Disclaimer: Los personajes de Naruto no me pertenecen.
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La flor de la Guerra
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Hace mucho tiempo me contaron una historia que aún hoy me causa tanta admiración como sorpresa. La mayoría de las personas dirían que es falsa, pero yo sé que no es así porque conocí a sus protagonistas y he escuchado esta historia de boca de ellos; también fui una mínima parte de ella, y puedo asegurar que nadie la ha inventado.
¿Por dónde comienza? Bien, podría decirse que todo comenzó en un suburbio de Shangai, a mediados de los años treinta. China aún era una nación pequeña y en expansión, buscando las inversiones de bancos extranjeros, así como aprender de su cultura y consolidarse como una nación competente y productiva. Así le abrieron la puerta a los comerciantes y banqueros ingleses, los arquitectos italianos y los ingenieros franceses; la ciudad de Shangai rápidamente prosperó y se convirtió en una de las principales de Asia con sus puertos accesibles y comercio de fina seda y exóticas especias, así como en una de las tres capitales más importantes de China.
Con grandiosos bancos como murallas almenadas, y enormes oficinas de granito, Shangai se erguía como un centinela a la entrada de China. Tras de sus grandes muros se hallaban las provincias, cuya incansable y laboriosa producción rendía el tributo necesario para construir y mantener la magnificencia de Shangai. Aquellos grandes edificios habían surgido de los arrozales, los campos de amapolas y la oscura labor y el sudor de innumerables y sencillos campesinos.
Los mercaderes habían fundado Shangai y los mercaderes la gobernaban. Tan audaces y fanáticos del oro como los sacerdotes de su dios, habían cruzado el mundo estableciéndose en una tierra hostil, y se habían quedado en ella a pesar de la hostilidad; y, al cabo de pocas generaciones, habían elevado hacia un cielo atónito aquella ciudad imperial, donde antes sólo existían unas cuantas chozas de paja entretejida y algunos pantanos pestilentes.
En el Whangpoo, el río que bañaba los muelles de la ciudad como un foso defensivo, había vapores transoceánicos de Francia, Inglaterra, los Estados Unidos, Alemania y Japón.
Lord y Lady Yamanaka llegaron en uno de ellos el 5 de julio de 1935 desde Liverpool, Inglaterra, debido a un puesto que el jefe de la familia había obtenido como Canciller de la Corona Británica. Inoichi Yamanaka era el hijo de un duque, explorador y cazador reconocido mundialmente, de quien había heredado el título y su fortuna. Curiosamente, había nacido una brumosa mañana de enero en las afueras del antiguo Tokio, donde sus padres estaban de paso, y por esa razón habían decidido darle un nombre nativo. Los empleados de sus padres llamaron Inoichi, por ser el primer hijo del matrimonio y debido a su figura regordeta, dándoles también el honor de un apellido nativo: Yamanaka, en alusión a que los Mountwood, su apellido inglés, se habían establecido en una casa en la cima de una montaña.
Los Yamanaka tenían una hija a llamada Ino, de nueve años. Una niña hermosa, no solo en el exterior; simpática, divertida, dicharachera, la alegría de sus padres. Yo no la he conocido en esa época, pero mucha gente me ha dicho que no ha existido criatura más hermosa en el mundo; de cabello color oro, piel tan suave y rosada como un durazno y ojos del color del mar verdoso bajo el sol de un día despejado. La joven Ino era la alegría de su familia, una niña feliz, capaz de iluminar un día nublado con su sonrisa.
Los Yamanaka rápidamente se instalaron en los suburbios de la ciudad, en un barrio exclusivo para los ricos inmigrantes extranjeros, y aprendieron a amar a China como a su propia tierra, obnubilados por la belleza de aquella cultura mística de jade y hombres bajitos y amables. La señora Yamanaka abrió una florería que prosperó gratamente y dio trabajo a muchos en la comunidad, y así se convirtieron en una de las familias extranjeras más queridas y respetadas de la región.
Amaban Shangai y no encontraban razón para marcharse, ni siquiera por la amenaza japonesa que cada vez se cernía más sobre el pueblo chino.
Pues bien, mientras los Yamanaka eran amados por todos, a varios miles de kilómetros de ahí había otra familia, en Osaka, Japón.
