frío chocando pesadamente contra su rostro paliducho. Pero prefería caminar y que el aire frío en su cara borrara todo el dolor que sentía con cada día que el sol salía por el este y le segaba con su brillante color naranjo.
En sus oídos resonaba el triste ritmo de una canción. Los audífonos conectados a su celular se encontraban a un nivel de volumen bajo, lo suficiente como para perderse en la letra de evidente sufrimiento y dolor en los solos de guitarra, pero también para mantenerse atento a los sonidos que venían directo del mundo exterior. El incesante y fastidioso sonido de los coches al pasar por la carretera, risas y burlas de los alumnos en pinta, chismes sin importancia en boca a boca de señoras comadronas (que parecían no tener nada mejor que hacer que meter su narices en los problemas de la vida ajena), las risa y gritos alegres de los infantes.
Kyle dirigió su vista, apartando un audífono de su oído, al lugar donde provenían las voces infantiles de los pequeñitos. El parvulario de South Park. Los niños, bien abrigatidos, iban sujetando la mano de sus padres o la persona a cargo de llevarlos; algunos parecían querer entrar, se veían ansiosos, felices por aprender o simplemente por el hecho de estar con sus amigos; mientras otros deseaban irse lo más lejos posible de aquel lugar. Pobres. El parvulario no se comparaba con la primaria y todo lo que vendría después, ni un poco. Si odiaban estar en aquel establecimiento donde solo dibujan, almorzaban y jugaban, aborrecerían lo demás, donde todo era estudio, escritura, lectura y de vuelta a iniciar aquel circulo estresante y aburrido.
Una sonrisa nostálgica se formó en los delgados labios de Kyle. Ver aquel establecimiento le traía hermosos y dolorosos recuerdos, sobretodo el jardín de juegos. Podía ver los columpios, subibajas, las resbaladillas y un montón de juegos que brindaban diversión y risas a los pequeños. Todos ya oxidados y viejos, pero aún funcionales, aunque había uno que otro nuevo que aún conservaba el color brillante de la pintura original.
—Pero qué lejano parece todo... —dijo Kyle para sí mismo.
Los recuerdos amargos de su infancia eran los mejores de su vida. El recordar cuando los juegos y la diversión lo era todo, el tratar de descubrir el por qué las cosas más simples, cuando el dulce era el único sabor deseado, sin ninguna responsabilidad más que vivir la diversión al máximo, cuando la vida no tenía sentido alguno y así estaba bien.
Kyle Ekklesia Broflovski nació en Mayo 21, primer día de Géminis, de 1995.
Cuando pequeño, desde una tierna edad, los señores Broflovski enseñaron a su primogénito a darle cero tolerancia a los pecados según la religión judía.
A decir verdad, su infancia pareció haber sido saltada directo a la adultez.
Fue criado con la antigua ideología griega: ser perfecto. El mejor en todo lo que hacía, a nunca cometer un error por más pequeño e insignificante que fuese; ser educado, amable, responsable, ordenado, inteligente, perspicaz, ingenioso… ¡En fin!, todo lo que Sheila esperaba de él.
A tal grado era este hecho, que su madre, decida por tener al hijo más insuperable de todos, le impartía clases a las que le gustaba llamar 'preparación precisa para el parvulario', donde aprendió a leer y escribir un poco a la edad de cuatro. Gracias a ello, y aunque parezca absurdo, Kyle nunca salía a jugar.
—¿Por qué no puedo ir a jugar afuera? —preguntaba siempre Kyle, con una vocecita inocente, cuando estaba en medio de una clase.
Sheila suspiraba con exasperación, pero se controlaba por tratarse de un infante. "Kyle, querido" decía la regordeta mujer, con la voz más dulce (y empalagosa) que podía urdir—, si estudias muy duro ahora estarás más adelantado que los demás niños cuando entres al parvulario. Salir a jugar sólo te distraerá. Es por tu propio bien, ya lo veras.
