Hola! Me echabais de menos? Probablemente no, pero yo a vosotros sí. Así que aquí tenéis otra historia.

Para los que no lo sepáis, vengo de terminar mi primer fic "Persuasión" y, como mis musas le han cogido manía a mi carrera, han decidido darme un bombardeo de ideas cuando más tengo que estudiar. Así que he tardado como dos minutos en terminar una historia y poner otra.

Como dice mucha gente, es verdad y lo reconozco, OUAT y sus personajes no me pertenecen, no porque yo no quiera, sino porque... la verdad, no sé por qué, porque la vida es injusta supongo.

Espero que os guste :) Es distinto al otro en forma y contenido, pero la prota absoluta vuelve a ser Regina, de hecho aquí es ella la narradora. Así que, nada, poneros cómodos y os dejo con Regina para que os cuente su nueva aventura ;)

CAPÍTULO 1

Las noches eran distintas desde que Henry ya no vivía conmigo. Más frías, más largas, más solitarias. No habían tenido suficiente, nunca sería suficiente. No sé por qué me esforcé alguna vez en ser distinta cuando sabía, en el fondo, que nada cambiaría, que no habría nada que pudiera hacer para borrar de sus memorias mis maldades, igual que yo nunca podría olvidar el sufrimiento que me causaron, queriendo o no.

Hubo un día en el que fui una joven soñadora. Hubo un día en el que fui una reina. Incluso hubo un día en el que fui temida en mundos enteros. Pero todo aquello quedaba ya tan lejano, aplastado por el doloroso peso del presente, que ni siquiera parecía haber existido.

Si tan solo el crepitar de la casa vacía no fuera tan atronador, si tan solo hubiera una respiración a mi lado recordándome que no estoy sola en este mundo, quizás el sufrimiento sería más soportable. Pero mi pequeño Henry me había abandonado por su madre biológica y todos los demás… bueno los demás no importaban, porque nadie podría quererme sabiendo lo que había hecho.

Sería mejor resignarme, no había nacido para ser amada, por más que mi corazón anhelara el cálido consuelo de otro ser humano; por más que clamara por una sonrisa, por un aliento, por una caricia. Nada de aquello se me había concedido y desearlo solo lograría que mis pérdidas dolieran más y más.

Vivir en soledad, aceptar, como hice una vez que la oscuridad era todo lo que tenía era más fácil, tenía que serlo. La gente piensa que la maldad es fácil de sobrellevar. Si supieran que elegí la rabia porque era mejor que no sentir absolutamente nada. Porque era más fácil sentir ira que sentirme completamente vacía, al menos de esa manera seguía recordando que vivía, a mi pesar.

Era irónico porque había sobrevivido a palizas y torturas de mi madre; a las violaciones de mi marido; a los embistes de la oscuridad; a guerras y peleas de brujas. Pero el silencio de aquella noche me estaba matando.

Me asfixiaba en mi solitario encierro, así que tomé un abrigo y salí a la calle sabiendo que la noche sería mi aliada, resguardándome de miradas indiscretas. Escondida en la oscuridad, como había pasado toda mi vida. Tan solo las estrellas iluminaban el cielo, llenándolo de pequeños destellos luminosos.

Si yo no perteneciera al absorbente mundo de los villanos, si la oscuridad no me hubiera reclamado y mi inocencia me concediera la gracia de una estrella, desearía un alivio, por breve que fuera, para mi soledad. Dudaba que nadie fuera a escuchar mis ruegos, pero el deseo me abandonó antes de que pudiera decirme que era un sin sentido.

Hubo un resplandor seguido del conocido aroma dulzón de la magia blanca. Seguí su rastro, inquieta por lo que los incompetentes de los Encantadores o las hadas pudieran estar haciendo, cuando escuché unos leves sollozos. Me quedé inmóvil, casi aterrada, al encontrarme con una pequeña niña tirada en el suelo, que hacía evidentes esfuerzos por no ponerse a llorar desconsoladamente.

