Lo extrañas. Merlín, lo extrañas demasiado; tanto que duele.
Duele levantarte y darte cuenta que en la cama contigua a la tuya no hay nadie. Duele sentarse en la mesa sabiendo que al lado tuyo habrá un espacio vacío. Duele reírte, sabiendo que la única risa que se escucha es la tuya, y de nadie más. Duele mirarte al espejo y observarte.
Pero también eres feliz viéndote en el. Porque también lo ves a el, a tu hermano. Porque logras sentir una calidez recorriendo tu cuerpo entero; aunque solo dure unos segundos.
¿Por qué te fuiste, Fred? Te lo preguntas todas las mañanas al ver vacía la otra cama.
¿No tienes hambre, Fred? Sigues preguntándote, al ver que su silla en la mesa esta vacía.
¿No te hace gracia, Fred? Solo escuchas tu risa, ¿y la suya? No está.
¿Por qué estas triste, Fred? Ves en el espejo esa expresión dolida en tu hermano. ¿Por qué lloras? ¿Por qué no ríes? ¿Por qué pareciera que estas sufriendo?
Sientes un ruido en la puerta. Allí está tu hermana observándote, con lágrimas cayendo de sus ojos.
—A veces la vida juega sucio, ¿No crees?
¿Por qué no vuelves, Fred?