Jamás pudo ver en que lo beneficio. Claro, siempre tuvo mejores calificaciones que sus compañeros, pero las cosas realmente importantes en la vida (más que un diez en un mísero papel) nunca se vieron realmente beneficiadas.
Kyle pasó un largo tramo de su niñez escondido entre cuentos y libros de caligrafía infantiles. Cuando su padre Gerald, viendo lo agotado que estaba, le permitía salir un par de horas, Kyle prefería no hacerlo y quedarse estudiando en casa, para sorpresa de Gerald y encanto de Sheila. Después de tanto tiempo encerrado sabía bien que nadie querría hablar con él, mucho menos jugar. Una vez lo intentó a escondidas, pero todos se alejaron y le ignoraron.
No tenía amigos. No sabía cómo era la sensación de tener a alguien más que te quisiera, que te apoyara en las buenas y en las malas, y que compartiera las risas y alegrías, alguien a parte de tu familia. Más bien, tampoco sabía muy bien cómo se sentía lo último. Ni Sheila ni Gerald parecían llegar a comprenderlo. Kyle siempre se había sentido como la oveja negra, no solo de la familia, si no que de todo el mundo en general. Un punto negro en un sin fin de puntos blancos. El que resalta y gracias a esto era rechazado, por no ser como los demás.
Ser diferente.
La definición: Diverso, algo fuera de lo ordinario, difícil de repetir, que no hay dos iguales.
Un millón de significados para la misma palabra. Pero al final todos herían de la misma manera.
Kyle Broflovski nunca se sintió a gusto consigo mismo. Siempre se preguntó por qué no podía ser igual a los demás. No comprendía qué era lo que tenía de anormal para que las personas lo vieran raro. ¿Acaso era su asqueroso cabello pelirrojo y rizado? ¿Las horribles pecas que cubrían su rostro? ¿Su religión?
No lo sabía.
Al fin, para la alegría del infante pelirrojo, llegó el primer día de parvulario, el inicio del largo camino de la educación que les aguardaba por muchos años más; el primer verdadero amigo.
Conoció a Kenneth Sinú McCormick, un pequeño niño rubio de ojos celeste, dos meses mayor que él. Procedente de una familia de muy difícil posición social y económica, quien ocultaba su rostro del mundo ajeno con un viejo anorak naranja mucho más grande que su escuálido cuerpecito necesitado de alimento. Odiaba que vieran su rostro desnutrido y se burlaran por ello. No tenía amigos, al igual que Kyle, esa fue el principal motivo por el cual una estrecha amistad naciera entre ambos en poco tiempo. Lo conoció mejor, sus gustos, sus virtudes, sus defectos, incluso el extraño gusto del infante por el hermoso cuerpo femenino, más no le importó. Siendo tan diferentes, Kyle y Kenny compartieron los juegos, las risas y la alegría de al fin tener alguien a quien llamar amigo. Fue hermoso.
Un año después, llego un niño nuevo a la escuela. Eric Teodoro Cartman, un niño castaño con mucho peso de sobra. Comenzó a hablar con Kenny y pronto se volvieron amigos, no solo eso, los mejores amigos. Ambos se complementaban, más bien, Kenny completaba a Eric. El pequeño lo ayudó en todas las tonterías que se le ocurrían al gordo, y la mayoría de las veces salía herido o humillado, pero parecía importarle poco. Kyle no entendía porque juntarse con el. Era muy mal educado, caprichoso, a punto del narcisismo, ¡e incluso anti-semista! Era ya más de una ocasión en la que se burlaba de él por ser judío, y no solo de eso, sino que también sobre su cabello rojo y descendencia de Jersey. ¡Y Kenny en vez de apoyarlo se reía junto con Eric! Con el tiempo comenzó a odiarlo, una rivalidad infantil creció entre ambos, siempre discutían por tonterías o cosas sin sentido. Kenny quedaba en medio de la pelea sin saber a quien apoyar, aunque normalmente iba por Eric.