Los Pequeños Enanos del Océano Oriental, como los llamaban los chinos, por siglos habían sido atemorizados, saqueados y humillados por ellos, los rusos y todos los que tuvieran la oportunidad de hacerlo. Luego, se habían civilizado, y, al descubrir en la civilización las armas que precisamente necesitaban, habían adoptado un código moderno de ética, imperialismo y de vengativa eficiencia. Duranta su rápido progreso, sin embargo, habían tenido muy poco tiempo de armonizar algunas contradicciones de su carácter nacionalista.
Por una parte, los japoneses eran limpios, pulcros y ordenados, tan amantes de las flores y de los colores llamativos como los holandeses; por otra, solían ser histéricos, fanáticos y extrañamente apegados al suicidio. Se jactaban de su respeto por sus antepasados, y se portaban a menudo como aprovechados que nunca hubiesen tenido un abuelo. En muchos sentidos eran diabólicamente astutos y enérgicos; y al mismo tiempo eran tan tontos como para desear, no sólo el comercio de China, sino también buena parte de su ingobernable tierra e indisciplinada gente. Debido a su militante codicia, el ambiente a guerra se sentía cada vez más próximo, y su gente se mostraba cada vez más y más a favor de avanzar sobre la región China con la premisa de que no podía interrumpirse la expansión del Imperio.
Los Uchiha eran uno de esos clanes que durante siglos habían levantado su espada para el máximo honor de luchar en nombre del Emperador. Esos habían sido días gloriosos, de batallas tan legendarias como sangrientas. Y, a pesar del gran cambio que la sociedad había comenzado a padecer desde principio de siglo y de que los samuráis se habían convertido en poco más que una leyenda casi fantástica, aún vivían de aquel honor de que habían sabido ganarse con sudor y sacrificio.
Fugaku Uchiha era un férreo nacionalista, jefe de policía de su comunidad, que se distinguía por ser inflexible y a veces hasta sádico con quienes no cumplían con las normas. Era un hombre difícil, muchas veces descrito como intimidante y frío. Su esposa, Mikoto, era la típica ama de casa del suburbio japonés que jamás había salido de su pequeño mundo y solo vivía para atender la casa y a su esposo, siempre regresando silenciosa hacia un rincón de la habitación. No hablaba a menos que tuviera permiso, y no se hacía notar a menos que su esposo así lo deseara. Los Uchiha tenían dos hijos, prontos a convertirse en herederos de la historia. Itachi, el mayor, tan frío o aún más que su padre, pero de un corazón tan noble que no había punto de comparación. Itachi no solo era admirado por su masculina belleza, sino por su inigualable intelecto, por lo que era reconocido como el 'genio de los Uchiha', cuyo futuro se avistaba mucho más prometedor que el cualquiera de su familia.
Y en contrapunto de Itachi estaba el pequeño Sasuke; alegre, divertido y con una imaginación prodigiosa, cualidades que no sirven de nada cuando perteneces a un clan de guerra.
Mientras Itachi era admirado por todos, Sasuke solo era olvidado y a veces hasta renegado; la perfección de su hermano era tal que muchos lo consideraban a él como 'innecesario', pero en su alegre corazón esas cosas no le importaban. Sasuke amaba a su hermano mayor mucho más de lo que podría llegar a amar incluso a su padre, y aún siendo un niño de diez años era feliz por su éxito.
A veces le dolía ser menospreciado u olvidado, pero todo eso carecía de sentido cuando escuchaba de las increíbles hazañas de su hermano mayor, su héroe. Y a pesar de todo, el pequeño Sasuke era feliz, e ignorante a todo lo que sucedía en el ámbito político de su nación.
Fue en éste punto del relato que pensé, ¿y cómo dos historias tan diferentes se relacionan? Pues bien, tanto Sasuke como Ino crecieron ignorando la presencia el uno del otro, y así hubiera seguido por el resto de sus vidas, de no ser porque la temible guerra que se avecinaba al fin estalló.
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N del A:
Aquí yo de nuevo, iniciando otro proyecto de los tantos.
Tengo un particular interés en la Segunda Guerra Mundial debido a unas anécdotas de mi propia familia, así que nada me saca de la cabeza esta clase de historias. Serán capítulos cortos ya sencillos, y dudo que pasen de los diez o quince, de los que llevo escritos siete que iré subiendo de a poco :D
Sigo trabajando en mis viejos fics, no se preocupen.
Gracias por leer!
H.S.
