Cierras los ojos. Durante un segundo.
Estás solo, tienes frío. La oscuridad te embarga.
Y entonces, algo tira de ti.
Tira de tu cuerpo con urgencia pero dulcemente.
Y, por un segundo, la oscuridad lucha contra dejarte ir, pero ella es más fuerte.
Ella, la Luna.
Oyes un crujido y de pronto, ahí está.
Por todos lados.
Su luz te envuelve y entonces no existe nada.
Ni miedo ni frío ni oscuridad ni luz.
Sólo ella, la Luna.
Luego, respiras con fuerza y tu corazón pesa.
Porque, aunque no lo sepas, tuviste un pasado.
Y, no lo recuerdas pero
está ahí.
Y te perseguirá.
Siempre.
Pero ella siempre estará allí.
Permaneciendo muda ante tus plegarias.
Y la maldecirás.
Pero en el fondo sabes
que no puedes huir de ella.
La Luna.