Tiempo después Kyle se enteró de el por qué del comportamiento de Cartman. Kenny le dijo que se había hecho amigo de Eric, no solo por como lo divertía, sino que el entendía el sentimiento de soledad y tristeza que ningún persona debería de experimentar. Cartman odiaba actuar de aquella manera, es más, la aborrecía, pero no podía dejar de ser tal y como era.
—Tu y yo sabemos bien que no es divertido estar solo —solía repetirle Kenny, con su voz chillona apenas entendible bajo la capucha vieja.
Con Cartman y Kenny, Kyle aprendió a ser un poco rebelde e irresponsable. Se divertía, reía y soñaba, más no por eso aquel horrible sentimiento de soledad dejó de hacerse presente. Ahora tenía amigos, dos maravillosos amigos, pero en verdad a veces se sentía como la tercera rueda al lado de Cartman y Kenny, era como si ambos se olvidara de él. Invisible, con solo ojos para ambos, como si no existiera y solo fuera una alucinación sintiéndose vagamente real. Se había sentido solo por mucho tiempo, y cuando por fin creyó que ya no lo estaría más, volvió aquella sensación de vacío y tristeza. Había vuelto al inicio, un círculo vicioso que lo llevo directamente a donde partió.
En su familia, como era de suponer, nada cambió.
Todo eso terminó por completo en el momento, tan hermoso y venenoso a la vez, que conoció a Stanley Efraín Marsh.
El último año de parvulario. El primer día.
La hora del recreo se presentó y todos los pequeños salieron directamente hacía el patio de juegos, ansiosos y felices. Kyle, Cartman y Kenny fueron los últimos en salir; habían sido castigados por pelear en plena clase con maestra presente. La razón: Cartman se había burlado por millonésima vez de los locos cabellos de Kyle y de la pobreza de Kenny. Kyle le dijo a Cartman bastardo y una pelea a pequeños puños comenzó.
Fuera en su nuevo patio de juegos, Cartman y Kenny quisieron ir a los subibajas, mientras Kyle a los columpios.
—Bien, vayan los dos a donde quieran —dijo Kyle, mientras se marchaba para ir a los columpios—. Pero ten cuidado, Kenny, es probable que salgas volando por el peso del culón.
—¡Mmmph! —rió en respuesta el encapuchado ante el evidente enojo de Cartman.
Frente de los columpios, Kyle se subió a uno y comenzó a impulsarse lentamente. Su velocidad comenzó a aumentar, sus pies ya no tocaban el suelo y se movían alegremente en el aire. Los cabellos pelirrojos en su frente volaban de aquí a allá, las alas de su ushanka verde limón también. Un pequeño cosquilleo se formaba en su estómago cuando volvía hacia atrás. Se sentía volar.
Pero algo lo distrajo de la sensación. Por la altura que ya había adquirido logro ver a lo lejos a un niño llorando, tirado en la caja de arena abrazando su pierna derecha con ambos brazos. Kyle paró en seco. Todavía con el columpio en movimiento salto de este para, ya en tierra, correr a auxiliar al indefenso chiquillo que lloraba desconsolado.
Se acercó a el. Sus ojos estaban cerrados e inundados por las lágrimas saladas que recorrían sus blancas mejillas, sus gruesas pestañas negras tapan en su mayoría sus parpados. Seguía diciendo desconsoladamente que todo estaría bien mientras juntaba más su pierna con su cuerpecito.
—¿Estas bien? —preguntó Kyle sin saber que más hacer.
El pequeño abrió sus ojos y lo miró atentamente.
La primera vez que azul zafiro y verde esmeralda chocaron. Aquellos par de joyas enormes lo miraban atentamente sin siquiera pestañear. Algo dentro de Kyle se activó al verlo. Dejo de pensar en lo absoluto, solo pudo pensar en aquel hermoso tono azul.