- Cielo, ¿estás bien?- Le dije acercándome lentamente.

La niña me miró y yo conocía aquella expresión desconfiada, propia de un animal que ha sido herido demasiadas veces y no sabe si puede confiar en quien se le acerca. Me arrodillé y sonreí tratando de parecer lo más amigable posible.

- ¿Te has perdido?

Ella asintió mientras dos gruesas lágrimas surcaban sus mejillas dejando un dibujo marrón en su carita. Tenía que haberse caído al barro y me di cuenta entonces de que estaba temblando.

- Cielo, hace mucho frío aquí y estás mojada. Ven conmigo y te ayudaré a calentarte. Luego buscaremos a tus padres.

- No tengo padres. – Fue la primera vez que escuché su voz, ahogada por las lágrimas, pero con cariz más maduro del que esperaba encontrar en una niña de su edad.

- Lo solucionaremos todo cuando estés calentita. Ven conmigo.

Me costó cinco minutos más arrodillada de mala manera en el suelo antes de que se decidiera a darme la mano. En cuanto la hizo, la guié a mi mansión sin pasar por alto la expresión asombrada de su adorable carita cuando entró en el amplio salón y la llevé a un espacioso baño. Era el que solía usar Henry cuando era más pequeño y todavía tenía muchos de sus juguetes.

Llené la bañera con agua caliente y una buena dosis de espuma mientras le quitaba la ropa sucia a la pequeña y la metía. Ella no hablaba, apenas me miraba. No sabía qué pensar. Quizás sabía quién era yo y me temía. El pensamiento de inspirarle miedo a una niña tan indefensa me produjo una punzada de dolor.

- Me llamo Regina, por cierto.

Sus enormes ojos azules ocupaban buena parte de su pálido rostro y el pelo rubio, ahora mojado, caía en bucles por sus hombros. Había juguetes a su alrededor, pero ella se limitaba a mirarlos sin atreverse a tocarlos.

- ¿Cómo te llamas pequeña?

- Si te lo digo llamarás a los señores malos. – Podía notar el miedo en su voz.

- No llamaré a nadie malo.

- Me vas a devolver.

- Bueno, tendrás que volver a tu casa. – Respondí sin saber qué decir.

- No tengo casa. Los que me han acogido ahora son malos. Me encierran en un armario y le tengo miedo a la oscuridad.

Yo había sido una Reina Malvada y aún así torturar a aquella preciosa niña me parecía terrible.

- Pequeña, te prometo que no voy a dejar que nadie te haga daño, pero tengo que saber tu nombre. – Me miró, valorando mis palabras supongo.

- Emma Swan.

Caí de rodillas a su lado. Era cierto que sus rasgos eran algo familiares, ¿pero Emma? ¿Cómo había sido posible? ¿Se habría hechizado a sí misma?

- ¿Cuántos años tienes?

- Cinco. Voy a cumplir seis en unos días.

Me levanté tratando de analizar las posibilidades.

- Espérame aquí un momento, Emma. Voy a… prepararte algo de ropa. Vengo enseguida.

Una vez, fuera del baño, cogí mi teléfono móvil y llamé al número que tenía grabado como "Maldita Swan".

- ¿Regina?- Me contestó una voz somnolienta. - ¿Qué pasa?

- Señorita Swan, ¿Está bien?

- Perfectamente, hasta que me has despertado. ¿Ha pasado algo?

- Yo… - Valoré mis opciones. Emma Swan podía ser esa Emma Swan, pero ahora mismo era una niña asustada que no necesitaba estar envuelta en problemas mágicos. Y estaba claro que la auténtica Emma Swan seguía en su edad normal, así que nadie la echaría d menos aunque lo dejaran para la mañana siguiente. – No. Perdona, me he equivocado de número. Buenas noches.

Apagué el móvil, cogí un antiguo pijama de Henry adornado con ositos y volví con la pequeña Emma que seguía en la misma posición en la que la había dejado.

