Bueno, Mrs. Sweeney Lovett Todd me pidió como un favor que la publicase yo y que la saltase en su primer turno. Roguelion tampoco podía publicar porque se va dos semanas, así que me tocaba a mi. Aqui pongo la lista y los ordenes:

1.- Mrs. Sweeney Lovett Todd

2.- Roguelion

3.- NellieLovet (Yo)

4.- AnyraLuna

5.- The Charming Mr. Todd

6.- Belenuxy

7.- Srta. Insensible

8.- Verenice

Espero sinceramente que os guste mi empiece, me da un pco de corte jejeje. Si no os gusta algo decidme. Psadme los capitulos por MP o por email, que creo que sale en mi perfil. ¡Espero esos RR y los capis!


Una Venganza Secundaria


Capitulo 1

Que felices eran ahora los días. La –ya- Sra. Todd estaba sentada en la mesa de la cocina, pensando en el día de su boda mientras bebía café. Fue tan hermosa… Parecía que hacía años que se habían mudado de Londres, cuando fue apenas seis meses que le había pedido matrimonio. Justo después de matar al Juez y su secuaz.

Pero volviendo a lo de antes, su boda fue muy tranquila, junto al mar. Sin embargo, Toby no había asistido. Desapareció del mapa, no volvieron a saber de él. Anthony fue el padrino y Johanna la madrina, y ambos fueron los testigos. Después de eso se mudaron.

Ahora vivían en una pequeña casa junto a la costa, al lado de la playa. Podían salir de la casa y a 10 metros tenían el inicio de la arena. Habían tenido suerte, aquella playa era paradisiaca, y además no había casi gente, ni en invierno ni en verano. Estaban totalmente solos.

Tenían dinero suficiente para vivir varios años, pero decidieron buscarse un trabajo. Él volvió a su negocio de barbero, con la diferencia de que ahora si afeitaba. Pero a ella no la dejó buscar ningún trabajo, le dijo que prefería que se quedara en casa y descansara. Hay que ver que majo es Sweeney cuando se lo propone pensó ella al escuchárselo decir.

¡Por fin era verano! El sol, la playa, las olas… Que relajante era todo. Sobre todo cuando…

-Nell, ¿sigues aquí?

-¿Um? –dijo desorientada- ¡Ah, si! Lo siento amor, estaba en las nubes –le dijo a su marido.

-Ya veo –se levantó de la mesa dándole un beso en la frente-. ¿Entonces nos vamos a la playa esta tarde?

-Sí, no veo porque no –sonrió-.

Él echó un poco de café en su taza, mientras ella se levantaba y le abrazaba por detrás.

-Parece mentira que haga seis meses que estemos casados y que dejamos todo atrás, ¿eh? –suspiró-. Me encanta.

-A mi también –se dio la vuelta y la besó-.

Era Domingo, pero ellos no iban a la iglesia. ¿Para qué? ¡Si ya estaban condenados! Así que los Domingos disfrutaban el uno del otro todo el día. Hubo días en los que ni salieron de casa.

Nellie suspiró.

-Le echas de menos, ¿verdad? –preguntó su marido-.

-Sí… mucho… Demasiado

Ninguno mencionaba el nombre. Ambos sabían que la marcha del niño había dejado un gran hueco en el corazón de ella. Y no había día que no pensase en él. Pero aquello fue disminuyendo hasta que ya solo suspiraba de vez en cuando o se le cambiaba la cara. Al principio, cuando pasaba delante de un sofá, y se lo imaginaba allí, inconsciente por la ginebra, se ponía a llorar. Pero después, pasados unos meses, aquello se le fue pasando.

Prepararon la comida y todo lo que tenían que llevar –aunque era un tontería, iban a estar a 50 escasos pasos de casa- y se fueron a la playa.

Pusieron la manta en la arena –era de cuadrados, con las líneas rojas- y lo dispusieron todo. Comieron alegremente, comentando el día y algunas anécdotas. Finalmente se abrazaron y se quedaron mirando el cielo. Las nubes parecían pequeños cachos de algodón pintados sobre un lienzo azul claro.

-¿Sabes? –dijo ella-. Hay una cosa que extraño.

-Dime –la besó en la cabeza-.

-Él hacer empanadas –y se rió suavemente, él al acompaño-. La verdad, es que después de tanto tiempo haciéndolo, no hacerlo… es raro.

-Lo sé. A mí me pasa lo mismo –de nuevo aquel tipo de respuesta. En ese aspecto Sweeney no había cambiado. Respuestas cortas pero con sentido y seguridad en su voz-.

Claro que le pasaba. Lo extraño sería que no le pasase. Aunque Nellie nunca lo admitiría, ella echaba de menos el bajar las escaleras y descargar su furia con los clientes de él. Se le hacía raro no convivir con las manchas y el olor de la sangre. Aun así, lo prefería. Ahora era feliz, MUY feliz. Muchas veces pensó que se había muerto y ahora estaba en el cielo. Y como a Nellie, Sweeney echaba de menos el degollar gente. Había dejado sus instintos asesinos muy atrás, junto a su Lucy, pero de vez en cuando volvían a flote. Y entonces se deprimía. Pero ella sabía consolarle, de modo que se complementaban.

Se durmieron en la posición que estaban. Para cuando ella despertó, noche entrada y estaba diluviando. Bueno, no todo es perfecto, suerte que se habían tapado con una manta antes de dormirse.

-Sweeney, despierta –le agitó suavemente-.

-Déjame unas horas más, mama… -ella no pudo reprimir una carcajada. Nunca le había oído decir tal cosa.

-Venga. Que vamos a coger una pulmonía –le volvió a agitar, y esta vez si se despertó.

-¿Eh? Ah… ¡Pero si está lloviendo! –dijo con asombro-.

-¡No me digas! ¡Vamos! ¡Él de unas horas más! –se burlo mientras se levantaba, pero él fue más rápido y tiró de su vestido. Cayó encima de él. Él la beso con pasión, acabando dominándola-. ¡Sweeney! –dijo riéndose- ¿No te da vergüenza? Vamos a casa, anda –trató de levantarse pero otro beso la retuvo-.

-Ninguna.

Entonces sí, estaba empezando una tormenta. Cogieron todo y echaron a correr a casa.

Horas después, ambos se habían duchado. Él se había sentado a leer un libro delante de la chimenea que tenían en la sala de estar. Y ella se acercaba con una toalla en los hombros mientras se escurría el pelo con las manos. Iba a dedicarle un beso, cuando llamaron a la puerta.

-¿Quién puede ser a estas horas? –preguntó él-.

-Ya voy yo –dijo ella.

Abrió la puerta y se encontró con un hombre con facciones que le resultaban muy conocidas. Era alto, de pelo castaño. Con los ojos del mismo color. Era atractivo, tendría los años parecidos a los de Sweeney. Tal vez un poco más mayor. Estaba totalmente calado. Menos mal que tenían un porche. Pero es que le resultaba tremendamente familiar y no conseguía ubicarle.

-Hola, Eleanor –dijo el hombre.