El desconocido sollozaba, con sus mejillas sonrojadas como dos manzanitas. Tenía un cabello azabache un poco largo que brillaba al más débil tacto de luz, peinado en raya en medio; un suéter marrón con una bufanda roja un poco mal puesta; sus labios rosa formaban una línea encorvada en forma de mostrar que estaba triste. Se veía tan… ¿tierno?, ¿hermoso?, ¿adorable? No sabía cual de tantas palabras era capaz de describir a la perfección como lucía aquel niño. Ninguna sería lo suficientemente buena para definir a aquel querubín.
Kyle sintió como si sus mejillas se prendieran en llamas.
—¡No! —gritó el niño mientras lloraba.
―¿Eh? —reaccionó Kyle de sus raros pensamientos—. ¿P-por qué? ¿Qué es lo que tienes?
—¡Mi pierna! ¡Duele!
—Déjame ver —tomó las pequeñas manitas ocultas detrás de las largas mangas del suéter.
Kyle apartó sus manos y pudo ver una enorme cortada en su rodilla, incluso había roto el pantalón de mezclilla que llevaba puesto. La cortada era muy grande, casi abarcaba toda su rodilla y salía sangre de ella.
—¡¿Cómo carajo te hiciste eso?!
—¡Corría para acá cuando me raspe con ese fierro! —respondió el niño, señalando con su índice el fierro con el que se había lastimado.
Uno de los fierros que servían de escalera para la resbaladilla estaba roto, separado a la mitad, en punta afilada y oxidada apuntando peligrosamente hacia afuera, justo a la altura de los niños.
—Que putada... —murmuró Kyle.
—¡Duele! ¡Duele mucho! —gritó el pequeño desesperado.
—Ya no llores más. Ven, vamos a la enfermería para que te curen antes de que toda la sangre se te salga por ahí.
El infante mostró una cara de horror total, el mal comentario de Kyle se lo había tomado literal. Un verdadero grito de espanto se pudo escuchar en todo el jardín.
—¡No! ¡No era cierto! ¡No se te saldrá toda la sangre!
El pequeño dejo ahogado su histérico grito en la garganta. Su pecho comenzó a subir y bajar con dificultad en busca de aire, pero no parecía encontrarlo. Dejo de abrazar su pierna mal herida y ambas manitas fueron a dar sobre su pecho que aumentaba su velocidad con cada segundo. Kyle no lograba entender que era lo que ocurría. Comenzó a emitir ruidos extraños que parecían ser originarios de boca y nariz. Parecía tener un ataque.
—¡Coño! ¡Alguien venga, por favor! —gritó Kyle desesperado, sin saber que más hacer—. ¡Maestra, algo le ocurre al niño!
Una de las maestras más jóvenes corrió a donde los gritos de auxilio provenían—. ¡Oh, Dios mío santo! Tiene un ataque de asma.
La maestra levantó al indefenso cuerpo con cuidado en sus brazos y corrió con gran velocidad directo a la enfermería. Kyle corrió detrás de ella. Le era importante saber que ocurriría con aquel rayito de sol, pues algo dentro de su pecho dolió al verlo lastimado, más ver que sufrió un ataque.
La maestra y Kyle llegaron a la enfermería. Fueron recibidos por el aroma de alcohol, medicina de cereza artificial, químicos y el café negro recién preparado por la enfermera. El pequeño fue acomodado en una camilla perfectamente tendida con sábanas blancas y relucientes con olor aun a detergente. La maestra llamó a la enfermera, quien escribía cifras numéricas a recibos con increíble velocidad.
—¿Qué le a ocurrido al pequeño? —preguntó la enfermera levantándose de su asiento preocupada, con taza y pluma aun en mano.
—Ha sufrido un ataque de asma —respondió la maestra con genuina preocupación.
—Dios esto es muy grave...
La enfermera corrió hacía un botiquín de primeros auxilios blanco, con la típica cruz roja en medio; saco un aparato de asma y lo colocó rápidamente en la pequeña boca rosita. Empezó a oprimir de él para que el aire que contenía fuera directo a los pulmones del pequeño. Este lo recibió con mucho gusto mientras recibía palmadas en su espalda por parte de la enfermera.