- Bueno, vamos a sacarte de esa bañera antes de que te conviertas en una pasita.

Cogí una enorme toalla morada y la envolví con ella para que no se enfriara. Emma no hablaba, apenas me miraba, simplemente hacía todo lo que pedía sin protestar. Levantó los brazos y las piernas cuando se lo pedí, se dio la vuelta y permaneció callada. Tan solo detecté un cambio en su expresión cuando me vio coger un cepillo y un secador.

- ¿Qué vas a hacer? – Me dijo con su trémula vocecita.

- Voy a secarte el pelo. No puedes ir a dormir con el cabello tan mojado.

- Nadie se había preocupado por eso antes.

Me extrañé por sus palabras. Era cierto que estaba bastante sucia y el cabello tenía algunos enredos espantosos, pero había supuesto que todo se debía a la caída en el barro.

- Bueno, pues yo me preocupo.

Sonreí ante el leve brillo de sus ojos. El pelo de Emma siempre me había parecido precioso, tan luminoso, como hebras de oro que caían en cascada por sus hombros. No es que yo la mirara demasiado, pero eran cosas que se veían a simple vista. La pequeña Emma lo tendría igual de no estar tan descuidado.

Para cuando terminé su abundante cabellera estaba recogida en una sencilla trenza y la niña me miraba asombrada.

- Vamos a dormir.

La tomé en brazos, sorprendiéndome, de nuevo, por lo ligera que era a pesar de su edad. Cuando escuché un rugido. Emma me miró avergonzada, el miedo pintado en su mirada.

- Perdón, perdón. – Gritó.

- En todo caso, tendría que pedirte perdón yo. No se me ha ocurrido preguntarte si tenías hambre. Vamos a la cocina.

- No hace falta. Puedo aguantar.

- No, Emma. Si tienes hambre, me lo tienes que decir, ¿vale? No me voy a enfadar.

Senté a la niña en una de las sillas de mi mesa de cocina mientras preparaba un chocolate caliente. De pronto, me olvidé de que la niña que tenía a mis espaldas era Emma Swan, la misma que me lo había arrebatado todo; de que la magia estaría envuelta y de que se avecinaban días de problemas tratando de averiguar cómo devolver a la pequeña Emma a su tiempo; y me vi transportada a los días en los que era simplemente Regina, simplemente la madre de Henry, sin más preocupaciones que hacerle un chocolate caliente perfecto para ahuyentar las pesadillas.

Guiada por la costumbre, puse nata montada y el toque de canela que Henry me pedía siempre con insistencia, aunque personalmente lo encontraba demasiado dulce.

- ¿Qué es eso marrón?- Me preguntó.

- Canela. ¿No te gusta el chocolate con canela?

- No lo sé, nunca lo he probado. – Sonreí recordando todas las veces en las que había visto a Emma Swan, la otra Emma Swan, bebiéndolo.

- Pruébalo. Tengo el presentimiento de que te gustará.

Los ojos de la pequeña Emma se desorbitaron tras el primer trago.

- Está muy bueno.

Era imposible no sonreír viendo cómo la nata formaba un bigote dibujado sobre sus labios. Para cuando terminó de beber y limpié los restos de chocolate de su cara, la pobre niña se caía de sueño.

No tenía ninguna habitación preparada y, por alguna razón, que durmiera en la habitación de Henry no me parecía del todo bien. Así que la acosté a mi lado en la enorme cama que disfrutaba en soledad cada noche.

- Regina – Me dijo cuando el sueño comenzaba a vencerla- ¿Me vas a devolver?

- Shh, duerme. Ya nos preocuparemos por eso mañana.

- Me gustaría quedarme contigo. – Susurró antes de caer dormida.

Abrazada a la pequeña figura de Emma, escuchando su acompasada respiración disturbando a mi conocido silencio, me pregunté si, de alguna enrevesada manera, se habría cumplido mi deseo.

Gracias por leer :)