—También está lastimado de su pierna —dijo aparte el pequeño de seis años, como si la pregunta hubiera sido para él.
—Jesucristo, ¿cómo es que se a echó esto? —preguntó la maestra, sorprendida por la herida.
—Corría cuando se cortó con un fierro.
—Ya veo… —murmuró en respuesta.
—Hazme un favor —le dijo la enfermera a Kyle—. Del botiquín que he abierto dame la botella de alcohol, algodón y una venda.
—Vale —Kyle llevó a cabo lo que se le indicó y lo colocó en una pequeña mesita al lado de la camilla—. Aquí está.
—Bien, ahora será enfermero por un rato. ¿Te parece?
—Si.
—¡Genial! Pon en un pedacito de algodón un poco de alcohol y colócalo en le herida —indicó mientras retiraba lentamente el aparato y acariciaba la espalda del pequeño pelinegro.
Kyle arrancó el pedazo de algodón y lo mojo con el alcohol, pronto este invadió su olfato y el fuerte olor lo mareo un poco. A continuación, la enfermera doblo el pantalón hasta que la herida del niñito fuera totalmente visible. Kyle puso rápidamente el remedio de alcohol contra la cortada. Un fuerte grito de dolor salió de los labios del infante, pero Kyle no se detuvo, sabía que dolía, mucho, pero aquello era necesario para limpiar la herida y que esta no se pudriera.
Retiró el algodón ahora cubierto de sangre e inmediatamente la enfermera cubrió su herida con una venda, colocando un clip para que esta no cayera. Las lágrimas amenazaban con salir de nuevo de esos orbes azules y correrse por las mejillas rosadas, pero se contuvieron y quedaran atoradas, natural en azul claro. El pequeño suspiró. Comenzó a exhalar e inhalar, dejando la boca rosita entreabierta para permitir el paso del aire.
—¿Te sientes bien ahora? —preguntó con dulzura la enfermera.
—Si... —respondió el infante, mostrando una hermosa sonrisa con perlas blancas, ya con falta de alguna pero no por eso disminuía su belleza—. Gracias.
—Agrádesele a Kyle. Gracias a él te encuentras bien.
—Kyle… —repitió tímidamente, dirigiendo su mirada hacia la del pelirrojo—. Te debo una.
—No hay porque —el pelirrojo se encogió de hombros.
—Muy bien… es hora de regresar, pronto empezarán las clases —dijo la maestra rompiendo el mágico momento—. Puedes quedar aquí si lo deseas, pequeño. Kyle, vamos.
—¡No! Que se quede aquí conmigo —pidió el niño inmediatamente ante la orden.
—Lo lamento, pero no se puede, Kyle tiene que ir a estudiar.
—No creo que haya algún inconveniente, según entiendo, aún falta algo de tiempo para que termine el almuerzo —dijo la enfermera en modo de defensa.
—Está bien... —la maestra suspiró derrotada, pero que más podría hacer con la enfermera apoyándolos —. Solo si Kyle quiere.
—¡Claro que quiero! —respondió animado.
Con una risita por parte de las adultas, la maestra asintió con ternura y se retiró.
—Ambos pueden quedarse aquí —dijo la enfermera—, pero no causen ningún problema. Seguiré con mis facturas.
Ya solos los dos, un silencio incomodo se hizo presente. Los segundos parecían minutos y los minutos horas en los que ninguno sabía que decir. El indefenso niño miraba directamente al suelo como si fuera lo más entretenido del mundo, mientas Kyle veía la herida ahora vendada.
—¿Quieres un dulce? —preguntó Kyle, cortando con el silencio apenas roto por las manecillas de reloj en la pared. Buscó en el bolsillo de su chaqueta anaranjada y de este saco dos envoltorios, uno rojo y otro verde, que guardaban los caramelos—. Uno es de cereza y el otro de limón, toma el que quieras.
El pequeño tomó el de limón, lo saco del envoltorio y lo devoro de un golpe.
—Mmm… ¡Rico! —sin nada en la boca, aventó a decir—. Gracias Kyle.
—De nada… emm…
—Stanley. Me llamó Stanley.
—No me lo tomes a mal, pero Stanley suena un poco... ¡raro! —admitió Kyle, arqueando un poco sus cejas—. ¿Qué te parece algo como…?
Lo pensó un momento.
—¡Stan!
—¡Me gusta! —dijo, el ahora apodado Stan, bajando cuidadosamente de la camilla.
Kyle rió, Stan era por mucho más pequeño que él—. Dime, ¿Cuántos años tienes?
—Cinco.
—¡¿Enserio?! Te vez mucho más pequeño.
—Lo se, pero voy a crecer —Stan dio una cara seria, mostrando que lo que decía era, o sería, verdad.
—¿Por qué no te he visto nunca en South Park? Digo, no es exactamente el lugar más grande...
—Porque no nací aquí. Yo y mi familia somos de Dallas, pero mi abuelo tuvo muchos problemas y nos trajo para acá. A si que soy nuevo.
—Ya veo... —meditó Kyle. Quería preguntar que clase de problemas obligo a su abuelo a traerlos a este pueblo de mierda, pero no quería abrumarlo con preguntas apenas conociéndolo, por lo que optó por decir algo más amistoso—. Después de salir de aquí vamos a jugar.
—¡Mh! —respondió Stan con gran animo.
Stan Marsh pronto se volvió amigo suyo, también de Cartman y Kenny, quienes no tuvieron mucho inconveniente de ser su amigo. Pero la amistad que Stan compartió con Cartman o Kenny nunca pudo compararse con la amistad entre Stan y Kyle. Casi en un instante se volvió su mejor amigo sin condición. Súper mejores amigos. Los años pasaron y cada vez se hicieron más inseparables, aun cuando cursaban con algún pleito, lo superaban rápido y era como si nada hubiera pasado. Su amistad se forjó con los años. Ahora con diecisiete años encima, era como si el tiempo no hubiera pasado nunca. Los juegos y aventuras de la infancia eran iguales a los de la adultez. Todo era perfecto.
Con excepción del amor prohibido para un joven judío.
Kyle sacudió con rudeza su cabeza, molesto, haciendo volar sus rizos pelirrojos de un lado a otro. Salió a pasear para no pensar justamente en eso, en Stan, y ahora las lagrimas de los recuerdos en sus verdes ojos amenazaban con salir en cualquier momento.
Once malditos años habían transcurrido ya y las cosas no cambiaron para nada, al menos ante los ojos de Kyle. A la tierna edad de seis años es obvio que uno no se tiene conocimiento sobre gran cantidad de temas variados, entre ellos que es exactamente el amor. Para un niño pequeño, el amor es como una tontería, una enfermedad, algo que se debe de evitar como a los piojos. Pero ahora, faltando poco para ser considerado un adulto mayor, la definición, el sentimiento, de la palabra estaba más que claro; ese embobamiento instantáneo que sintió cuando los ojos azules de Stan lo vieron por primera vez no podía ser otra cosa más que amor.
Puto, jodido, maravilloso amor.
Solo que era muy idiota para darse cuenta.
Pero ahora que lo sabía perfectamente, hacía ya muchos años, quería matarse. Ahorcarse con una cuerda, tomar un puñado de pastillas, darse un tiro en la cabeza, de la forma que fuera, la idea era dejar de respirar para siempre. Podría parecer estúpido, pues todos en algún bello o triste momento nos hemos enamorado, pero no era cualquier cosa. Joder, no era tan simple.
Era hombre judío enamorado de otro hombre.
Si Dios realmente existía (en la creencia que fuese), en verdad debía odiarlo.
Toda su puta vida había sido criado bajo todos los estrictos estandartes judío. Los acepto y adoro como parte de él, como todo buen judío debía de hacer. Nunca pensó que un simple niño de ojos azules y cara pálida podría enamorarlo tan fácil, sacar de golpe en todo lo que creía y aceptaba como una verdad absoluta; la simple existencia de Stan era más fuerte que todo lo escrito en el Torá.
Nunca antes había visto a un hombre de forma lujuriosa. Siempre le habían gustado las mujeres como a un hombre normal, pero Stan era un caso único. ¿Qué fue lo que lo enamoró?, una mejor pregunta ¿que no lo enamoró? El joven pelinegro era simplemente perfecto, de a forma en la creencia griega que el no había logrado ser. Tal vez era visto como un bicho raro por que se había enamorado de un hombre, la forma en la que lo rechazaban las demás personas no eran erróneas.
Siempre fue diferente.
Pero claro, no podía ser de otra manera. Stan ya no era más un niño, los deportes que practicaba en verdad habían dado frutos. El pequeño e indefenso infante que lloraba por su rodilla lastimada era ya un hombre maduro y bien hecho. Dejando atrás la sombra de la infancia sosa, Marsh se volvió fácilmente el más alto, musculoso y fornido de los cuatro. Esto solo soltaba más baba de la boca de Kyle y todas las chicas calenturientas en plena pubertad del pueblo. Siempre que iba a practicar futbol americano o beisbol, las chicas se amontonaban en los asientos para ver a la estrella del equipo ejercitarse en su sudor. Kyle no podía estar más celoso. Pero paresia ser en vano, pues Kyle, a diferencia de las chicas en las gradas, siempre podía estar a su lado mientras practicaba, donde podía apreciarlo mejor.
Hubo un tiempo en donde Wendy Testaburger se convirtió en la novia de Stan Marsh. A su horrible pesar, creyó que volvería al circulo vicioso que cruzo con la amistad de Cartman y Kenny. Nada más que su imaginación. Wendy no logro volverse más importante para Stan de lo que era Kyle; raro, ilógico, pero real. Tras años de intentarlo, Wendy finalmente se dio por vencida en ser el objeto del cariño de Stan y termino (por enésima vez) su relación con él. Algo más anormal sucedió entonces, Stan no se deprimió como siempre solía hacer, ni siquiera cuando se entero de que Cartman y Wendy comenzaron una relación formal; decidió dejarlo ir y pasar su tiempo libre al lado de Kyle.
Como fue desde un inicio, Stan le acepto, le cuido, le quiso sin importar con que; algo que nunca antes alguien había hecho. Ni Sheila, Gerald o Ike, siendo su familia lograron. Ni Kenny o Cartman, sus más íntimos amigos, lo consiguieron. Siempre fue Stan, siempre.
Todo en su cabeza daba vueltas. Años y años enamorado de su mejor amigo, sabiendo que sería castigado si alguien se daba cuenta, aborreciéndose a si mismo cada vez que pensaba de una manera lujuriosa en Stan, soñando en como sería tocar esos labios rosas con los suyos...
Estaba harto. Tenía que confesarse, aun con los gritos de todo lo que solía creer gracia a su religión retumbando en su cabeza, decidió hacerlo. Después de todo, parecía que Stan correspondía sus sentimientos.
Estaba equivocado.
Tras soltar todo lo que guardo en su corazón por años, lo que pensaba de él desde aquel momento donde lo conoció, desde la primera vez que lo vio llorando en la caja de arena, todo lo que soñaba hacer juntos en una relación... Stan solo atino a decir:
—¿Qué...?
Todo se vino a bajo después de eso.
—Whoa, Kyle, yo... —ni siquiera sabía que decir. Pasó una mano por su alborotado cabello moreno, rió nerviosamente esperando que fuera verdad lo que iba a decir—. Es una broma... ¿verdad?
—¿Cómo puedes creer que es una broma...? —respondió Kyle, apesadumbrado—. ¡¿Cómo carajos piensas que es una broma?!
Stan retrocedió un paso—. Por favor, Kyle, no te alteres. Es solo que... tu no me gustas...
Si era posible, Kyle juraría que murió en ese instante.
—P-pero... —trató de hablar, mas no podía.
—Lo sé, lo siento —continuó Stan—. Nunca pensé que fueras gay, por Dios, Kyle ¡eres judío! Y lo digo de nuevo, lo lamento si te di una impresión en algún momento de que yo también lo era, pero no es así.
—Por favor, no sigas... —susurró Kyle.
Pero Stan no lo oía.
—Eres mi mejor amigo, mi súper mejor amigo, no creía que me vieras de esa manera. Me alaga y todo...
—No sigas...
—Espero que no cambia nada esto, no quiero que nuestra amistad se rompa por un enamoramiento tont...
—¡NO SIGAS! —gritó destrozado.
Stan lo miro atónito. Esos orbes azules que solían brillar cuando veía a Kyle ahora estaban opacos, llenos de confusión y perplejidad. ¿En que momento todo se había tornado de esta manera? Y Kyle, en lugar de enfrentar las cosas cara a cara, corrió. Lejos de su pasado, su amor platónico, su pecado, lejos de Stan.
A pesar de vivir en un pueblo muy pequeño, no volvió a verlo. De hecho, estaba en planes de mudanza a Jersey (donde tenía varios familiares). Sus padres no sabían la verdadera razón tras ello, ni loco se los diría. Según ellos, su hijo iría a estudiar en una escuela mucho más decente que la preparatoria de South Park. Sheila no podría ser más feliz.
Sin saber qué era lo que ocurría, Kenny trato de reconciliar la amistad que evidentemente para los ojos de todos se había roto, Kyle sólo lo mando al carajo, al igual que todo lo que alguna vez le importo.
Ya no creía en nada. Dios había desaparecido para él, el verdadero Jesucristo que esperaba algún día llegase se había borrado en su totalidad. Aquel vacío sentimiento de estar solo volvió para no macharse nunca más, el ser diferente por fin tuvo una razón para entender. ¿Quién iba a querer a un chico judío, pecoso, pelirrojo, inteligente y amante de un hombre?
El paseo sin rumbo se volvió pesado. Caminar no había servido de nada, los pensamientos permanecían ahí, como el puto eco de la nada existencial que ahora tenía dentro de sí. No sabía cuánto tiempo estuvo parado ahí inundado en los recuerdos, pues lo niños ya estaban dentro del parvulario comiendo en la hora del recreo; su celular ahora reproducía secamente otra canción lejana; las señoras comadronas lo veían preocupadas esperando a que se moviera. La nieve cubrió gran parte de sus botas de invierno, sus rizos rojos parecían ahora albinos, las pecas en su piel estaban cubiertas por un sonrojo frió al igual que su nariz; pero no sentía el frío. Ya no sentía nada, ya nada tenía sentido. Sin Stan no podía, el pequeño niño llorón que lo cautivo a simple vista ya no estaba, jamás volvería.
Si quería sentir algo de nuevo, la idea de las pastillas o la pistola ya no parecían tan tontas. Nadie lo extrañaría, siempre estuvo solo, ahora no era la excepción.
No tenía miedo. Después de todo, los judíos no creen en el infierno.
Fin.
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¡Saludos!
Una historia un poco pesadita ¿no?, pero bueno, no podía ser de otra manera —o no quería que fuera de otra manera...—. Siempre me ha parecido curioso el hecho de que a Kyle se le pinte gay de una manera tan fácil y cómoda teniendo en cuenta su religión, así que me decidí escribir esto.
Y aunque os parezca insignificante, queridos lectores, tened en cuenta que este es el primer fic que he escrito —podéis notarlo por lo cursi y burdo que es—. ¡Agradezco de corazón a los valientes que leyeron hasta aquí!
¡Muchas gracias!
Atentamente, Trash-San.
